01 oct. 2024
Las potencias revisionistas y el Sur Global
José Pardo de Santayana
«El "Sur Global" engloba países con intereses e ideologías tan variados
que puede que el término ya no sea una herramienta útil. Sin embargo, si
el mundo occidental espera contrarrestar la creciente agresividad de
Rusia y China, reconstruir relaciones sólidas con estos países es más
importante que nunca1».
Raja Mohan
Introducción
Cuando Henry Kissinger acaba de fallecer, dejando un gran vacío, no podemos dejar de recordar el designio estratégico que, una vez superada la Guerra Fría, propuso en relación con Rusia y China. Es razonable pensar que, de haber sido tenido en cuenta, la situación internacional sería hoy francamente mejor.
Desde su permanente preocupación por el equilibrio de poder, pensaba que el peor de los mundos posibles sería aquel en que Pekín y Moscú se pudieran llegar a entender — que es donde estamos. Para evitarlo, Washington debía mantener una relación mejor con ambas capitales que la que estas mantuvieran entre sí. Dicho planteamiento estratégico no debía ser difícil de llevar a buen término dada la profunda desconfianza y la latente hostilidad entre ambos vecinos. Esto suponía aceptar a estos viejos imperios, entonces todavía en una posición relativamente débil, en el concierto de las potencias, con la ventaja de que su animadversión recíproca convertiría a Estados Unidos en el gran árbitro. Por otra parte, si no se les incorporaba con un papel relevante en el orden internacional —uno bastante imperfecto, sin duda— se propondrían derribarlo —como, de hecho, ha ocurrido.
Hasta 2017 —fecha en que la Estrategia Nacional de Seguridad (ENS) de los Estados Unidos reconoció la rivalidad entre las grandes potencias como su preocupación primordial— en las capitales occidentales dominó el optimismo y se pensaba que el mundo marchaba inexorablemente hacia una globalización liberal y democratizante, grosso modo el Fin de la Historia de Fukuyama. La evolución interna de China, desde 2014 la primera potencia comercial del mundo, era la clave de dicha visión de futuro.
«Durante décadas, la opinión generalizada en Estados Unidos fue que era únicamente una cuestión de tiempo que China se volviera más liberal, primero económica y luego políticamente. No pudimos haber estado más equivocados, un error de cálculo que constituye el mayor fracaso de la política exterior estadounidense desde la década de 1930»2.
Sin embargo, ya en 1996 Pekín y Moscú habían firmado una asociación estratégica cuya finalidad era oponerse al orden internacional unipolar entonces vigente. Esta entente estratégica, a la que no se prestó la suficiente atención, ha terminado alcanzando su objetivo.
El orden internacional bastante benigno vigente desde el final de la Guerra Fría, basado en el multilateralismo y presidido por los Estados Unidos, ha dado paso a un bronco sistema multipolar caracterizado por la creciente rivalidad entre las grandes potencias y en el que ya se maneja el escenario de un posible serio encontronazo3. Por otra parte, el equilibrio de poder y la base tecnológica de la guerra están cambiando tan rápidamente y en tantos aspectos que los países carecen de cualquier principio establecido sobre el que fundamentar el orden4.
«No es necesario explicar que el mundo actual está fragmentado. La disputa entre las grandes potencias ha vuelto con fuerza y el orden multilateral global es incapaz de proporcionar un marco eficaz para la gobernanza. Con una guerra en pleno apogeo en Europa y la posibilidad de que se produzcan múltiples crisis en el Indo-Pacífico, la cooperación entre los actores globales clave sigue siendo un bien escaso. En el pasado, se podría haber supuesto que las cuestiones económicas serían clave para forjar la cooperación global. Hoy, esa no es una posibilidad real. En cambio, la militarización de casi todos los aspectos de la relación interestatal está creando desafíos que la mayoría de los Estados está luchando por afrontar»55.
Frente a la amenaza de que Pekín, respaldada por Moscú, pueda configurar un sistema internacional a su medida, el presidente Biden, en su ENS de octubre de 2022, ha hecho una llamada a una gran cruzada democrática en contraposición a las potencias autocráticas.
«Nos encontramos en medio de una competición estratégica para configurar el futuro del orden internacional [...] Estados Unidos liderará con nuestros valores, y trabajaremos codo con codo con nuestros aliados y socios y con todos aquellos que compartan nuestros intereses. [...] Los autócratas están haciendo horas extras para socavar la democracia y exportar un modelo de gobierno marcado por la represión en el interior y la coerción en el exterior»66.
De ese modo, la confrontación entre Estados Unidos y las potencias revisionistas, fundamentalmente China, es mucho más que una rivalidad entre dos Estados poderosos, es una competición entre dos jerarquías rivales. A medida que ambos bloques se enfrentan, también compiten por la lealtad de los países de todo el mundo, lo que aumenta el número de posibles puntos de fricción y la probabilidad de que los países que deseen permanecer fuera de la competición se vean arrastrados a ella7.
Esto convierte a lo que hoy conocemos como el Sur Global en el teatro de operaciones —junto con los dominios tecnológico y cognitivo— de la gran disputa geoestratégica por la configuración del futuro sistema internacional.
La reacción de buena parte de los países de este nuevo sur, tanto frente a la invasión rusa en Ucrania como frente al salvaje ataque de Hamás a Israel ha disgustado e, incluso, sorprendido a las potencias occidentales.
«En Washington y en las capitales europeas prevaleció la esperanza utópica de que se pudiera torpedear una alianza chino-rusa y convencer a terceros países como India y otros —principalmente del hemisferio sur— para que se posicionaran, principalmente, contra Rusia. Se proclamó una alianza victoriosa de democracias “buenas” contra autocracias “malas”. El G7 se revitalizó para liderar esta cruzada»8.
En estos momentos decisivos, las potencias revisionistas están encontrando la sinergia de gran parte de los países de este Sur Global que empiezan a acariciar unos niveles de desarrollo similares a los de los países más avanzados, que consideran que han alcanzado la plena mayoría de edad y que desean sacudirse la tutela de las potencias occidentales. Estas naciones, al no alinearse con Estados Unidos y sus aliados, crean un contexto estratégico favorable a los designios estratégicos de China y de Rusia, que desean debilitar la influencia de Occidente sobre el resto del mundo para limitar en todo lo posible los efectos de las sanciones y presiones a las que están sometidas.
Pekín y Moscú llevan años cultivando y profundizando sus relaciones con los países en desarrollo: la primera, principalmente, por medio de la Nueva Ruta de la Seda; la segunda, con su comercio energético y armamentístico y su activa diplomacia; ambas con enfoques pragmáticos y de interés mutuo, despreocupándose de las consideraciones internas de los países, mientras no desaprovechan ninguna ocasión para explotar los resentimientos de aquellos países hacia las antiguas potencias colonialistas.
Todo esto ocurre en una encrucijada histórica, en la que los acuciantes asuntos globales requieren un renovado esfuerzo de cooperación, ámbito donde el Sur Global también tiene la última palabra.
Este capítulo defiende que, hasta el momento, la República Popular China y la Federación Rusa están ganando la batalla de influencia y se están beneficiando de la falta de sensibilidad de las potencias occidentales en su relación con los países del mundo en desarrollo. Al proponer Washington una cruzada de valores, percibidos como occidentales y no como propios, y al pretender que los demás se acomoden a un orden internacional en cuya conformación apenas han participado, los países del Sur Global se sienten tratados con un paternalismo que desestima su aspiración legítima de ser tratados de igual a igual.
Asociación estratégica chino-rusa
Pekín y Moscú son las capitales de dos viejos imperios, sometidos a una enconada rivalidad histórica que tiene su origen en la vecindad de ambos y, muy en concreto, en la expansión territorial del ruso a costa del chino. En los tratados de Aigún (1858) y Pekín (1860), forzados por el imperio zarista cuando la dinastía Qing se encontraba en serios apuros durante la Segunda Guerra del Opio, Rusia adquirió cuantiosos territorios en la región del río Amur (figura 1) y en Asia Central. Posteriormente, cuando Mao intentó recuperar Mongolia —como hizo con el Tíbet y Sinkiang—, la Unión Soviética fue el garante de la independencia de dicho territorio.
La revolución comunista en China supuso un momento álgido del entendimiento entre ambas potencias. No obstante, después de la sintonía entre Mao y Stalin, la relación chino-soviética se fue deteriorando rápidamente, llegando en 1969 a un breve enfrentamiento fronterizo armado. Este grave desencuentro fue aprovechado por Nixon para el acercamiento a Pekín. Así, el deshielo entre las dos potencias comunistas no comenzó hasta principios de los ochenta y las relaciones no se normalizaron hasta mayo de 1989, manteniéndose, no obstante, una arraigada desconfianza.
Figura 1. Territorios ganados por Rusia a costa de China en los tratados de Aigún y Pekín. Fuente: elaboración propia.
Superada la Guerra Fría, el nuevo escenario estratégico con Washington en una posición hegemónica muy consolidada, la tercera crisis del estrecho de Taiwán (julio de 1995- marzo de 1996) y el cambio de rumbo que supuso en Moscú la doctrina Primakov propiciaron que, en abril de 1996, China y Rusia establecieran una «asociación estratégica», a la que los líderes chinos y rusos ahora se refieren como una «asociación estratégica integral de coordinación».
El objetivo de la asociación estratégica era oponerse tanto al orden internacional unipolar presidido por Washington como a toda injerencia en asuntos internos. Si el rechazo de un orden unipolar respondía a la lógica geopolítica tradicional, ambos Estados interpretaban la injerencia en asuntos internos como una amenaza a su integridad territorial y a la legitimidad de los respectivos regímenes políticos.
Superando las diferencias y haciendo de la necesidad virtud, su firme voluntad de llegar a jugar como pares de Estados Unidos en la primera división de la geopolítica global y los sucesivos desencuentros de Pekín y Moscú con Washington permitieron un acercamiento por etapas que fue sentando las bases de una relación cada vez más estrecha.
La crisis de Crimea y Donbás de 2014 hizo que esta entente estratégica adquiriera un carácter de primer orden, alcanzando cotas de colaboración hasta entonces poco previsibles. Pekín, que, en 2013, había lanzado su proyecto de la Nueva Ruta de la Seda, ya no disimulaba su ambición y necesitaba a Rusia para evitar un cerco de Estados que se opusiera a su ascenso a la primacía mundial. El Kremlin, en franca oposición a Washington y sus aliados, necesitaba un socio fuerte para resistir las presiones occidentales y diversificar sus vínculos estratégicos, económicos y diplomáticos. A partir de entonces, ambas potencias se sintieron suficientemente respaldadas para retar abiertamente el orden internacional vigente.
Los vínculos bilaterales entre ambos países han adquirido, además, un carácter muy personalizado gracias al buen entendimiento de sus presidentes, Vladímir Putin y Xi Jinping, que se implican directamente en la resolución de problemas financieros y comerciales de amplio calado e interés mutuo9. Ambos mandatarios comparten la interpretación histórica del destino de sus naciones, la visión realista de las relaciones internacionales y una estrategia a corto y medio plazo de intereses compartidos.
No obstante, en el Kremlin no se perdió la esperanza de que Rusia pudiera aprovechar la emergencia de China para que Washington buscara el acercamiento de Moscú para equilibrar a Pekín y constituirse así en el contrapeso clave del juego de poder global. Esto permitiría a la Federación Rusa formar parte del club de los grandes.
En Estados Unidos había voces que compartían dicho enfoque.
«Varios comentaristas, entre ellos Doug Bandow del Cato Institute y Edward Luttwak del Center for Strategic and International Studies, sugirieron que el presidente Trump debería hacer todo lo posible para mejorar las relaciones con Rusia un paso más allá y tratar de conseguir la ayuda de Moscú para equilibrar a una China en ascenso. Trump ve a China y el extremismo islamista como los dos principales desafíos para la seguridad de los Estados Unidos y a Rusia como un socio potencial para combatir a ambos»10.
No obstante, dicho presidente encontró una enorme resistencia en el «establishment», se vio forzado a cambiar el enfoque y en su ESN de diciembre de 2017 presentó la rivalidad entre las grandes potencias como la principal prioridad estratégica de Washington, desplazando al terrorismo yihadista.
La consiguiente guerra arancelaria contra China, iniciada en 2018, llevó a un fortalecimiento aún mayor de los lazos chino-rusos. Las tensiones entre Washington y Pekín comenzaron a escalar pasando de una guerra comercial y tecnológica a inicios de la Administración Trump a una con ribetes ideológicos y militares bajo el presidente Biden11.
«Los lazos entre China y Rusia crecieron en prácticamente todas las dimensiones de su relación, desde el ámbito diplomático hasta el de defensa y desde el económico hasta el informativo […] Quizás el aspecto más preocupante y menos entendido de la asociación chino-rusa sea la sinergia que generan sus acciones»12.
Los ejercicios militares conjuntos adquirieron una nueva dimensión. En septiembre de 2018, China participó con fuerzas terrestres en el ejercicio Vostok, en territorio de la Federación Rusa. Pekín trabajaba con Moscú para llenar los vacíos en sus capacidades militares y acelerar su innovación tecnológica. Rusia proporcionaba a China sistemas de armas avanzados que mejoraban sus capacidades de defensa aérea, antibuques y submarinas.
Ambas potencias se han alineado igualmente en sus esfuerzos para debilitar la cohesión entre los aliados y socios de Estados Unidos y diluir la influencia de Washington con países e instituciones internacionales y rechazan frontalmente la universalidad de los valores occidentales. Defienden el derecho de cada sociedad a vivir conforme a sus propios referentes culturales e interpretan el intento de Occidente de expandir la democracia y los valores liberales como un instrumento de dominación.
De igual modo, se esfuerzan y colaboran para reducir la centralidad de los Estados Unidos en el sistema económico global. Un aspecto importante es la desdolarización de sus economías. Esta había surgido como una prioridad para Rusia en 2014 en respuesta a la imposición de sanciones occidentales tras la anexión de Crimea. Moscú encontró entonces el apoyo de Pekín para dicho propósito. La desdolarización comenzó a ganar también valor para China en 2018, tras el inicio de la guerra comercial con Estados Unidos, lo que dio paso a un acuerdo en 2019 para reemplazar el dólar con monedas nacionales en las liquidaciones internacionales entre ellos. Mientras que el 80 % de las exportaciones totales de Rusia estaban denominadas en dólares estadounidenses en 2013, solo un poco más de la mitad de sus exportaciones totales se liquidaban en dólares antes del inicio de la guerra13. La mayor parte de la disminución fue absorbida por su comercio con China. Este objetivo no ha dejado de profundizarse.
La guerra de Ucrania, poco antes de cuyo inicio los presidentes Xi Jinping y Putin proclamaron «una amistad sin límites», ha supuesto un nuevo hito. A pesar de que China mantenga una cierta distancia con Rusia en relación con dicha contienda armada para no verse contaminada por ella y para evitar más sanciones, las potencias revisionistas mantienen intacto el objetivo de trabajar juntos para configurar un sistema internacional donde Estados Unidos y sus aliados no puedan amenazar sus respectivas aspiraciones nacionales, evitando entre ellas fricciones en los múltiples asuntos sensibles.
China ha ampliado significativamente su comercio con Rusia, de la que importa el 19 % de su petróleo y el 25 % de su carbón, dando cobertura a sectores antes atendidos por los países europeos, como el del automóvil —que ha quintuplicado sus ventas. De este modo, en los primeros ocho meses de 2023, las importaciones chinas crecieron un 63 %. Pekín mantiene además con Moscú una importante asociación industrial de defensa, importa cantidades sustanciales de armas del país y facilita su comercio de microchips.
Ciertamente, a China le ha disgustado el aventurismo ruso en Ucrania que ha reforzado los lazos estratégicos dentro del bloque occidental, ha perjudicado su crecimiento económico —aunque también se haya visto favorecida por los precios rebajados en las importaciones de petróleo ruso— y ha introducido un factor de incertidumbre que incomoda a Pekín. Sin embargo, no le interesa que Rusia quede debilitada y le da el respaldo necesario para sobreponerse a los avatares de la contienda bélica. En ningún caso, permitirá que quede sometida a la voluntad de las potencias occidentales. Si viera peligrar tal eventualidad, es razonable pensar que dará un serio respaldo a la Rusia de Putin. Por ello, es previsible que mientras siga enfrentada a Estados Unidos en la lucha por la hegemonía global, la República Popular China mantendrá sus estrechos lazos con la Federación Rusa.
El mayor reto —todavía difícil de evaluar— es de naturaleza tecnológica. ¿Cómo adaptarán ambas potencias dicha entente en un futuro, ya nada lejano, donde los desarrollos de la inteligencia artificial, la tecnología cuántica, la automatización y la robótica están llamados a trastocar los resortes del poder?
Ni que decir tiene que el conflicto abierto en Oriente Medio entre Hamás e Israel, al haber despertado nuevas simpatías hacia la causa palestina y producido rechazo hacia la reacción de Israel, aliado incondicional de Washington, debilita el liderazgo de Estados Unidos y favorece los designios estratégicos chino-rusos.
En su asociación estratégica, China lleva el liderazgo y Rusia es el socio de respaldo, si bien Pekín se esfuerza en no desairar a Moscú, reconociendo su rango de gran potencia. No obstante, la Federación Rusa, gracias a su tamaño, su posición geográfica bicontinental, sus abundantes recursos naturales, su inmenso arsenal nuclear y su determinación para apostar alto, conserva un peso y una autonomía nada desdeñables.
De ese modo, ambas potencias revisionistas, que cierran filas desde un enfoque pragmático con otros Estados rebeldes para una contienda que se prevé larga y enconada, han reforzado aún más su gran entente y se proponen debilitar el control de Washington y sus aliados sobre la gobernanza global, haciendo lo posible para mantener al Sur Global —que supone más de la mitad de la población mundial— separado de la influencia occidental. En la actual dinámica, la resistencia pasiva del mundo en desarrollo hace que las presiones que las potencias occidentales ejercen sobre Pekín y Moscú pierden gran parte de su efecto.
La entente estratégica se ensancha
Un aspecto especialmente preocupante es el progresivo entendimiento estratégico entre las dos grandes potencias revisionistas y los Estados rebeldes de Irán y Corea del Norte, así como, en menor medida, Myanmar, Venezuela o Mali. Puede que no tengan mucho en común más allá del gran enemigo común estadounidense y de su intensa hostilidad hacia todo lo que significa el orden internacional de inspiración occidental. Individualmente, ninguno de ellos es especialmente poderoso. Sin embargo, el estrechamiento de esta relación relaja el aislamiento internacional al que se ven sometidos, reduce el efecto de las sanciones, tiene un efecto positivo en sus economías y les permite adoptar un perfil internacional más asertivo. En particular, está permitiendo la emergencia de una red que refuerza a todos ellos, creando un ecosistema de Defensa que favorece la trasferencia de capacidades, conocimiento y de tecnologías de doble uso. China y Rusia podrían incluso adoptar una división (tácita o abierta) del trabajo a la hora de decidir qué Estado ayuda a qué socio más débil.
En cualquier caso, ya está apareciendo una cierta sinergia y Teherán no trasmitiría tanta determinación en la actual crisis de Oriente Medio si no se sintiera respaldado por las potencias revisionistas.
La relación entre Rusia e Irán se estrechó significativamente a raíz de la guerra de Siria y el interés común por la supervivencia del régimen de Al Asad, lo que se tradujo en una intensificación de las relaciones comerciales y en el ámbito de Defensa. En la guerra de Ucrania hemos visto la importancia que han adquirido los drones iraníes con la contrapartida del apoyo de Moscú a los programas de misiles de Teherán. Una cooperación más profunda podría dar lugar no solo al apoyo material mutuo en el ámbito militar, sino también en el del conocimiento. Los funcionarios iraníes, por ejemplo, quieren aprender de sus homólogos rusos sobre ciberinteligencia e inteligencia artificial, mientras que Moscú espera obtener el asesoramiento de Teherán sobre evasión de sanciones y adaptación de bienes civiles para uso militar14. Irán juega también un papel importante en la conectividad de Rusia con el océano Índico y especialmente con la India a través del Corredor de Transporte Norte-Sur (figura 2).
Figura 2. Corredor de Transporte Norte Sur. Fuente: Getty Images
La relación energética con China, que importa gas y petróleo iraníes, ha ayudado significativamente a la economía de dicho país. En 2021, ambos Estados firmaron el tratado de asociación estratégica para veinticinco años. Pekín ha identificado a Irán como un encaminamiento alternativo para su Nueva Ruta de la Seda. De ese modo, China está haciendo importantes inversiones en el país, financiando la construcción del metro de Teherán, presas y factorías, así como el sector minero. En 2022, el volumen de negocios entre ambos países excedió los 20 000 millones de dólares. En marzo de 2023, la mediación china en la reanudación de las relaciones diplomáticas entre Irán y Arabia Saudí —rotas en 2016— marcó un hito en el papel que Pekín quiere jugar en Oriente Medio.
La relación trilateral entre China, Rusia e Irán se puso de manifiesto con la oposición de Pekín y Moscú a que en el Consejo de Seguridad de la ONU se discutiera sobre la represión de las protestas iraníes en 2018 y, posteriormente, con repetidas maniobras navales combinadas en el océano Índico, con las que pretenden enviar un mensaje de resistencia a las presiones occidentales. Todos ellos apoyan a sus contrapartes en la oposición a la presencia norteamericana en sus respectivas áreas de influencia. El rechazo a los valores occidentales, que se presentan como decadentes e inmorales, da unidad de discurso, a pesar de las profundas diferencias de los tres países en dicho ámbito.
En relación con Corea del Norte, Moscú le está comprando proyectiles de artillería y cohetes. A cambio, Putin podría dar a Pyongyang elementos que necesita para sus programas de satélites y de submarinos15. Además del apoyo tecnológico militar, ambos países también tienen planes para lanzar proyectos conjuntos en los campos del turismo, la construcción y la agricultura. El acercamiento a Putin tiene especial valor para el líder norcoreano, dado su gran aislamiento internacional y su fría relación con Pekín, que no aprueba su actitud crecientemente asertiva en los ámbitos nuclear y del desarrollo de misiles. En cualquier futura negociación de Estados Unidos y sus aliados con Corea del Norte, Rusia reivindicará su capacidad de influencia.
La importancia estratégica de Myanmar para China se deriva del corredor económico que atraviesa dicho país y le da acceso al golfo de Bengala y al océano Índico. A Pekín le preocupa la inestabilidad en Myanmar, porque podría poner en peligro sus inversiones y brindar a Estados Unidos la oportunidad de afianzarse mediante su apoyo a los grupos armados opositores. A diferencia de regímenes militares anteriores, China no respalda totalmente a la actual Junta, sino que aboga por unas elecciones inminentes y la posterior transición a un Gobierno civil, lo que está provocando malestar entre los dirigentes del país vecino.
Aunque China es la mayor fuente de comercio e inversión de Myanmar, Rusia es el socio preferido de la Junta. Las relaciones entre ambos se han reforzado considerablemente desde que Moscú reconociera la toma del poder por el Tatmadaw el 1 de febrero de 2021, que a cambio respaldó la invasión de Ucrania por el Kremlin el 24 de febrero de 2022. Rusia es ahora la mayor fuente de ayuda militar de Myanmar. Por su parte, Myanmar es el único país del Sudeste Asiático que transfiere suministros militares a las fuerzas armadas rusas para su uso en las zonas ocupadas de Ucrania. La Junta busca además la cooperación con Moscú para resolver la crisis energética del país16.
Otros países como Venezuela o Mali están en la agenda ruso-china porque, como en los casos anteriores, son irritantes para las potencias occidentales y tienen incidencia en los equilibrios de poder. El Kremlin siempre guarda la carta de ahondar en su desestabilización y poner así de relieve que hay que contar con él. Para España se trata de países que se encuentran en regiones prioritarias.
El Sur Global
Carl Preston Oglesby, un activista político estadounidense, acuñó el término de Sur Global en 1969. Desde entonces, se ha utilizado ampliamente en el ámbito académico y de las ONG. Se refiere a los países de África, Iberoamérica, Oriente Medio y Asia en vías de desarrollo que han sufrido una historia interconectada de colonialismo y neocolonialismo. Se trata de un grupo de países heterogéneo con intereses en muchos casos divergentes17.
En los últimos años este término está adquiriendo un protagonismo muy especial, particularmente desde la negativa de la mayoría de estos países a sumarse a las sanciones contra Rusia, derivadas de su invasión de Ucrania.
En la actualidad, no tiene sentido que a China, uno de los dos grandes polos de poder mundial, se le siga considerando parte de este amplio espacio geopolítico, aunque la inercia todavía le siga situando allí y ella misma siga declarando su pertenencia a los países en desarrollo. Para Pekín es más retórica política que verdadero sentimiento de pertenencia.
«El Sur Global no existe como una agrupación coherente y organizada, sino como un hecho geopolítico. […] Está empezando a limitar las acciones de las grandes potencias y a provocar que respondan al menos a algunas de sus demandas. […] Su afán por “alcanzar” a los Estados ricos es un imperativo común y, en todo caso, urgente. Su deseo tanto de autonomía estratégica como de una cuota mucho mayor de poder político en el sistema internacional es fuerte y no hace sino aumentar, especialmente entre las potencias medias, como Brasil, Indonesia y Sudáfrica»18.
En sus últimos años, Brzezinski explicaba la importancia de lo que llamaba The global political awakening: el hecho de que, del mismo modo que la Revolución Francesa hizo a la totalidad de la sociedad francesa consciente de su protagonismo político, «la revolución de la globalización ha hecho que, por primera vez en la historia, la mayor parte de la humanidad esté políticamente activada, sea políticamente consciente y esté políticamente interconectada»19.
De ese modo, las naciones del Sur Global (figura 3) han tomado conciencia de que son sujetos —y no solo objetos, como en el pasado reciente— del sistema internacional. La mayoría de dichos países conservan, además, arraigados resentimientos frente a Occidente, heredados de la época imperialista y colonialista, sentimiento fomentado e intensificado por la influencia de una interpretación marxista que muchas de sus élites han asimilado precisamente en las universidades occidentales.
Figura 3. Mapa del Sur global. Fuente: elaboración propia
Esto se ha traducido en una divergencia notable a la hora de interpretar los graves sucesos de los tiempos convulsos que está viviendo el mundo.
Un primer desencuentro entre el nuevo sur y las potencias occidentales se produjo como consecuencia del insolidario manejo de la pandemia del coronavirus y la negativa inicial tanto de Estados Unidos como de Europa a cooperar con el resto del mundo en materia de vacunas.
Con la creciente rivalidad entre las potencias, los Estados en desarrollo rechazan la actitud de Estados Unidos y sus aliados, cuyo orden internacional basado en reglas consideran incapaz de resolver los desafíos globales clave, como el calentamiento global y el desarrollo sostenible, y otros peligros para la subsistencia de la humanidad, como la proliferación nuclear, pero en defensa del cual las grandes potencias viven obsesionadas con su lucha por la primacía sin importarles las consecuencias que de ello se derivan para el resto del mundo20.
Muchos países del Sur Global consideran además que ese orden internacional de posguerra se les impuso en momentos de debilidad, cuando acaban de acceder a la independencia y que el sistema favorece a las grandes potencias occidentales. Además, generan gran desconfianza tanto el poder del dólar como el uso excesivo de embargos, sanciones financieras y económicas a los países rivales, haciendo la vista gorda cuando se trata de aliados.
El universalismo de los valores proclamado por Estados Unidos y sus aliados europeos es interpretado en el Sur Global como una forma de supremacismo moral que pretende prolongar la tutela de las antiguas metrópolis, les dicta lo que deben hacer y cómo deben pensar, poniendo, de paso, el dedo en la llaga de muchas de sus propias contradicciones
—lo que a aquellas naciones les resulta humillante.
«En términos institucionales, la negativa a reformar el Consejo de Seguridad de la ONU y a terminar con anomalías como la exclusión de la India (el país más poblado del planeta) del P-5 de miembros permanentes y el mantenimiento en el mismo del Reino Unido, una potencia declinante se mire como se mire, ha llevado a cuestionar la legitimidad de las estructuras de la ONU. Lo mismo vale para las reglas no escritas de que el presidente del Banco Mundial sea un estadounidense y el director general del FMI un europeo. […] En lo que este orden sí ha cambiado es en su insólito renegar del libre comercio y de la globalización, ambos antiguos pilares del mismo»21.
Hay también un claro rechazo al esfuerzo del G7 y de los países de la OTAN para transformar una guerra europea en una global, siendo que hay y ha habido muchas guerras en otras partes del mundo y no se ha actuado de la misma manera. El caso del genocidio de Ruanda resulta especialmente paradigmático. Por otra parte, «la mayoría de los países del Sur Global no ven ningún beneficio en entrar en la lucha entre las llamadas naciones «democráticas» y «autoritarias»22, lo que se puso de manifiesto en la reunión en Hiroshima del G7, en la que se intentó convencer al Sur Global de que se uniera a Occidente para confrontar a Rusia y contener a China.
El punto de vista chino
El gigante asiático está en el proceso de convertirse en una potencia global con una influencia reconocida tanto a nivel económico como político y estratégico. Aspira, al menos, a convertirse en la potencia dominante en Asia, desplazando de allí a Estados Unidos. Pekín ha llegado a la conclusión de que Washington hará cualquier cosa para evitar su ascenso23. La desconfianza reina en las capitales de ambos rivales, constituyéndose en el mayor obstáculo para el necesario entendimiento en muchos asuntos capitales.
Para alcanzar su objetivo de «rejuvenecimiento nacional», Pekín necesita contar con un espacio económico vital estable y áreas de influencia estratégica que le aseguren la satisfacción de sus necesidades, principalmente materias primas y alimentos. Así, el fortalecimiento de la República Popular China en las últimas décadas ha discurrido en paralelo a una potenciación de las relaciones con los países del Sur Global. «Según Dongwu Securities, en lo que va de año (septiembre de 2023), por primera vez, China exportó más a países en desarrollo que a Estados Unidos, la Unión Europea y Japón juntos»24.
Pekín ha dedicado amplios recursos diplomáticos y financieros para cortejar a los gobiernos del Sur Global para que apoyen sus objetivos e ideas, desde la fastuosa Iniciativa de la Nueva Ruta de la Seda de construcción de infraestructuras hasta la creación de las «iniciativas globales»: Global Development Initiative-GDI (2021), Global Security Initiative-GSI (2022) y Global Civilization Initiative-GCI (2023).
La creciente influencia de China se ve respaldada por su papel económico cada vez más importante. El mayor socio comercial del país es la ASEAN, con un intercambio de bienes de 975 000 millones de dólares en 2022. En 2001, apenas el 4 % del comercio de mercancías del África subsahariana se realizaba con China; en 2020, ese porcentaje había superado el 25 %. Una proporción cada vez mayor de la inversión extranjera directa china también está fluyendo hacia el mundo en desarrollo: en 2017, menos de una cuarta parte de la inversión extranjera directa de China se dirigió a países afiliados a la BRI y, en 2022, esa proporción aumentó hasta el 60 %25.
Todo ello viene envuelto en un mensaje: China no hará las cosas horribles que Occidente os hizo. Pekín, con una actitud más pragmática, empática y flexible, ha sabido aprovechar las quejas y preocupaciones legítimas de los líderes del Sur Global para presentar a China como defensora y socia frente a lo que caracterizan como un Occidente indiferente que solo pretende mantener su dominio político y económico.
De ese modo, la Administración de Xi Jinping está intentando redefinir los asuntos mundiales como una especie de guerra de clases global: las economías ricas y avanzadas contra el mundo pobre y en desarrollo, afirmando que «la principal contradicción en el mundo actual no es en absoluto la llamada “democracia contra autocracia” protagonizada por un puñado de países, sino una lucha entre el desarrollo y la contención del desarrollo, y entre la justicia global y la política de poder»26.
Esta combinación de mensajes eficaces, persistencia diplomática y peso económico real está dando sus frutos. Los diplomáticos chinos han logrado recabar el apoyo del Sur Global en la ONU para defender su visión de los derechos humanos frente a las críticas de las principales democracias y para impulsar sus programas económicos e ideas políticas dentro del sistema. La influencia de Pekín está creciendo en regiones del mundo en las que hasta ahora había desempeñado un papel secundario, sobre todo en Oriente Medio. Durante la visita oficial a China en abril de 2023, Lula da Silva, presidente de Brasil, afirmó, para gran satisfacción de los anfitriones, que los países en desarrollo del mundo deberían utilizar sus propias monedas en el comercio en lugar del dólar estadounidense. Mientras tanto, el banco central de China ha sido una importante fuente de fondos de emergencia para Argentina para evitar el impago de los préstamos del Fondo Monetario Internacional27.
No obstante, el eslogan de «ganar-ganar» no oculta la dificultad de establecer una relación que permita agregar valor a las capacidades productivas de aquellas economías para no consolidar la especialización primario-exportadora que en gran medida ha caracterizado el auge de los intercambios en los últimos lustros28.
La nueva y desequilibrada relación entre China y el Sur Global también está generando tensiones y desconfianza y le están surgiendo rivales a medida que otras potencias emergentes, muy en particular la India, tratan de hacerse oír en el mundo en desarrollo y en la comunidad internacional en general.
Los BRICS y el G-20
Pekín desea que el grupo BRICS sea el catalizador de su vínculo con el Sur Global y ansía convertir esta organización en una alternativa estratégica, financiera y económica al G-7, con una propuesta de gobernanza basada en la multipolaridad.
El peso de los BRICS no ha dejado de crecer y, en términos de PPA, ya superan al G-7 (31,5 % frente a 30,7 %). Entre 2021 y 2022, su contribución al crecimiento mundial fue del 32,2 % frente a un 25,6 % del G-729. La XV cumbre de los BRICS celebrada en agosto de 2023 en Johannesburgo ha supuesto un importante impulso a la organización. Aunque la consolidación de sus resultados está todavía por ver, tiene el potencial de acelerar la transición a un mundo multipolar mediante la expansión del grupo y la forja de una nueva arquitectura financiera que no dependa del dólar estadounidense.
Al optar por no acatar las sanciones económicas y financieras impuestas por Occidente, los BRICS han sido un bálsamo para Moscú. Mientras que el comercio entre Rusia y el G7 ha caído más de un 36 % desde 2014 bajo el peso de las sanciones económicas y financieras, el comercio entre este país y las demás naciones BRICS se ha disparado, aumentando más de un 121 % en el mismo periodo30.
Reforzado por su éxito en los frentes económico y geopolítico, el grupo BRICS ha incorporado seis nuevos países y es visto, cada vez más, por un número creciente de países del Sur Global como un atractivo agente del multilateralismo.
Otra alternativa al G-7 es el G-20. Con el beneficio de una mayor inclusividad, pero con el inconveniente de una menor cohesión, dicha organización, bajo el liderazgo de Nueva Delhi, también ha acentuado su exigencia de una reforma integral del declinante orden multilateral, amplificando la voz del mundo en desarrollo y proponiendo que la agenda de gobernanza global se centre en las aspiraciones y preocupaciones del Sur Global.
«2023 fue también el año de la presidencia india del G20 y el año en que, por primera vez en la historia del grupo, la troika del G20 —es decir, la anterior presidenta, Indonesia; la actual, India; y la futura, Brasil— estaba formada por países en desarrollo. Con Sudáfrica, que sucederá a Brasil en 2025, las economías emergentes liderarán el G20 durante cuatro años consecutivos»31.
Las potencias revisionistas, aunque Pekín muestre reticencias frente a la ambición de liderazgo indio, ven con satisfacción cómo las alternativas de gobernanza postoccidental se van abriendo camino.
El Sur Global da oxígeno a la Rusia de Putin
La invasión rusa de Ucrania ha empañado la reputación de la Federación Rusa en Europa y Estados Unidos, suscitando dudas sobre la competencia de su régimen. Pero la guerra no ha aislado a Rusia del mundo. Incluso después de un revés tras otro en el campo de batalla, Putin prosigue con determinación su esfuerzo bélico. Gracias a un gasto en Defensa del 6 % del PIB y a su poderoso sector militar industrial, se siente capaz de sostener una guerra prolongada, haciendo todo lo que puede para desgastar la voluntad de lucha ucraniana en pos de un orden internacional que, tal y como lo interpreta, devuelva a Rusia el lugar que le corresponde en el mundo32.
En el momento de escribir estas líneas, parece que el conflicto armado se alarga, está degenerando en una guerra de desgaste y, por primera vez, desde el inicio de la guerra, las tornas han cambiado y es Ucrania la que está en una posición más comprometida.
«El Kremlin ve el mundo actual en términos de una competición global por el poder y la influencia. Por un lado, está el mundo occidental liderado por Washington, que insiste en la adhesión global a su orden basado en normas derivado de los valores y prácticas occidentales, que presumiblemente son ideales no codificados en tratados jurídicamente vinculantes. En el otro lado, está el resto del mundo, que se adhiere a valores “más tradicionales”, que quiere regirse por el derecho internacional (definido únicamente por tratados y otros acuerdos jurídicamente vinculantes y dirigidos por las Naciones Unidas) y que rechaza el mundo unipolar que Estados Unidos pretende preservar»33.
El liderazgo ruso considera una derrota como una amenaza existencial, busca una estrategia que le permita, de momento, sobrevivir al mal paso que supuso la invasión de Ucrania y, a más largo plazo, encontrar un reacomodo de Rusia en el sistema internacional sin renunciar a su condición de gran potencia, objetivo irrenunciable de la nación.
Gracias al chantaje nuclear, el Kremlin está consiguiendo alargar la guerra sin que Washington y sus aliados se atrevan a elevar demasiado la apuesta y aportar a Ucrania toda la ayuda necesaria para expulsar a las tropas rusas del territorio del país vecino. La preferencia del Kremlin es alcanzar una solución negociada que incluya la finlandización de Ucrania. Para ello, considera que el tiempo juega a su favor y no pierde la esperanza de quebrantar la voluntad de lucha de Kiev, mientras intenta dividir a los aliados occidentales.
Para conseguir su objetivo, Moscú considera el trilema esfuerzo militar-capacidad económica-apoyo popular: el esfuerzo militar para ganar la guerra no debe poner en peligro ni la capacidad económica, sin la cual no puede sostener la estrategia a largo plazo, ni el apoyo esencial del pueblo ruso, sin el cual el país corre el peligro de una crisis interna de consecuencias impredecibles. Al mismo tiempo, redirige sus flujos comerciales, tecnológicos y financieros fuera del bloque occidental. Esto supone un esfuerzo enorme, teniendo en cuenta que, antes de la guerra, dos tercios de las exportaciones rusas iban dirigidas a Europa y que las potencias europeas eran también su principal fuente tecnológica y financiera.
El apoyo popular es el centro de gravedad del designio estratégico del Kremlin. Hasta el momento, la mayoría de los rusos apoya a Putin y el esfuerzo bélico. Según los últimos sondeos del Centro Levada, el índice de aprobación del presidente ruso Vladimir Putin subió tres puntos porcentuales en noviembre, hasta el 85 %.
La dimensión cognitiva resulta determinante. El relato omnipresente brota de una fusión entre nacionalismo, militarismo y tradicionalismo ortodoxo que ahonda en el proverbial victimismo ruso. La narrativa sobre la guerra se basa en la idea de que fue Rusia la que se vio amenazada por Estados Unidos y sus aliados, y en respuesta inició una «lucha de liberación nacional». El argumentario complementario defiende que Rusia está luchando por un «mundo multipolar más justo», es un «estado-civilización» especial con su propio sistema de valores y con el derecho histórico —ganado en las dos grandes guerras patrióticas en las que salvó a Europa— a ser una gran potencia.
La estrategia económica rusa se ha visto favorecida tanto por las acertadas medidas — iniciadas tras la crisis de 2014— de los tecnócratas para construir la «fortaleza macroeconómica Rusa» como por la evolución favorable de los precios de los hidrocarburos. El año 2023 no resultó tan ventajoso desde el punto de vista de los precios energéticos, pero, al disponer todavía del fondo de reserva, el Gobierno ruso ha podido sostener el gasto sin incurrir en un endeudamiento significativo. De ese modo, el PIB de Rusia ha recuperado los niveles de antes de la guerra. De momento, a pesar de los nuevos retos, incluidos algunos formidables para el futuro a más largo plazo, como la masiva salida de capital y la falta de acceso a las tecnologías más avanzadas, las previsiones del FMI de enero de 2024 sitúan el crecimiento de la economía rusa en 2024 en 2,6 %.
La estrategia del Kremlin una vez acabada la guerra, así como también si esta se alarga, tiene un componente económico-tecnológico esencial. Únicamente si es capaz de mantener una economía suficientemente robusta, la Federación Rusa podrá mantener la paz interior, sostener su impulso militar en Ucrania y mantener su condición de gran potencia más allá de la contienda bélica.
El Sur Global es, pues, la clave para que la Rusia de Putin sobreviva a la tormenta geoestratégica en la que está inmersa. Permite que Moscú esté tejiendo una red alternativa de vínculos comerciales, tecnológicos y diplomáticos que impide su aislamiento internacional y su estrangulamiento económico. Así, da oxígeno a la economía rusa, ayuda al Kremlin a esquivar las sanciones, le reconoce un papel relevante en la gobernanza global y le permite adquirir los recursos que necesita para sostener la guerra.
El Concepto de Política Exterior del Gobierno ruso de marzo de 202334 explicita esta necesidad y destaca la importancia de la relación con China, India, Turquía e Irán, en contraposición a Europa y EE. UU., centradas principalmente en energía, exportación de armamento, comercio de productos básicos, cooperación en materia de seguridad y educación.
«Rusia sigue teniendo una influencia internacional significativa. Moscú mantiene contratos de defensa estables con la mayoría de sus clientes tradicionales, como India y Vietnam, que dependen de Rusia para el mantenimiento de sus sistemas. El Kremlin ha tenido que trasladar la mayor parte de sus soldados y material a Ucrania, pero sigue teniendo bases aéreas y navales permanentes en Siria, lo que da al país acceso directo al Mediterráneo y le permite hostigar a las fuerzas estadounidenses en Oriente Próximo. La empresa paramilitar Wagner, dirigida por Moscú, controla varias bases en Libia, que le sirven de centro logístico para sus actividades en el Sahel»35.
La Federación Rusa considera central la batalla del relato dirigida a distanciar a los países en desarrollo del bloque occidental. Se utiliza una interpretación de raíz marxista que pone de relieve la desigualdad del sistema internacional liberal, los legados del colonialismo y del imperialismo que impiden que los países del Sur Global sean tratados en pie de igualdad y que contribuyen a promover los intereses de unas potencias occidentales que no quieren renunciar a su posición de privilegio. También se afirma que estas dinámicas tienen repercusiones negativas para que los países puedan comprometerse y cooperar para abordar los acuciantes problemas mundiales que suponen amenazas existenciales para la humanidad, como el cambio climático, las pandemias y las guerras entre grandes potencias.
El futuro no está escrito
No obstante, todo lo dicho anteriormente, la multitud de vínculos e intereses compartidos, esenciales para mantener la actividad vital de las potencias de uno y otro signo, modera la intensidad de la competición y abre una cierta esperanza a contener el enfrentamiento.
«Corresponde a los dos países (Estados Unidos y China) decidir si se enzarzan en una guerra fría; sus supuestos y percepciones conformarán, a su vez, la realidad de la relación. Bien gestionada, esta podría fomentar la estabilidad mundial. Mal gestionada, podría sumir al mundo en algo mucho peor que la Guerra Fría»36.
La reciente reunión entre los presidentes chino y norteamericano en San Francisco abrió una cierta puerta a la esperanza; podría cambiar la tendencia de rivalidad creciente entre ambas grandes potencias, que se inició en 2017, y establecer los cauces de diálogo necesarios para al menos prevenir una catástrofe y abordar algunos de los grandes retos globales.
Dado que las potencias occidentales han vivido varias décadas confiadas en su capacidad de influencia y en el potencial de seducción de su modelo de sociedad — incluido su propio sistema de valores— sobre el resto del mundo y, sin embargo, se está comprobando que el Sur Global ha tomado un derrotero divergente, se necesita un cambio de actitud y mentalidad para no ceder a las potencias revisionistas un espacio que es determinante para la gobernanza futura del mundo.
Elevar las disputas al ámbito de los valores únicamente las hace más enconadas y difíciles de resolver. Ninguna potencia está libre de perseguir en alguna medida sus intereses de espaldas a los principios que proclama. Hay, pues, que empezar por conocer los puntos de vista de los países en desarrollo, por reconocer su derecho a vivir conforme a sus propias convicciones —aunque no se compartan—, por saber que el liderazgo internacional no se puede imponer, por asumir que las sociedades occidentales no deben apelar a su excepcionalismo para constituirse en referencia universal y por aceptar que, si se cree en unos valores o modelo de sociedad determinados, es la ejemplaridad la vía más eficaz para promoverlos. No va a ser nada fácil: en la actualidad, con sus sociedades muy polarizadas, Occidente, que ya no posee el monopolio de la excelencia, tampoco disfruta de la fascinación que en otro tiempo irradiaba.
El capítulo escrito por el embajador Raimundo Robledo dedicado al caso particular de África, prioritario para España, aborda las especificidades de este continente, del que depende, en gran medida, el devenir de nuestra patria y de Europa.
En cualquier caso, para que un orden sea internacional tiene que ser precisamente eso, internacional, lo que supone que participen en él los diversos actores que lo configuran, siendo el Sur Global con toda su heterogeneidad una parte sustantiva.
Conclusión
El mundo vive un momento decisivo de inflexión histórica que está produciendo grandes fricciones y en el que las potencias revisionistas China y Rusia, en estrecha asociación estratégica, se enfrentan a las occidentales, lideradas por Estados Unidos, por la configuración del futuro sistema internacional.
El apoyo de los países en desarrollo —conocidos ahora como Sur Global— será decisivo para decidir quién gana y quién pierde en esta creciente y cada vez más intensa competición por la gobernanza mundial, el papel de las instituciones internacionales, las normas y principios de la diplomacia, los métodos de comercio y finanzas y la forma del propio orden mundial.
La República Popular China necesita al Sur Global para recuperar la centralidad de la gobernanza mundial; Rusia, para salir del mal paso en que incurrió al invadir Ucrania y para defender su rango de gran potencia, tanto si la guerra se alarga como cuando esta llegue a su fin.
Desde 2013-2014, Moscú y Pekín apostaron seriamente por estrechar sus relaciones con el nuevo sur. Sin embargo, en las capitales occidentales se ha tardado en comprender la naturaleza del cambio que se estaba produciendo y en reconocer que las naciones en desarrollo aspiran a sacudirse la tutela de las antiguas metrópolis para alcanzar un papel de igualdad en la gobernanza global y defender mejor sus intereses. Todo ello, sin haber superado estas los resentimientos de la era colonialista, que China y Rusia están potenciando.
Esta situación solamente se podrá revertir con un cambio de actitud por parte de Washington y sus aliados más estrechos que ponga el énfasis en comprender al Sur Global, en asumir sus preocupaciones y en reconocer su derecho a participar en pie de igualdad para la configuración del sistema internacional. Para ello, las naciones occidentales deben también despojarse de la arrogancia moral y del narcisismo que les lleva a mirar al mundo a través de un espejo. Lo más eficaz para influir en el resto del mundo es preocuparse de que las propias sociedades occidentales sean lugares atractivos para vivir en justicia y libertad, porque en ellos se protege mejor la dignidad humana.
José Pardo de Santayana
Coronel de Artillería del ET (DEM)
Analista del Instituto Español de Estudios Estratégicos
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Las potencias revisionistas y el Sur Global ( 0,45 MB )
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