03 oct. 2024
La nuclearización militar de Japón
Ignacio Tornel Trelles
Introducción
La región indopacífica1 se ha convertido, en los últimos años, en una zona geográfica indispensable dentro del estudio de las relaciones internacionales y del análisis geoestratégico. Así lo señalaba la Administración estadounidense a través de su Estrategia de Seguridad Nacional de 2022, al afirmar que «ninguna región será más importante para el mundo (…) que el Indopacífico»2. La región, que ya en 2019 concentraba el 60 % del PIB mundial y que contaba por aquel entonces con 4500 millones de habitantes3, ha sufrido importantes cambios estratégicos en las últimas décadas, siendo la asertividad de China4 —con reclamaciones territoriales tales como la línea de los nueve puntos o las islas Senkaku5 a Japón— y la nuclearización de Corea del Norte —país con arma nuclear desde 20066— los dos más destacados.
Son precisamente estos dos elementos los que hacen que Occidente, y sobre todo Estados Unidos7, miren con interés y preocupación la región del Indopacífico, tratando de afianzar allí su presencia8 a través de la firma y elaboración de acuerdos y alianzas político-comerciales9. El Indopacífico es, pues, «el eje principal de la competición geopolítica entre las grandes potencias»10, una región en la que el equilibrio de poder es sensible e inestable y en la que la presencia de las dos superpotencias condiciona y moldea todo lo que allí ocurre. En este sentido, los países menores del Indopacífico tratan de adaptarse a este contexto de competición para desarrollar sus políticas y defender sus intereses nacionales de la mejor manera posible. Un claro ejemplo de esta dinámica es Japón11: con conflictos territoriales directos con China, Taiwán, Corea del Sur y Rusia12, y a pesar de su posición oficialmente pacifista tras la Segunda Guerra Mundial13, la cuestión de la defensa nacional y sus medios ha sido debatida, modificada y desarrollada en múltiples ocasiones desde 194514, en un intento por adaptarse a los cambios que sufría —y sufre— la sociedad internacional. Esta, de hecho, continúa evolucionando, principalmente hacia un contexto más inestable y violento: el número de conflictos es cada vez mayor15, y, por tanto, la sensación de peligro e inseguridad es cada vez más intensa y real. Ante esta situación, las políticas de seguridad de Japón — esto es evidente— tendrán que seguir actualizándose. Y si se considera la capacidad técnica del país nipón y la tensión geoestratégica a la que está sometido, una pregunta lógica aflora: ¿decidirá Japón desarrollar el arma nuclear?
En la actualidad, Japón, a través del Acta Básica de Energía Atómica, limita el uso de la energía nuclear a fines pacíficos16 y en ningún caso para el desarrollo de un arma nuclear. Además, históricamente ha suscrito de manera sistemática los tres principios no-nucleares: la no fabricación, no posesión y no introducción en terreno nacional de armas nucleares17. Sin embargo, como todo, esta regulación está abierta al cambio. En 2022, fue el propio ex primer ministro de Japón, Shinzo Abe, quien —tras la invasión rusa de Ucrania— pidió «romper el tabú» y debatir de manera seria sobre las armas nucleares18. Asesinado pocos meses después, su petición no ha generado mucho eco, por lo menos de puertas hacia fuera, en la clase política nipona. Sin embargo, a lo largo de su historia, Japón ya ha actualizado su política de seguridad19 de formas que parecían impensables en 1945, por lo que la nuclearización militar de la isla no deja de ser una opción posible. El más que probable aumento de la presión en la zona por parte de China y las declaraciones de Shinzo Abe, que no sería una voz aislada dentro de su partido, nos obligan a considerar seriamente la posibilidad de que Japón decida poner fin a su estatus de país no nuclear. Por otro lado, y en menor medida, las actualizaciones que Donald Trump —firme candidato a ocupar la Casa Blanca a partir de enero de 202520— pretende introducir en las políticas estadounidenses referentes a la defensa y seguridad de los países aliados del Indopacífico21 es otro factor que nos invita a considerar este cambio de estatus.
Responder de manera definitiva a la cuestión, más allá de los debates técnico-legales, será siempre una tarea altamente compleja. Esto se debe, principalmente, a la dificultad que supone llegar a conocer las opiniones y debates reales de los círculos de decisión de cualquier país, incluido Japón. Sin embargo, un estudio sobre los efectos, ventajas e inconvenientes geoestratégicos que supondrían para un país su nuclearización es una manera indirecta pero eficaz de resolver esta cuestión. Se trataría, pues, de analizar si la nuclearización es la mejor opción para Japón, para después poder decir —dentro del rango de lo probable— si este decidirá pasar a ser un país con arma nuclear o no.
Para valorar los efectos que tendría esta decisión, es indispensable pararse a estudiar la red de alianzas en las que Japón está implicado. En un mundo tan globalizado como el actual, los países amigos condicionan tanto como los países enemigos; sus políticas, preferencias y condiciones influyen de manera directa en las políticas y decisiones propias. Es por eso por lo que, para valorar lo que la nuclearización militar supondría para Japón, es imprescindible considerar la relación de Japón con su aliado militar por excelencia: Estados Unidos.
Japón y Estados Unidos: una relación estable en el tiempo
Washington es, a nivel militar, el mayor socio y aliado de Tokio. De hecho, hoy en día, Japón depende casi totalmente de Estados Unidos para su seguridad22. Esta estrecha relación militar se remonta a los años de la reconstrucción de Japón tras la Segunda Guerra Mundial y se afianzó durante la Guerra Fría. Así, en sus primeras líneas de actuación para la Defensa Nacional de 1976, Japón afirmaba rotundamente que «contra las amenazas nucleares, Japón contará con la capacidad de disuasión nuclear de Estados Unidos»23. Esta confianza en el país americano se enmarca en la relación de mutua protección y colaboración establecida por el Tratado de Cooperación y Seguridad Mutuas, firmado por Japón y Estados Unidos en 196024 y que sigue vigente hoy en día. De hecho, la cooperación militar es actualmente uno de los pilares de la relación americano-japonesa. En abril de 2024, el primer ministro japonés, Fumio Kishida, y el presidente estadounidense, Joe Biden, consideraban, en una nota conjunta, que el Tratado anteriormente citado es el núcleo de la relación entre los dos países y que se mantiene más fuerte que nunca25. En julio de este mismo año Antony Blinken y el secretario de Defensa estadounidense, Lloyd Austin, se reunieron con sus homólogos japoneses para reforzar la unión entre los dos países y anunciar que las Fuerzas de Autodefensa de Japón pasarán a estar integradas en el Mando Conjunto de Operaciones de Estados Unidos a partir de 2025.
Además, en los últimos años, Estados Unidos ha reafirmado una y otra vez —bajo distintas Administraciones— que mantendrá de manera inquebrantable su compromiso para la defensa de Japón26 y se asegurará de desplegar suficiente presencia militar en la zona para disuadir y derrotar a cualquier adversario27. Esta continuidad del compromiso estadounidense se mantuvo durante la Administración Trump, en las que la relación entre estos dos países fue estable y fluida28. En una situación así, la nuclearización de Japón no tiene ningún sentido, pues «mientras Japón esté bajo el paraguas nuclear de Estados Unidos, no hay ninguna razón para que el primero decida nuclearizarse»29.
No obstante, las reiteradas declaraciones de Trump sobre la necesidad de que ciertos aliados dejen de ser un lastre para la defensa común y comiencen a pagar por su defensa30 apuntan a un posible giro en la política exterior de Estados Unidos en caso de una segunda Administración trumpista. Perder o ver reducida la protección brindada por los americanos supondría un grave revés para la seguridad nacional de Japón. Ante esta posibilidad, la necesidad de ganar en autonomía militar para su propia defensa pasaría a ser una prioridad: la obtención del arma nuclear antes de una hipotética retirada del paraguas defensivo estadounidense se presentaría como una opción muy válida. Sin la protección de Washington, Japón quedaría tan expuesto que la nuclearización militar podría ser considerada como casi inevitable31.
De todas formas, lo cierto es que Washington tiene un interés vital en la zona del Indopacífico, a la que ha llegado a identificar como la región de mayor importancia para el mundo y para los americanos32. Así expresado, y sabiendo que China es el principal rival de Estados Unidos33, la posibilidad de que Washington se desentienda totalmente de la zona y de los aliados que allí tiene es altamente improbable. Esto tampoco quiere decir que las declaraciones de Trump sean un brindis al sol: Estados Unidos bien podría aumentar las exigencias para con sus aliados o modificar algunas condiciones de los tratados firmados. Sin embargo, lo que sí que parece evidente es que, ya sea por la alianza con el país nipón o por el genuino interés estadounidense en esta zona geográfica, Estados Unidos intervendría siempre en el Indopacífico. De una forma u otra, Japón podría, sin pecar de ingenuo, considerarse protegido por Estados Unidos, sin que esto le lleve a descuidar la inversión en su propia capacidad de respuesta y defensa armamentística.
Además de la cuestión de la protección militar, hay otro elemento en la relación americano-japonesa que debe ser sopesado cuando se valora la posibilidad de que Japón opte por la opción nuclear: la postura de Estados Unidos respecto a la nuclearización de sus aliados. Y lo cierto es que esta es meridiana: no debe producirse bajo ningún concepto. No solo es que Estados Unidos haya mantenido históricamente una posición de no proliferación —convirtiéndose prácticamente en el paladín de este movimiento a nivel mundial—, sino que se ha manifestado recientemente en este sentido en su Estrategia de Seguridad Nacional. En este documento se explicaba que «Estados Unidos trabajará con aliados y socios, la sociedad civil y organizaciones internacionales para fortalecer los mecanismos de control de armas y no proliferación, especialmente durante tiempos de conflicto en los que los riesgos de escalada son mayores»34. Estados Unidos no permitiría, pues, la nuclearización de Japón, especialmente en caso de conflicto.
Estos dos elementos —la protección casi asegurada de Estados Unidos y la reticencia de este país a que sus aliados se nuclearicen— hacen que la opción nuclear sea una vía estratégicamente poco útil para Japón, sobre todo porque crearía más problemas, analizados más adelante, de los que solucionaría. Si se puede contar con la defensa nuclear de Washington, ¿para qué molestarse en desarrollar un arma nuclear propia? Y es que, como afirman algunos analistas japoneses, si Japón sigue contando con Estados Unidos, la nuclearización no es, en ningún caso, una opción35.
En los párrafos anteriores se ha dado casi por hecho la continuidad en el tiempo de la protección estadounidense y se han aportado las razones que justifican esta posición. Sin embargo, en línea de lo afirmado anteriormente sobre la complejidad de predecir los movimientos y opiniones de las élites decisorias, es de obligado cumplimiento considerar la posibilidad de que Japón ya no se viese protegido por Estados Unidos. ¿Qué pasaría entonces? Evidentemente, y como ya se ha recalcado, la opción nuclear pasaría a ser considerada como una opción muy válida, casi inevitable. Sin embargo, ¿sería realmente la mejor? Para poder responder, hay que considerar múltiples aspectos. La nuclearización nunca será una acción aislada en la que los elementos de la ecuación fuesen únicamente la asertividad china, la ausencia de protección estadounidenses y la seguridad nacional japonesa. Habrá que tener en cuenta también otras variables, como el impacto que la nuclearización tendría en la propia población nipona, en sus aliados y en sus enemigos. Habrá que ver cuáles son, una vez que Estados Unidos ya no garantice la seguridad de Japón, sus ventajas y sus inconvenientes.
Consecuencias geoestratégicas
La nuclearización militar supondría una ventaja obvia para Japón: la posesión de un arma de disuasión, un elemento especialmente útil en las conversaciones y negociaciones que se dan en la arena internacional. Evidentemente, el arma nuclear pasaría a ser una pieza clave en su relación con China, vecino de probada asertividad. Esgrimiendo la amenaza de una respuesta nuclear, Japón garantizaría de mejor manera su propia seguridad.
Por otro lado, la nuclearización convertiría a Japón en un país más independiente. Esta autonomía, que residiría en la capacidad de autodefenderse, permitiría al país nipón actuar con una mayor libertad de movimientos en el ámbito internacional. Aunque no es probable que Japón pasase a formar parte de los «países de la tercera vía», la soberanía ganada a través del arma nuclear permitiría contemplar nuevos acuerdos y alianzas, lo que en muchas ocasiones facilita el crecimiento económico36. Más allá de la garantía de su seguridad y una mayor autonomía, Japón pasaría además a ser parte del selecto grupo —para bien o para mal— de potencias nucleares. Frente a estos beneficios y ventajas de la nuclearización militar, se presentan también efectos negativos que no pueden ser ignorados.
Para empezar, Japón incumpliría el Tratado sobre la No Proliferación de Armas Nucleares (TNP), que en su artículo III establece que los países firmantes —Japón entre ellos— se comprometen a impedir que «la energía nuclear se desvíe de usos pacíficos hacia armas u otros dispositivos nucleares explosivos»37. Sin embargo, sin querer desdeñar la importancia de este Tratado y las consecuencias que puede acarrear su incumplimiento, no sería este el principal problema de Japón. Con su nuclearización, Japón activaría dinámicas de un impacto mucho más directo y perjudicial que el simple incumplimiento de un Tratado38.
En primer lugar, el desarrollo de armas nucleares por parte del gobierno japonés provocaría inevitablemente una mayor desestabilización de la región y un alejamiento del statu quo. Esto choca frontalmente con los intereses del país del sol naciente, que ha manifestado claramente que uno de sus objetivos principales es preservar la situación actual en el Indopacífico39. Además, supondría introducir un nuevo elemento desestabilizador en el ya frágil equilibrio regional y sería vista tanto por China como por Corea del Norte como una manifestación de voluntad beligerante. A grandes rasgos, la nuclearización de Japón tendría como consecuencia directa una mayor nuclearización de China y Corea del Norte40 —que adoptarían posiciones incluso más agresivas—, además de redundar en un aumento de la tensión bélica y la desconfianza en la zona. En un contexto así, una reacción china, más allá de una mayor nuclearización, no se haría esperar, y así lo han manifestado desde Pekín en diversos momentos.
El propio Ministerio de Asuntos Exteriores de la República Popular China califica de «temas sensibles» dos cuestiones relacionadas con Japón: la soberanía sobre las islas Senkaku/Diaoyu y cooperación militar entre Estados Unidos y Japón. En cuanto a las islas, China las considera una parte «inalienable» de su territorio y cuenta con resolver la situación en el futuro41. Respecto a la segunda, China recuerda que Japón deberá limitarse a desarrollar su fuerza militar para la defensa y en ningún caso «para utilizarla en el extranjero»42, señalando que Japón se comprometió a regirse por los tres principios no nucleares. La nuclearización de Japón supondría para el gigante asiático una amenaza grave contra sus intereses nacionales —especialmente perjudicial para las reclamaciones chinas de las islas Senkaku/Diaoyu—, sería entendida como una actitud desafiante de Japón y haría casi inevitable una reacción por parte de Pekín43. En múltiples ocasiones, Xi Jinping ha dejado claro que bajo ningún concepto dejaría que China fuese amenazada44 y ha manifestado su disposición a usar la fuerza para defenderla a ella y a sus intereses45.
Cómo reaccionaría China, es difícil concretarlo; pero decir que lo haría y ferozmente contra Japón es obvio. De esta manera, la nuclearización de Japón iría en detrimento de la estabilidad en la zona y sería un paso más hacia el caos total en el Indopacífico. Evidentemente, para un país como Japón, cuya industria armamentística ha estado prácticamente paralizada durante años, un ambiente de hostilidad, tensión y ánimo belicista es uno de los peores escenarios posibles.
En un contexto así, además, Japón se encontraría, en algún momento, en lo que vamos a llamar «limbo». Nos referiremos aquí al espacio de tiempo en el que aún no se tiene el arma nuclear, pero es sabido por otras potencias que se ha iniciado el proceso para adquirirla. Es decir, el proyecto ya no es un secreto, pero no se dispone de manera efectiva de la defensa nuclear. Y es que, aunque el país nipón tenga la capacidad y el conocimiento para desarrollar armas nucleares46, el proceso llevaría su tiempo y es costoso. Según estimaciones de un estudio citado en Foreign Affairs, Japón tardaría entre tres y cinco años en desarrollar una pequeña cabeza nuclear, y le costaría dos billones de dólares (2.000.000.000.000 $)47. Antes de que pudiesen acabarla, los países vecinos conocerían el proyecto, lo que dejaría a Japón en una posición muy perjudicial: sin defensa efectiva y con un discurso reconciliador poco creíble.
En segundo lugar, la nuclearización de Japón supondría el deterioro de las relaciones con Corea del Sur, también aliado de Estados Unidos, pero con una tensa relación histórica con el país nipón. A pesar de un mayor acercamiento al primero y una normalización de las relaciones con el segundo48, Corea del Sur es todavía un aliado poco sólido para Tokio. Las relaciones, lejos de estar consolidadas, necesitan de una constante atención para ser buenas: el respeto por los intereses del otro, el diálogo y la cooperación son algunas de las herramientas típicas. Y Seúl ha dejado claro que uno de sus principales objetivos es la desnuclearización de la península coreana49, en la búsqueda de la estabilización de la región del Indopacífico. La nuclearización de un país vecino es siempre percibida como una amenaza50, pero en este caso concreto, la nuclearización de Japón sería además percibida por Corea del Sur como una amenaza directa a uno de sus más básicos objetivos en política exterior. En una relación de amistad por conveniencia como la que tienen Japón y Corea del Sur, las acciones unilaterales —y más si suponen un aumento de poder— no suelen ser bien recibidas. La reacción de la república coreana bien podría ser su propia nuclearización, activándose así el anunciado efecto dominó51, en una repetición histórica del caso India-Pakistán; un caso, por cierto, de sobra conocido y estudiado por los analistas japoneses52.
La nuclearización de Japón, por tanto, significaría un aumento de las tensiones tanto con los aliados como con los competidores, generando un ambiente en absoluto positivo para los intereses generales del país. Pero, además, supondría la renuncia de Japón a uno de los activos más interesantes de poder blando —que, al fin y al cabo, es el único que puede ejercer—: la condición de única víctima histórica de un ataque nuclear. Ser la única nación que ha sufrido un ataque de este tipo y que aboga firmemente por la no proliferación reviste al país nipón de una cierta autoridad moral al hablar o discutir sobre lo nuclear53. Esta autoridad, evidentemente, desaparecería de manera automática si Japón se nuclearizase. La pérdida de una ventaja así no es desdeñable, sobre todo teniendo en cuenta que la posición internacional de Japón depende casi exclusivamente de su poder blando. Tras su nuclearización, Japón pasaría de víctima histórica y altavoz moral a ser un país nuclearizado más.
The two-level game: una mención a la política interior
A finales del siglo pasado, Robert Putnam señalaba la estrecha relación entre política exterior y política interior54. En línea con lo afirmado por el académico americano, querríamos detenernos, sin ánimo de exhaustividad, en las implicaciones que la nuclearización de Japón tendría a nivel interno, para profundizar en las consecuencias de esta política y poder valorar mejor la probabilidad de que se lleve a cabo.
En la actualidad, y a pesar de ser la tercera economía del mundo55, Japón no pasa por su mejor momento a nivel político. Con problemas de natalidad graves y un producto interior bruto (PIB) que en los últimos años no ha conseguido crecer significativamente56, el primer ministro, Fumio Kishida, anunció el miércoles 14 de agosto que no optaría a la reelección57. En este contexto, resuena todavía la propuesta que el mismo Kishida anunció en julio de 2022: la promoción de una reforma de la Constitución en lo relativo a la defensa y seguridad del país (es decir, una modificación del famoso artículo 9 de la Constitución). Si esta reforma, que es de alcance bastante limitado, ha generado debate y polémica en la sociedad japonesa58, es de esperar que una hipotética nuclearización militar agrandase las divisiones internas y fuese mal recibida por una parte de la sociedad civil. De hecho, diversos estudios y declaraciones apuntan ya en esta dirección, haciendo patente la diversidad de opiniones en torno a este tema.
Como señalábamos al principio del documento, existen razones objetivas y evidentes para plantear la nuclearización militar de Japón. Sin embargo, lo cierto es que ninguna voz pública nipona aboga frontal y directamente por la nuclearización del país; algunas optan por normalizar la reforma de la Constitución, otras por abrir y genera debate en torno al tema, etc.; pero siempre con sutileza. Por el contrario, otras voces se posicionan frontalmente en contra de esta media, presentes tanto la sociedad civil como la clase política.
Frente a las declaraciones de Shinzo Abe —anteriormente citadas— y las sospechas que despierta la intención de Kishida de reformar la Constitución, la clase política japonesa, de manera general, ha reflejado su rechazo por la opción nuclear en varios documentos59, además de explicitar el compromiso total de Japón con la consecución de «un mundo sin armas nucleares»60. Está claro que, en lo relativo a la nuclearización militar, varias posiciones cohabitan dentro de la comunidad política nipona. Por su parte, un 75 % de la población apoya la ratificación del Tratado para la Prohibición de Armas Nucleares61 y tanto la sociedad científica como el cuerpo diplomático japonés son poco partidarios de la nuclearización62. Y es que es difícil modificar el imaginario colectivo japonés, que, debido a los ataques de Hiroshima y Nagasaki, concibe lo nuclear en calidad de víctima y no de atacante, siendo así siempre más favorables al desmantelamiento que a la disuasión nuclear63.
En una situación como la descrita, se puede confirmar lo que hace unos párrafos se exponía como suposición: una política como la nuclearización del país no sería muy bien recibida. De llevarse a cabo, sería ampliamente contestada, fracturando la sociedad y perjudicando la situación política interna del país. No parece ser, pues, el mejor movimiento político que un primer ministro japonés pudiese hacer.
Conclusiones
Tras la exposición y análisis, se puede concluir que Japón tiene razones para pensar en la opción nuclear, pero no tiene razón. Es decir, la nuclearización es, evidentemente, una posible respuesta a los problemas geoestratégicos a los que hace frente el país nipón, pero —tras haber visto todo lo que esta requeriría y supondría—, se puede concluir que Japón no se nuclearizará. No solo es que la nuclearización no sea la mejor opción; es que esta perjudicaría a Japón de tal manera que nunca sería rentable.
1. Estados Unidos siempre asegurará la protección de Japón
Ya sea por los tratados que unen a estos dos países o por el interés manifiesto de Estados Unidos en la zona, Japón siempre podrá contar con la protección nuclear de los estadounidenses. Con esta garantizada, Japón ya cuenta con el activo que su propia nuclearización le otorgaría —la disuasión— sin tener que hacer frente a todos los problemas que la posesión de un arma nuclear provocaría. La nuclearización es, pues, completamente innecesaria.
2. La nuclearización supondría una escalada de tensión en el Indopacífico
Aun perdiendo la protección nuclear de Washington, los problemas que desencadenaría la nuclearización son tan profundos que la hacen directamente perjudicial. Es importante remarcar que ni siquiera en un caso de retirada estadounidense, la nuclearización sería una buena opción para Japón, por el simple hecho de que no serviría para garantizar su seguridad. Más bien al contrario, la nuclearización de Japón se traduciría en un aumento de la tensión y la inestabilidad en la zona del Indopacífico, multiplicándose así las amenazas sobre el territorio nipón.
Estas amenazas tienen nombres propios, y ya han sido explicados más detalladamente: ante un cambio en la política nuclear japonesa, China, al verse amenazada tan claramente, redoblaría su poder nuclear y aumentaría su agresividad. Otro tanto haría Corea del Norte. Por su parte, países aliados como Corea del Sur podrían decidir también optar por la nuclearización. Todo esto supondría un cambio radical en las reglas de juego y en el equilibrio de poder del Indopacífico, lo que choca de manera frontal con los intereses de Japón, que prefiere —y así lo ha manifestado— mantener el statu quo.
Este interés de Japón por mantener la estabilidad es completamente comprensible si se considera que Japón se incorpora tarde a la carrera militar. Con arma nuclear o sin ella, Japón nunca estará preparado para hacer frente militarmente a sus enemigos regionales. Tras años de pacifismo oficialista, Japón necesita moverse en aguas no militarizadas, donde pueda hacer valer sus fortalezas; un ambiente de hostilidad o de guerra abierta, por el contrario, nunca le será beneficioso.
3. Falta de unidad nacional en torno al proyecto
Por último, habría que destacar la división de la opinión pública en torno al tema de la nuclearización. Japón es el único país que ha sufrido un ataque nuclear y esto, inevitablemente, moldea su idiosincrasia. La gran parte de la población civil japonesa piensa y concibe lo nuclear en calidad de víctima, no de atacante. Este rasgo tan propio de los japoneses, unido a la oposición formal de algunos sectores concretos de la sociedad, hacen que la nuclearización —a pesar de tener sus partidarios— no sea una política ni fácil ni atractiva para la clase política nipona.
Por todo esto, pensamos que Japón no optará por la opción nuclear. Con el apoyo de Estados Unidos, es una opción inútil; sin su apoyo, es contraproducente. Japón se ha incorporado tarde a la carrera de la autonomía estratégica militar y tendrá que adaptar su juego geoestratégico a esta realidad. Esto no significa que Japón esté condenado a ser un Estado totalmente sometido a las políticas de Estados Unidos o a los caprichos de China; simplemente indica que hay soluciones a las que Japón no debería —por su propio bien— aspirar. Hay, sin embargo, múltiples posibilidades intermedias que fortalecerían la posición del país nipón sin acarrearle graves perjuicios (i. e. mayor inversión económica en Defensa, estrechamiento de alianzas, etc.), muchas de las cuales ya se están implantando. En el futuro, Japón deberá navegar las turbulentas aguas del Indopacífico apoyándose en sus herramientas más tradicionales —Estados Unidos y la diplomacia— e incorporando las que se muestren realmente efectivas.
Ignacio Tornel Trelles
Máster en Relaciones Internacionales y Diplomacia de la Escuela Diplomática de España
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