Una fuerza militar, por muy entrenada y cohesionada que esté, siempre va a precisar una dirección clara que permita la maniobra necesaria en el momento oportuno para alcanzar los objetivos.
Podríamos retroceder hasta las falanges macedonias o las legiones romanas para encontrarnos con ejemplos de cómo las órdenes se daban a los ejércitos en pleno combate. Uno de los grandes líderes militares que entendió la importancia de las transmisiones fue Gonzalo Fernández de Córdoba quien, a comienzos del siglo XVI, instauró un sistema de toques de tambor para dirigir a sus Tercios. Tan importante era para el Gran Capitán tener esa herramienta de «mando y control» sobre su ejército que dictó una orden en la que prohibía a los heridos caídos durante la batalla que se quejaran o gritaran de dolor, pues aquellos alaridos impedían que los toques llegaran de manera limpia a sus huestes. Las comunicaciones necesitan, forzosamente, claridad.
En 1865 se reunieron en París 20 países —incluida España— para coordinar a nivel internacional distintos aspectos de la telegrafía. Era una época en la que la transmisión por cable era predominante, sin embargo, la falta de legislación y de coordinación entre países lastraba el desarrollo de aquella nueva ciencia: las líneas de cable debían cruzar fronteras y océanos, con unas normas comunes y unos objetivos claros.
Aquella primera reunión demostró la importancia de una regulación internacional y fue el origen de la «Unión Internacional de Comunicaciones» que se creó aquel mismo año estableciendo su sede en Suiza.