30 sept. 2024
Las distintas visiones de Rusia y China sobre la multipolaridad
José Luis Pontijas Calderón
Introducción
Tras la caída de la Unión Soviética, Occidente asumió que la democracia liberal se volvería universal, ya que la ideología y la forma política de Estados Unidos, así como el sistema económico que imponía, serían verdaderamente globales. Fue el momento unipolar estadounidense.
Así, el desarrollo económico global tuvo lugar dentro de los parámetros establecidos por la potencia hegemónica, en los términos establecidos por instituciones de gobernanza global forjadas por Washington y aceptadas por los demás. Incluso Moscú y Pekín se adhirieron a las reglas estadounidenses y China en particular se convirtió en la principal ubicación de la fuerza laboral del capitalismo multinacional. El mercado mundial era en todos los aspectos una característica del nuevo globalismo, una herramienta que algunos analistas han calificado como «colonialismo estadounidense», es decir, el capitalismo a escala global, donde los propios Estados Unidos eran el hogar de gran parte del capital.
China aprovechó su inclusión en el mercado mundial y utilizó este estatus para diseñar su notable ascenso hasta convertirse en la segunda superpotencia y la mayor economía del mundo. Contrariamente a todas las expectativas occidentales, la apertura económica de China a los mercados del mundo no indujo su liberalización ideológica, sino que le permitió convertirse en el desafío más formidable a la hegemonía estadounidense. Al mismo tiempo, si bien la recuperación económica de Rusia tras el colapso soviético no fue tan impresionante como la de China, se convirtió en una fuente crítica de petróleo, energía y tierras raras para gran parte del mundo occidental, un activo importante en su caja de herramientas de influencia geopolítica (como los acontecimientos recientes han demostrado). Dicha posibilidad, junto a su poder militar y capacidad de veto en el Consejo de Seguridad de la ONU, convierten a Rusia en otro digno oponente a la unipolaridad estadounidense.
Sin embargo, sus diferentes circunstancias y grados de integración en el mercado mundial han llevado a los intelectuales de Rusia y China a concebir el mundo multipolar emergente de maneras distintas, a pesar de su convergencia en la oposición a la unipolaridad occidental. Si bien ambos países consideran que han sufrido humillación a manos de Occidente, las condiciones materiales concretas que han afectado a ambos Estados son radicalmente distintas.
Dos pensadores ejemplifican las dos diferentes visiones de una manera especialmente clara: Alexander Dugin y Jiang Shigong. Vale la pena examinar más de cerca las teorías de la multipolaridad formuladas por estos dos pensadores, para entender las visiones geopolíticas de la Rusia y China actuales.
Alexander Dugin y el globalismo universal
Tras la disolución oficial de la URSS, el 31 de diciembre de 1991, Rusia cayó en un estado de absoluto caos político y económico, con un impacto social desastroso. La transición de una economía socialista planificada, a la de un país democrático liberal con una economía de libre mercado, se llevó a cabo siguiendo el modelo de los teóricos neoliberales de «la terapia de choque económica», cuyos métodos se implementaron brutalmente durante la presidencia de Boris Yeltsin, mediante una repentina liberalización de los precios y la privatización de la propiedad productiva. Ello, en teoría, transformaría a Rusia en un país libre dotado de una economía pujante, como los grandes países capitalistas de Occidente. Por el contrario, Rusia se hundió precipitadamente en una fase de pobreza e indigencia. El PIB disminuyó una sexta parte, el sistema de distribución colapsó por completo y ningún mecanismo de mercado eficiente pareció reemplazarlo; la escasez y la inflación acosaron a la nación y se inició un rápido proceso de desindustrialización, acentuado por la desintegración de todo el bloque económico soviético que, formado por múltiples países de Europa central y oriental, así como por países asiáticos, africanos y latinoamericanos, había alcanzado un alto nivel de integración económica, lo que había contribuido en gran medida al flujo de capital por toda la URSS. Todo ello significó la destrucción de la vasta red de vínculos políticos y económicos que habían apuntalado la fortaleza de la URSS. Así, la abolición del socialismo soviético significó no solo el empobrecimiento, sino también el aislamiento de Rusia del resto del mundo.
Con la llegada al poder de Vladimir Putin (1999), Rusia experimentó un grado impresionante de reintegración al mercado mundial, basado principalmente en la exportación de sus importantes recursos naturales, disfrutando de una sólida recuperación económica (ver figura).
Figura. Crecimiento exponencial ruso entre 1999 y 20221
Pero, a pesar de su impresionante recuperación, Rusia, todavía a la zaga de gran parte del mundo desarrollado, ha seguido siendo objeto del desdén occidental2, lo que ha ahondado en el sentimiento de maltrato y aislamiento sufrido durante su colapso reciente. Ello ha contribuido al surgimiento de una ideología motivada por el resentimiento hacia las pretensiones de Occidente, especialmente de EE. UU., de mejorar el mundo mediante la globalización del liberalismo, la democracia y el libre comercio capitalista, en la que, la nueva ambición de Rusia es volver a convertirse en una civilización grande e independiente, arraigada en una conciencia renovada de su geopolítica y singularidad económica y cultural, al margen de Occidente.
Alexander Dugin, quizás el filósofo, político y analista geopolítico más destacado de Rusia, ha dado una formulación teórica especialmente clara a esta nueva ideología rusa, que presenta en términos de multipolaridad. En La cuarta teoría política3, plasma una visión multipolar del futuro global, en el contexto de tres décadas de unipolaridad estadounidense. Después de un sistema unipolar opresivo que ha tratado a las naciones de la periferia del imperio estadounidense como Estados parias o fuentes fáciles de mano de obra barata, Dugin ve la fractura del planeta en múltiples grandes espacios, unidos internamente por sus propios y únicos sistemas políticos, económicos y culturales, como la próxima e inevitable fase en la evolución del orden global. En este sentido, Dugin sigue explícitamente la teoría del Großraum, el gran espacio, de Carl Schmitt, que también está en la base de las teorías realistas de las relaciones internacionales.
Pero Dugin también reconoce su deuda con Samuel Huntington, autor de la controvertida obra El choque de civilizaciones, en la que sostenía que el fin de la Guerra Fría no tenía por qué significar la expansión universal del modelo estadounidense. Así, Dugin asume que el colapso del sistema bipolar estadounidense-soviético solo allanó el camino para el surgimiento de un mundo multipolar, donde las civilizaciones independientes se convertirán en los nuevos agentes de la historia mundial y, por lo tanto, en los actores de cualquier nuevo gran conflicto que pudiera surgir. Las grandes civilizaciones como Rusia y China deben mantener su autonomía política, económica y cultural, y su tensión con el bloque occidental, dominado por Estados Unidos, debe interpretarse como un choque entre grandes civilizaciones.
Así, Dugin acepta más o menos el marco de Huntington, pero con la salvedad crucial de que, unas décadas después de que Huntington y Fukuyama escribieran sus innovadoras tesis, es el orden unipolar descrito por Fukuyama4 el que de hecho ha caracterizado al mundo desde el fin de la Guerra Fría. La multipolaridad y el choque de civilizaciones, describen el mundo que ahora está surgiendo tras la unipolaridad, como el inevitable rechazo del resto de civilizaciones a la unipolaridad estadounidense. La eventual disolución del mundo unipolar se traduce en un conjunto de «grandes Estados- civilización», los polos, entre los cuales se obtendría un cierto equilibrio de poder a nivel internacional, cada uno de ellos poseedor de una soberanía independiente sobre sus propios asuntos políticos, económicos y culturales, en un marco geográfico determinado y exclusivo (ver figura).
Figura. Los grandes espacios autárquicos de la multipolaridad según Alexander Dugin5
Además, Dugin se esfuerza por aclarar que la disolución del imperio global centrado en Estados Unidos, en una colección de grandes espacios autárquicos, no es simplemente un retorno a formas premodernas de imperio regional. La unidad política, constituida por cada polo de civilización de este mundo multipolar, es un tipo de Estado completamente nuevo, pero en el que varias características de los Estados premodernos y modernos aparecen en una nueva forma en la que el Estado civilizacional (polo) posee soberanía sobre sus propios asuntos y un centro legal de poder, cuya aplicación se diferencia según la distinta composición etnocultural y confesional de la población, incorporando una amplia variedad de identidades e instituciones colectivas e individuales (lo que convencionalmente se llama sociedad civil) cuyos diferentes estratos sociales (grupos étnicos, religiosos, de clase y de otro tipo) deben estar legalmente representados. De esta manera, la entidad política que gobierna cada civilización es un Estado nuevo, pero que incorpora diferentes características de los Estados premodernos que, tomadas por separado, resultarían ciertamente familiares.
Pero, por encima de todo, una de las características principales del mundo multipolar de Dugin es su rechazo a las formas universales de soberanía (en clara oposición al imperio global estadounidense). Este rechazo de la soberanía universal va acompañado de una crítica de los universalismos epistemológicos y morales, que pretenden adjudicar y evaluar modelos regionales de organización social o formación cultural, de acuerdo con algún estándar universal. Esto es así, ya que entiende que ha sido de acuerdo con tal universalismo que la supremacía estadounidense ha venido operando en su momento unipolar, reclamando no solo una soberanía política sobre todo el mundo, sino también la autoridad ideológica y moral para pronunciar juicios sobre los demás, de acuerdo con un conjunto de estándares ideológicos consagrados en las teorías del liberalismo. De este modo, la teoría de la multipolaridad rechaza tal universalismo, en favor de una visión en la que los sistemas políticos y culturales de las distintas civilizaciones son normativamente inconmensurables. A pesar de esta apariencia de relativismo, Dugin no duda en declarar que el imperio global estadounidense es malvado y que, por lo tanto, «el imperio estadounidense debe ser destruido. Y en algún momento lo será». Al hacer esta declaración, intenta dar voz a la multitud de comunidades en todo el mundo que se han sentido amenazadas, han sido agredidas o explotadas en algún momento por algún país del bloque occidental (especialmente todas las excolonias) y que en última instancia han gobernado el mundo en su propio interés.
En consecuencia, la aspiración del multipolarismo ruso es liberar a las civilizaciones en ciernes en África, India, China, América del Sur y otros lugares, de las invasiones del globalismo estadounidense-occidental y conceder a esas civilizaciones su propia soberanía, pero no reclama un papel global de Rusia para gestionar dicho sistema, sino el de mero participante activo y destacado en el mismo.
Jiang Shigong y la globalidad china
La apertura económica y comercial de China en los años 80 siguió una trayectoria muy diferente a la de Rusia. Mientras que esta sufrió el trauma de la «terapia de shock económica», de la que aún hoy no se ha recuperado por completo, el enfoque controlado chino permitió a su economía experimentar una fuerte aceleración económica, con un crecimiento exponencial de la productividad, convirtiendo a China en una de las naciones más poderosas del mundo en apenas tres décadas. Si bien los relatos occidentales típicos sobre la reforma y apertura de China bajo Deng Xiaoping suelen retratarla como un alejamiento de la visión maoísta del socialismo chino, Pekín la ve como un retorno al marxismo-leninismo que propugnó el propio Mao. Según esta interpretación, el capitalismo es un escalón en la progresión de la historia hacia el socialismo y el comunismo, aunque los esfuerzos de Mao por lograr ese desarrollo fracasaron, un hecho reconocido incluso en las altas esferas del Partido Comunista Chino (el denominado Gran Salto Adelante dio como resultado una de las peores hambrunas de la era moderna). Por el contrario, cuando Deng Xiaoping inició el ambicioso programa de Reforma y Apertura, el programa socialista chino de desarrollo económico disfrutó de un éxito sin precedentes, logrando lo que el Gran Salto Adelante no fue capaz.
Las políticas de reforma económica controlada de Deng contrastaron con la terapia de choque que tanto daño causó en Rusia. En lugar de liberalizar todos los precios de una sola vez, los dirigentes chinos decidieron liberalizarlos gradualmente y dentro de los parámetros del sistema denominado de doble vía, que permitía que los precios de los bienes de la industria ligera y los bienes de consumo fluctuaran de acuerdo con los del mercado, mientras que los precios de la industria pesada y de los bienes esenciales, como el hierro, el acero, los cereales, etc., eran sometidos a un control más estricto por parte del Estado. Este enfoque controlado permitió supervisar la reforma, contribuyendo a la creación de nuevos mercados y áreas de producción, lo que situó a China en una trayectoria ascendente de creación de riqueza, en lugar de la decadencia que tuvo lugar en Rusia.
Más importante aún, la reforma de China se vio favorecida por su apertura a la inversión de capital extranjero procedente de Occidente, en contraste con la desintegración de la red comercial de Rusia. Enormes sumas de capital comenzaron a fluir hacia China desde EE. UU. en particular, sentando las bases para su milagroso ascenso durante las siguientes tres décadas, que convirtió a China en el principal destino de la manufactura deslocalizada desde Occidente, lo que la transformó en el taller del mundo. Así, cuando en 2001 ingresó a la Organización Mundial del Comercio, no solo era un miembro plenamente integrado de la comunidad global, sino que también se convirtió en el principal productor de bienes de consumo baratos del mundo, así como de bienes más pesados como el acero. En cierto sentido, una parte sustancial del comercio mundial pasó a depender de China. La globalización se convirtió así, en una parte irreversible de la identidad moderna de China.
El peculiar camino de transformación de China ha dado lugar a una concepción ideológica muy particular de su papel en la historia mundial. El presidente Xi Jinping encarna esta ideología en su filosofía de gobierno. Pero la explicación y defensa más autorizada del pensamiento de Xi Jinping, proviene de Jiang Shigong, un estudioso de derecho constitucional de la Universidad de Pekín, muy respetado. Algunos de los textos de Jiang han sido publicados en inglés por el proyecto Reading the China Dream6, junto con ensayos y discursos de otros importantes estudiosos de la China moderna. La exposición que hace Jiang Shigong del pensamiento de Xi Jinping, o más ampliamente de la ideología del socialismo con características chinas, se caracteriza en términos marxistas, como la superestructura ideológica natural para complementar la base material del socialismo chino.
La visión particular de Jiang del mundo después del globalismo estadounidense está profundamente influenciada por la historia moderna de China que, especialmente desde la era de la Reforma y la Apertura, ha estado muy entrelazada con el propio globalismo estadounidense. En un texto titulado Filosofía e Historia7, Jiang cuestiona explícitamente la interpretación que ve una contradicción entre la era de Mao y la de Deng, retratando la progresión histórica de Mao a Deng y de este a Xi, como una evolución continua y coherente en tres etapas: bajo Mao, China se puso de pie; bajo Deng se hizo rica; y bajo Xi se está haciendo fuerte.
Al igual que la teoría rusa de la multipolaridad de Dugin, Jiang presenta la ideología del socialismo chino como una alternativa radical al fin de la historia dominado por Estados Unidos de Fukuyama y también cita el choque de civilizaciones de Huntington, como un modelo alternativo de orden mundial. Así, Jiang se une a Dugin al predecir el fin de la dominación global occidental y de su capitalismo.
Pero la actitud de Jiang hacia la globalización es totalmente distinta de la de Dugin, ya que para él juega un papel central en el ascenso de China al poder, especialmente durante la era de Deng, en la que el objetivo de China era participar voluntariamente en el sistema internacional de comercio, lo que coadyuvaba a la propia unipolaridad estadounidense, mientras ocultaba su poder hasta que llegara el momento oportuno.
Por otro lado, Jiang sostiene que la posición única de China en el sistema internacional, le otorga una cierta responsabilidad hacia toda la raza humana. En sus propias palabras escribe:
… la construcción del socialismo con características chinas … también posee un gran significado con respecto al futuro de la civilización de la humanidad en general. Que la civilización china pueda hacer una nueva contribución a toda la humanidad depende, en gran medida, de si la civilización china puede buscar un nuevo camino hacia la modernización para el desarrollo de toda la humanidad.
Así, para Jiang, el ascenso de China al rango de superpotencia mundial la sitúa en el centro del escenario mundial, lo que implica que no puede ignorar sus obligaciones con el resto del mundo, evitando concentrarse únicamente en su propio destino. Por ello, debe recalibrar sus relaciones internacionales, vinculando la construcción del socialismo con características chinas al desarrollo global, sumándose activamente a la gobernanza mundial y asumiendo sus responsabilidades hacia toda la humanidad.
Se trata de un alejamiento sustancial del lenguaje de la multipolaridad de Dugin, que imagina un conjunto de grandes civilizaciones, más o menos concentradas en sus propios destinos y sin interferir en los de las otras. Por el contrario, las aspiraciones de China exceden los límites de su propio destino y están inherentemente ligadas al destino de toda la humanidad, fruto del profundo entrelazamiento de China con el desarrollo del actual orden mundial.
En otro texto, titulado Imperio y orden mundial8, Jiang ve la progresión de la historia mundial como el progreso de unidades políticas más pequeñas, hacia conglomerados o imperios más grandes, que culmina en la última fase del imperio mundial, actualmente presidida por EE. UU. (aunque nuevamente, con la contribución indispensable de la propia China). Según esta narración, la dirección irreversible de la historia es hacia el orden universal de las cosas:
De ahora en adelante, ningún país podrá existir fuera de este sistema de comercio global con su libertad, Estado de derecho y democracia. Cada país, lo quiera o no, estará necesariamente implicado en la construcción de este imperio mundial.
En consecuencia, Jiang interpreta el mundo multipolar, no como un regreso a la era de los imperios civilizacionales regionales, sino como una rebelión interna al sistema de imperio global que los EE. UU. han construido y del que no hay vuelta atrás. En este sentido, corrige una posible mala interpretación de la tesis de Huntington:
… si Huntington viera la situación mundial posterior a la Guerra Fría como la de un choque de civilizaciones e incluso si tales conflictos de civilización se superpusieran hasta cierto punto con la distribución geográfica de los imperios civilizacionales regionales, no podemos confundirlos en absoluto. Lo que Huntington llamó un choque de civilizaciones, es en realidad simplemente una revuelta desde dentro contra el imperio mundial, que necesariamente se desarrollará dentro del sistema del actual imperio mundial.
Por lo tanto, China está destinada a sustituir a EE. UU., no a cambiar el sistema creado por él, como preconiza Dugin. Así, la presión ejercida por países como Rusia y China sobre EE. UU., que intenta mantener su posición hegemónica global, debe entenderse como una lucha por hacerse con el liderazgo económico y político del imperio mundial. Estas afirmaciones podrían interpretarse como una modulación del esquema marxista clásico de la lucha de clases, donde la propia China desempeña el papel del proletariado que lucha contra la burguesía, personificada por EE. UU., a la que pretende desbancar. De hecho, Jiang no duda en dar a entender que las ambiciones de China van en esta dirección:
Parece que vivimos en una era de caos, conflicto y cambios masivos, en la que el imperio mundial 1.0 está en declive y tiende al colapso. La propia responsabilidad de China será asumir la posición de liderazgo en el imperio mundial 2.0 para facilitar el desarrollo de todos los pueblos, más allá del modelo unilateral de desarrollo capitalista que ha dominado el imperio mundial 1.0.
Así pues, es precisamente dentro de los parámetros de un imperio global todavía liderado por EE. UU. que China alienta a todos los países en desarrollo a abrir sus propios caminos hacia la modernización.
En el texto de Filosofía e Historia, Jiang cita el propio informe de Xi Jinping del XIX Congreso Nacional, para dilucidar la propia visión de Xi sobre el papel de China a la hora de facilitar el desarrollo de diferentes regiones del mundo:
Ofrece una nueva opción para otros países y naciones en las que queremos acelerar su desarrollo, preservando al mismo tiempo su independencia.
Jiang repite y desarrolla este pensamiento, afirmando que la aspiración de China no es imponer un modelo único de desarrollo económico a otros países, como lo ha hecho el mundo unipolar occidental, sino facilitar su desarrollo de acuerdo con sus propias políticas, determinadas por sus propias limitaciones y culturales locales. En este sentido, Jiang explica que la Iniciativa de la Franja y la Ruta desempeña un papel crucial en la implementación de esta visión, afirmando que las aspiraciones de China son decididamente universales y cosmopolitas y no simplemente nacionalistas. La universalidad sigue desempeñando un papel clave en la concepción que China tiene de sí misma y de su destino histórico, entendiendo que concuerda no solo con su ideología comunista actual, sino también con el concepto confuciano clásico de tianxia (天下) o todo bajo el cielo.
Conclusiones
Las distintas teorías de la multipolaridad rusa y china surgen de los distintos destinos de ambas después de la disolución de la Unión Soviética. Aunque en ambos países existe un fuerte resentimiento hacia Occidente, la unipolaridad estadounidense ha tenido efectos profundamente diferentes en cada uno de ellos.
Con la llegada de la unipolaridad, Rusia cayó en una profunda crisis socioeconómica de la que todavía se está recuperando (a pesar de los intentos de aislamiento del bloque occidental tras la invasión de Ucrania de 2022). Por el contrario, China consiguió integrarse con tal éxito en el sistema internacional, que incluso ha llegado a ocupar el papel más importante en la construcción y sostenimiento de dicho sistema.
Mientras Dugin imagina un orden mundial definido por múltiples polos independientes de soberanía civilizacional, Jiang imagina un orden mundial todavía presidido por un soberano universal, pero benévolo, cuyo único propósito es permitir a los diversos pueblos bajo su providencia perseguir su bienestar según sus propios caminos de desarrollo.
La visión de multipolaridad de Dugin es incompatible con el orden mundial universal, mientras que Jiang propone una reconciliación (o al menos una tensión productiva) entre la universalidad y la particularidad, dentro de la multipolaridad.
Según Dugin, la entidad política que preside cada polo civilizacional del mundo multipolar intenta superar, de una manera casi hegeliana, varias características de los Estados premodernos, mientras que la visión de Jiang sobre el próximo orden mundial va más allá incluso la globalidad misma.
Sin duda, la antipatía que China comparte con Rusia sobre el modelo occidental de desarrollo preserva una sensibilidad hacia la amplia diversidad de modelos de desarrollo que se insinúa en el concepto de multipolaridad. Sin embargo, al ver al mundo entero dependiente de sí misma en un sentido material, China no puede evitar verse también en una posición de potencial soberanía global.
En cualquier caso, Rusia y China desempeñan papeles importantes a la hora de establecer los parámetros ideológicos o teóricos alternativos a la visión occidental, dentro de los cuales se empiezan a reflejar las posturas de muchos Estados no pertenecientes al bloque occidental que, agrupados bajo la denominación de sur global, comienzan de manera creciente a cuestionar y rechazar el liderazgo global occidental y su modelo socioeconómico. La cuestión de cómo se configurará el mundo afecta a todos. Es por esta razón que las teorías de la multipolaridad que se formulen en Rusia y China (los principales oponentes de la unipolaridad estadounidense-occidental) deberían formar parte de las consideraciones de políticos, diplomáticos, analistas y estrategas.
José Luis Pontijas Calderón
Coronel (ET, retirado). Analista asociado al IEEE
Doctor en Economía Aplicada por la UAH
Profesor de Geopolítica y Estudios Estratégicos en la UC3M