Hasta siempre, Sergio, alabardero de Su Majestad el Rey

Despedimos a un gran militar, a un queridísimo compañero y, más que cualquier otra cosa, a un hombre bueno

04/02/2019

El 31 de diciembre de 2018 es una fecha que los alabarderos en particular, y todos los guardias reales en general, no podremos olvidar jamás. Nuestro compañero Sergio Agustín Seglar Cortés nos abandonó tras casi tres años de tenaz pelea contra el cáncer y en la plenitud de sus 43. Sergio llevaba destinado en la Sección de Alabarderos desde octubre de 2004.  Durante todo ese tiempo se dejó la piel en incontables servicios en palacio, en cantidad de días de maniobras, unos buenos y otros mucho más duros. Con los bravos alabarderos recorrió a ritmo de carrera todos los rincones del monte de El Pardo, gastó numerosas horas en la galería de tiro y, más aún, en el tatami practicando artes marciales. Fueron tantos los momentos buenos compartidos con él, que, sin poder evitarlo, se convirtió en un puntal para su sección.

Para todo aquel que le conocía sobran las palabras, para el resto, Sergio era una de esas personas de las que el mundo necesita para ser mejor. No porque fuese capaz de cambiarlo, sino porque era profundamente bueno. Era uno de esos compañeros que te alegra el día solo con tenerle cerca. Los alabarderos atesoran mil buenos recuerdos de él -y con él- y en todos se dibuja una sonrisa, como cuando, al final de un curso, se lanzó a pecho descubierto, como hacen los más bravos, saltando a siete hombres en el tatami y cayendo con una gran voltereta. También la entrada en meta en la media maratón de Segovia, de la mano del entonces teniente Sancho, con toda la sección coreando su nombre. Mil anécdotas del despliegue de Palma otras tantas, siempre desternillantes, de su perro “Pirata”… un sinfín de recuerdos, y todos buenos. No era una persona que le gustase aparentar, él se presentaba tal y como era, sin complejos y sin pretensiones de ningún tipo. Por eso todo el que le conocía le tenía un cariño especial. En estos días de duelo, hablando con las personas con las que había coincidido en uno u otro momento, es cuando se da uno cuenta del alcance de su innegable calidad como ser humano.

Por eso, no sería extraño que esa bonita memoria pudiera echarnos en brazos de la desesperanza al pensar en lo injusta que es la vida cuando se lleva a una persona tan excelente y que ha luchado con tanta fiereza. Sin embargo, desde lo más profundo de nuestra fe, sabemos que ya se encuentra en un lugar mejor, dado que como reveló un antiguo jefe suyo el fatídico día de su temprana muerte: “rezaremos por él, aunque seguro que no tiene cuanta alguna que ajustar con el Jefe”. Sergio no fue el alabardero más fuerte, ni el más rápido, ni tampoco el que mejor disparaba, sin embargo era el más querido, y eso le convertía en el mejor de todos los alabarderos. Descansa en paz, hermano.

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