
22 may 2025
IEEE. La Gran Estrategia estadounidense y el realismo en el siglo XXI ¿declive o hegemonía?
Gonzalo Rodríguez Suanzes. Capitán de Fragata, DEM. Departamento de Estrategia, Seguridad y Defensa de la ESFAS (CESEDEN)
Introducción
Christopher Hemmer describe en su libro Recurring Debates in U.S. Grand Strategy1 los cuatro debates que han servido como base argumental de las sucesivas administraciones estadounidenses para elaborar su Gran Estrategia, y que son las que conocemos actualmente como las Estrategias de Seguridad Nacional o National Security Strategies, (NSS por sus siglas en inglés).
Figura 1. Los cuatro debates de la Gran Estrategia de EEUU2 según Hemmer (Elaboración propia)
Desde el ámbito geopolítico, una estrategia es aquella que estudia los modos más adecuados para obtener una serie de fines (políticos), a través del uso racional de los medios disponibles a su alcance3.
En este contexto, una Gran Estrategia se diferencia de una estrategia convencional en el uso de los medios – que integraría a todos los Instrumentos de poder del Estado – y la definición de los fines – que serían de repercusión nacional y nunca particularizados a un sector determinado de la sociedad – 4.
Para el caso de EEUU, el matiz está en que los modos por los que elabora su Gran Estrategia obedecen a su posición reconocida de primera potencia mundial, emitiendo una narrativa de cuál es su posición de cara al mundo para que sus aliados, o potenciales aliados puedan sentirse reafirmados, y sus enemigos, o potenciales enemigos, formalmente disuadidos.
Cuando hablamos de la Gran Estrategia estadounidense, la combinación de estos tres elementos – medios, modos, fines – es la que abona el terreno sobre el que acaban arraigando las «reglas del juego» del orden internacional.
Por tanto, esta Gran Estrategia constituye la exhibición de las credenciales estadounidenses para configurarse como el gran arquitecto geopolítico mundial, donde la intención es más importante que el contenido, y en la que se ofrece la visión que tiene EEUU de cómo afrontar el futuro de sus relaciones internacionales en el medio/largo plazo. Todo ello conforme a unos objetivos estratégicos destinados a un único gran fin o propósito: La búsqueda y preservación de la Seguridad Nacional.
Figura 2. Gráfico explicativo “US Grand Strategy” según Hemmer (Elaboración propia)
Sin embargo, el enfoque racional y práctico de la Gran Estrategia ha sido históricamente complicado para EEUU, dado que su estatus de primera potencia y la necesidad de prosperar económicamente le han llevado a la aspiración de grandes objetivos – como liberar al mundo de las guerras – que demostrarían ser en la práctica inalcanzables.
Graham Allison ya hacía alusión a este aspecto idiosincrático de las sucesivas administraciones estadounidenses afirmando que: «priorizar todo es lo mismo que priorizar nada (…) Aspirar a proyectos geopolíticos desvinculados de las prioridades nacionales están abocados al fracaso»5.
De aquí se deduce que las claves para lograr que una Gran Estrategia sea efectiva pasan por perseguir objetivos de política exterior sin descuidar las prioridades a nivel doméstico. Esto permitirá alcanzar un equilibrio óptimo entre el uso de medios y la adecuación de los fines determinando con ello su verdadera efectividad.
¿Es previsible entonces una Gran Estrategia efectiva con la nueva Administración Trump? La expansión de la hegemonía liberal estadounidense ha ido dando paso a una pérdida de poder relativo de EEUU en un entorno estratégico cada vez más complejo y multipolar, impactando en las políticas de Seguridad Nacional y en las dinámicas del actual comportamiento de la nueva administración.
¿Cómo hemos llegado hasta aquí?
Desde la doctrina «Monroe», de carácter fundamentalmente aislacionista, hasta el primer amago de institucionalismo liberal promovido por Woodrow Wilson6, la expansión de la hegemonía liberal estadounidense daría oficialmente su pistoletazo de salida al final de la II Guerra Mundial7. El problema de esta expansión habría sido traducir constantemente la teoría de la estabilidad hegemónica8 a una política exterior efectiva, donde la inversión en poder militar y el institucionalismo liberal cobrarían máximo protagonismo en los objetivos de alcanzar una paz duradera y una economía global estable.
Sin embargo, la evolución de la Gran Estrategia de EEUU hasta finales del siglo XX demostraría ser finalmente improductiva en cuanto a su contribución al fortalecimiento de la Seguridad Nacional, que quedaría profundamente afectada tras los ataques del 11 de septiembre de 20019.
Con este cambio de paradigma en la seguridad internacional, las siete estrategias que se sucederían a lo largo del siglo XXI irían respondiendo al pulso de la globalización, la evolución de la tecnología, el giro al Indo-Pacífico (motivado por la emergencia de China), y las amenazas transnacionales.
A la espera de la nueva NSS que suceda a la del 2022, esta concepción evolutiva de la Gran Estrategia estadounidense parece haber dado un giro de timón significativo con la reciente llegada de la Administración Trump, donde es evidente que ya ha dejado de ser prioritario mantener las reglas del juego del orden liberal de las que fueron precursores.
Los nuevos objetivos de política exterior estadounidense se han focalizado ahora en «castigar» a sus aliados con amenazas de retirar su paraguas de seguridad e imponer aranceles para colmar unos intereses que la nueva administración entiende nunca han sido considerados.
Por este motivo, hoy quizá cobra especial relevancia hablar de una nueva Gran Estrategia que, atendiendo a la definición de Barry Posen de «La teoría de Estado sobre cómo generar de la mejor manera posible y por sí mismo su propia Seguridad»10, le encontramos máximo sentido ante un nuevo gobierno que está decidido a presionar a los estados que conforman la Comunidad Internacional (llámese aliado o no), para construir unas líneas de actuación en política exterior basadas exclusivamente en intereses nacionales.
Por tanto, la efectividad de una Gran Estrategia fruto de ese equilibrio deseable entre el uso de medios y adecuación de fines parece cada vez más desvirtuado de la realidad. Trump ha comenzado su mandato dando un golpe de autoridad en el seno de un escenario internacional cada vez más complejo y de creciente multipolaridad. El problema es que la irrupción de nuevos actores, la falta de capacidad para resolver los conflictos actuales y el auge de China, parecen estar afectando cada vez más a la pérdida de poder relativo de EEUU, pudiendo verse afectada en última instancia su seguridad nacional.
Precisamente por el riesgo y las implicaciones globales que podría tener esa posible pérdida de seguridad estadounidense en el panorama internacional, en este artículo se pretende hacer una serie de reflexiones sobre la función hegemónica11 y estado actual de la Gran estrategia de EEUU desde el enfoque del “Realismo”, dado que históricamente ha sido la teoría que más ha influido en la disciplina de las Relaciones Internacionales.
Para ello, se establecerá como línea de razonamiento tres premisas fundamentales de esta corriente12:
- La primera es determinar si los «hechos prevalecen sobre los propósitos»– es decir, si se está haciendo un análisis de los hechos más relevantes y determinando las causas que originan el comportamiento de los diversos actores. Esto es necesario para entender cuáles son sus aspiraciones y es el primer paso para edificar unas líneas de acción estratégicas coherentes.
- La segunda es identificar si las «pasiones dominan la razón» – una interpretación errónea de la situación, la percepción de falta de credibilidad, la inseguridad, el exceso de confianza, el auto concepto, la falsa percepción de poder..., están siempre presentes y pueden dar lugar a una política exterior contraria a los verdaderos intereses del Estado.
- La tercera es si existe prudencia a la hora de apelar a una «lógica de ganancias relativas»– Esta premisa implicaría la moderación de los intereses particulares en política exterior para que la maximización de poder de EEUU sea visto como la fuerza que empuja el interés general. «Un estado dominante ejerce una función hegemónica si dirige el sistema de estados en la dirección deseada y ello se percibe como la persecución del interés general13».
¿Por qué un enfoque realista?
El aporte esencial que ha hecho el realismo a lo largo de la historia puede resumirse en una sencilla frase: «Es la teoría llamada a enfrentar las cosas como son, en lugar de domesticarlas e imponerles una camisa de fuerza ideológica para verlas como se quiere que sean14».
La teoría del Realismo en relaciones internacionales se enmarca en una visión de conjunto de grandes potencias que conviven en un sistema15 anárquico; es decir, un sistema donde no hay garantías de que un Estado no pueda ser atacado por otro porque no hay un «arbitro», o autoridad superior, que esté por encima de ellos y que pueda intervenir o moderar una potencial confrontación.
Para modular esta anarquía, los estados se aferran a una búsqueda constante de poder para lograr un equilibrio que actúe como amortiguador de posibles conflictos. Es por ello que la guerra constituye para los realistas un medio legítimo al que se puede recurrir para devolver puntualmente ese equilibrio y seguir garantizando así la seguridad y supervivencia del Estado.
Por tanto, el primer objetivo de una Gran Estrategia pasa por asumir el hecho de que los estados se encuentran en un mundo donde la guerra siempre es posible16.
En este contexto, y atendiendo al escenario internacional que nos ocupa, nos encontraríamos inmersos en un mundo multipolar con cada vez más actores revisionistas que no aceptan el Statu quo ni la imposición de un orden basado en reglas.
Estos actores tenderían a asociarse e inclinarse hacia una posición más antagonista porque se supone que es el lado poderoso el que los atenaza. Un ejemplo representativo de esto lo podríamos ver en los BRICS7, el «Sur Global18», y el llamado «Eje Autoritario» encabezado por China y que incluye a Rusia, Irán y Corea del Norte19. Desde esta posición, estos estados serían más apreciados y estarían más seguros, siempre y cuando la coalición a la que se unen logre suficiente poder en los ámbitos económico y defensivo para mantener ese ansiado equilibrio de poder con el bloque occidental.
La aplicación del enfoque realista a los principales escenarios del siglo XXI
Con el enfoque planteado, y dentro del panorama estratégico actual, cabe hacerse entonces una primera pregunta: Si la búsqueda de equilibrio de poder constituye para muchos realistas la «ley de la gravedad» de las relaciones internacionales, ¿Cuál es entonces el verdadero propósito que se esconde detrás de las estrategias aparentemente expansionistas de Xi-Jinping, Putin y Netanyahu?
La perspectiva realista que estamos planteando nos podría dar una posible respuesta: modular el equilibrio de poder global aspirando a una posición preminente en el orden internacional. Esto es lo que precipitaría a estos actores a aumentar sus pretensiones de soberanía – o cuota de poder – fortaleciendo así su posición sistémica – y por ende su seguridad – en dicho orden internacional.
Con este este razonamiento se podría explicar por qué China lleva tantos años centrando sus esfuerzos en no verse encerrada ni por tierra ni por mar en una región a la que «naturalmente» pertenece, o por qué Rusia ha respondido de la peor de las maneras posibles invadiendo territorio ucraniano ante la amenaza «existencial» que percibe con la expansión de la OTAN; o por qué Israel sigue aumentando sus asentamientos y recrudeciendo la guerra en Gaza y Líbano sino es para verse menos rodeada de enemigos que atenten contra su seguridad20.
Pero lo realmente llamativo de esta lógica es que podría ser perfectamente aplicable a EEUU, en tanto que las aspiraciones de la nueva Administración Trump sobre Groenlandia, Panamá y Canadá confirman que la ampliación de soberanía puede llegar a convertirse en una cuestión de Seguridad Nacional21.
Por tanto, el enfoque del Realismo podría resultar hoy más pertinente que nunca, ya que, para poder hablar de evitar futuras guerras, es primordial profundizar primeramente en las causas que las originan. Esta teoría se opone a otras como el liberalismo (Idealismo), que frente a esta perspectiva realista, defiende que la asociación, la promoción de valores, las alianzas y los fundamentos del Derecho Internacional, son los únicos elementos realmente eficaces para evitar las guerras22.
Para los realistas, el gran error de la corriente liberal es precisamente el énfasis depositado en la capacidad de las instituciones para atenuar la situación de anarquía del sistema internacional.
El realismo sostiene además que las asociaciones y alianzas interestatales atentan contra la seguridad de los estados al ceder en cierto modo parte de su soberanía por los compromisos y obligaciones que se adquieren. Además, interpreta esos mismos compromisos como siempre frágiles porque tienen su origen en una voluntad particular de los estados, y no así en una voluntad universal instituida por encima de ellos23 24.
Trasladado al caso de EEUU, el partido demócrata siempre habría mostrado una mayor tendencia hacia el multilateralismo defendiendo que las instituciones internacionales ayudan a crear un lenguaje común de relaciones ordenadas, racionales y pacíficas. Además, el gran poder de EEUU le otorgaría el privilegio de escribir las reglas de esas relaciones, institucionalizándolas con sus valores y dominando las decisiones y los resultados25.
Sin embargo, los republicanos (más realistas), siempre reprocharían a los demócratas esa predisposición a sacrificar su soberanía en favor de las organizaciones internacionales26, tendencia que sin duda va a cobrar especial protagonismo hoy con Trump, con ese evidente rechazo al multilateralismo que ya está afectando a la credibilidad la OTAN y a las relaciones de EEUU con sus aliados tradicionales.
No obstante, en un mundo posmoderno, interconectado y sin fronteras se hace irremediablemente necesario actuar como un sistema cooperante y no como estados individuales, especialmente a la hora de enfrentar amenazas transnacionales o compartidas27. Además, el compendio de interacciones y relaciones interestatales debería servir también para limitar las opciones interesadas de los estados28.
Llevado al terreno práctico, la realidad es que a EEUU nunca le habrían afectado demasiado esas posibles constricciones derivadas de la acción cooperativa – y esto va a ser especialmente significativo en la nueva administración Trump – habiendo demostrado ya con creces que EEUU puede actuar libremente en contra de las reglas del orden liberal que ellos mismos fundaron.
Aún con todo esto, y desde una perspectiva realista, los estados deberían aceptar, además de la posibilidad de la guerra, la acción cooperativa siempre y cuando no afecte al equilibrio de poder del Sistema29.
Los desequilibrios del sistema y su impacto en la seguridad
Para que el equilibrio anárquico pueda modularse en el sistema internacional los estados deberían de ser capaces de garantizar por si mismos su propia seguridad (self-help)30. El problema es que el crecimiento de EEUU como hegemón liberal ha ido fagocitando la capacidad de defensa del bloque occidental, quedando su seguridad cada vez más subordinada a la protección del paraguas militar del gigante norteamericano.
Sin embargo, en el contexto actual EEUU ha elegido ser más «temido» que «amado», en una clara alusión a la concepción maquiavélica de que «las relaciones interestatales son más fiables si se dirimen en términos de poder; o más bien, en términos de temor». Y ese temor encuentra su fundamento en la posibilidad que oprime a gran parte de la Comunidad Internacional de dejar de contar con EEUU como gran benefactor y protector sino se atienden las exigencias de la nueva administración.
Esto constituye un problema grave hoy en día sobre todo en el contexto de la guerra de Ucrania, donde el deterioro de las relaciones de EEUU con la UE ha dejado patente la incapacidad de defensa autónoma del bloque europeo ante la amenaza rusa.
Antes de la llegada de Trump, EEUU orquestaba un orden liberal al que proporcionaba beneficios para fortalecer su posición sistémica porque sus intereses nacionales así lo aconsejaban31 (hecho que lo convertía de facto en hegemón liberal).
Este liderazgo hegemónico proporcionaba un orden relativamente estable que solo podía perdurar si se continuaba con el consenso entre los sistemas políticos de todos los estados implicados y una demostrada capacidad de adaptación ante los cambios del sistema internacional.32
Sin embargo esto no ha sido así, y lo que ha provocado finalmente es una fisura en la estructura de equilibrio de poder,33 convirtiendo la «anarquía» en una «jerarquía» de estados dependientes afines al liderazgo estadounidense y del que ha derivado un protectorado que ya está dando evidentes muestras de fragilidad.
Esa fragilidad se produce por la renuncia tácita de EEUU de continuar actuando como hegemón liberal tradicional, en tanto que ya no le interesa empeñar su poder al servicio del mantenimiento de un régimen que ya no sirve a sus intereses nacionales.
Con todo lo expuesto anteriormente, y para destacar la importancia de este enfoque realista, cabría hacerse una segunda pregunta atendiendo precisamente a esa desconexión hegemónica de EEUU en el contexto de la guerra de Ucrania: ¿Qué es lo que más podría temer Putin, los efectos de un posible empleo de fuerza armada con la activación del Artículo 534 de la OTAN, o una reconfiguración defensiva y visible de los estados que la integran? O si se quiere: ¿Qué sería lo más efectivo para frenar las pretensiones rusas, confiar en los fundamentos de los tratados de Seguridad colectiva y del Derecho Internacional, o una clara y decidida apuesta por la disuasión convencional?
Lo que se está poniendo realmente como objeto de debate es que, si se aboga por una política de apaciguamiento con Rusia, o de desarme, o incluso de rendición de Ucrania – y todo a instancias de EEUU – ¿Qué señales estaríamos mandando a Putin?35
Las premisas realistas aplicadas a la Gran Estrategia estadounidense
Como se ha mencionado anteriormente, la primacía de los hechos sobre los propósitos conforma la primera premisa realista que se quiere abordar en el análisis de la Gran Estrategia estadounidense.
Según Edward Carr, precursor del primer gran debate de las Relaciones Internacionales, «la buena teoría no es la que compite contra los hechos, sino la que es capaz de dar cuenta de esos hechos (…) El Derecho Internacional, la noción de Comunidad Internacional, son falacias (…). Los buenos propósitos no pueden prevalecer sobre los hechos».
Por tanto, desde esta perspectiva, las medidas necesarias para mitigar la potencial inestabilidad actual pasarían porque los propósitos, bien promovidos por el Derecho Internacional o alimentados por intereses específicos, no prevalezcan sobre la realidad de los hechos, evitando con ello una combinación de ingenuidad y mala praxis en las acciones que se deriven de la aplicación de la Gran Estrategia estadounidense.
Sobre la base de esta primera premisa realista, es importante tener en cuenta que la verdadera puesta en práctica de las acciones de EEUU en política exterior estará siempre influida por la combinación de tres aspectos fundamentales (todos ellos característicos de cualquier gobierno occidental):
- La ideología y afiliación política de los gobernantes.
- Las tendencias poco continuistas de los gobiernos que se van alternando en el poder.
- La predisposición psicológica de ciertos gobernantes hacia determinadas pautas de actuación.
Es en este último aspecto donde se quiere centrar particularmente la atención por la relevancia que tiene hoy en día. Kenneth Waltz ya hacía alusión al factor psicológico de los gobernantes y su repercusión en el posible estallido de las guerras afirmando que: «El orgullo, la vanidad, la ira o hasta el odio son factores que explican las guerras a modo de una fatalidad de la que no podemos escapar36».
Esta afirmación de Waltz es la que nos lleva a la segunda premisa realista que se quiere poner en valor: «Las pasiones dominan la razón». Esta premisa resulta muy oportuna en el panorama actual por el escenario de incertidumbre que se presenta tras el regreso de Trump a la presidencia estadounidense.
Las implicaciones mundiales que ya estamos viendo con la vuelta de Trump tienen que ver con esa notable impetuosidad, improvisación y carácter antisistema («outsider») que se le atribuye y que lo diferenciaría claramente de sus predecesores37, especialmente en cuanto a la visión del lugar que debería ocupar EEUU en el mundo, y en cómo se tendría que actuar sobre él (o más bien, respecto a él).
En este sentido, existe una obsesión por endurecer la política exterior con China especialmente en el ámbito económico y tecnológico, en tanto que EEUU lo sigue viendo como su máximo rival geopolítico y por tanto la única gran potencia que le podría disputar su hegemonía.
Para poder centrarse en China, Trump afronta su nuevo mandato con la predisposición psicológica – y la tendencia heredada de la Administración Biden – de seguir potenciando su competición con el gigante asiático y de relegar a un segundo plano el resto de asuntos internacionales, empleando para ello una diplomacia coercitiva con aliados y no aliados, que se traducen en medidas de presión económica y militar para acabar de manera tajante con los problemas del mundo y favorecer exclusivamente los intereses estadounidenses.
No obstante, la realidad es que detrás de estas aspiraciones se esconden muchas de las vulnerabilidades que presenta el sistema político norteamericano, especialmente a nivel interno, con esa pérdida de confianza en la clase política que se ha venido viendo en los últimos años y una crisis democrática de donde se deriva la necesidad de elevar las prioridades en los asuntos domésticos.
Es por ello que EEUU necesita imperiosamente dedicarse a los asuntos de política interna y apelar a la cooperación efectiva con sus aliados en los retos internacionales, si bien es cierto que con Trump parece que la tendencia va a ser la de centrarse en una política exterior agresiva a nivel global sin reparar en las posibles implicaciones a nivel doméstico. La combinación de una ambiciosa agenda de política exterior descuidando el enfoque a los asuntos internos amenaza con generar un desequilibrio entre los medios y los fines de la Gran Estrategia estadounidense.
Lo que además es evidente es que EEUU no puede abarcar todos los problemas del mundo actual porque atentaría contra su propia seguridad, especialmente por el carácter transnacional de las amenazas de hoy en día y porque hace mucho tiempo que el gigante norteamericano ya no goza de la protección de sus «fronteras naturales».
Toda esta realidad nos descubre a una gran potencia que tiene motivos para dudar de sí misma38, lo que podría afectar a algo tan idiosincrático del pensamiento político estadounidense como es el mantenimiento de su credibilidad. Esto lo destaca Dominic Johnson en su libro Overconfidence and War, cuando habla de la paradoja que siempre ha perseguido a la Gran Estrategia norteamericana: «EEUU podría ir a la Guerra solo para reafirmar una credibilidad que es la que se supone debería de hacer la guerra innecesaria39».
Por tanto, el hecho de que EEUU perciba que pierde credibilidad a nivel internacional podría tener serias repercusiones a nivel global. La desconfianza que está generando en sus aliados tradicionales podría dar pie a la búsqueda de un reordenamiento de este orden fracturado, y por tanto un futuro relevo hegemónico en el sistema internacional40. Si entre las pretensiones iniciales de China no estaba la de ser el nuevo hegemón, con el nuevo comportamiento de EEUU (el de ejercer una posición dominante sin liderazgo41), se le están dando incentivos para ello.
Por eso la concepción realista de los asuntos internacionales implica la adopción por parte de EEUU de una conciencia situacional de la imagen actual que proyecta sobre el mundo, es decir, de cómo es percibido por el resto de potencias42. Esta conciencia es la que indudablemente va a definir mejor el cómo se debería actuar responsablemente en política exterior, con esa empatía estratégica que es la que va a conformar nuestra última premisa realista.
Esta premisa es la que nos lleva a la necesidad de apelar a la prudencia a la hora de maximizar ganancias relativas que afectaría necesariamente a los intereses estadounidenses, ya que le obligaría a decidir sobre el orden de prioridad de los asuntos internacionales en base a objetivos universales de seguridad y estabilidad.
Desde la óptica estadounidense, esta perspectiva tendría más inconvenientes que ventajas: por un lado, mejoraría la imagen y credibilidad de EEUU a nivel internacional al contribuir de manera efectiva a la seguridad internacional, pero por otro lado descentraría a EEUU del interés preferencial que ocupa China en cuanto a la competición geopolítica que mantiene con el gigante asiático.
No obstante, es importante destacar que esta opción de “re-priorizar” los intereses estadounidenses en favor de la estabilidad global no debe entenderse como la adopción de políticas de «apaciguamiento» (appeasement), para impedir a toda costa la escalada de una crisis en una determinada región. La adopción de este tipo de políticas concedería por ejemplo a Rusia la posibilidad de anexionar territorio ucraniano ya ocupado para acabar con la guerra – lo que, hoy por hoy, parece bastante probable – o en dejar que China acumule más poder e influencia; o incluso en reducir o cortar drásticamente el apoyo a Israel tanto económica como militarmente en la guerra de Gaza.
Estas tres líneas de acción arrojarían una falsa percepción de una paz inmediata y duradera, pero la realidad es que con suerte cesarían las hostilidades solo por un tiempo. La historia nos dice que las políticas de apaciguamiento son una mala inversión de futuro43.
Frente a esta perspectiva de ganancias relativas, lo cierto es que la única lógica que mantiene alejada a las grandes potencias de una posible confrontación es la que podríamos llamar de ganancias «cero»; o si se quiere, la que representa la disuasión nuclear. En esta lógica nadie ganaría «nada»– o todos perderían «todo»– por el principio inmutable de mutua destrucción asegurada. Resulta por tanto paradójico pensar que las armas nucleares contribuyen a la paz Internacional en tanto que su posesión es lo que evita precisamente su uso44.
Durante la crisis de los misiles de Cuba de 1962 – único momento en el que el mundo estuvo al borde de una guerra nuclear –, esta lógica de ganancias cero estaría muy presente durante el proceso de la decisión. Nadie quería una confrontación nuclear pero tampoco renunciar a sus prioridades estratégicas en seguridad nacional. Por eso además de abordar aspectos racionales del proceso de la decisión, también se tuvieron que superar pasiones y sesgos que formaron parte íntegra de aquellos debates.
El mundo era el único actor que podía ganar, pero tendría que ser a costa de que ambos países cedieran en sus intereses. La resistencia a una solución lógica y razonada constituye un ejemplo claro de ese dominio de las pasiones que acompañaron a toda la crisis, ya que, desde un punto de vista estrictamente racional, es difícil de entender que se dejara que la situación escalara hasta los límites a los que llegó sin haber llegado mucho antes a la solución45.
En palabras de Presidente Kennedy: «Es fundamental que mientras defendemos nuestros intereses vitales, se eviten situaciones entre potencias nucleares que fuercen a uno de los adversarios a elegir entre la retirada humillante o la guerra nuclear».
Por eso, a día de hoy, aún cabe preguntarse si en aquellos trece días agónicos en donde el mundo estuvo al borde del holocausto nuclear, fueron los debates «realistas» los que ayudaron a superar la situación, o fue la realidad de la situación la que ayudó a superar los debates.
Conclusiones
La evolución del entorno estratégico y la creciente conflictividad en lo que llevamos de siglo están repercutiendo en una reconfiguración defensiva de los estados y una aceptación definitiva de que la guerra es siempre posible. La llegada de la nueva administración Trump y su ruptura con Occidente no ha hecho sino crear una verdadera conciencia de esta posibilidad, haciendo de ella la necesidad de plantear un enfoque realista para analizar la actual estrategia de EEUU.
Con el Orden liberal fracturado y la seguridad del bloque occidental expuesta, el nuevo mandatario estadounidense representa un caso paradigmático de la búsqueda de soluciones inmediatas a problemas complejos a través de un férreo unilateralismo. Esta tendencia repercute en una mayor concentración de esfuerzo económico y tecnológico en la competición con China, un abandono del proteccionismo estadounidense a Europa, y una guerra arancelaria a nivel global.
Frente a esta forma de ver el mundo, la realidad presenta una conflictividad internacional y una fortaleza de China difícil de gestionar y que está afectando a la pérdida del poder relativo de EEUU, lo que unido a los problemas domésticos y ese carácter antisistema de Trump – que nunca ha dejado de ver enemigos tanto fuera como dentro del propio sistema político norteamericano – arrojan dudas de si nos encontramos ante una potencia en declive o una nueva forma de hegemonía que renuncia a liderar por el interés común y que busca reafirmarse con políticas de «dominación».
La falta de análisis de las causas que originan el comportamiento de los distintos actores, la primacía de las pasiones sobre la razón, y la tendencia a maximizar el poder y las ganancias relativas, alejan toda posibilidad de construir una estrategia efectiva – equilibrada en medios, modos y fines – que devuelva a EEUU a la posición de liderazgo que daba relativa estabilidad al orden internacional.
La opción de contar con una Gran Estrategia equilibrada con el foco puesto en las cuestiones domésticas parece que va a quedar relegada definitivamente a políticas ad hoc, eliminando trámites burocráticos y de generación de debates para el proceso de la decisión que se verán condicionados por la capacidad de improvisación del nuevo mandatario estadounidense.
Esta posibilidad refuerza la idea de que la elaboración de una Gran Estrategia debe basarse en una concepción realista de lo que acontece en el nuevo orden que se está formando, optando por la prudencia y empatía estratégicas y un análisis efectivo sobre las causas que explican la conflictividad global.
La incapacidad de EEUU de resolver la verdadera posición que quiere ocupar en este nuevo sistema y las consecuencias que se podrían derivar de ello, podría llevar a los estados a un reordenamiento que allane el camino a China para erigirse como el siguiente hegemón. La configuración de este nuevo Orden podría confirmar esa gran paradoja que acompaña desde siempre a la Gran Estrategia estadounidense de justificar una guerra por una cuestión de credibilidad.
Gonzalo Rodríguez Suanzes
Capitán de Fragata, DEM
Departamento de Estrategia, Seguridad y Defensa de la ESFAS.
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La Gran Estrategia estadounidense y el realismo en el siglo XXI ¿declive o hegemonía?
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The American “Grand Strategy” and realism in the 21st Century: decline or hegemony?
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