08 ene. 2025
¡Siglo XXI, reconfiguración geopolítica!: ¿Y el Sahel destacamento avanzado de la misma?
Pedro Sánchez Herráez
Introducción: ¿Conflictos y escenarios remotos? ¿Y el Sahel lo es?
En esta pugna global actual, en esta reconfiguración geopolítica en curso, con potencias emergentes y potencias revisionistas de ese llamado orden global, no queda claro, ni puede esbozarse de forma realista en estos momentos, más allá de declaraciones grandilocuentes relacionadas con el final de la hegemonía estadounidense y el nacimiento de un mundo más justo —o con la lucha de las autocracias para poner fin a la libertad y democracia en el planeta— si la disputa tendrá como resultado1 un nuevo orden mundial unipolar liderado por China —o por Estados Unidos—, un mundo bipolar liderado por Washington y Pekín o un mundo multipolar —o policéntrico, en palabras de Putin—, en el cual varias potencias convivan en una suerte de equilibrio a escala planetaria, con sus zonas de influencia y de seguridad distribuidas y repartidas.
La reconfiguración del orden global, de las propias relaciones internacionales, enmarcadas esencialmente en un ámbito realista —básicamente, intereses frente a ideales— y sobre todo para las potencias, para las viejas y para nuevas buscando todas «su lugar bajo el sol», la herramienta militar ha aparecido de nuevo sin ambages. Cuando se pensaba, hace solo unos pocos años, que un conflicto en Europa con cientos de miles de muertos sería del todo imposible, la guerra en Ucrania constituye la cruda realidad2 de esta nueva era, en la que, en esencia, se busca un nuevo equilibrio de poder global.
Sea cual sea el objetivo final de cada contendiente en la liza, sea cual sea el resultado último de dicha pugna, parece razonable pensar que las disputas tienen lugar a escala planetaria —y, ciertamente, a poco que se reflexione, en qué momento en la historia, hablando de grandes conflictos, no ha sido así—; baste pensar en los diferentes entornos de batalla, pues además de los «clásicos» tierra, mar y aire, es preciso añadir, por mor de la tecnología, nuevos ámbitos como son el espacio, el ciberespacio, el ámbito cognitivo… la lucha se produce en todos los entornos en los cuales se puede obtener una posición de ventaja, y no solo en los espacios físicos y evidentes. Y por ello, y de nuevo como en otras ocasiones en el pasado, guerras aparentemente locales, conflictos con raíces más o menos profundas o disputas percibidas como remotas e inconexas pueden entenderse en mayor grado si se enmarcan adecuadamente en ese contexto de disputa global, en esa reconfiguración planetaria en curso.
Y, en un mundo global, hiperconectado y vinculado, nada es realmente remoto. Nada. Ni siquiera el Sahel, esa amplia franja de tierra que se extiende, cruzando África, desde el océano Atlántico al mar Rojo, a lo largo de cerca de 5.500 kilómetros y que cuenta con una anchura de unos 400 kilómetros; y como corresponde a su significado (Sahel quiere decir orilla), conforma la ribera sur del desierto del Sahara, esa faja de tierra que, desde el sur del mar de arena sahariano, ha constituido, desde hace siglos, el espacio de movilidad e interconexión entre África ecuatorial y el Mediterráneo y Europa. Y si lo fue en el pasado, en el mundo actual3…
Políticamente abarca una decena de países —con mayor o menor espacio «sabeliano[VDR1]» dentro de sus fronteras—, si bien normalmente al hablar de Sahel se hace mención al Sahel G5, a un grupo de 5 naciones (Mauritania, Malí, Níger, Burkina Faso y Chad) por presentar una serie de características comunes y encontrarse en África Occidental; y entre eso aspectos —y problemas— comunes, la inseguridad, el desmonopolio de la violencia, la gobernanza débil o ausencia de la misma en grandes espacios, junto a un escaso desarrollo económico y la percepción débil del concepto de ciudadanía frente al de etnia o la tribu, conforman un complejo panorama al que el añadido de un crecimiento demográfico exponencial —la población se duplica cada veinte años— y el cambio climático —que afecta a las tres cuartas partes de sus habitantes, que viven del sector primario—, conforman un panorama desolador, hasta tal punto que se habla de la «tormenta perfecta saheliana»4.
Y esa debilidad institucional, esas complejidades estructurales pueden constituir el caldo de cultivo perfecto para que otros, haciendo bueno el adagio de «a río revuelto, ganancia de pescadores», intenten recalar en esa zona no tan remota como parece, pero sí plena de conflictos, y donde asentarse puede resultar, en principio, aparentemente más sencillo. ¿Cómo no aprovecharlo?
¿Intento de aislamiento? ¡Destacamento avanzado!
En esta era de reconfiguración geopolítica, resulta quizás necesario volver a la geopolítica clásica, a los análisis rigurosos y contrastados valorando la pugna por el poder a escala planetaria; y el intento de aislamiento de la llamada «Tierra Corazón» —en terminología de Mackinder—, de esa inmensa masa de tierra (la sexta parte de la superficie emergida del mundo) esencialmente conformada por Rusia, ha sido una constante durante los siglos pasados; bien mediante el «Gran Juego» británico sostenido con el Imperio ruso durante el siglo XIX, bien mediante la «Teoría de la contención» durante la Guerra Fría ya en el siglo XX, el hecho es que las potencias navales —Reino Unido y los Estados Unidos respectivamente—, han realizado todo tipo de acciones —alianzas, guerras por delegación, creación de Estados tapón, etc.— para evitar que Moscú tuviera acceso a mares cálidos, a la autopista del planeta y, por tanto, a la capacidad y posibilidad de proyectar de una manera mucho más sencilla su poder, mediante el control, o la negación del mismo a Moscú, del llamado «Rimland», del amplio cinturón terrestre que rodea la Tierra Corazón desde China hasta Europa del Este, pasando por Oriente Medio y los Balcanes.
Por eso, en la actualidad, y en el marco de esa reconfiguración global antes citada, se apunta5 que Rusia, el oso —como animal simbólico nacional— está intentando volver a salir de la taiga, pretende alcanzar el mar; pero otras naciones, y algunas ubicadas físicamente en ese Rimland, con su propia agenda y con un pasado real o mitificado, nuevas potencias revisionistas, intentan también lograr sus objetivos e intereses nacionales, más o menos confesables. Y según el axioma geopolítico «el enemigo de mi enemigo es mi amigo», colaboran con Moscú en ciertos espacios y ciertas cuestiones, en un complejo equilibrio, en una especie de dura y difícil partida «de cartas» donde estas se intercambian, siendo conscientes de que una alianza circunstancial, una «amistad» táctica no puede ocultar una disputa estratégica, de largo recorrido, como ocurre entre Rusia y Turquía, entre Rusia y China, por muchas declaraciones de amistad y cooperación estratégica que se formulen.
Pero, y considerando que Turquía, «el lobo», pretende recuperar al menos influencia en los espacios del antiguo Imperio otomano —que se extendió por amplias regiones de África, Oriente Medio y Europa—, y considerando también que China, «el dragón», pretende ser la primera potencia mundial en el año 2049, centenario del nacimiento de la República Popular de Mao… todas estas naciones disputan, cooperan y compiten, cada una jugando sus bazas —presencia física, influencia, desarrollo de infraestructuras, acuerdos, etc.— por el control —o la consecución de una brecha segura, en el caso de Rusia— en el Rimland, a la par que Moscú intenta establecer una «punta de lanza» en el Sahel, una suerte de «destacamento avanzado» que no solo le permita hacer uso directo de las enormes posibilidades africanas —recursos, población, etc.— sino de poner un pie firme más allá del cerco que puede suponer, como ha sido durante décadas o siglos, el Rimland; y, por ende, y atendiendo a la necesidad de crear un camino hasta ese destacamento avanzado, precisa asegurar un paso hasta dicha posición «a vanguardia». De esta manera, es factible disfrutar de las ventajas geopolíticas de la región saheliana, y, además, negárselas al adversario, al tener presencia y actividad en su retaguardia.
La creación de ese «destacamento avanzado» podría asociarse a parte de lo que en ocasiones se menciona como el intento de «reimperialización»6 de Rusia, al afán de recuperar las grandezas —reales o imaginadas— del pasado, de esos tiempos más gloriosos que, en momentos de cambio —y, por tanto, de oportunidades—, se anhela con restaurar; y resulta imprescindible para dicho proceso contar con una poderosa herramienta militar, un gobierno efectivo y una fuerte economía; y si existen condiciones previas tales como vínculos del pasado y/o fuertes relaciones institucionales, el proceso resulta más sencillo. Quizás.
Pero también es preciso considerar los Estados que poseen capacidad de actuación en dichos espacios en disputa. Y además de las potencias rivales clásicas —las potencias marítimas, Reino Unido y los Estados Unidos— incluso las nuevas potencias revisionistas, los «aliados tácticos» pueden no estar del todo de acuerdo con la implantación de ese poderoso destacamento avanzado, de ese pie firme que pueda contribuir a abrir una brecha en el Rimland por parte de Rusia, empleando para ello7, esencialmente, al grupo Wagner —luego llamado Africa Korps— y el apoyo a los gobiernos que surgen de golpes de Estado.
Una muestra patente de esa visión realista la conforma la aparente «paradoja geopolítica» relativa a que potencias enfrentadas, o incluso potencias «aliadas» coincidan en el escaso interés sentido por la consecución de una brecha en el Rimland por parte de Rusia —basta en este sentido recordar como Turquía, si bien es miembro de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), tiene una agenda particular muy patente y potente que la lleva a cooperar y competir con Moscú en varios campos—.
Por ello, y en la pretensión de degradar las posibilidades de Rusia, a las sanciones económicas occidentales aplicadas a Moscú, desde la anexión de Crimea en el año 2014, se le suma la degradación de capacidades militares por el conflicto en Ucrania —donde muchas naciones occidentales han proporcionado armas a Kiev— junto con el desprestigio constante mediático y político del régimen de Putin… la pretensión, lógicamente desde la otra óptica, es quebrar esos pilares necesarios para la reimperialización; y si a eso se le suma la presencia en suelo saheliano, y en proporciones crecientes, de otras naciones8, las disputas, además de las apuntadas debido al desmonopolio de la violencia existente en el Sahel —la presencia de grupos terroristas y de crimen organizado, de milicias de autodefensa…—, también reflejan esa pugna global.
Por tanto ¿solo se lucha en el «destacamento avanzado» o también se lucha por él?
¡Lucha en y por el destacamento avanzado!
El reciente anuncio del Chad9 relativo a la marcha de las tropas francesas de su territorio, así como el de Senegal10, implica que tras la marcha de los efectivos galos de Burkina Faso, Malí y Níger la presencia no solo de tropas francesas, sino de efectivos internacionales —las misiones de las Naciones Unidas (MINUSMA) y de la Unión Europea (EUTM-Malí) también fueron invitadas a replegar— es cada vez menor en el Sahel, generándose un vacío que Rusia y China, desde diferentes ópticas y ámbitos, van paulatinamente llenando… El Sahel, espacio enclavado —lejano en su mayor parte del mar— pero como espacio de movilidad secular que es, puede posibilitar el acceso, caso de control de una parte de su territorio, hacia el océano Atlántico, bien sea por la fachada oeste de África Occidental o a través del golfo de Guinea… como ya aconteció, hace siglos, para los imperios sahelianos del pasado.
Y para ello —lograrlo o impedirlo—, las naciones foráneas maniobran y, para alcanzar sus fines, emplean diferentes medios y modos; desde el intento de desplegar fuerzas en otras naciones del entorno —como los Estados Unidos pretenden hacer en países el golfo de Guinea ¿para crear una suerte de nuevo anillo exterior al Sahel?— al empleo de fuerzas proxy —fuerzas delegadas— instrumentalizando —y apoyando, de manera más o menos soterrada— la causa de cualquiera del amplio abanico de actores capaces de ejercer la violencia en la región para que su lucha contribuya al fin de alguna potencia. O como Francia, que expulsada del Sahel intenta establecer una nueva estrategia hacia África, redireccionando11 la misión de su base en Yibuti (en el cuerno de África), tradicionalmente orientada hacia el Índico y el Pacífico y que pasará a constituir el nuevo punto de proyección para las misiones en África.
Como simple ejemplo de esas reales o supuestas «fuerzas delegadas», señalar que en este marco tremendamente complejo, los grupos separatistas tuareg, con la pretensión de crear un Estado independiente en la Azawad, en el norte de Mali, han creado una nueva entidad denominada Frente de Liberación del Azawad12, con la que intentan hacer frente al gobierno, a las tropas de Malí y a sus aliados rusos —de hecho, en julio de 2024, en una emboscada13 realizada por rebeldes tuareg y yihadistas en Tinzawaténe, en el norte de Malí, murieron casi un centenar de efectivos de Wagner/Africa Korps muchos de ellos veteranos ya fogueados en múltiples combates— y cerca de medio centenar de soldados del ejército de Malí. Las acusaciones relativas a que naciones foráneas apoyan a estos —y otros— grupos son constantes.
De hecho, la posición de Rusia respecto al Sahel fue definida por el jefe de Estado Mayor ruso, el general Guerasimov, que señaló que «las organizaciones terroristas apoyadas por Ucrania suponen una amenaza especial para la seguridad de la región del Sahel. Estamos hablando de adiestramiento de terroristas en el uso de vehículos aéreos no tripulados y de formación en actividades subversivas contra civiles»14, así como que Occidente persiste en mantener enfoques neocolonialistas y pensando en África esencialmente como una fuente de recursos estratégicos. Las acusaciones por parte de Moscú son constantes y relativas a señalar cómo el régimen de Kiev apoya de manera abierta la acción, presencia e influencia de grupos terroristas en África15, lo cual, desde la óptica rusa, constituye una práctica absolutamente inaceptable, considerando que el terrorismo internacional es considerado una amenaza formal por la mayor parte de las naciones del planeta.
Y, tras el ataque a las fuerzas de Wagner/Africa Korps y al ejército maliense anteriormente citado, se afirma que ya no se trata solo de una guerra por delegación entre potencias librada en suelo de Malí —país muy distante de Ucrania—, sino que se trata de una «verdadera guerra fría cuyo nuevo terreno de juego se desarrolla en la región saheliana»16, y que lleva a los países de la llamada Alianza de Estados del Sahel (Malí, Burkina Faso y Níger) a romper relaciones diplomáticas con Ucrania.
Por lo tanto, en suelo maliense —y saheliano— se están disputando muchos de los diferendos, retos y amenazas de alcance e impacto global: desde el crecimiento del terrorismo de corte yihadista en África Occidental a la génesis de parte de los flujos migratorios con dirección al continente europeo pasando por el creciente tránsito de drogas hacía Europa y los países ricos del mundo árabe, entre otros. Y, de la misma manera, se aprecia el nacimiento y crecimiento de un renovado panafricanismo, que bajo la égida de gobiernos militares17 tiende a extenderse por África, así como a constituirse en la punta de lanza no solo de la presencia de Rusia en el flanco sur de la OTAN, sino también en ese intento de consolidar un destacamento avanzado y contribuir a generar una potencial brecha en el Rimland. Por eso lo que ocurre en el Sahel resulta importante, no solo a escala regional, no solo a escala continental, sino también a escala global.
Pero no solo se lucha en el campo de batalla… también en el de las narrativas y percepciones, en el del modelo de orden regional y global a establecer. Y es preciso empezar por alguna parte, por un núcleo, por pequeño que sea.
¡Destacamento avanzado frente al orden establecido!
El camino hacia un «nuevo orden», quebrando el «viejo», pasa también por el Sahel; de hecho, los países que conforman la llamada Alianza de Estados del Sahel (AES) —Malí, Burkina Faso y Níger—, nacida en septiembre de 2023, han rechazado expresamente la moratoria de seis meses concedida por la Comunidad Económica de Estados de África Occidental (CEDEAO) para reconsiderar su decisión de salida de dicha organización, declarando18 que la fecha del 29 de enero de 2025 es irreversible, además de acusar a la misma de instigar maniobras de desestabilización apoyadas por países extranjeros, así como señalar a Francia en sus intentos de poner fin al camino propio elegido libremente por la AES.
Tanto es así, que de manera un tanto sensacionalista, pero reflejando una cierta realidad percibida, se apunta que «comienza la cuenta atrás para un acontecimiento que cambiará para siempre el mapa de África Occidental»19, pues tras la salida de estas tres naciones de una organización con 30 años de vida, con 14 países miembros y que ofrecía un modelo de cierto éxito entre las organizaciones internacionales africanas, esta puede verse en un brete, pues en ese marco que permitía una cierta movilidad de personas y mercancías, la posición central en la CEDEAO de los Estados de la AES, los que marchan, supone no solo un duro golpe político, sino incluso una fractura física de ese espacio.
Se realizan esfuerzos de todo tipo para evitar ese duro varapalo, esa fractura de la CEDEAO; por ejemplo, Alemania refuerza su acción diplomática para resaltar20 la importancia que tiene para Burkina Faso, Malí y Níger el hecho de mantenerse en la CEDEAO, y apunta a las graves consecuencias económicas y de seguridad que tendrá salir de dicha organización para esas naciones.
Pero la narrativa empleada por los países de la AES —y de otros que van siendo tentados a unirse a esa nueva confederación— está impregnada, en gran parte, de poderosas semblanzas del pasado, de aspectos y elementos que mueven a intentar un cambio de las condiciones vitales, de las expectativas y posibilidades; de hecho, expresiones como «una revolución patriótica, una lucha por la segunda independencia»21 o los llamados al panafricanismo son constantes, como también lo son las críticas a la acción de Francia y de Occidente en su conjunto.
Y esa narrativa, en ocasiones rayana o plenamente cayendo en el ámbito de la desinformación, es alentada por las potencias revisionistas —en este caso, esencialmente Rusia y China, en diferentes grados y niveles—, reforzando la idea del modelo agotado22 del propio Occidente y de que, pese a los años de presencia en el Sahel de las naciones extranjeras más poderosas del planeta, las poblaciones locales continúan, y pese a las riquezas existentes, encontrándose entre las más pobres del planeta.
Crecen las acusaciones hacia Occidente de poseer una doble moral —del tipo «haz lo que yo digo pero no lo que yo hago», del tipo «a Ucrania le dais armas pero a mí, para luchar contra los terroristas, no me las disteis»—, de intentar implantar un modelo social cada vez más cuestionado desde dentro —ante la polarización y radicalización creciente de las propias sociedades occidentales—, de la paradoja que supone que sociedades que han sido esclavistas y colonialistas en el pasado pretendan emplear en la actualidad narrativas de derechos humanos y libertad, pero que en el fondo no constituyen más que intentos neoimperialistas de imponer valores y usos que no son los propios.
Por lo tanto, y como corolario, resulta imprescindible, resulta imperativo para estas poblaciones locales, para estas naciones, luchar para «recuperar la soberanía» y hacerlo en todos los órdenes, en todos los ámbitos23: económico, financiero, político, securitario… hasta en el lingüístico —desde la creación de una moneda diferente al CFA (franco de África Central, cuya cotización se encuentra ligada al franco francés por una tasa de cambio fija) al abandono paulatino del francés como «lengua franca» en la región—. Todo por la consecución de una «soberanía real».
Y por ello, y pese a las dificultades, parece que el destacamento avanzado (ruso) se va consolidando y va alcanzado alguno de los objetivos planteados. Pero una de las vulnerabilidades de los destacamentos avanzados es su relativo aislamiento, y por ello resulta imprescindible asegurar rutas y líneas de enlace y comunicaciones …y eso lo saben todos, todas las potencias, todos los actores que cuentan con una cierta capacidad de acción.
¿Cuál será la respuesta?
¡Aislar el destacamento!: Siria
La sorprendente y rápida caída del régimen de Al Asad en Siria —en menos de dos semanas24— ha generado un serio problema para Rusia, que contempla cómo puede dificultarse la línea de comunicaciones y suministro con el Sahel. Por ello, Moscú se encuentra en pleno proceso de negociación con las nuevas autoridades del país, a las cuales, o al menos a parte de ellas, combatió en épocas previas. Rusia posee dos bases militares en Siria, una base aérea en Latakia y una base naval en Tartús, en el Mediterráneo oriental, siendo esta la única base rusa fuera del territorio nacional25.
No solo se trata del impacto real en la capacidad militar —y logística— rusa en la región, tanto en lo relativo al abastecimiento de Wagner/África Korps como a la capacidad de operar en Siria y en su conjunto en toda el África subsahariana y occidental26, sino también, y no menos importante, el hecho de perder las bases militares puede suponer un poderoso impacto en el prestigio de Moscú. En todo caso, considerando la inestabilidad en la zona, el entramado de grupos que conforman la alianza que ha derrocado al régimen sirio y a la luz de las poderosas fuerzas en juego en la región, resulta complejo realizar algún tipo de predicción o que esta vaya a tener una cierta validez a medio plazo, pues esa inestabilidad siria podría también ser empleada por Moscú, apoyando a unas facciones frente a otras y obteniendo así, quizás, algunas potenciales ventajas de la nueva situación generada.
En la caída de Al Asad Turquía ha sido un actor de primera magnitud27; la compleja ecuación siria, con múltiples variables: unas ligadas al mar Negro —Turquía teme que este se convierta en un «lago ruso», pero desde que Moscú ha retirado la mayor parte de flota de Crimea por el riesgo de sufrir ataques en el conflicto en curso en Ucrania, la situación ha mejorado desde la óptica de Ankara—; otras, a la energía, para la cual Turquía depende en gran medida de Rusia, pero a la vez Rusia depende del gasoducto South Stream como vía alternativa a Ucrania para suministrar a Europa —y más desde la voladura en septiembre de 2022 de los gasoductos Nordstream I y II, unos meses después de comenzada la guerra en Ucrania, voladura cuya investigación de la autoría prosigue con múltiples dificultades28—.
Y todo ello sin olvidar otras variables como la posición de Moscú y Ankara en el Cáucaso, espacio que se ha ido decantando a favor de Azerbaiyán —proturca— frente a Armenia —apoyada por Rusia—29 y que también tiene connotaciones, además de la presencia y hegemonía en ese corredor clave del Rimland, relacionadas con la energía, por la posibilidad de tendidos de gasoductos procedentes de Asia central o de Oriente Medio al margen del suelo ruso… las variables, como las cartas en una partida compleja, se pueden jugar de muchas maneras, y por ello la relación causa-efecto tomada de manera simplista no siempre responde del todo a la realidad.
Incluso, en esa complejidad, se apunta que Ucrania podría haber enviado, poco antes del comienzo de la ofensiva contra Asad, drones y operadores de dichos artefactos para apoyar la misma, intentando, como en el Sahel, golpear a Rusia30.
En cualquier caso, la derrota de Al Assad supone un duro varapalo para Moscú, pues, y para más inri, contando Rusia con bases militares en el país, la rapidez en la caída del régimen se produjo sin que se produjera una poderosa reacción del principal aliado del líder sirio, lo cual ha contribuido a, quizás, sembrar una cierta duda sobre la capacidad de Moscú para apoyar a los regímenes afines, sobre la posibilidad de la existencia de una cierta «debilidad estratégica» rusa, y se llega a afirmar que «los regímenes africanos que han confiado en la protección de Moscú no se sentirán tranquilos con lo que han visto en Siria»31.
Por ello, quizás, Moscú puede perder mucho de su ascendente y prestigio en otras zonas, especialmente en el Sahel32 y en otras partes de África, donde también apoya a regímenes que en gran medida dependen de Rusia para sostenerse en el poder; así, el Sahel y la República Centroafricana33 podrían pensar que su aliado puede encontrarse débil debido al largo conflicto en Ucrania, y echar sus cuentas sobre una base un tanto diferente a la de hace solo unas semanas; o que naciones que contribuyen a burlar las sanciones económicas impuestas a Moscú se replanteen la capacidad rusa para seguir apoyándolas frente a Occidente.
Y no se descarta que en el marco de las conversaciones y contactos previos al relevo de la Presidencia en los Estados Unidos a primeros de 2025, con la llegada de Trump al despacho oval, la vinculación de la presencia rusa en Siria no haya sido una de las bazas, una de las «cartas» que se hayan intercambiado entre Washington y Moscú con respeto a un potencial acuerdo de alto el fuego en Ucrania34 y la situación resultante tras el mismo.
En esos giros —uno más— que ponen de manifiesto como el interés supone el argumento geopolítico capital actual, y en la misma línea que los gobiernos de otras naciones, el nuevo líder sirio y gran parte de los grupos que le apoyan han pasado de ser llamados terroristas a grupos antes en la oposición, o simplemente rebeldes, desde los medios oficiales extranjeros. En esa misma línea, Estados Unidos, que había puesto, en 2017, precio a la cabeza de Ahmad Al Sharaa —el nuevo líder de Siria— una recompensa de 10 millones de dólares, ha retirado la misma35.
En cualquier caso, Rusia comenzó el repliegue de material y personal de sus bases en Siria, así como de determinadas zonas y posiciones de mayoría alauita —y con el apoyo en ese repliegue por parte de Turquía, la misma Turquía que sin ambages ha apoyado el derrocamiento de Asad—; pero como una de las prioridades para Moscú es mantener las bases en la región, mantener puntos de apoyo que permitan garantizar el paso hasta el destacamento avanzado, no deja de barajar posibilidades y alternativas.
Y, entre las posibilidades y alternativas, una de ellas podría ser Libia.
¡Búsqueda de un nuevo camino! ¿Libia? ¿…?
Libia, desde la guerra civil acontecida tras la caída de Gadafi en el año 2011, se encuentra dividida entre varios actores sobre el terreno, cada uno con una serie de aliados exteriores36; así, Turquía lleva tiempo intentando incrementar su peso en la zona —que es capital pues el gobierno «legítimo» del país y el internacionalmente reconocido cuenta con el apoyo de Ankara, y sin ese apoyo quizás el devenir de Libia hubiera sido otro durante la guerra civil—, si bien las opciones son complejas37, pues en la «ecuación» de alianzas y apoyos, de disputas y rivales naciones como Egipto, Emiratos Árabes, Rusia… con las cuales existen intereses compartidos y contrapuestos en diferentes áreas y distintos ámbitos, motiva que «el cambio de cartas», constituya una actividad tremendamente compleja por el equilibrio de intereses a balancear y contrapesar.
La presencia de Turquía y Rusia en Libia se mantiene, y para Rusia, que lleva tiempo minorando su visibilidad en el país —que no su actividad— las posiciones con las que cuenta son capitales para proporcionar apoyo al grupo Wagner/Africa Korps y la acción y presencia en toda la región —recordemos que Libia tiene salida al mar y frontera terrestre con Níger y Chad, lo cual convierte al país en un punto de tránsito muy adecuado para mantener las cadenas y flujos de y hacia el Sahel—, generando, consecuentemente, la necesidad de un equilibrio complejo38 entre dos naciones —Rusia y Turquía— en el suelo de otra —Libia—.
Existen especulaciones relativas a que si Rusia debe finalmente abandonar sus bases de Siria, marcharía y/o reforzaría su presencia en Libia39, convirtiéndose así este país en un nuevo punto clave para el apoyo al Sahel y mantener así una presencia permanente en el Mediterráneo y en África, planteándose la posibilidad de desplegar parte del material que está siendo evacuado de Siria en Libia, en la zona de Libia ocupada por el Ejército Nacional Libio mandado por el mariscal Haftar40, incluyendo el puerto de Bengasi, zona que está fuera del control del gobierno legítimo del país.
Libia parece, a priori, una opción relativamente sencilla —si es que en geopolítica hay algo sencillo—. Pero, y a otro perfil, no es la única.
Argelia, el país de mayor tamaño de África y con frontera terrestre con Mauritania, Malí y Níger, constituye un significativo potencial punto de apoyo para Moscú en relación con el Sahel, al mediterráneo y a toda África Occidental. Por ello, Argelia, país clave en el acceso al Sahel y con una larga tradición de vinculación con Moscú —si bien desde hace años, no con carácter exclusivo ni excluyente—, y del que recibe la mayor parte de su equipamiento miliar y armamento, recibió la visita del representante especial de Rusia para Oriente Medio y África, viceministro de asuntos exteriores Mikhail Bogdanov, donde se abordó la situación en el Sahel41 y el impacto que podrían tener los últimos acontecimientos de Siria en la región.
Igualmente, es necesario destacar el acercamiento y estrechamiento de lazos entre Argelia y Burkina Faso apoyando los esfuerzos en la lucha contra el terrorismo y en la consecución y mantenimiento de la estabilidad nacional y regional42, en el marco de un impulso renovado de la actividad hacia África del ejecutivo argelino. Para Moscú, el camino al Sahel puede tener diferentes trazados…
… incluso desde zonas más remotas; así, es preciso también entender los afanes rusos de establecer una base naval en Sudán, en el mar Rojo, en el extremo oriental del Sahel, —negociaciones que llevan tiempo produciéndose, pues se pueden remontar al año 2017, y que parece que han recobrado un nuevo impulso—, y donde se llega a hablar de unas instalaciones con capacidad para unos centenares de efectivos y cuatro buques de guerra43.
No es factible dejar un destacamento avanzado sin enlace, no es posible poner un pie firme al otro lado del «cerco»… y luego dejar que muera de inanición. Y, para ello, las opciones y las variables, los espacios y las herramientas, los medios y los modos son diversos y complejos, incluso hablando de lugares aparentemente remotos y de conflictos aparentemente menores.
La geopolítica es compleja …compleja como lo es la vida misma.
¿A modo de reflexión?
Puede que todo sea una simple ficción, puede que todo no sea más que una manera de forzar el encaje de «las piezas del rompecabezas», pero puede que, y si bien las variables en el tablero mundial son muchas, en una época realista, el concepto de interés resulta clave para interpretar las acciones —e inacciones— de los actores racionales, como —errores aparte— suelen ser los Estados y las potencias. Otra cosa es que se entienda, que sea patente y notorio el interés que subyace, la razón de determinados hechos o dejaciones.
Pero, y desde luego, en un mundo global y globalizado, en una era de reconfiguración geopolítica, pensar que ciertas cosas pasan por azar suele conducir a la no comprensión real de la magnitud de los cambios que se están produciendo y gestando en el planeta.
Ciertamente, hay oportunidades, ocasiones inesperadas de donde obtener ventaja… pero normalmente, a este nivel, todo suele proceder de un análisis riguroso, de alinear convenientemente fines, medios y modos, en el lugar y momento preciso… y también de «cambiar cartas» en determinadas ocasiones.
Mientras se cuente con más —y mejores— cartas, más bazas se podrán jugar y ganar.
Confiar en que, al acabar la partida, el ganador (o ganadores) van a repartir los beneficios entre todos, puede resultar un poco ilusorio.
O, en un mundo idealizado, quizás no.
¿Ese es el mundo de hoy?
Pedro Sánchez Herráez
COL. ET. INF. DEM
Doctor en Paz y Seguridad Internacional
Analista del IEEE
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¡Siglo XXI, reconfiguración geopolítica!: ¿Y el Sahel destacamento avanzado de la misma? ( 0,26 MB )
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The 21st century, geopolitical reconfiguration: And the Sahel as an outpost of it? ( 0,26 MB )
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