¿Será la tecnofobia el motor de una quinta oleada de terrorismo?

Teaser de la serie Manhunt: Unabomber producida por Netflix (2017)

21 nov. 2024

¿Será la tecnofobia el motor de una quinta oleada de terrorismo?

Manuel R. Torres Soriano

Introducción

Uno de los ámbitos académicos donde resulta más difícil la predicción son los estudios sobre terrorismo. Este tipo de organizaciones no suelen mantener trayectorias estables a lo largo de su ciclo de vida1. Se desenvuelven en entornos hostiles donde los terroristas deben innovar para mantener la sorpresa táctica que les permite enfrentarse a enemigos más poderosos. Esta permanente reinvención convierte rápidamente en obsoleto mucho del conocimiento disponible sobre los objetivos, procedimientos y lógica subyacente de este tipo de organizaciones.

Como consecuencia, el análisis sobre el fenómeno terrorista se mueve en su gran mayoría entre la perspectiva histórica y la disección del presente. Uno de los ejemplos más eminentes es el marco de análisis que popularizo el profesor estadounidense David Rapoport2 al entender el terrorismo como un proceso evolutivo que puede ser diseccionado en diferentes “oleadas”. Cada una de ellas supone un ciclo temporal cuya duración se asemeja al de una generación (aproximadamente cuarenta años), y cuya fuerza motriz es una ideología que aglutina al grueso de la actividad terrorista. Según esto, las ideologías, los intereses políticos, e incluso los valores cambian de generación en generación, lo que explica que la conflictividad terrorista tenga un carácter predominante a medida que se suceden distintas generaciones, pero también que se produzcan solapamientos entre una oleada que pierde energía y otra que cobra protagonismo. Según Rapoport a lo largo de la historia moderna se han sucedido cuatro oleadas de actividad terrorismo: a) Oleada anarquista nihilista (finales del s. XIX hasta la I Guerra Mundial), b) Oleada anti-colonialista (hasta finales la década de los 60), c) Oleada de extrema izquierda (hasta mediados de la década de los 90), d) Oleada de terrorismo religioso, principalmente islamista (mediados de los 90 hasta la actualidad).

A pesar de que esta popular teoría es un claro ejemplo de esa aproximación a fenómeno terrorista a través del análisis histórico, también contiene una intuición prospectiva: la llegada de una nueva oleada terrorista cuya causa movilizadora está por definir.

Este artículo tiene como propósito plantear una hipótesis de futuro, señalando que la causa predominante que motivará la conflictividad terrorista de la quinta oleada (aproximadamente en el año 2040) será principalmente las motivaciones de carácter tecnófobo.

La tecnología ha pasado de ser una herramienta de progreso a un campo de batalla ideológico. La vertiginosa transformación digital, impulsada por la automatización, la biotecnología y la inteligencia artificial, ha generado no solo avances sin precedentes, sino también una serie de brechas sociales cada vez más profundas.

El miedo a la pérdida de empleos, la vigilancia masiva, la manipulación algorítmica y la degradación ambiental, entre otros factores, han contribuido al auge de un sentimiento de rechazo a la tecnología que se extiende por diversos sectores de la sociedad. Este malestar, inicialmente expresado a través de movimientos sociales y protestas pacíficas, ha encontrado en el extremismo violento una potencial vía de expresión cuya consolidación en los próximos años puede redefinir la naturaleza de la amenaza terrorista.

El extremismo violento de naturaleza tecnófoba se caracteriza por una oposición radical a la tecnología moderna y la creencia de que su desmantelamiento es necesario para la supervivencia de la humanidad o la preservación del orden natural. Este rechazo se alimenta de una variedad de ideologías, desde el anarquismo y el ecologismo radical hasta la extrema derecha. Si bien las motivaciones y objetivos específicos varían según la ideología, esta causa comparte una serie de características comunes, como la demonización de la tecnología como un sistema opresor y la justificación de la violencia para combatirla.

Este fenómeno representa una amenaza creciente en un mundo cada vez más dependiente de la tecnología. Los ataques con motivaciones políticas a infraestructuras críticas, el sabotaje a empresas tecnológicas y la violencia contra científicos y empresarios pueden pasar de ser hechos con una incidencia anecdótica a convertirse en una tendencia en las próximas décadas.

¿Precedentes incomprendidos?

La tecnofobia no es un fenómeno inédito. A lo largo de la historia, la introducción de nuevas tecnologías ha generado resistencia y oposición, a veces expresadas de manera violenta.

Un movimiento contestatario del siglo XIX inglés se considera a menudo como el ejemplo clásico de la resistencia violenta a la tecnología. Los luditas, trabajadores textiles que se oponían a la introducción de maquinaria que amenazaba sus empleos, se hicieron famosos por destruir telares y otras máquinas. Si bien este término se ha utilizado desde entonces como sinónimo de oposición ciega al progreso tecnológico, los historiadores argumentan que el movimiento fue más complejo que una simple reacción anti-máquina. Los luditas no estaban en contra de la tecnología en sí misma, sino que se oponían a la explotación laboral y la degradación de las condiciones de trabajo que la acompañaban. Su lucha se centró en la defensa de sus derechos y su forma de vida tradicional3.

A pesar de su corta duración y su eventual represión, el ludismo sentó un precedente importante para la resistencia a la tecnología, mostrando cómo el miedo al cambio social y económico puede transformarse en una acción directa violenta.

Durante el siglo XX, la crítica a la tecnología se volvió más sofisticada y se integró a diversas corrientes de pensamiento, como el anarquismo, el ecologismo y el movimiento anti-nuclear. Estos movimientos no solo cuestionaban los efectos económicos y sociales de los nuevos adelantos, sino que también rebatían su impacto en el medio ambiente, la libertad individual y la naturaleza humana.

A finales del siglo XX, la rápida expansión de las tecnologías de la información y la comunicación, junto con la creciente preocupación por el cambio climático y la globalización, contribuyeron al auge de nuevas formas de tecnofobia.

Sin embargo, el precedente histórico más relevante para entender la evolución del extremismo tecnófobo, no proviene de un movimiento colectivo, sino de la iniciativa de un único individuo, cuyos actos terroristas y su racionalización ideológica terminarían inspirando a las generaciones posteriores. Se trata de Theodore Kaczynski, conocido como Unabomber. Su influencia en este movimiento es innegable, aunque compleja y a veces contradictoria.

Kaczynski es considerado por muchos como el "padre" del extremismo anti-tecnológico contemporáneo, o al menos su figura más emblemática. Su manifiesto, "La sociedad industrial y su futuro"4, publicado en 1995, expone una crítica radical a la tecnología, argumentando que es un sistema fuera de control que destruirá a la humanidad o la subyugará. Este manifiesto presenta cinco argumentos principales5: (1) la tecnología moderna constituye un “sistema” indivisible que se autoperpetúa y que no está bajo control humano (2) los seres humanos están biológica y psicológicamente inadaptados a una vida en la sociedad tecnológica (3) el desarrollo continuado del sistema tecnológico conducirá inevitablemente a la catástrofe (4) dado que no puede controlarse, es necesario un derrocamiento revolucionario y (5) el activismo de izquierdas es una forma de pseudo-rebelión que sirve para desviar la atención del problema de la tecnología.

Este manifiesto, que se publicó de manera coactiva en varios periódicos estadounidenses bajo la amenaza de continuar la campaña de envío de paquetes-bomba, ha inspirado a diversos grupos extremistas, como los indomitistas, convertidos en proselitistas que se dedican a traducir y analizar sus escritos6.

A pesar de que, desde prisión, Kaczynski criticó duramente a muchos de sus seguidores, incluyendo anarquistas, eco-extremistas y eco-fascistas, su figura y sus ideas siguen siendo un referente para estos grupos. El elemento diferencial, no es tanto el poder inspirador de sus escritos, sino su coherencia radical, aislado voluntariamente de esa sociedad industrial que rechazaba, viviendo en una cabaña en el bosque sin electricidad ni suministro de agua, pero, sobre todo, comprometido con la lucha violenta contra la misma. El FBI usaría el sobrenombre de "UNABOM" para referirse a este caso, construido con las siglas de los objetivos de sus paquetes explosivos enviados a través del servicio de correos: “University and Airline Bomber", lo que dio lugar más tarde a que los medios de comunicación se refirieran a él como el Unabomber.

A lo largo de más de dos décadas mantendría en vilo a las autoridades de Estados Unidos generando la campaña de investigación más cara de la historia de esta agencia policial. En el momento de su captura en 1996, era el responsable de 3 muertos y 23 heridos, lo que se convertiría su trayectoria en un modelo para la acción violenta dentro del extremismo anti-tecnológico.

El caso fue ampliamente cubierto por los medios de comunicación, lo que contribuyó a la difusión del mensaje tecnófobo, incluso de manera involuntaria. Series de televisión, podcasts y documentales han popularizado su historia y, en algunos casos, sus ideas. A pesar de su muerte en prisión en 2023, la influencia de Kaczynski continúa. Su obra sigue siendo estudiada y debatida por extremistas que intentan legitimar la violencia para hacer frente a fenómenos en proceso de expansión como la automatización y la vigilancia masiva7.

Paradójicamente, la tecnofobia ha encontrado nuevas vías de expresión y amplificación en el entorno digital. Las redes sociales, los foros y la deep web se han convertido en espacios para la difusión de ideologías tecnófobas, la radicalización de individuos y la coordinación de acciones violentas.


Figura 1: Teaser de la serie Manhunt: Unabomber producida por Netflix (2017)

Potenciadores ideológicos del extremismo tecnófobo

En el siglo XXI, la tecnofobia como motor de violencia política se presenta como un desafío complejo que se alimenta de distintos actores y agendas. Aunque la tecnofobia no es el centro de gravedad de sus planteamientos ideológicos, sí que ha ido ganando peso como factor explicativo y como objetivo de su activismo violento. Entre las corrientes extremistas donde resulta más fácil que esta oposición a la tecnología vaya ganado mayor protagonismo encontramos las siguientes:

  • Anarquismo insurrecional. El anarquismo sirvió como elemento aglutinador la primera oleada del terrorismo moderno según Rapoport. Paradójicamente, puede volver a ser un ingrediente fundamental de la quinta oleada. Los anarquistas actuales no ven la tecnología como una herramienta neutral, sino como un mecanismo de control y dominación por parte de las estructuras de poder existentes. Argumentan que la tecnología se utiliza para crear una "sociedad-prisión" donde la vigilancia, el control y la supresión de la disidencia son la norma. Esta perspectiva ve a la tecnología como un facilitador del "totalitarismo de las máquinas", un sistema opresivo que elimina las libertades individuales y consolida el poder de una élite tecnocrática. Podemos encontrar un claro ejemplo de este planteamiento en el sabotaje sufrido por una torre de abastecimiento eléctrico de la fábrica de coches Tesla en el estado alemán de Brandeburgo. El grupo denominado Vulkangruppe reivindicó8 en un comunicado de internet este ataque al considerar que los vehículos Tesla contribuyen a la vigilancia y militarización de los espacios públicos con sus cámaras de alta resolución, conducción autónoma y tecnología inteligente. Para esa organización, la “Gigafactoría” forma parte del “capitalismo verde” que perpetúa la degradación medioambiental y el colonialismo debido a la extracción de litio y la connivencia en abusos geopolíticos y de derechos humanos en los países donde se obtienen los recursos naturales. Para estos anarquistas, el propietario de esta empresa, Elon Musk, “es el nuevo tipo de capitalista depredador neoliberal, patriarcal y neocolonial”.
    Si bien es cierto que el anarquismo no es un movimiento uniforme, donde es posible encontrar seguidores con un enfoque más matizado, buscando utilizar la tecnología para fines liberadores y promover la autonomía individual (como el uso de la criptografía y la red Tor para proteger la privacidad), lo cierto es que aquellos sujetos que incorporan la violencia entre su modus operandi encuentra en la tecnología un claro exponente del sistema de dominación que pretenden combatir.

    Figura 2: Captura del comunicado del grupo Vulkangruppe reivindicando un atentado contra la Gigafactoría de Tesla en el estado alemán de Brandeburgo (2024)
  • Eco-extremismo. Consideran a la tecnología como la principal amenaza para la naturaleza y justifican el uso de la violencia para defenderla. Los eco-extremistas ven a la naturaleza salvaje, todo aquello que escapa al control humano, como la principal fuerza de resistencia contra la civilización. También será la principal beneficiaria de su futuro colapso. Adoptan una estrategia de resistencia sin líderes, similar al anarquismo insurreccional, para dificultar la detección por parte de las autoridades y asegurar el anonimato. En este movimiento existe una clara crítica contra lo que denominan despectivamente “visión antropocéntrica“, la cual coloca al ser humano como centro del universo. Por el contrario, abogan por una perspectiva “biocéntrica” que otorga igual valor a todas las formas de vida. La naturaleza no sólo es el bien supremo o proteger, sino también, una fuente para legitimar el uso de la fuerza. Sus partidarios argumentan que la violencia es inherente a la naturaleza y que sus acciones no hacen sino imitar la reacción del ecosistema contra la amenaza tecnológica. Dicha violencia puede ejercerse de manera indiscriminada, debido a que nadie es inocente en una sociedad que se beneficia colectivamente de la destrucción del medio natural.
    Los eco-extremistas han experimentado un nuevo impulso tras su vinculación con el animismo, buscando reconectar con las creencias indígenas y romper con la moral secular humanista. Este giro religioso refuerza la práctica de la violencia indiscriminada al invocar la voluntad de los dioses y espíritus de la Tierra. Entre sus tácticas se encuentra la llamada "guerra de los nervios" que busca desestabilizar y desmoralizar a la sociedad tecno-industrial a través de ataques sorpresivos e indiscriminados contra universidades, centros de investigación, empresas tecnológicas y cualquier símbolo del progreso tecnológico.
    El grupo mexicano "Individualistas Tendiendo a lo Salvaje" (ITS) creado en 2011 se considera, por ejemplo, un pionero en el eco-extremismo, siendo los responsables de diferentes acciones violentas mediante la utilización de explosivos contra empresas y el atentado individual contra expertos en nanotecnología, química o biotecnología. La organización mexicana desempeñaría una intensa actividad de reivindicación de eventos violentos, incluyendo asesinatos, buena parte de los cuales serían desmentidos por las autoridades como carentes de vinculación con esta organización. El grupúsculo mexicano tendría cierto éxito a la hora de inspirar a otras células violentas en países como Argentina, Brasil y Chile.
     
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    Figura 3: Captura del comunicado nº73 de ITS (Argentina) Fuente: Revista MICTLANXOCHITL: La Flor del Inframundo que creció en esta, nº 5 (febrero 2020)
  • Eco-fascismo. Supone la convergencia entre los planteamientos de extrema derecha y el ambientalismo radical. Esta mezcolanza no es nueva, sin embargo, ha experimentado un resurgimiento en los últimos años, impulsado por la creciente preocupación por el cambio climático, la crisis ecológica, junto al auge de los nacionalismos.
    Las raíces del eco-fascismo se encuentran en la ideología nazi, particularmente en su exaltación de la naturaleza, la raza aria y el vínculo místico entre ambas. El concepto de "sangre y tierra" (Blut und Boden, en alemán) defendía la idea de que la pureza racial estaba ligada a la tierra natal y que la expansión territorial era necesaria para garantizar la supervivencia de la raza superior. El movimiento neonazi ha adaptado y reinterpretado algunos de sus elementos para adaptarlos al contexto contemporáneo. Entre ellos se encuentra una reformulación del nacionalismo étnico, donde junto a la raza se otorga un papel protagonista al territorio donde se encuentra ubicada y a su ecosistema.  El crecimiento demográfico es la principal amenaza para el planeta, lo que otorga a un Estado fuerte otra misión vital: el control de la población, a menudo a través de políticas racistas y eugenésicas. A las razones “clásicas” por las cuales creen que es necesario oponerse a la globalización, el multiculturalismo o la inmigración, se añade ahora el culpabilizarlas de la degradación ambiental.
    El extremismo eco-fascista tiene un historial de violencia mucho más intenso y letal que otras formas de tecnofobia radical, sin embargo, estas motivaciones han quedado generalmente eclipsadas por otras coartadas ideológicas que resultaban mucho más evidentes en la elección de los objetivos de sus ataques. Así, por ejemplo, en uno de los atentados más cruentos de este movimiento, llevado a cabo contra los fieles de dos mezquitas en Christchurch (Nueva Zelanda) en marzo de 2019, y que causaría la muerte a 51 personas, su autor Brenton Tarrant se encargaría de desgranar su ideario en manifiesto de 74 páginas publicado en internet con el título El gran reemplazo. En este texto se acusaba a la expansión internacional de islam como uno de los principales causantes del “genocidio blanco”. Sin embargo, también dedica una considerable atención a los agravios relacionados con el medio ambiente. Según Tarrant: “Nacimos en nuestras tierras y nuestra propia cultura fue moldeada por estas mismas tierras. La protección y preservación de estas tierras es tan importante como la protección y preservación de nuestros propios ideales y creencias (…) La izquierda ha controlado todos los debates relativos a la preservación del medio ambiente, al tiempo que preside la continua destrucción del propio entorno natural a través de la inmigración masiva y la urbanización incontrolada”9.
    La relación entre el eco-fascismo y la tecnofobia es ambivalente. Si bien algunos eco-fascistas rechazan completamente la tecnología moderna, considerándola como un producto del capitalismo globalizado y la modernidad, otros la abrazan selectivamente, buscando utilizarla para sus propios fines.

    Figura 4: captura de la página final del manifiesto El gran reemplazo (2019)

El atractivo de la guerra contra la civilización

El extremismo anti-tecnológico comparte con otras formas de violencia terrorista la búsqueda de una meta maximalista. En su caso, se trata de la erradicación de la civilización tecnológica moderna, algo que se contempla como un objetivo alcanzable.

Sus seguidores ven a la civilización como una "mega-máquina" omnipresente que aplasta la libertad individual, destruye el medio ambiente y deshumaniza a la sociedad10. En su crítica subyace una añoranza por un pasado idealizado, que habitualmente sitúan en un pasado preindustrial en el que la humanidad vivía en armonía con la naturaleza. Pero en su diagnóstico del presente también ejerce un enorme peso una predicción: la inevitabilidad de un futuro distópico al que la humanidad está abocada, si no se adoptan medidas radicales para frenar ese curso de acción. El miedo a un futuro controlado por la tecnología, donde la inteligencia artificial supere a la humana, alimenta la urgencia de actuar.

A pesar de que el extremismo tecnófobo carece en la actualidad de un elemento organizacional lo suficientemente sólido como para otorgar una coherencia estratégica a sus acciones, puede identificarse en sus praxis y en su producción doctrinal algún tipo de orientación. Así, por ejemplo, los extremistas buscan debilitar la civilización tecnológica atacando lo que consideran puntos neurálgicos de este sistema, como determinadas infraestructuras energéticas, torres de telecomunicaciones y centros de investigación científica. Según esta visión, la creciente dependencia tecnológica de la sociedad la hace cada vez más vulnerable a este tipo de acciones violentas. Sus limitadas capacidades operativas posiblemente los lleve al auto-convencimiento de que sus modestos actos de sabotaje tienen el poder suficiente para desestabilizar el sistema y acelerar su colapso. Sin embargo, en la actualidad el grueso de su activismo se redirige al proselitismo, especialmente a través de internet.

A pesar de que el extremismo tecnófobo se ha manifestado en el presente de una manera anecdótica posee un enorme potencial de escalada en el largo plazo. Entre las razones11 que podrían contribuir a la consolidación de una nueva oleada de terrorismo de carácter tecnófobo se encuentran las siguientes:

  • La percepción de la tecnología como un sistema omnipresente y opresivo, en lugar de herramientas individuales, crea una sensación de estar rodeado de enemigos. Esta visión puede llevar a los extremistas a creer que cualquier persona o institución asociada con la tecnología es un objetivo legítimo, lo que amplía de manera exponencial el abanico de actores y objetivos de esta violencia.
  • Su naturaleza flexible y adaptable. El rechazo no se limita a una sola ideología o grupo social. Esta adaptabilidad permite que se fusione con otras causas y movimientos, creando narrativas más amplias y atrayendo a un grupo más diverso de partidarios. La hibridación entre causas aparentemente desconectadas e incluso contradictorias es un fenómeno que ya puede apreciarse en la forma en cual está mutando el terrorismo del presente. El término "salad bar extremism”12 fue popularizado en 2020 por el director del FBI, Christopher Wray, para describir las ideologías extremistas multifacéticas que combinan elementos de diferentes corrientes. En lugar de adherirse a ideologías tradicionales con objetivos claros, algunos extremistas violentos adoptan visiones del mundo compuestas por múltiples, y a veces conflictivas, corrientes ideológicas, sentimientos y agravios.
    El terrorismo tecnófobo puede convertirse en la máxima expresión de este tipo de extremismo moldeable, seleccionando elementos de diversas ideologías para construir una visión del mundo personalizada que se ajuste a las circunstancias y objetivos particulares.
  • El poder de las narrativas apocalípticas y de aceleración: La creencia en un colapso inminente de la civilización tecnológica, ya sea por causas naturales o provocadas, junto con la idea de que es necesario acelerar este proceso a través de la acción directa, crea un terreno fértil para la violencia. La combinación de desesperanza, urgencia y la promesa de un nuevo comienzo puede llevar a individuos y grupos a justificar actos extremos en nombre de la supervivencia o la liberación.

Sin embargo, en la consolidación de un movimiento terrorista no basta con la existencia de una causa movilizadora que legitime el uso de la violencia. Es igualmente importante la existencia de un sustrato organizativo lo suficientemente eficaz como para que estos individuos puedan operar en clandestinidad y sostener en el tiempo su campaña de atentados. Buena parte de estos actores han abogado por la “resistencia sin líderes” como la estructura más adecuada para combatir a un sistema opresivo que haría inviables una estructura más compleja. En este sentido, las tecnologías de la información y el uso de sistemas de encriptación para proteger el anonimato permiten que los componentes de este movimiento puedan alcanzar algún tipo de coordinación sin necesidad de contar con un cuadro dirigente.

Sin embargo, no debe despreciarse la aportación que en la consolidación de un movimiento terrorista termina ejerciendo un liderazgo eficaz. En ocasiones, las estructuras organizativas son el legado de un líder carismático, dotado de la suficiente capacidad para poner en marcha un primer grupo de partidarios comprometidos que sienten las bases de futura estructura más compleja y sólida. El elemento individual es esencial en la historia del terrorismo. De la misma manera que Ted Kaczynski inspiró a una generación de extremistas anti-tecnológicos, la aparición de nuevas figuras carismáticas con acceso a tecnologías de comunicación más sofisticadas podría amplificar la propaganda, la radicalización y la movilización. Pero a diferencia de Unabomber, cuya acción proselitista estuve fuertemente limitada por el papel de los medios de masas como puerta de entrada a la opinión pública, los nuevos líderes tecnófobos tienen a su disposición un amplio abanico de opciones para comunicarse directamente y sin restricciones con su audiencia. En un entorno donde la Inteligencia Artificial está difuminando los límites entre la imagen real y la generada artificialmente, cabe también la posibilidad de que los nuevos liderazgos sean ejercidos por avatares a los cuales se les ha dotado de unos conocimientos, el carisma y la plena disponibilidad de la cual carecerían la mayor parte de los potenciales “líderes humanos”. Este será una de las múltiples paradojas de esa nueva oleada de terrorismo: los propios avances tecnológicos que los extremistas buscan detener podrían contribuir a la escalada de la violencia.

La historia del terrorismo también nos advierte13 que todos esos factores, aunque importantes, no son necesariamente suficientes. En ocasiones, es un hecho accidental el que propicia la reacción en cadena que hace posible el activismo violento se convierte en un fenómeno de masas. Esa ventana de oportunidad puede adoptar la forma de un evento desencadenante o catalizador: al igual que los atentados del 11 de septiembre de 2001 impulsaron la radicalización y la violencia extremista en todo el mundo, un evento catastrófico, como un ciberataque a gran escala, un desastre ambiental provocado por la tecnología o un colapso económico global, podría actuar como catalizador de una nueva ola de violencia anti-tecnológica. Estos eventos podrían proporcionar una justificación moral y estratégica para la acción violenta, llevando a algunos extremistas a pasar de la retórica a la acción.

Conclusiones

El terrorismo continuará existiendo durante las próximas décadas como un instrumento de coacción, subversión y desestabilización sociopolítica incentivado por ideologías radicales ya existentes o por desarrollar. La gran fuerza de la tecnofobia como posible elemento movilizador de la quinta oleada del terrorismo es su carácter trasversal14. Lo que permite que pueda ser una causa aceptada por cualquier substrato de las sociedades del mañana, con independencia de su etnicidad, creencias, cultura política o nivel de desarrollo material. La dificultad para concretar quienes son los responsables últimos de esa distopía tecnológica a la que se pretende combatir, lejos de suponer un problema, será un elemento facilitador de esta violencia. Los grupos terroristas existentes, y otros nuevos por aparecer, podrán adaptar a sus respectivas agendas el rechazo a la sociedad tecnológica, señalando como enemigos a batir a aquellos objetivos que mejor se adapten a sus propias características. Esto permitirá sinergias que hoy día nos perecen inverosímiles15: yihadistas, anarquistas, anti-capitalistas, extremistas cristianos, animalistas, etc. alienados en la lucha contra un enemigo difuso. Todos ellos compartirán el miedo al futuro, la sensación de que han perdido el control sobre sus vidas frente a una tecnología que avanza a un ritmo endiablado, escapando a la comprensión y el control humano.

A medida que se acentúen los agravios sociales y políticos, que se extienda la percepción de que los beneficios de la tecnología no se distribuyen de forma equitativa, creando nuevas brechas sociales y económicas, será inevitable que en el imaginario de estos grupos se idealice un momento previo de la historia (antes de la ruptura tecnológica) por cuyo retorno estos grupos pugnarán violentamente.  Eso no significa que la que violencia del mañana sea una reedición de las tácticas del presente, sino que como viene siendo habitual en la historia del terrorismo, estos grupos harán uso de los instrumentos creados por la misma sociedad a la que pretenden destruir. El nivel de sofisticación técnica de estos actores variará en función de su capacidad de racionalizar estas contradicciones y de su margen de maniobra en un entorno represivo.

Manuel R. Torres Soriano
Catedrático de Ciencia Política en la Universidad Pablo de Olavide de Sevilla

1SHAPIRO, Jacob N., The Terrorist's Dilemma: Managing Violent Covert Organizations, Princeton University Press, Princeton NJ, 2013.
2RAPOPORT, David C., “The Fourth Wave: September 11 in the History of Terrorism”, Current History, Vol. 100, nº 650, 2001, pp. 419-424.
3MERCHANT, Brian, “Blood in the Machine: The Origins of the Rebellion Against Big Tech”, Little, Brown and Company, London, 2023.
5FLEMING, Sean, “The Unabomber and the Origins of Anti-Tech Radicalism”, Journal of Political Ideologies, Vol. 27, nº 2, 2022, pp. 207-225. DOI: https://doi.org/10.1080/13569317.2021.1921940
7FLEMING, Sean, “The Unabomber and the Origins of Anti-Tech Radicalism”, Journal of Political Ideologies, Vol. 27, nº 2, 2022, pp. 207-225. DOI: https://doi.org/10.1080/13569317.2021.1921940
8Disponible en https://kontrapolis.info/12465/ (consultado 16/10/2024).
10LUBRANO, Mauro, “Stop the Machines: How Emerging Technologies are Fomenting the War on Civilization”, Terrorism and Political Violence, Vol. 35, nº 2, 2021, pp. 321-337. DOI: https://doi.org/10.1080/09546553.2021.1919097
11Idem.
12KIDWAI, Saman, “Salad Bar Extremism”, Modern Diplomacy, 25 de septiembre de 2024. Disponible en https://moderndiplomacy.eu/2024/09/26/salad-bar-extremism (consultado 16/10/2024).
13OBERSCHALL, Anthony, “Explaining Terrorism: The Contribution of Collective Action Theory”, Sociological Theory, Vol. 22, nº 1, 2004, pp. 26-37.
14TORRES SORIANO, Manuel y TOBOSO, Mario, “Five Terrorist Dystopias”, The International Journal of Intelligence, Security, and Public Affairs, Vol. 21, nº 1, 2019, pp. 49-65. DOI: 10.1080/23800992.2019.1598094
15Idem.
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