Una revisión del pensamiento geopolítico. La geopolítica del siglo XXI

El pivote geográfico de la historia. Fuente: «Teoría del Heartland», Geopolitical

09 oct 2024

Una revisión del pensamiento geopolítico. La geopolítica del siglo XXI

Federico Aznar Fernández-Montesinos y Andrés González Martín

La complejidad es la marca del siglo XXI. Esta es el resultado de las interrelaciones con las que avanza la globalización; y también de las contradicciones que las nuevas relaciones van progresivamente incorporando. El resultado de este proceso gradual es una dificultad cada vez mayor para la compresión general de un escenario que puede parecer irracional, caótico o evanescente.

Además, como consecuencia de la globalización, el mundo se encamina hacia una forma cada vez más multipolar de equilibrio. Eso sí, una multipolaridad que, por su carácter inestable, parece un nuevo tránsito hacia una bipolaridad diferente a la de la Guerra Fría. Así, las guerras de Ucrania, Gaza o Azerbaiyán, y también otros sucesos clave, como la elección de un nuevo presidente norteamericano, son indicadores de un mundo en tránsito, cuando no incierto, por el espectro de opciones abiertas. A fin de cuentas, la guerra no es sino una reordenación sangrienta y abrupta de las relaciones geopolíticas.

Todo apunta a que los referidos polos serán Occidente y Asia Pacífico; tertium non datur, esto es, Rusia deberá elegir. Occidente perderá aún más poder, económico primero y político después, con el ascenso de nuevos actores internacionales. Mientras, el desarrollo de Asia-Pacífico continuará, aunque solo sea por la masa humana que alberga; con ello alterará, todavía más, los equilibrios geoeconómicos del mundo, lo que se reflejará, a su vez, en un diferente balance de poder y nuevas incertidumbres. Estamos ante dos procesos diferentes y, aunque la apariencia sea otra por estar superpuestos, solo en parte complementarios.

La necesidad de conocer y comprender el escenario internacional en estas condiciones se acentúa. Por eso, a los Estados, administraciones e instituciones se suman empresas, hasta de tamaño medio, que salen al escenario internacional e interactúan con actores de la más variada naturaleza, origen y fiabilidad, en un contexto incierto. Todo esto trae de vuelta a una geopolítica —abandonada desde las postrimerías de la Segunda Guerra Mundial— por su capacidad de simplificación y porque facilita la orientación de grandes y medianos decisores estratégicos al explicar a grandes trazos el entorno. La geopolítica lo hace comprensible, enseña didácticamente, con palabras y gráficos sencillos.

Por ello se potencian herramientas nuevas. como los indicadores de riesgo geopolítico, los cuales han entrado como una variable más en los mercados y se monetizan. O la geoeconomía, que ideada por Edward Luttwak y Pascal Lorot, está dedicada a estudiar los aspectos espaciales y económicos de los recursos naturales. Pero la simplificación, que es la fuente de su capacidad comunicativa, obvia presentar otras opciones posibles y sirve para reafirmar el discurso público. Solo por eso es peligrosa. Debe ser un instrumento más de la caja de herramienta que la comprensión de la realidad precisa. Esta, en absoluto, permite prescindir de otras más profundas y específicas, cuya aplicación se beneficia del conocimiento general que la geopolítica aporta.

Además, la globalización es contraintuitiva. Aproxima las diferencias; y, lo que no sirve para acercar las posiciones, magnifica las discrepancias; hace olvidar lo común mientras la proximidad favorece la confrontación de identidades. De hecho, esa es precisamente la manera en la que progresa, por lo que no es, en absoluto, un fenómeno pacífico.

La geopolítica. Discursos históricos y predominantes1

El conocimiento científico surge en un tiempo y respondiendo a una necesidad. Esto lo enmarca y condiciona; establece así una relación entre necesidad, época y definición. El principio de incertidumbre de Heisenberg se aplica al pensamiento social. Por eso Yves Lacoste afirmaba: «La Geografía es, en primer lugar, un saber estratégico estrechamente unido a un conjunto de prácticas políticas y militares, y son dichas prácticas las que exigen la recopilación articulada de informaciones extremadamente variadas y, a primera vista, heterogéneas, cuya razón de ser e importancia no es posible entender si nos limitamos a la legitimidad del saber por el saber»2.

En fin, en el siglo XVI los valores cristianos dieron cobertura intelectual a la acción conquistadora. Cuando Suárez, al concebir el derecho de gentes, afirmaba su validación por su aceptación mayoritaria, estaba implícitamente excluyendo al incivilizado, al cual se le impone3. En el siglo XIX estos valores fueron sustituidos por otros de signo humanitario y la razón civilizadora, de modo que solo se hablaba de una civilización en singular, a la que se sumarían las demás culturas cuando fueran mayores de edad. Esa superioridad moral, al encontrarse sostenida por el cristianismo motivó que el sistema de relaciones internaciones fuese edificado sobre una concepción eurocéntrica4.

El nacimiento de la geopolítica como disciplina científica se produce entre 1875 y 1945, lo que le imprimirá un cierto marchamo. Esta resulta propia de la rivalidad política interimperial. Estamos ante un poderoso lenguaje de justificación, un discurso que se presenta como científico, moderno, y, por ello, sin fisura alguna. De esta manera, se daba cuerpo doctrinal y legitimidad a la práctica política vigente, el imperialismo; o en su visión negativa, el colonialismo, al que se justificaba en nombre del progreso y el bien común.

De hecho, aparece cuando se intensifican las relaciones internacionales, con una mezcolanza entre fuerza militar, diplomacia, mercado financiero, revolución industrial y técnica. El poder de cada actor se define por un sumatorio de factores de ponderación diferente y variable. Y la geopolítica indicaría la dirección y profundidad del balance total.

Tal análisis global precisa para realizarse de un basamento teórico. Como resultado, desde distintas disciplinas científicas, surgen diferentes escuelas que tratan de explicar tanto cada poder como el balance de su interacción; con ello, daba cuerpo doctrinal y sentido a la gestión política vigente, a la que, de paso, se quiere dotar con ella de justificación, coherencia y predictibilidad. De tal cosa se derivará la aplicación de concepciones darwinistas al ámbito de las relaciones internacionales para justificar la competencia colonial5. Piénsese que su reparto tendría lugar en el Congreso de Berlín en 1882.

La justificación moral vendría con una nueva formulación, la white man burden, la pesada carga del hombre blanco, título de un célebre poema de Rudyard Kipling, el poeta del Imperio. Y es que el aporte de la literatura al paradigma es clave, pues este precisa un relato explicativo que atienda también a los aspectos emocionales de la movilización.

Si los romanos conquistaron el mundo conocido solo para defenderse, las raíces judaicas de Occidente y su evidente supremacía técnica, hacían que la inmotivada utilización del poder no fuera ya del todo suficiente. Se precisaba de un discurso moral que identificase a la propia nación como la elegida y acreditase la naturaleza superior, justa y universal de su modelo, así como la responsabilidad occidental en su difusión. El relato genera el espacio ético que hace posible la acción política; es clave tanto para la movilización como para orientar el poder nacional (instituciones, organismos y empresas) hacia el exterior y, además, en una concreta dirección. Tal cosa se presenta como una suerte de evangelización que es continuadora del pasado al que, ahora, al reformularse, se dota de una concepción global. Primero en términos de religión y luego, tras la descolonización, de modelo político, la democracia.

Esta, en clave interna, sirve como soporte para una completa reconceptualización de la proyección del poder nacional; y también estimula el apoyo de la opinión pública. Así facilita dotarse de los medios para su realización. Y en el ámbito internacional, además de marcar los dominios, sirve para legitimar intereses, demandas y actos. Estas narrativas, en su pugna por mercados y recursos, confrontan entre sí.

En la segunda mitad del siglo XIX, las sociedades geográficas responden a la escasa Terra incógnita y estimulaban la competencia. En clave económica, Hamilton y List contribuyeron a la revitalización y modernización del mercantilismo. Este dará pie a guerras como la del opio para equilibrar la balanza comercial con China estando su comercio prohibido en la metrópoli. En palabras de Bagehot «la naturaleza es roja en diente y garra» de modo que «en cualquier situación del mundo, las naciones más fuertes tienden a prevalecer sobre las otras; y en ciertas peculiaridades especiales, los más fuertes tienden a ser los mejores»6. El mundo está cerrado y el juego es de suma cero.

Entre los precursores de la geopolítica se encuentra el contralmirante Alfred T. Mahan. Su obra más trascendente fue, sin duda, La influencia del poder naval en la historia 1660- 1783. Esta no es, ni mucho menos, un trabajo de investigación -de hecho, no pretende, en ningún momento, ser objetivo y no lo disimula- sino un documento político que se sirve de la historia de un modo reduccionista con vistas a justificar una concreta opción política; no es el punto de partida de la investigación, por más que se presente como tal, sino, más bien, sus conclusiones. La historia es la mejor narrativa por fundarse en algunas verdades y tener un marchamo científico que la legitima.

Y es que uno de los principales valores del almirante es la intuición. Compone su discurso a partir de elementos estratégicos, operacionales e incluso tácticos de los que extrae consecuencias políticas. Para eso emplea el código binario ?bien, mal, todo, nada? para explicar los acontecimientos, un lenguaje extraordinariamente poderoso y sugerente —como todo reduccionismo— obviando de modo partidista y sin más ni mayor explicación, aquellos otros que no encajen con sus ideas o las contradigan, lo cual lo hace muy didáctico. Su apuesta es el poder naval, el control del mar y el comercio reiterando el modelo británico. Mackinder y Mahan suponen un intento de construir la historia del enfrentamiento discursivo entre lo telúrico e inmóvil y lo talasocrático y fluido.

Mahan apuesta por un poder naval, pues considera que prevalece sobre el poder terrestre, por su carácter fluido, sirve a la trasmisión y adaptación del poder. Pretende que las marinas actúen autónomamente. Su trabajo se centra en la importancia histórica del control del mar y su rol histórico. Para ello ofrece un modelo, el británico, cuya historia se toma como referencia y ejemplo, utilizando como contrapunto a España. El poder marítimo se construye sobre un comercio exterior próspero, al que sigue una poderosa marina mercante la cual es defendida por una marina de guerra dimensionada de modo acorde; esta cuenta con bases marítimas para sus navíos y con unas colonias que supongan el aporte de materias primas.

La primera sistematización científica y el propio nombre de la geopolítica (en 1916) se atribuyen, de común, al sueco Rudolf Kjellen. La definía como una «ciencia del Estado como un organismo geográfico, como un fenómeno espacial». Este, en su obra principal, El Estado como forma de vida, dirá: «Los Estados son seres sensibles y racionales como los hombres». Así, nuevamente, se hacía eco de las teorías darwinistas y las aplicaba a las relaciones humanas. Por ello, también considera al Estado un organismo vivo sometido a todos los avatares biológicos. Su dinámica de afianzamiento y expansión es, a su juicio, la base de la geopolítica.

Los alemanes, al poco y con el trasfondo del romanticismo de Herder y su Volksgeist, [espíritu del pueblo] crean la célebre escuela alemana de geopolítica. Sus precursores son los grandes geógrafos germanos del siglo XIX, especialmente, Frederich Ratzer. Este escribe sus bases, las «Leyes del crecimiento de los Estados», que dan a los Estados la categoría de organismos vivientes. Por ello, debían crecer, extender o morirse dentro de «fronteras vivientes». En consecuencia, las fronteras son dinámicas y sujetas a cambio. Así establece una estrecha relación entre medioambiente, medio físico, comunidad humana, nación, estructura política y Estado que en gran medida considera predeterminados. Ratzel, en un discurso que recuerda al «Diálogo de Melos»7, decía:

«… la lucha por la existencia significa una lucha por el espacio… un pueblo superior que invade el territorio de su vecino más débil y salvaje lo despoja de sus tierras, lo obliga a recluirse en espacios demasiado pequeños para subsistir, y sigue invadiendo y apoderándose incluso de sus magras posesiones, hasta que el débil pierde los últimos restos de su dominio y es literalmente expulsado de la tierra»8.

El marxismo, por su énfasis en la lucha de clases, proporciona una tradición geopolítica internacionalista. Considera que el capitalismo está asociado a la búsqueda de materias primas, a la competencia por los mercados y a altos márgenes de beneficios. El problema de la economía de mercado se deriva de sus contradicciones internas, de no haber resuelto unos déficits estructurales que provocan unas crisis periódicas cada vez más frecuentes e intensas. Su alianza con el nacionalismo dará lugar al imperialismo; así pretende ampliar el mercado para resolver esta contradicción y, adicionalmente, obtener materias primas. El imperialismo no surge del orgullo nacionalista, que es solo un instrumento, sino de la oligarquía industrial.

Hobson, un liberal, en El imperialismo (1902) deducía que el capitalismo choca con una dificultad interna insuperable: la distribución desigual de la riqueza; esta desemboca en una falta de consumo por parte de una población empobrecida; la falta de consumo, a su vez, deriva en superproducción y desanima la inversión de las clases altas. Para salir de este círculo vicioso se apuesta por disponer de colonias que absorban los excedentes de producción y aporten recursos9.

Lenin considera al imperialismo la fase superior y última del capitalismo; la consumación del monopolismo. Y es que en esta fase la socialización de las fuerzas productivas es gigantesca, al igual que la concentración y centralización de capitales. Con ello se liquida la libre competencia, se consolida el dominio mundial de las potencias y se extrema la apropiación de la riqueza mundial por una minoría. Por eso Rudolf Hilferdin afirmaba:

«… el postulado de una política de expansión revoluciona toda la ideología de la burguesía. La burguesía deja de ser pacífica y humanitaria. Los antiguos librecambistas creían en el libre cambio no solo como la mejor política económica, sino también como el comienzo de una era de paz. El capitalismo financiero ha abandonado desde hace mucho tiempo una noción semejante. Lejos de creer en la armonía de los intereses capitalistas, sabe que la lucha entre competidores se aproxima cada vez más a una batalla política por el poder»10.

Idea que también es sostenida desde las antípodas ideológicas. En este sentido, Bismarck decía que «el mercado libre es el arma del más fuerte»11 mientras el mariscal Foch afirmaba que «se abren nuevos mercados a cañonazos»12, lo que sintetizaba el general Smedler Butler, al decir que «la bandera sigue al dinero y los soldados siguen a la bandera». En palabras de Harold Laski: «Los hombres… han podido utilizar su gobierno para proteger sus intereses; y en un último análisis el gobierno se identifica de tal modo con el inversionista que un ataque a su beneficio se equipara con una amenaza al honor nacional… las fuerzas armadas son, en efecto, el arma empleada por el inversionista para garantizar su privilegio»13. Este pensamiento enlaza con la teoría de la dependencia y hasta con la decolonialidad.

Mackinder en El pivote geográfico de la historia (1904) se centró en lo que denominaba la «isla mundo» —la región formada por Europa, Asia y África— y que consideraba la esencia del poder mundial. Estudiando los grandes procesos históricos dedujo algunas constantes que consideró fruto de una relación orgánica con el territorio. Así, dividía el planeta en un «área pivote» que, más tarde, llamaría «tierra corazón» planetaria o «Heartland»; esta es la zona donde se podría acumular mayor potencia económica política y militar. Por fuera se encontraría la «medialuna insular» o «anillo marítimo», el cual se encontraba integrado por los continentes exteriores de claro valor marítimo y en los que incluía a Reino Unido o Japón. Y entre ambas, la «medialuna marginal» a modo de zona de separación; esta abarcaría la Europa centro-oriental, los países mediterráneos y Oriente Medio y toda la franja oceánica asiática; el resto del espacio lo integró en un «anillo exterior». Según Mackinder, si algún país de la medialuna marginal consiguiera dominar la zona pivote, su poder sería superior al poder marítimo de la medialuna insular y, por tanto, dominaría el mundo14.

La clave es una concreta y vasta región, la tierra corazón, que consideró el pivote cuyo dominio posibilita el de todo el continente y, con ello y a su vez, el control de la política mundial. Y es que, quien domine Europa Oriental dominará la tierra corazón, quien domine la tierra corazón dominará la isla mundial y quien domine la isla mundial dominará el mundo. Estamos ante una región que ni puede ser invadida ni es susceptible de un bloqueo naval. Por ello, en el caso de que su control no resulte posible, debe ser impedido a terceros. Conforme a esta lógica, la historia es una suerte de lucha entre potencias marítimas y continentales15.


Imagen: El pivote geográfico de la historia. Fuente: «Teoría del Heartland», Geopolitical Site, https://geopolitica.site/teoria-del-heartland-de-mackinder/eoría

Los que vienen después, Karl Haushofer u Oswald Spengler van a acentuar la apuesta por el ya referido carácter orgánico del Estado. De hecho, Haushofer definía la geopolítica como «el estudio de las grandes conexiones vitales del hombre de hoy en el espacio de hoy y su finalidad es la inserción del individuo en su medio natural y la coordinación de los fenómenos que ligan al Estado con el espacio».

Militar, su vida marca los avatares de esta ciencia. Haushofer tuvo mucha influencia en el partido nazi; de hecho, en 1919 fue miembro fundador del Partido Obrero Alemán. se apartó del dictado del nazismo que le había encumbrado, sufrió cárcel por su eventual participación en el atentado de Claus von Stauffenberg y uno de sus hijos fue ejecutado al final de la guerra. Encarcelado por los aliados y juzgado en Núremberg, fue declarado inocente, pero, hostigado, acabó por suicidarse con su mujer en 1946.

Consideraba que el mundo se encontraba divido en cuatro panregiones, dotadas cada una de ellas de un núcleo industrial —el cual actuaría como potencia hegemónica—, así como de unas zonas proveedoras de productos primarios, el lebensraum, el espacio vital. Estas son una Pan-América regida por Estados Unidos; una Euráfrica bajo la égida alemana; una Pan-Rusia conducida por este país y un Asia Oriental guiada por Japón.


Figura: Panregiones de Haushofer. Fuente: VV. AA. Conferencia geopolítica. Concepto y evolución. ESFAS, 2011.

El totalitarismo instrumentó la geopolítica para reforzar sus argumentos políticos que eran presentados como irrebatibles imperativos científicos. El resultado fue la degradación de la geopolítica a la condición de una argumentación pseudocientífica. Y contribuyó a ese divorcio entre la geografía académica y la propia de los Estados Mayores, del que habla Lacoste. Algo que, por otra parte, también sucede con la historia, y no solo por cuestiones de rigor metodológico. Y es que áreas de conocimiento como la geografía, la geografía política, la geopolítica o la historia, entre otras, son también disciplinas estratégicas, es decir, están orientadas a la acción y no solo a la disquisición.

La revaluación de la geopolítica vino de la mano de Nicolas Spykman con su trabajo Los Estados Unidos ante el mundo, en un momento, 1942, en que el país se debatía entre el aislamiento y la intervención. Definía la geopolítica como «el planteamiento de la política de seguridad de un Estado, en términos de sus factores geográficos».

Para Spykman, al igual que para Mackinder existe un «Heartland» pero este ya no es invulnerable, toda vez que puede alcanzarse por medios aéreos, reubicándolo más hacia Siberia. Por eso resaltaba la relevancia del «anillo marginal», la zona de circunvalación, a la que denominó «Rimland». Y es que, durante la Primera y Segunda Guerra Mundial, la batalla decisiva no se libró en el «Heartland», sino, más bien, en las riberas y tierras del «Rimland». Por ello dedujo que, controlando esta zona —lo cual puede hacerse desde China, Alemania o la India—, se dominaba la tierra corazón; de este modo también se impide que la potencia que la domine se expanda, y, al hacerlo, se están controlando los destinos del mundo. América del Norte y del Sur quedaban fuera de este esquema y disponen de capacidad para actuar exteriormente.

Y es que Spykman contemplaba cinco islas continentales. En el hemisferio norte: Norteamérica y Eurasia y en el sur: Sudamérica, África y Australia. Admitía la superioridad terrestre y demográfica de Eurasia, pero daba por sentado una mayor potencia económica y militar a Norteamérica con vistas a la aplicación del poder.


Imagen. La geopolítica de Spykman. Fuente. VV. AA. Conferencia de geopolítica. Curso de Estado Mayor de las FAS, 2011.

Consecuentemente, ya no se trataba de controlar la tierra corazón, bastaba con cercarla. De esta doctrina saldría la política de contención, de cerco y contra cerco de la Guerra Fría. Esta llevaría al fortalecimiento del Rimland y serviría de base tanto al Plan Marshall como a la Doctrina Truman16, dominando así ideológicamente la Guerra Fría.

Esta encarna un permanente conflicto sistémico-ideológico por la organización político- económica. La Zhadonov se enfrenta a la doctrina Truman. El orbe se divide en tres mundos siendo el tercero de ellos —las antiguas colonias y Estados «no alineados»— el objeto de la pugna entre dos bloques —primero y segundo mundo— con propuestas ambos universales. Mientras el conflicto se naturaliza utilizando para la pedagogía conceptos tan importantes como contención, efecto dominó o estabilidad hegemónica.

Tras su fin, las principales propuestas geopolíticas vendrían de la mano de Samuel Huntington, Francis Fukuyama, Zbigniew Brzezinski y Thomas Barnett que cambian tanto la lógica como las claves de la aproximación geopolítica.

Una civilización es un concepto amplio que Huntington define como una «entidad cultural... el nivel más amplio de identificación»17. Su tesis es que «las grandes divisiones del género humano y la fuente predominante de conflicto van a estar fundamentadas en la diversidad de las culturas... el choque de las civilizaciones dominará la política mundial; las líneas de fractura entre las civilizaciones serán las grandes líneas de batalla del futuro»18. Es decir, las civilizaciones se han constituido en la definición de la identidad colectiva y dividen el mundo en grandes bloques, en cuyas líneas de fractura se produce la fricción y el conflicto.

Huntington identifica el «nosotros» en las civilizaciones, pues considera que las diferencias más relevantes entre pueblos no son económicas, políticas o ideológicas sino de signo cultural; de modo que, aun manteniendo el Estado su vigencia, las relaciones internacionales se sustentan en un equilibrio entre las civilizaciones. De hecho, considera que el conflicto se instala en las líneas de fractura que separan las siete civilizaciones (la occidental, japonesa, hindú, africana, ortodoxa, latinoamericana, islámica o budista) en que se divide el mundo. Además, considera que yuxtapone cada vez más a miembros de diferentes culturas motivando una reflexión sobre su identidad.

Además, considera que, a partir del Tratado de Westfalia, en 1648, hasta 1793, las guerras eran conflictos entre príncipes; desde esa fecha y hasta la Primera Guerra Mundial las guerras lo fueron entre Estados; desde entonces y hasta la caída del comunismo el conflicto se sustanció entre ideologías. Príncipes, naciones e ideologías se ven ahora sustituidos por civilizaciones. Esto se explica por las evidentes e insalvables diferencias existentes, junto al hecho de que el mundo se haya quedado más pequeño, por lo que «las interacciones entre pueblos y gentes de diferentes civilizaciones intensifican la conciencia de civilización de los individuos y esta a su vez refuerza diferencias y animosidades»19 al tiempo que los procesos de modernización despojan a los hombres de sus antiguas identidades. En este marco, una civilización como la occidental que se presenta como universal, entra en colisión con el particularismo de las otras civilizaciones que toman conciencia de sí mismas y comienzan a convertirse en sujetos de una dinámica de la que antes solo formaban parte las naciones occidentales.

Sucesos como los acaecidos en Chad, Sudán, Somalia, los enfrentamientos entre Pakistán e India, Ucrania, Israel o el conflicto de los Balcanes corroboran la tesis. Como Grundy subraya «el orgullo cultural, a menos que sirva a todos sus compromisos, puede muy bien ser más pernicioso que el orgullo racial; funciona bajo la pretensión de no ser discriminatorio y arbitrario y estar dispuesto a admitir cierto cambio social»20.

Del trabajo de Huntington puede inferirse que los niveles de conflictividad con Occidente se incrementarán, pero también que es improbable que se produzca un auténtico choque de civilizaciones; lo que sí son factibles son las colisiones en todo el margen de las líneas de fractura, razón por la que postula un orden internacional basado en las civilizaciones.

Fukuyama21, siguiendo la estela de Hegel y Marx22, señala una dirección para el avance de la sociedad gracias al desarrollo de la ciencia; así el optimismo del siglo XIX da paso a dos guerras mundiales que dejaron entrever el lado oscuro de un avance sin un progreso moral paralelo. En este marco, surge la idea de D. Bell sobre el crepúsculo de las ideologías, la reducción del espacio para la auténtica diferencia política.

El fin de las dictaduras y el colapso de los regímenes comunistas vinieron a replantear el sentido determinista de una historia condicionada por la ciencia moderna: «Si el dominio de la ciencia natural moderna es progresiva e irreversible, entonces la historia es direccional y las diversas consecuencias… son también irreversibles». Fukuyama considera que la ciencia conduce al capitalismo, que se convertirá en universal.

Pero el auténtico motor de la historia son los instintos naturales junto a la necesidad de reconocimiento inherente al ser humano. Este deseo de reconocimiento se presenta de dos formas un deseo de ser reconocido como superior a los demás –megalothymia— o el deseo de ser reconocido como igual a los demás –isothymia—. La megalothymia ha sido causa de convulsiones23 y no permite resolver las contradicciones que genera en las sociedades. Para Fukuyama «el señor desea el reconocimiento de otro ser humano, es decir, el reconocimiento de su valor y dignidad humana por otro ser que posea valor y dignidad: pero al vencer… se encuentra reconocido por alguien que es esclavo». Tal situación constituye pues, una tautología imposible.

A su juicio, a pesar de las dificultades (representadas por la cultura, el nacionalismo o la religión), la democracia liberal consigue superar las contradicciones internas que plantea amparada por el desarrollo económico fruto del régimen económico capitalista. Las razones se encuentran en «primero su racionalidad porque reconcilia la exigencia de reconocimiento del individuo como ser humano. Segundo su universalidad porque reconoce a todos sus miembros como iguales, con independencia de la ideología, raza o creencia. Tercero su homogeneidad porque crea una sociedad sin clases»24. Como la adquisición de tal estado es progresiva, coexistirán simultáneamente un mundo histórico junto a uno posthistórico; entre ambos no existirá relación, pero eso no quita que existan problemas; mayoritariamente por los recursos, la tecnología y las migraciones.

Brzezinski, por su parte, ya consideraba en 1997 que la clave del dominio mundial se ubicaba en Eurasia por su población y recursos. Por eso Estados Unidos, cuya posición geopolítica es privilegiada, debía asegurar su preponderancia en dicho continente. Para extender el mayor tiempo posible la Pax Americana es preciso mantener un vínculo con una Europa extendida hacia el este y mantener la pluralidad en el tablero euroasiático.


Imagen. El gran Tablero Mundial. Fuente. CAIRO, Heriberto. Conferencia «Geopolítica». Curso de Estado Mayor 2010.

Para Barnett, autor de El nuevo mapa del Pentágono, como Heriberto Cairo subraya, la globalización, por más defectos que pueda tener, conduce a gobiernos estables y políticas exteriores previsibles y pacíficas. A su juicio, los problemas proceden de aquellos Estados que se resisten a la globalización. El «centro funcional» estaría caracterizado por su integración gracias a «la conectividad de redes, las transacciones financieras, los flujos de informaciones mediáticas y la seguridad colectiva». La «brecha no integrada» carecería en diferentes grados de estas características lo que conduciría a regímenes ineficientes y subdesarrollo reclamando que Estados Unidos «exporte seguridad» a la brecha para integrar y conectar esas regiones con el centro.


Figura. Readaptación de la falla de Barnett a la actualidad. Fuente: Rivista italiana di geopolítica. https://www.limesonline.com/ (consultado el 30/8/2024)

Las diversas geopolíticas. La geopolítica y los mapas

Los modelos y juegos geopolíticos son exportables porque las constantes históricas lo son igualmente. No obstante, dan pie a distintas geopolíticas que dependen todas de la referencia adoptada. Jaime Vicens Vives, en su Tratado general de geopolítica, consideraba que la geopolítica, definida por él como la doctrina del espacio vital, resumía tanto los resultados de la geografía histórica como los de la geografía política, en una síntesis que intentaba aplicar a la consideración de los sucesos políticos y diplomáticos.

Para Ratzel, al contrario que para otros geógrafos, la geografía política es hija de la humana. En cualquier caso, ambas están en relación con la geopolítica. Y es que ambas estudian la relación entre los factores físicos y humanos, algo que ya había constatado Montesquieu en su célebre El espíritu de las leyes. La cuestión es que la geografía es estática, descriptiva y está dedicada a estudiar relaciones; es por ello una herramienta auxiliar más. Pero la geopolítica va más allá. Esta es dinámica, muestra interacciones y sus postulados; además, sirve para plantear, explícita o implícitamente, una propuesta completa. Así, facilita la prospectiva y, al hacerlo, ayuda a la decisión.

Heriberto Cairo habla de tres geopolíticas. Una geopolítica teórica: formada por teorías geopolíticas, enfoques, visiones y doctrinas de comportamiento geopolítico producidas por académicos universitarios, miembros de think tanks, etc. Una geopolítica práctica formada por narrativas, discursos políticos y prácticas diplomáticas y militares del Estado en el ejercicio y acción de la política exterior, determinando los distintos códigos geopolíticos que estructuran el sistema internacional. Y una geopolítica popular y formada por expresiones de la cultura popular, que actúan como fuentes de comunicación de los imaginarios geopolíticos, asegurando su circulación y consumo25.

En fin, decía Heráclito que «el carácter de un hombre es su destino», una sentencia que hacía suya Margaret Thatcher, aunque sin referirse a su autor. Y Napoleón apostillaba que «un Estado hace política de su geografía». Carácter y geografía, la suma de elementos racionales e irracionales son los que igualmente determinan el futuro del Estado-Nación. Atendiendo a esta lógica, los éxitos de España no son casuales, sino que se encuentran en relación con este hecho: su geografía y el final de la Reconquista, es decir, con una nueva visión y una nueva frontera, que había servido para la forja de un carácter. No se descubrió América por casualidad, sino, y, ante todo, porque se daban las condiciones objetivas tanto en términos geográficos como de empuje social.

En el caso norteamericano es apropiado, además, trasladar Lebensraum de Haushofer. Y es que la expansión continental del reducido espacio de la costa atlántica ocupado por las trece colonias originarias, las llevará a alcanzar el Pacífico; y la doctrina Monroe señalaba el resto de las américas como objeto de su interés. Su culminación, el cierre terrestre de su frontera, dará paso a la propuesta de Mahan con la que se da una dimensión global a una aspiración que antes no había mostrado aún su pulso.

La mitificación de la conquista del Oeste y la nueva frontera de Turner —en la que se va a ir forjando también el carácter estadounidense— inspiraría el sueño expansionista de Hitler. El germano, en los albores de la Operación Barbarroja, se refería al Este de Europa como el Far West alemán. Ian Kershaw26, en su prestigiosa biografía, ponía en boca del dictador nazi tal analogía mientras daba cuenta de su gusto por las películas y novelas del Oeste. Si en los Estados Unidos la presión social y política había elaborado una ficción épica de la conquista del Oeste, Alemania haría lo mismo y eso adicionándole extremismo racial como factor de frente a una civilización como la rusa que sería calificada de «subhumana».

La geopolítica estudia el poder desplegado sobre un gráfico, sobre un plano. Es la ciencia de los gráficos. Como resultado, incorpora distintas soluciones en función del marco escogido, de las referencias con que se ha elaborado. El punto de partida del análisis geopolítico es que este se construye desde una atalaya, desde un observatorio. Si se modifican sus coordenadas, si se varía la posición física o intelectual del observador, el momento o su particular psicología, si cambia el tiempo, el espacio o la cultura, el producto geopolítico será otro. Inevitablemente, incorpora una subjetividad en la que no son desdeñables las fijaciones históricas y los relatos. En la referencia está escondido todo. La geopolítica es, por lo tanto, una construcción dinámica; de hecho, es un producto de cada momento histórico. Y, al mismo tiempo, una simplificación.

Como ejemplo, basta con ver la filmografía del agente 007 para constatar la evolución geopolítica del mundo desde una perspectiva anglosajona. Y eso mientras se dota de poder y relevancia a la acción política del Reino Unido, se afianza su «relación especial» y cuasi paritaria con Estados Unidos. Y, además, se hace pedagogía y se fijan conceptos clave de las relaciones internacionales. Con ello se constata el modo en que cambia la geopolítica y la visión geopolítica de los grandes actores con el tiempo. Y también cómo la geopolítica, en forma de relatos influye en la política internacional.

Por eso lo primero es identificar al observador y su posición, levantar sus coordenadas y conocer su cultura, los ojos con los que se mira al mundo; y su contexto y la valoración histórica del entorno. No hay así una única geopolítica sino muchas, tantas como referencias, y, además, estas varían con el tiempo. Y confrontan en el medio internacional, lo que las hace dialécticas, fruto de un interaccionar.

Controlar la referencia es controlar la imaginación y al mundo. Por ejemplo, hay estudios que señalan cómo, a consecuencia de su producción cinematográfica, se modificó la percepción de la contribución de Estados Unidos en la Segunda Guerra Mundial en detrimento de la URSS. En este sentido, para los franceses la contribución a la victoria de Estados Unidos y la URSS se invirtió pasando a ser del 20 % y 58 % respectivamente en 1945 a serlo del 58 % y el 23 % en 2001; al final es solo la percepción lo que cuenta, tanto en la memoria como en el poder; así se reescribe la historia27. Y es que no era preciso ganar la guerra de Vietnam si a posteriori se pueden crear personajes como Rambo, con tal fuerza dramática que pueden capturar o trasformar la realidad misma.

En esta lógica, hoy todos los países que aspiran a ocupar una posición de poder (Turquía, Malasia, China, India…) hacen películas tipo G.I. Joe mientras se preocupan de difundir su historia y su vida social, según su propio y particular punto de vista, en la gran pantalla. China, el imperio del centro, durante siglos ha estado encerrada entre sus murallas y el mar. Ahora, con la nueva globalización, y, significativamente, desde 2013, está cambiando su visión el mundo, aunque todavía no está del todo claro, como pretende relacionarse con él. Por su parte, Rusia se replegó sobre sí misma después de la desintegración de la URSS, pero una vez recobrado el equilibrio y, tras reposicionar al Estado, vuelve a mirar al exterior, a su espacio proximal, con apetito.

Y es que un Estado incorpora elementos definitorios: territorio, población, administración y régimen político. A ellos se incorporan múltiples elementos esenciales más: cultura, empresas, industrias… La representación de tales dimensiones da lugar a un producto multifactorial de elementos que no resulta fácil de aprehender. No obstante, cuando se escogen algunos de ellos y se elabora un gráfico, un mapa, se ofrece una plasticidad muy significativa en términos de comunicación política. Lo cual es, dicho sea de paso, cuanto la geopolítica demanda.

Los mapas son importantes, pueden llegar a ser muy sugestivos al representar una cosmovisión con una imagen geográfica, que, siendo verdadera, trasforma en verdad lo que solo es una propuesta. Tal cosa sucede al normalizarla o naturalizarla. Entre el observador y el objeto se establece una relación dialéctica. Estamos ante una manera de situarnos y situar a los demás y, con ello, una manera de representarnos y representar a los otros. Por eso es una forma de entender el mundo; pero también es la forma en que el observador se entiende a sí mismo. Y es que la forma de mirarlo es también la forma de representarlo y su recíproca.

Lo que acreditan los mapas escogidos son, por un lado, las referencias implícitas a cualquier eventual juicio de valor; y, por otro, posibles líneas de actuación. Por eso a partir de las representaciones también podemos identificar las preferencias, las prioridades, los intereses de quienes las eligen. Como subrayaba Vicens Vives: «Si la geopolítica puede llegar a ser un arma peligrosa de propaganda, es por la difusión extraordinaria que los mapas sugestivos dan a cualquier hecho histórico o geográfico».

La difusión de la geopolítica ha sido particularmente relevante en el mundo militar por su necesidad de comprensión de la situación. Y es que, en general, los militares ?aunque no solo ellos, ya que esta postura es muy común en quienes cuentan con formación técnica? prefieren ver y tocar a oír y gustar. Las presentaciones militares suelen ser muy brillantes y convincentes, se han acompañado siempre de mapas, colores, símbolos de todo tipo para representar toda clase de unidades, flechas rojas o azules, punteros, dibujos, fotografías, películas y ahora con las nuevas posibilidades de la informática y del PowerPoint mucho más. Nos encantan los cajones de arena, los bancos de pruebas y la simulación porque es la forma de reducir la realidad a modelos más simples y manejables y, por tanto, operativos, útiles.

El elemento de referencia del oficial por antonomasia no es lo estratégico ?este queda reservado para el general o, incluso, para el político; y además se muestra demasiado inconcreto? sino el operativo, tangible, claro; el buen oficial es «operativo», decide, resuelve. Tal es su formación: su tendencia natural es hacia lo concreto, lo útil, y en el plano temporal hacia el corto plazo, que tiene el riesgo de lo epidérmico. Necesita para contextualizar los pocos datos que la geopolítica le ofrece; y no más.

Poner en relación la ambición política desmedida con un plano, es muy peligroso sobre todo si, además, se construye un sistema de postulados y una terminología que le proporcione cobertura intelectual. Es más, hay autores que consideran que la geopolítica o la geoeconomía son inadecuadas por dos razones fundamentales: son demasiado simples y están anticuadas. «Simple porque trata de explicar el poder mundial solo en términos de dos factores, el económico y el militar; anticuado, porque desdeña el creciente papel de los conocimientos… La humanidad no está penetrando en la era de la geoeconomía sino en la geoinformación»28. Contra del carácter implícito de la propuesta, no existen determinismos ni geográficos ni de otro tipo, pues el resto de las circunstancias son diferentes y la trasposición de modelos no atiende a ellas.


Figura: Mapas construidos sobre diferentes referencias. Fuente: VV. AA. Conferencia «Geopolítica», Curso de Estado Mayor, ESFAS, 2011.

Como refiere y enfatizaba siempre Andrés González Martín, maestro en mapas, «… en el mapa hay un arriba y un abajo, un centro y una periferia. La elección no es caprichosa y tiene sus efectos. La primera visión eurocéntrica coloca a Europa arriba; y nos hemos acostumbrado a verla así, encima de África y en el centro del mundo. El Pacífico no existe, está roto, la línea de fractura donde el mundo se rompe está en el Pacífico, que además aparece como un espacio periférico. Vemos dos masas continentales unidas por un eje, el Atlántico. En el mapa más a la derecha el protagonismo es americano, una posición central y arriba Estados Unidos, América el eje que une el mundo a través de los océanos. Es una visión que no solo coloca a EE. UU. en el centro o arriba, sino que además hace de los océanos la clave porque lo que rompemos no es el Pacífico, sino esta vez la masa continental euroasiática. En la imagen de abajo a la izquierda el protagonismo le corresponde al Pacífico. El mundo en el que vivimos ha convertido en un tópico la noticia de que el centro de gravedad del mundo se desplaza del Atlántico al Pacífico. Quien gana aquí es Asia, China y Japón salen de la periferia y entran en una posición central. El cuarto mapa nos resulta extravagante. África y Brasil el centro o arriba. ¿Tiene sentido esta visión? Resulta algo desordenada tanto como, incluso, para entenderla como una manera provocadora de llamar la atención. El quinto enfrenta a Estados Unidos y Rusia por el centro y enfatiza su rivalidad».

La verdad según Aristóteles supone la adecuación de las ideas a la realidad. El mapa es una propuesta política que trata de representar el mundo o una parte de este. Por eso Henry Kissinger decía: «En mis tiempos en el campo de la diplomacia, siempre supe cómo juzgar a primera vista a los dirigentes extranjeros a quienes visitaba: de todos ellos, solo merecían mi respeto los que tenían en su despacho algún tipo de mapa». La presencia del mapa viene a decir que quien lo usa tiene una propuesta política. Esta se encuentra implícita en las referencias y temática elegida. El mapa no es así más que una propuesta simplificada que este presenta o asume.

Estudio de caso. La geopolítica norteamericana

La gran preocupación de Estados Unidos, tras su independencia y consolidación nacional, era tratar de impedir que una potencia ajena al continente pudiera disputarle su hegemonía sobre las Américas. Ante su nueva situación, crea un discurso fundacional presentándose como una nueva tierra, la de la libertad, la de las oportunidades y la patria de los valientes. Se trataba de comenzar de nuevo, crear un nuevo modelo político sostenido por otra escala de valores. Para eso precisaba distanciarse de Europa, sus conflictos y su Antiguo Régimen. No obstante, para garantizar su legitimidad, presentaba su apuesta como una suerte de retorno al pasado escenificado mediante el estilo arquitectónico palladiano que lo ligaba a la república romana; y, con ello y con todo, también buscaba ser reconocida como la ciudad bíblica asentada en lo alto de la montaña, recuperando sus orígenes religiosos y sumándolos así a su proyecto. Por eso, en un célebre discurso considerado su testamento político, George Washington sostenía:

«Europa tiene un cierto número de intereses que le son propios y que no tienen relación, o solo una relación muy indirecta, con los nuestros; así pues, se encuentra frecuentemente enredada en querellas que nos son naturalmente extrañas. Ligarnos por lazos artificiales a las vicisitudes de su política… sería obrar con gran imprudencia… Nuestro aislamiento y nuestra lejanía nos invitan a adoptar una conducta contraria y nos permite seguirla. Si seguimos formando una sola nación regida por un gobierno fuerte, no estará lejos el día en que no tendremos nada que temer de nadie. Entonces podremos adoptar una actitud que haga respetar nuestra neutralidad; las naciones beligerantes, sintiendo la imposibilidad de obtener nada de nosotros, temerán provocarnos sin motivos, y nosotros estaremos en posición de escoger entre la paz y la guerra, sin más guía para nuestras acciones que nuestro interés y justicia».

Tras la guerra con España (1898), su alma está fracturada en cuanto se refiere a varios capítulos sustanciales, uno de los cuales, es sin duda, su política exterior. De hecho, la dualidad Trump-Biden o Harris no es pura casuística, sino una expresión más de este hecho. El propio Kissinger en el primer capítulo de su clásico, Diplomacia, sostenía que, históricamente, Estados Unidos ha pivotado entre dos propuestas de política exterior antagónicas: aislamiento e intervencionismo. Y la posición respecto de Europa es la clave de bóveda, el pivote geopolítico de la bipolaridad de su política exterior.

La suma de tan contradictorias actitudes define todo un esquema canónico conformando un espectro de opciones excesivo por dificultar la predictibilidad con que deben contar los aliados. De un lado, una mirada introspectiva y centrada sobre sí mismo como sujeto- objeto aislado e irresponsable que escenifica bien el asalto al Capitolio; y otra, de difusión y expansión de sus valores. Intereses y valores, con todas las contradicciones inherentes a la mezcla de conceptos pertenecientes a planos distintos —comenzado por su carácter de potencia redentora o imperio— son una praxis pendular en la formulación de la política exterior norteamericana que, en la práctica, los combina. Pero que introduce dudas y tensiones entre los aliados al presentar sus posiciones como vacilantes y no fiables en clave de futuro.

Este modelo dual, esclarecedor y simplificador al mismo tiempo, puede valer solo si entendemos que los Estados Unidos empezaron a tener historia diplomática a partir de la presidencia de Theodore Roosevelt. Consideración compartida por Kissinger que comienza su Diplomacia descubriendo el giro político de la presidencia de Theodore Roosevelt hasta la del presidente Woodrow Wilson. Es decir, estas dos escuelas de pensamiento, que expresan el retraimiento o el compromiso con la sociedad internacional y su liderazgo existen y están en pugna desde 1898.

Pero, conforme EE. UU. crecía en porcentaje de PIB mundial, con el interés derivado, cambia la panorámica del mundo y, con el cambio, el papel de los norteamericanos en él. La originaria política aislacionista de la puritana república muta para proyectarse y encontrar en el intervencionismo una forma adicional de seguridad; así protege unos valores e intereses que ya alcanzan todo el mundo y lo erigen en potencia redentora. Una antigua colonia busca liberar el mundo y, de paso, ofrece seguridad a sus intereses.

Kissinger pone en valor así el punto de inflexión entre lo que era la orientación tradicional de la política norteamericana, hasta entonces, el aislamiento; y la nueva disposición que le anima a mirar más allá. Después de la Primera Guerra Mundial el Congreso autorizó al presidente a incorporar a los EE. UU. a una Sociedad de Naciones que había sido auspiciada por la propia Administración norteamericana. La Segunda Guerra Mundial provoca un cambio de orientación. Ya no solo no se rechaza el compromiso con Europa, sino que se pretende su regeneración. Después de la Segunda Guerra Mundial se rompe el viejo molde continental y Estados Unidos, inevitablemente, asume su condición de superpotencia con intereses globales. No en vano, estas dos guerras suponen sendos recambios sucesivos de las claves geopolíticas de la sociedad internacional.

Las bases de la apuesta por el exterior las había situado el ya citado almirante Mahan que creó una escuela de sombra alargada. Así Henry Stimson Crowl, secretario de Guerra con Franklin Roosevelt ponía en valor: «La peculiar psicología del Departamento de la Marina de los Estados Unidos, a menudo parecía abandonar el reino de la lógica para introducirse en un confuso mundo religioso, en el que Neptuno era su dios, Mahan su profeta y la US Navy la única iglesia verdadera»29.

Su pensamiento enlaza la «Doctrina Monroe» con el Big Stick del presidente Theodore Roosevelt perfeccionando la propuesta del «Destino Manifiesto», originalmente orientada hacia las Américas. Mahan la convierte en una formulación para el mundo; para ello lo justifica en la difusión de la democracia, utiliza como herramienta el poder naval, e incide en el comercio como fundamentación material.

Subió así al país a una nueva atalaya desde la que plantea el mundo como una unidad cerrada. Este se podía representar colocando en el centro a los Estados Unidos de América abrazando al resto con los océanos, el global commons que permite hacer fluir su poder y que este se adapte a la tierra a la que alcance. Por eso es el apóstol del poder naval. Eleva a este por encima de cualquier otra forma de acción militar, y, aunque posiblemente sin adivinar su trascendencia, puso con ello la primera piedra de una escuela que acabaría por romper con el aislamiento del país. Además, se aproximó al concepto de interés nacional como clave para la articulación de la política exterior y fue el autor de términos ampliamente difundidos como «Oriente Medio».

Su pensamiento en relación con Estados Unidos se centra sobre tres conceptos geopolíticos. En primer término, el país habría de dotarse de una flota y controlar el entorno cercano, para luego hacer presencia naval en aquellas más alejadas del territorio norteamericano. Es esencial, pues, una flota capaz de actuar a nivel global. Con el fin de conseguir ese efecto es imprescindible la capacidad de conexión entre los dos mares del país continente. Por eso apoyó la construcción del canal de Panamá; y no solo eso, sino que también y como elemento clave de su propuesta geopolítica, propugnaba un férreo control sobre el mar Caribe (que calificaba como una suerte de Mediterráneo), el golfo de México, y, en el Pacífico, Hawái para dar profundidad a su perímetro estratégico.

Así, otra relevante aportación de Mahan es el concepto de «insularidad», que no solo alcanza a Japón o Reino Unido, sino a otros Estados que, ocupando una posición continental no tienen vecinos que actúen como rivales potenciales, por lo que también debían catalogarse como «estratégicamente insulares». Tal es el caso de EE. UU. Su insularidad, si bien es cierto que en principio situaría a los países en la periferia geopolítica, les confiere libertad de acción para escoger momento y lugar para actuar mientras se resguardaba de los conflictos continentales. Tales ideas subyacen en el pensamiento tanto de Zbigniew Kazimierz Brzezinski como de Paul Kennedy. Y no solo eso. El hecho de ubicarse fuera de Europa y carecer de territorios en el continente, permite a los europeos investirle como árbitro de sus contiendas, y con ello, desarmarse y externalizar su seguridad como forma para superar conflictos seculares, además del ahorro en el gasto militar derivado.

En Eurasia, el gran tablero de Brzesinski, la posición insular de los Estados Unidos, alejada del escenario, pero vinculada con él por el mar, ofrece una gran ventaja. Los Estados Unidos son la única gran potencia que puede elegir si actúa o no, precisamente porque está fuera, es invulnerable y tiene asegurado el acceso a través de los océanos por los que fluye su poder y le permite estar resguardado del mundo.

«Todos los retadores políticos y/o económicos potenciales a la primacía estadounidense son euroasiáticos. Acumulativamente, el poder de Eurasia eclipsa ampliamente al de Estados Unidos. Afortunadamente para Estados Unidos, Eurasia es demasiado grande para ser políticamente una».


Figura. Una visión de Estados Unidos del sistema mundial tras el giro a Asia Pacífico. Fuente: Obtenido de la Conferencia: VV. AA. Geopolítica. Escuela Superior de las Fuerzas Armadas, 2011.

Por eso, desde la ventaja de la invulnerabilidad, lo único que precisa es mantener el pluralismo geoestratégico dentro del tablero, evitando su control por otro actor o «la colusión de los vasallos». Evitar la hegemonía en Eurasia de una potencia y mantener el control del mar son suficientes para garantizar una posición geopolítica privilegiada que le concede la condición de nación indispensable. Este enfoque geopolítico es una reedición a escala global de la política europea del Reino Unido desde el siglo XVII, esto es, el equilibrio de poderes que sigue vigente en el pensamiento político.

Y no solo eso y en la misma lógica. El Pacífico es el accidente geográfico más importante del planeta, de hecho, representa un tercio de la superficie terrestre y además hoy, contenida China por una cadena de islas, sigue siendo en la práctica un lago americano. Estados Unidos controla no solo una orilla, sino los puntos de apoyo clave en el océano. Hawái, Midway, las Palaos, Guam, las Carolinas. Dispone de bases en Japón, Corea del Sur y las Filipinas mientras mantiene buenas relaciones con Australia, Nueva Zelanda, Tailandia, Singapur y Filipinas. El país dispone de una posición de privilegio que le permite bascular físicamente su poder a un océano u otro, cosa que a Europa no le resulta posible; y, además, contener a China a través de las dos cadenas de islas.

Pero el esfuerzo que ello demanda de Estados Unidos y aunque el carácter fluido de su fuerza permite su optimización —ya que la fluidez facilita el desplazamiento y con ello la concentración de fuerzas y hace que se necesiten menos para cubrir todo el globo haciendo que su uso, al tiempo, sea eficaz y eficiente— se corre el riesgo de su colapso por sobreextensión30.

La idea de América First, no es, en absoluto novedosa, surgió en el periodo de entreguerras; fue el lema de la campaña presidencial del presidente Harding en 1920. De hecho, es un término que ha sido utilizado como lema tanto por políticos demócratas como republicanos. Supone una propuesta por el aislacionismo. Con todo, la política de América First no resuelve el problema, pues se refieren al plazo con que se definen los intereses, que se acorta, y no tanto a estos que con toda lógica son —y siempre han sido, recordando a lord Palmerston— acordes a cada nación; el largo plazo solo los hacía menos visibles y, además, paradójicamente, más enjundiosos. Para los dirigentes norteamericanos, América siempre ha sido «first», la cuestión es, contra lo que parece, el plazo considerado.

Federico Aznar Fernández-Montesinos
Andrés González Martín
Analistas del IEEE

1Para la modulación de este apartado se ha empleado el trabajo del catedrático D. Heriberto CAIRO CAROU.
2CAIRO CAROU, Heriberto. «Prólogo. Repensando la geopolítica: la renovación de la disciplina y las aportaciones de John A. Agnew», en J. A. Agnew: Geopolítica: una revisión de la política mundial. Trama Editorial, Madrid, 2005, ix-xvi.
3D´ORS, Álvaro. De la guerra y de la paz. Editorial Rialp, Madrid, 1954, p. 105.
4IRANZO DOSDAD, Ángela. «La religión: un factor de orden y desorden en la formación de la sociedad internacional en el nuevo orden global», en CAIRO CAROU Heriberto y Pastor Verdú, Jaime (comp.). Geopolíticas, guerras y resistencias. Trama Editorial, Madrid, 2006, p. 148.
5La frase «la supervivencia de los más aptos» formulada en estrictos términos biológicos se trasladó a la esfera política dando cuerpo doctrinal a formulaciones preexistentes. Darwin, Charles. El origen de las especies en www.librosenred.com/libros/elorigen de las especies
6BAGUEHOT, Walter. Phisic and Politics. Beacon Press, Boston, 1956, p. 32.
7Uno de los textos de Tucídides más frecuentemente citados es el conocido como «diálogo de Melos». Dos generales atenienses pretenden obligar a los melios a aceptar su inclusión en la Liga de Delos, no por la justicia, ni por la razón que les asiste sino por, el derecho del más fuerte. «Siempre ha sido normal que el más débil sea reducido a la obediencia por el más poderoso, nosotros creemos ser dignos de ello y a vosotros mismos os lo pareceríamos hasta ahora que calculando vuestros intereses, utilizáis el lenguaje de la justicia que nadie ha tomado nunca en consideración, si es posible adquirir algo por la fuerza». Tucídides. Historia de la guerra del Peloponeso. Colección Gredos, Madrid, 1990.
8BAUMAN, Zygmunt. Modernidad líquida. Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires, 2006, p. 198.
9BERNOUX, Phlippe y BROU Alain. Violencia y sociedad. Opus Editorial Zero, Algorta, 1972, p. 106.
10PASTOR VERDÚ, Jaime. La evolución del marxismo ante la guerra y la paz. Editorial de la Universidad Complutense de Madrid, 1989, p. 245.
11MEAD EARLE, Edward. «Adam Smith, Alexander Hamilton, Friedrich List: las bases económicas del poder militar» en PARET, Peter (coord.). Creadores de la estrategia moderna. Ministerio de Defensa, Madrid, 1992, p. 236.
12ARON, Raymond. Pensar la guerra, Clausewitz. T. II. Ministerio de Defensa, Madrid, 1993, p. 35.
13FULLER, J. F. C. La dirección de la guerra. Ediciones Ejército, Madrid, 1984, p. 28.
14SÁNCHEZ HERRÁEZ, Pedro. Siglo XXI: ¿el retorno a la lucha por el Rimland? Documento de Análisis IEEE 12/2021. http://www.ieee.es/Galerias/fichero/docs_analisis/2021/DIEEEA12_2021_PEDSAN_Rimland.pdf (consultado el 30/8/2024).
15«Teoría del Heartland», Geopolítical Site. https://geopolitica.site/teoria-del-heartland-de-mackinder/eoría
16SÁNCHEZ HERRÁEZ, Pedro. Siglo XXI: ¿el retorno a la lucha por el Rimland? Documento de Análisis IEEE. Opus citatum.
17HUNTINGTON, Samuel P. ¿Choque de civilizaciones? Editorial TECNOS, Madrid, 2002, pp. 19 y 20.
18Ibídem, pp. 15 y 16.
19Ibídem, pp. 24 y 25.
20Ibídem, p. 73.
21FUKUYAMA, Francis. El fin de la historia y el último hombre. Editorial Planeta, Barcelona, 1992.
22Hegel considera que el fin de la historia se produciría con una sociedad libre de contradicciones. Para Marx, tal ausencia se produciría en una sociedad comunista.
23HUESO GARCÍA, Vicente. «Una visión optimista de la evolución de la historia» en VV. AA. Cuaderno de Estrategia número 99/1991.
24Ibídem.
25CAIRO, Heriberto. Conferencia «Geopolítica». Curso de Estado Mayor 2010.
26KERSHAW, Ian. Hitler. Ediciones Península, Barcelona, 2010.
27ARANCON, Fernando. «Hollywood, el ganador de la segunda Guerra Mundial», en El Orden Mundial, 2016. https://elordenmundial.com/hollywood-el-ganador-de-la-segunda-guerra-mundial/?nowprocket=1 (consultado el 30/8/2024)
28TOFFLER, Alvin y Heidi. Las guerras del futuro. Ediciones Plaza & Janés, Barcelona, 1994, p. 34.
29CROWL, Philp A. «Alfred Tayler Mahan: El historiador naval», en PARET, Peter. Creadores de la Estrategia Moderna. Desde Maquiavelo a la Era Nuclear. Ministerio de Defensa, Madrid, 1992, pp. 483.
30SAHAGÚN, Felipe. «Introducción» en Panorama estratégico 2019. Instituto Español de Estudios Estratégicos.
    • Una revisión del pensamiento geopolítico. La geopolítica del siglo XXI