La reconfiguración de Oriente Medio. Nuevos realineamientos en un mundo bipolar

Foto ilustrativa

17 sept. 2024

La reconfiguración de Oriente Medio. Nuevos realineamientos en un mundo bipolar

Ignacio Álvarez-Ossorio Alvariño

Nuevos realineamientos en un mundo multipolar

El mundo está inmerso en un movimiento tectónico en el que el orden unipolar establecido tras el final de la Guerra Fría está dejando paso, de manera gradual, a un nuevo orden multipolar en el cual China y el bloque de los BRICS están asumiendo un mayor protagonismo en la escena internacional. Dicho giro se ha dejado sentir de manera particular en Oriente Medio, que intenta reposicionarse en esta nueva coyuntura mediante nuevos realineamientos. Mientras EE. UU. prosigue su progresivo repliegue de la región para centrarse en el Indo-Pacífico, China ha aprovechado el creciente vacío para tratar de insertar al golfo Arábigo/Pérsico en su ambiciosa Iniciativa de la Franja y la Ruta (Belt and Road Initiative).

Los ataques del 7 de octubre de 2023 (en adelante, 7-O) contra el territorio israelí, que provocaron la muerte de 1150 personas y el secuestro de otras 240, marcan un punto de inflexión en las dinámicas regionales e internacionales. La infiltración de cientos de milicianos palestinos en Israel puso en evidencia las fallas de los servicios de inteligencia, así como la incapacidad de las Fuerzas de Defensa Israelíes (FDI) de evitar un ataque a gran escala contra su propio territorio. Este brutal ataque ha sido descrito por los medios israelíes como su propio 11 de septiembre de 2001 o, aún peor, como Pearl Harbour. Se trata, sin duda, del peor atentado terrorista sufrido por Israel en sus 75 años de historia y ha provocado un  shock en una sociedad que consideraba que su seguridad debe salvaguardarse a cualquier costa. De ahí que uno de los principales objetivos de la ofensiva lanzada por la FDI contra la Franja de Gaza sea precisamente el restablecimiento de su capacidad de disuasión.

El ataque perpetrado por las brigadas ‘Izz al-Din al-Qassam, el brazo armado de Hamás, es, también, un game-changer que alterará los equilibrios de fuerzas en la región. Por una parte, evidencia las profundas carencias del proceso de normalización entre Israel y el mundo árabe abanderado por EE. UU., que había situado el acuerdo entre Israel y Arabia Saudí como su máxima prioridad. Por otra parte, recuerda a la comunidad internacional que todavía existe el problema palestino y que el tiempo para aplicar la solución de los dos Estados se acaba. La destrucción de la Franja de Gaza como consecuencia de la ofensiva militar israelí y la catástrofe humanitaria que ha provocado (30 000 muertos y más de 70 000 heridos, así como 1,9 millones de desplazados en sus primeros cinco meses) corre el riesgo de provocar una escalada regional.

Está por ver si el ataque del 7-O y la destrucción de Gaza acelerará el tránsito de un orden unipolar a otro de naturaleza multipolar o, por el contrario, lo ralentizará. En este sentido debe tenerse en cuenta que el presidente Joe Biden se posicionó contra las tendencias aislacionistas de su predecesor Donald Trump y se mostró a favor de que EE. UU. recuperase el liderazgo mundial. Tras la masacre del 7-O, la Administración Biden dio un respaldo incondicional al Gobierno de Netanyahu, no solo mediante el envío de 10 000 t de armas y la concesión de un préstamo de 14 500 millones de dólares en los primeros cien días de ofensiva, sino también su veto a los intentos del Consejo de Seguridad de la ONU de imponer un alto el fuego.

De un orden unipolar a otro multipolar

Desde la entrada en el siglo XXI, Oriente Medio vive inmerso en un periodo de cambios radicales. El presidente Barack H. Obama anunció su voluntad de replegarse progresivamente de la región para tratar de contener la creciente influencia de China en el Indo-Pacífico. Este inesperado giro redujo el valor estratégico de un área que concentra la mitad de las reservas mundiales de petróleo y gas y, al mismo tiempo, favoreció la progresiva irrupción en la zona de otras potencias como China y, en menor medida, Rusia.

El impacto de la pandemia, la invasión de Ucrania y, más recientemente, la guerra de Gaza se ha convertido en catalizadores para acelerar estas dinámicas y evidenciar que los días del orden unipolar están contados y nos encaminamos a un nuevo orden, aunque todavía está por determinar si es bipolar o multipolar.

Los intereses de EE. UU. y China en Oriente Medio difieren de manera notable. En el curso de las últimas dos décadas, EE. UU. ha ido reduciendo su dependencia energética de dicha región y, de hecho, se ha convertido en el primer productor de petróleo en 2022, por delante de Arabia Saudí y Rusia. China, por su parte, es el principal importador mundial de hidrocarburos (la mitad de los cuales provienen del golfo) e intenta promover la interdependencia a través de su inserción en la Iniciativa de la Franja y la Ruta.

Oriente Medio sigue siendo uno de los centros de gravedad de la geopolítica mundial; no solo por concentrar la mitad de las reservas mundiales de hidrocarburos, sino también por su conflictividad estructural. La combinación de estos dos factores la ha convertido en el primer importador de armamento del mundo y uno de los principales mercados para la industria armamentística estadounidense, que supone el 39 % del comercio total, según el Stockholm International Peace Research Institute (SIPRI, 2022: 13). Por lo tanto, existen notables diferencias entre las estrategias de EE. UU. y China hacia Oriente Medio. Como señala Paul Haenle (2023), exdirector de Asuntos de China, Taiwán y Mongolia en el Consejo Nacional de Seguridad de EE. UU.: «China hace hincapié en la diplomacia y el diálogo, a diferencia de EE. UU., que a menudo tiene un componente militar que acompaña a su diplomacia. Tradicionalmente, China se ha centrado sobre todo en el componente económico en Oriente Medio a través de la Iniciativa de la Franja y la Ruta».

Mientras que EE. UU. ve la conflictividad como una oportunidad, China interpreta que la estabilidad es clave para defender sus intereses y ha puesto en marcha una política exterior multidireccional y desideologizada. De ahí que China no solo haya intensificado sus relaciones económicas con la mayoría de los países de Oriente Medio, sino que también muestre cada vez mayor interés por reducir las tensiones por medio de iniciativas diplomáticas, tal y como ocurrió con su mediación para el restablecimiento de relaciones entre Arabia Saudí e Irán, el 10 de marzo de 2023.

A medida que el centro de gravedad geoeconómico mundial se ha ido desplazando hacia Asia, la mayor parte de los actores regionales (incluidos los tradicionales aliados de EE. UU.) han optado por estrechar su relación con China. En las dos últimas décadas, China ha estrechado sus relaciones económicas con Oriente Medio. Su objetivo no sería otro que incluir esta región, un puente de comunicación entre los continentes de Asia, África y Europa, en su Iniciativa de la Franja y la Ruta. De ahí que se hayan realizado importantes inversiones en el terreno de las infraestructuras, pero también en el ámbito de las telecomunicaciones, las energéticas y las tecnológicas. China también ha respaldado la incorporación de Arabia Saudí, Emiratos Árabes Unidos, Irán y Egipto al bloque de los BRICS+, a partir del 1 de enero de 2024.

La Estrategia de Seguridad Nacional de EE. UU. de 2022 ya advirtió de las crecientes ambiciones de China y su intento de reconfigurar el orden internacional, consideradas la principal amenaza para la seguridad de EE. UU. En su página 21 señalaba: «La República Popular China es el único competidor con intención de remodelar el orden internacional y, cada vez más, con el poder económico, diplomático, militar y tecnológico para hacerlo. Pekín ambiciona establecer una esfera de influencia en el Indo-Pacífico y convertirse en la primera potencia mundial». Por su parte, el secretario de Estado estadounidense, Antony Blinken, considera al país asiático como «el reto más serio para el orden internacional en el largo plazo1».

A Washington no solo le preocupan los crecientes intercambios económicos entre China y Oriente Medio, sino también sus incursiones en el ámbito diplomático que permitieron el restablecimiento de relaciones entre Arabia Saudí e Irán, rompiendo de esta manera la política de «máxima presión» promovida por la Administración Trump y asumida como propia por la Administración Biden. En opinión de Daniel Brumberg (2023), profesor de Ciencias Políticas de Georgetown University, «Pekín está configurando en Oriente Medio una diplomacia basada en el supuesto de que puede contrarrestar el poderío estadounidense en lugar de encontrar formas de entablar un diálogo con Washington», apuesta que podría llevar a un choque entre ambos países.

El ataque del 7-O podría acelerar el tránsito de un orden unipolar a otro multipolar. La respuesta israelí a dicho ataque fue el lanzamiento de una ofensiva a gran escala contra la Franja de Gaza con el objetivo declarado de destruir a Hamás, eliminar a sus principales dirigentes y liberar a los doscientos cuarenta rehenes. En sus primeros cinco meses, los bombardeos indiscriminados contra la Franja Gaza provocaron, al menos, 30 000 muertes (un 1 % de la población de la franja) y 70 000 heridos (un 70 % de ellos mujeres y niños), así como la destrucción del 80 % de sus infraestructuras. En este contexto de polarización se han sucedido los llamamientos a un desplazamiento forzado de la población de Gaza por parte de los miembros más radicales del gabinete israelí: Itamar Ben-Gvir y Bezalel Smotrich, ministros de Seguridad Interna y Finanzas, respectivamente, pertenecientes al supremacista Sionismo Religioso.

Tras los ataques del 7-O y la destrucción de la Franja de Gaza, la imagen de EE. UU. se ha desmoronado por completo en el conjunto de Oriente Medio. Según una encuesta del Washington Institute, realizada en siete países árabes en la segunda quincena de octubre de 2023:

«Solo el 3 % de los encuestados jordanos dicen confiar en EE. UU., frente al 24 y 25 % que dicen lo mismo de Rusia y China. En Irak, solo el 7 % de los encuestados dice confiar en EE. UU., frente al 33 % de Irán y China y el 36 % de Rusia. Y en cuanto a Egipto, la confianza en EE. UU. solo alcanza el 9 %, frente al 51 % de Rusia e Irán y el 47 % de China. Estas cifras constituyen los índices más bajos de confianza en EE. UU. en los más de veinte años que llevamos investigando la opinión pública en la región» (Dagher y Kaltenthaler, 2023).

El gradual repliegue de EE. UU. de Oriente Medio

En un artículo publicado en la revista Foreign Affairs el 23 de enero de 2020, el demócrata Joe Biden se mostró a favor de poner fin a las tendencias aislacionistas del presidente Donald Trump y recobrar el liderazgo mundial, ya que «durante 70 años EE. UU., bajo presidentes demócratas y republicanos, desempeñó un papel de liderazgo en la redacción de las reglas, la elaboración de acuerdos y la animación de las instituciones que guían las relaciones entre las naciones y promueven la seguridad y la prosperidad colectivas»2.

Una vez en la Casa Blanca, el presidente Joe Biden incidió en la necesidad de que la política exterior norteamericana reflejara los principios y valores de EE. UU. y, sobre todo, la defensa de la democracia frente al avance del autoritarismo. No obstante, este discurso no tuvo traslación práctica en Oriente Medio, donde Biden mantuvo una política continuista, apostando por el respaldo incondicional a Israel y el aislamiento del régimen iraní. Como advierte Charles W. Dunne (2023), experimentado diplomático estadounidense: «La Doctrina Biden pone el énfasis en las cuestiones de seguridad, los compromisos militares y la venta de armas, al tiempo que ignora en gran medida problemas aparentemente irresolubles como el conflicto palestino-israelí, la desestabilizadora guerra civil en Siria y los abusos de los derechos humanos en la región».

La piedra angular de la política exterior estadounidense hacia Oriente Medio fue la profundización de los Acuerdos de Abraham, firmados por Israel, Emiratos Árabes Unidos y Bahréin en septiembre de 2020, con la incorporación de Arabia Saudí a dicho proceso de normalización. La clave de los Acuerdos de Abraham era favorecer una reconciliación árabe-israelí, lo que permitiría a los aliados regionales de Washington establecer un frente para contrarrestar la influencia iraní en Oriente Medio. Este apaciguamiento permitiría a EE. UU. continuar su progresivo repliegue de la región para concentrarse en el Indo-Pacífico con el objeto de contener a China.

Al mismo tiempo, la Estrategia de Seguridad Nacional de 2022 reafirmaba su apuesta por la solución de los dos Estados para resolver el conflicto palestino-israelí, todo ello a pesar de que las políticas colonizadoras y anexionistas del Gobierno de Netanyahu la hacían cada día menos viable. El documento señalaba: «Seguiremos promoviendo una solución viable de dos Estados que preserve el futuro de Israel como Estado judío y democrático y satisfaga al mismo tiempo las aspiraciones palestinas a un Estado propio seguro y viable».

A pesar de ello, la Administración Biden declinó presionar al Gobierno de Netanyahu para que frenara su política de hechos consumados orientada a extender su soberanía a los territorios ocupados desde 1967: Cisjordania, Jerusalén Este y la Franja de Gaza. En opinión de Marwan Muasher (2022), vicepresidente del Carnegie Middle East Program:

«Al esperar tiempos mejores, EE. UU. no solo está contribuyendo a la muerte de la solución de los dos Estados, sino también a una situación en las zonas bajo control de Israel en la que una mayoría árabe palestina está siendo gobernada por una minoría judía israelí en virtud de dos sistemas jurídicos separados. Esta práctica ya ha sido calificada de ‘apartheid’ por muchas organizaciones de derechos humanos israelíes e internacionales, como B'Tselem, Human Rights Watch y Amnistía Internacional».

El ataque del 7-O puso en evidencia las limitaciones del proceso de normalización israelo-árabe por el que había apostado la Administración Biden al situar la cuestión palestina nuevamente en el centro de gravedad. En los meses anteriores, la Administración Biden había destinado sus energías a promover una normalización entre Israel y Arabia Saudí. El principal perjudicado por dicho acuerdo hubiera sido la causa palestina, en tanto dicho acuerdo supondría el abandono de la Iniciativa Árabe de Beirut de 2002, que contemplaba una completa normalización árabe-israelí, en el caso de que Israel se retirase de todos los territorios ocupados desde 1967 y permitiera el establecimiento de un Estado palestino soberano e independiente.

Tras la masacre del 7-O, EE. UU. movilizó toda su maquinaria para prestar ayuda económica, militar y política a Israel en su campaña contra Hamás. Además de desplegar los portaviones USS Gerald R. Ford y USS Dwight D. Eisenhower en la costa mediterránea para evitar la escalada regional del conflicto, el Congreso norteamericano aprobó una ayuda de 14 500 millones de dólares a Israel y envió 10 000 t de armamento en un claro mensaje de que EE. UU. secundaba los planes del Gobierno de Netanyahu, destinado no solo a destruir a Hamás, sino también a crear una nueva realidad en la Franja de Gaza. En coherencia con este enfoque, la Administración Biden vetó las diversas propuestas de resoluciones planteadas en el Consejo de Seguridad para imponer un alto el fuego que permitiera hacer frente a la catástrofe humanitaria.

Todavía es una incógnita saber cuál será el papel que desempeñará EE. UU. una vez que Israel ponga fin a su campaña contra la Franja de Gaza. El presidente Biden se ha mostrado en contra del desplazamiento forzado de la población palestina y a favor de que la Autoridad Palestina asuma el control de la franja. También ha reiterado su apuesta por la solución de los dos Estados, aunque sin llegar a plantear iniciativas para revitalizar el proceso de paz. Estas contradicciones han sido subrayadas por diversos analistas, entre ellos Nathan J. Brown y Amr Hamzawy, profesor de Ciencia Política de la George Washington University y director del Carnegie Middle East Program, respectivamente:

«EE. UU. no tiene una visión clara sobre cómo poner fin a la guerra de Gaza y establecer nuevos acuerdos para salvaguardar la seguridad de Israel y permitir a los palestinos hacer realidad sus aspiraciones nacionales. En el ámbito doméstico, EE. UU. se adentra en un año electoral polarizador, en el que es probable que las posturas sobre Israel y Palestina tengan cierta importancia, lo que limitará las energías de la superpotencia en política exterior. En el plano internacional, EE. UU. se encuentra al límite de sus fuerzas entre la gran competición estratégica con China, la guerra entre Rusia y Ucrania, los desafíos climáticos y tecnológicos y la ralentización del crecimiento de la economía global» (Brown y Hamzawy, 2023).

El creciente protagonismo de China

El peso específico de China en Oriente Medio no ha dejado de crecer en la última década. Hace diez años, el presidente Xi Jinping planteó la Iniciativa de la Franja y la Ruta, que preveía el establecimiento de nuevas rutas terrestres y marítimas para interconectar China con el resto del mundo, en un intento de resucitar la Ruta de la Seda. Dicho plan contemplaba multimillonarias inversiones en la construcción de autopistas, líneas férreas, puertos y aeropuertos. El empleo del comercio como un instrumento de soft power escondía también las ambiciones de China de consolidarse como una gran potencia política y no solo económica. Algunos analistas llegaron a compararla como «un Plan Marshall chino: campaña de dominio mundial respaldada por el Estado, paquete de estímulo para una economía en desaceleración y campaña masiva de marketing para algo que ya estaba ocurriendo: inversiones chinas en todo el mundo» (Kuo y Kommenda, 2018).

Un requisito indispensable para que estas inversiones se rentabilicen es la estabilidad, de ahí el interés de China por tener un papel político más activo en Oriente Medio de cara a rebajar la tensión e impedir que los conflictos latentes desencadenen nuevas escaladas de violencia. La absoluta dependencia china de los hidrocarburos de Oriente Medio es un elemento esencial para entender esta creciente implicación. De hecho, China es el mayor importador de petróleo del mundo.

Para evitar un excesivo desequilibrio en su balanza comercial, China ha realizado importantes inversiones en sectores clave de la economía de Oriente Medio como las telecomunicaciones, logística o infraestructuras, tratando de insertar esta región en su Iniciativa de la Franja y la Ruta, dado que la península Arábiga es un puente de comunicación natural entre tres continentes: Asia, África y Europa. China también pretende expandir sus redes de cooperación, a través de la incorporación de varios países de la región a la Organización de la Cooperación de Shanghái y a los BRICS. Durante la XV Cumbre de Johannesburgo en agosto de 2023, Arabia Saudí, Emiratos Árabes Unidos, Irán y Egipto fueron invitados a sumarse, a partir del 1 de enero de 2024, al bloque de los BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) establecido en 2010.

El 7 de diciembre de 2022 Xi Jinping llevó a cabo una histórica visita a Arabia Saudí en la que fue recibido con todos los honores, tanto por el rey Salman como por el príncipe heredero y primer ministro Mohamed bin Salman, y en la que también se celebraron dos cumbres: China-Consejo de Cooperación del Golfo y China-Liga Árabe. El presidente chino señaló que dicho viaje marcaba «una nueva era en las relaciones de China con el mundo árabe, con los Estados del Golfo y con Arabia Saudí», en lo que significaba un claro punto de inflexión respecto a las dinámicas vigentes desde el final de Segunda Guerra Mundial, tras la cual EE. UU. asumió una posición hegemónica en la zona.

Salman y Jinping subrayaron la fortaleza de las relaciones bilaterales y firmaron cuarenta acuerdos de cooperación para fomentar los intercambios en ámbitos como las finanzas, energía, tecnología, el espacio, la ciencia o la cultura. En 2022, los intercambios comerciales entre ambos países superaron los 106 000 millones de dólares (un 30 % más que el año anterior), casi el doble que el comercio con EE. UU. Compañías saudíes también tienen importantes intereses en la economía china, como demuestra el 10 % de participación de Aramco, la compañía con mayor capitalización a nivel mundial, en el gigante petroquímico chino Rongsheng.

China también se ha preocupado por establecer unas sólidas relaciones con el resto del Consejo de Cooperación del Golfo (CCG). Durante su visita a la región, el presidente Xi planteó cinco áreas de cooperación estratégica con el CCG: energía, finanzas, inversiones, innovación y nuevas tecnologías. Los intercambios comerciales entre China y el CCG han crecido notablemente en el curso de las últimas dos décadas, de tal manera que las balanzas comerciales se han equilibrado. Mientras China importa petróleo y gas, también ha realizado notables inversiones en el ámbito de las infraestructuras, telecomunicaciones, energías renovables o la venta de armas. Pero si hay un sector que destaca, de manera particular, es la inversión en infraestructuras en el marco de la Iniciativa de la Franja y la Ruta con los puertos Khalifa y Fujairah en los Emiratos, el Duqm en Omán, el Chabart en Irán o el Gwadar en Pakistán, así como el oleoducto Habshan-Fujairah o la línea de ferrocarril Etihad que conecta los puertos emiratíes con los principales nodos comerciales del golfo (Baabood, 2023a).

A diferencia de EE. UU., China mantiene unas estrechas relaciones con las dos orillas del estrecho de Ormuz. De hecho, en las últimas décadas ha afianzado su relación no solo con el CCG, sino también con Irán. China es el principal socio comercial de Irán y el principal importador de petróleo iraní. No obstante, estas importaciones se han reducido desde febrero de 2022, cuando las sanciones europeas a Rusia le forzaron a buscar nuevos clientes para sus hidrocarburos. Pekín y Teherán firmaron, en marzo de 2021, una asociación estratégica por un periodo de veinticinco años que contemplaba importantes inversiones chinas, aunque todavía no han llegado a materializarse por completo. El 13 de febrero de 2023, el presidente Ebrahim Raisi visitó China para tratar de revitalizar dicho acuerdo, que se contempla en Teherán como una tabla de salvación ante la grave crisis económica que golpea al país.

La política exterior china es multidireccional y desideologizada, de ahí que intente mantener unas relaciones estrechas no solo con los países árabes y musulmanes, sino también con Israel. Los intercambios comerciales entre ambos países han crecido de manera notable en sectores como la tecnología, las infraestructuras, la logística, la cooperación científica o el turismo, alcanzando, en 2022, la cifra de 21 000 millones de dólares. De hecho, en 2022, EE. UU. ha dejado de ser el principal importador de productos israelíes y ha sido desplazado por China. Como en el resto de los países de Oriente Medio, China ha primado la necesidad de incorporar a Israel a sus nuevas rutas comerciales. En concreto, Pekín ha invertido 2 000 millones de dólares en el puerto de Haifa, operado por el Shanghai International Port Group, con el objeto de integrarlo en su megaproyecto de la Iniciativa de la Franja y la Ruta. Todo ello evidencia que las diferencias políticas no son un impedimento para el desarrollo de relaciones comerciales, ya que Pekín sigue respaldando la solución de los dos Estados y mantiene contacto con Hezbolá o Hamás, consideradas como terroristas por Israel, EE. UU. y la UE.

Por lo tanto, podemos concluir que las relaciones comerciales entre Israel y China son cada día más sólidas, pero también existen trabas para su profundización en el futuro. En este sentido, Giorgio Cafiero (2023), CEO de Gulf State Analytics, interpreta que:

«Tres factores limitarán probablemente el crecimiento de sus relaciones bilaterales chino-israelíes: la política exterior de Pekín en la región de Oriente Medio y Norte de África y sus vínculos con los enemigos de Israel, las preocupaciones de Israel en materia de seguridad sobre ciertas transferencias de tecnología a China y la presión de EE. UU. para que Israel enfríe sus lazos con el gigante asiático».

Este creciente protagonismo comercial chino y la expansión de sus telecomunicaciones e infraestructuras está contribuyendo a minar la posición de EE. UU. en Oriente Medio. Como subraya, Ryan Haas (2023), director del John L. Thornton China Center: «Cualquier esfuerzo chino por limitar el acceso estadounidense a la región o socavar su papel tradicional en materia de seguridad invitaría a la confrontación; sin embargo, hasta ahora, la implicación de China en la región no está amenazando las ambiciones de EE. UU.» dado que, al menos por el momento, China no ha intentado asumir un papel más relevante en el terreno militar o de seguridad. Esta también es la opinión de Abdallah Baabood (2022), quien considera:

«China no puede sustituir la presencia estadounidense en el Golfo, especialmente en el ámbito de seguridad, y no tiene prisa por hacerlo. Arabia Saudí y sus socios del Golfo tampoco quieren sustituir la amistad que mantienen desde hace décadas con Washington. Sin embargo, sienten que tienen que responder a la realidad geopolítica diversificando sus relaciones».

Además de intensificar sus relaciones comerciales con los países de la región, China ha redoblado sus esfuerzos diplomáticos en Oriente Medio. La mediación entre Arabia Saudí e Irán para la normalización de relaciones bilaterales, el 10 de marzo de 2023, viene a demostrar que China tiene la voluntad de asumir un mayor protagonismo para reducir las tensiones regionales. Este acuerdo, como reza el comunicado, expresa «el deseo compartido de los firmantes por resolver las disputas a través del diálogo y la negociación», lo que podría allanar el terreno de la estabilización de los conflictos en algunos países vecinos como Siria o Yemen. Dicha mediación es contemplada con recelo por Israel y EE. UU., al interpretar que «el activismo de China está erosionando o, incluso, haciendo naufragar la nueva arquitectura de seguridad regional proporcionada por los Acuerdos de Abraham con la mediación de EE. UU., pero sin ofrecer una alternativa adecuada» (Brumberg, 2023).

La reconfiguración de oriente medio: del conflicto a la desescalada

Desde la entrada en el siglo XXI, Oriente Medio está experimentando una radical transformación en el curso de la cual se están revisando algunos de los paradigmas vigentes desde las independencias nacionales. La dependencia del petróleo, la diversificación de la economía, el papel de la religión, la solidaridad con la causa palestina, la normalización con Israel o la relación con EE. UU. y China son algunas de las cuestiones sometidas a escrutinio. El resultado es que Oriente Medio se encuentra inmerso en un proceso de reconfiguración de gran calado que no solo tendrá efectos en el ámbito regional, sino también a escala mundial.

Tras varios años de tensiones, las potencias regionales están apostando por la desescalada para rebajar la conflictividad regional. Como recuerda Zakiyeh Yazdanshenas (2023), director del China-Middle East Project de la Universidad de Teherán:

«Los actores regionales han tomado medidas para aliviar las tensiones en los últimos años: Arabia Saudí ha dado prioridad al desarrollo económico basado en su plan Visión 2030, Turquía ha recalibrado sus relaciones bilaterales con los países del CCG, el bloqueo de Qatar ha terminado con la declaración de al-Ula de enero de 2021, Israel ha dado pasos hacia la integración regional a través de los Acuerdos de Abraham y las conversaciones de normalización con Arabia Saudí, y Teherán y Riad han reanudado sus lazos diplomáticos tras un paréntesis de siete años».

En este periodo de transición se están erigiendo los cimientos del nuevo Oriente Medio. Mohammed Baharoon (2023), director del Dubai Public Policy Research Center, distingue tres principios rectores en la nueva geopolítica regional: la adopción de acuerdos estratégicos globales, la conectividad y la apolaridad y, por último, la cooperación para garantizar la seguridad. El académico emiratí interpreta que «la geografía ya no es la base del compromiso político en Oriente Medio como evidencian la adopción de acuerdos estratégicos globales y de asociación que implican transferencias de tecnología y seguridad alimentaria y sanitaria». Un segundo elemento a tener en cuenta es la conectividad y la apolaridad: «La cooperación económica está uniendo a países con escasa afinidad ideológica: la Iniciativa de la Franja y la Ruta es una manifestación de esa agenda de conectividad, que puede sustituir a la polaridad como núcleo del orden mundial, aportando nuevas soluciones a viejos problemas». El tercer elemento a destacar es la cooperación para asentar la seguridad, que está detrás de los Acuerdos de Abraham o la aproximación entre Irán y Arabia Saudí.

Los Acuerdos de Abraham: un balance desigual

Uno de los principales objetivos del ataque perpetrado por Hamás el 7-O es sabotear el proceso de normalización entre Israel y Arabia Saudí. Durante los últimos años, Washington ha realizado un esfuerzo titánico para que las principales monarquías del golfo normalicen sus relaciones con Israel. La Administración Trump logró que Emiratos y Bahréin establecieran plenas relaciones con Israel por los Acuerdos de Abraham. La Administración Biden no quiso quedarse atrás y trató de sumar a Arabia Saudí, la principal potencia económica y política del mundo árabe que también acoge los santuarios de La Meca y Medina, lo que le otorga un enorme ascendente en el mundo islámico.

Los Acuerdos de Abraham fueron descritos como un paso para revitalizar el alicaído proceso de paz árabe-israelí, aunque nada más lejos de la realidad. Frente al intento de impulsar las negociaciones palestino-israelíes, por parte de la Administración Clinton, con los Acuerdos de Oslo de 1993, el presidente Donald Trump dio prioridad a la normalización entre Israel y el mundo árabe, dejando de lado la cuestión palestina. Durante su firma en la Casa Blanca, Trump señaló que dicho acuerdo marcaba «el amanecer de un nuevo Oriente Medio» que «servirá de base para una paz integral en toda la región».

Tras los Acuerdos de Abraham, otros dos países decidieron sumarse al proceso de normalización con Israel a final de 2020: Marruecos y Sudán, tras recibir una serie de contraprestaciones por parte de EE. UU. Marruecos logró que la Administración Trump reconociera la soberanía marroquí sobre el Sáhara, mientras que Sudán salió de la lista de países patrocinadores del terrorismo. En los meses posteriores, Israel estrechó las relaciones militares con Marruecos, sobre todo en el terreno de la cooperación de inteligencia, la realización de maniobras conjuntas y la venta de armas sofisticadas (Bassist, 2023).

Desde la firma de los Acuerdos de Abraham, las relaciones entre Israel, Emiratos y Bahréin se han intensificado de manera notable, en especial en el ámbito de defensa, la seguridad y la tecnología. Los firmantes de dichos acuerdos se han convertido, no casualmente, en algunos de los principales clientes de la industria armamentística israelí. Según el SIPRI, Israel es ya el décimo exportador de armas a nivel mundial, inmediatamente después de España.

En febrero de 2022, Bahréin e Israel firmaron un acuerdo bilateral de defensa. Los intercambios comerciales entre Israel y Emiratos se han triplicado en los últimos tres años, alcanzando la cifra de tres mil millones de dólares gracias a la aprobación de un acuerdo de libre comercio3. A principios de 2023, Emiratos desplegaron en su territorio baterías antiaéreas israelíes Barak para prevenir eventuales ataques de la milicia hutí yemení. Según el SIPRI, Emiratos es el noveno importador de armas del mundo, con un 2,8 % del total mundial (por detrás de Arabia Saudí, Egipto y Qatar, con el 11 %, 5,7 % y 4,6 %, respectivamente). Emiratos se ha convertido en una pequeña Esparta: «Los Emiratos tienen un presupuesto de defensa en 2023 estimado en 23 200 millones de dólares. Una gran parte de ese presupuesto se destina a defensa aérea […]. Todas estas inversiones tienen un único objetivo: disuadir a Irán y a sus socios regionales, como los hutíes en Yemen» (Baharoon y Vatanka, 2023).

Emiratos Árabes Unidos es uno de los países que ha asumido un mayor protagonismo en Oriente Medio en el curso de la última década, en la que ha tratado de expandir su poder e influencia a escala regional. Abu Dabi y Dubái se han convertido en centros de negocios internacionales, nodos de conexión de grandes líneas aéreas y promotores de importantes eventos culturales y deportivos. Todas estas iniciativas se engloban en un intento de construir una marca-Estado atractiva. El verdadero artífice de esta política es Mohamed bin Zayed Al Nahyan, actual presidente de los Emiratos y gobernante de Abu Dhabi. La intervención militar en Yemen, Libia y Sudán y el estableciendo de bases militares en el Cuerno de África evidencian el creciente poderío de esta «pequeña Esparta» (Guirado y Gutiérrez de Terán, 2021: 92-93).

Al igual que sus vecinos, Emiratos ha hecho un esfuerzo por diversificar su economía para hacerla menos dependiente del petróleo y hoy es un centro de negocios que atrae a inversores de todo el mundo y se ha convertido en un nodo logístico internacional. El puerto de Jebel Ali en Dubai es un centro neurálgico del comercio entre Asia y África, continentes comunicados por diversos puertos gestionados por la sociedad Dubai Port, que dispone de 78 terminales en más de 40 países y controla el 10 % del tráfico mundial de portacontenedores.

Este creciente protagonismo emiratí ha provocado innumerables tensiones regionales, sobre todo con Arabia Saudí, tradicionalmente considerado el país con mayor peso específico del CCG, y con Qatar, que ha tratado de diferenciarse de sus vecinos poniendo en práctica una política exterior caracterizada por el empleo de la mediación y la diplomacia (Álvarez-Ossorio y Rodríguez, 2021: 97-120). Como señala Baabood (2023b):

«La competición por el liderazgo de Oriente Medio ha dado lugar a políticas exteriores cada vez más divergentes. El enfoque asertivo e independiente de los Emiratos amenaza las ambiciones regionales de Arabia Saudí y su posición dominante en el CCG. Mientras tanto, el temor a la hegemonía saudí entre los países del CCG ha obstaculizado una mayor integración entre los Estados miembros de la organización, y la reticencia de Riad a renunciar a su dominio está dañando la cohesión de la organización».

Los ataques del 7-O y la posterior ofensiva contra la Franja de Gaza han evidenciado que existe una fuerte resistencia al proceso de normalización con Israel en el mundo árabe. Ya antes de dicho ataque podía constatarse su cuestionamiento generalizado. Según el Arab Opinion Index 2022, una encuesta realizada a más de 33 000 personas en un total de catose países árabes entre los meses de junio y diciembre de 2022, Israel es contemplada por un 84 % de los encuestados como la principal amenaza para la seguridad y la estabilidad de la región, mientras que un 78 % también ve en EE. UU. una eventual amenaza. Una abrumadora mayoría —un 84,3 %— también rechaza el reconocimiento de Israel, frente a un 8 % que sí que la aceptaba. La principal razón para oponerse a dicha normalización era precisamente el mantenimiento de la ocupación. La mayor oposición al proceso de normalización se daba en Argelia y Mauritania (99 %), Libia (96 %), Jordania (94 %), Irak (92 %), Túnez (90 %) y Marruecos (67 %). En el caso de Arabia Saudí, tan solo el 5 % de la población mostraba su apoyo, mientras el 38 % lo rechazaba. También el porcentaje de apoyo entre bahreiníes y emiratíes ha bajado de manera considerable entre 2020 y 2022, en los que se ha reducido del 40 % al 20 %.

Arabia Saudí: la apertura como estrategia de supervivencia

Desde el ascenso al poder del rey Salman bin Abdelaziz Al Saud, en 2015, y la designación de su hijo Mohamed bin Salman como príncipe heredero, en 2017, Arabia Saudí ha experimentado drásticos cambios en los terrenos político, económico y social. En este reseteado, los máximos responsables saudíes han abordado una serie de asignaturas pendientes, entre ellas la necesidad de revisar la relación entre el Estado y el wahhabismo, la diversificación de la economía, para hacerla menos dependiente del petróleo, la adaptación del país al nuevo orden multipolar o la eventual normalización con Israel.

En el último lustro, Mohamed bin Salman no ha dejado de extender su influencia, acumulando en sus manos un poder prácticamente ilimitado que ha provocado «una considerable erosión de prácticas establecidas del Estado saudí relativas al sistema de equilibrios y consenso entre clanes de la familia real»  (Domínguez  y  Hernández, 2021: 36). Primero como ministro de Defensa y, después, como primer ministro, ha sido capaz de asumir la dirección de los sensibles dosieres político y económico, incluida la presidencia de Aramco, la mayor petrolera mundial, que en 2022 obtuvo unos beneficios de 161 000 millones de dólares.

El reino saudí es el segundo productor de petróleo del mundo, lo que le ha permitido establecer una economía rentista que ha garantizado una relativa paz social en un contexto conflictivo. No obstante, esta riqueza es también un factor de debilidad, porque le hace extraordinariamente dependiente de las fluctuaciones del precio del barril. De ahí que, en los últimos años, haya buscado coordinarse con Rusia en el seno de la OPEP+ para tratar de mantener la estabilidad de los precios del crudo. Primero en octubre de 2022 y después en abril de 2023, Arabia Saudí decidió, junto a Rusia y el resto de miembros de la OPEP+, reducir la producción de petróleo tras la invasión de Ucrania, lo que acentuó las tensiones con EE. UU.

En los últimos años, el reino ha redoblado sus esfuerzos para diversificar su economía. El vehículo concebido para hacerlo es el plan Visión 2030. Dicha iniciativa apuesta por la modernización del reino mediante la descarga del estado, la privatización del sector productivo, la saudización del trabajo, el desarrollo industrial, la construcción de infraestructuras, la inversión en energías renovables o la atracción de turismo. El buque insignia de este proyecto es Neom, una ciudad lineal de 170 km de longitud y tan solo 200 m de anchura que pretende albergar a nueve millones de habitantes.

Una de las ideas fuerza de la Visión 2030 es aprovechar la estratégica ubicación del reino para afianzar su centralidad, no solo en el sistema árabe e islámico, sino también para transformarlo en puente de comunicación entre Asia, Europa y África. Con esta apuesta, Arabia Saudí pretende convertirse en un nodo logístico internacional y en un actor clave para garantizar el flujo de las cadenas de suministro mundiales, lo que acentuará su rivalidad con Emiratos. Para ello necesita obligatoriamente abrirse al mundo y proyectarse como un país estable.

En los últimos años, la política exterior saudí ha sido sometida a una profunda revisión, pudiendo establecerse una clara línea divisoria entre unos primeros años más inclinados a emplear herramientas del hard power a una nueva fase más favorable a la utilización del soft power para resolver las disputas regionales. Así hemos pasado de la intervención militar en Yemen en 2015 y el bloqueo a Qatar en 2017 al levantamiento de dicho bloqueo en 2021 y el restablecimiento de relaciones diplomáticas con Irán en 2023. Este giro evidencia que la economía saudí necesita un entorno estable para permitir la llegada de inversiones internacionales y el desarrollo de los ambiciosos proyectos contemplados en la Visión 2030.

Un Oriente Medio en conflicto con un permanente riesgo de escalada sobrevolando la región es el peor enemigo para Arabia Saudí. Como señala Ulrichsen (2023):

«La necesidad de desescalar los posibles focos de tensión que podrían descarrilar o, al menos, socavar la atención prestada al desarrollo económico interno explica la decisión tomada en marzo de 2023 de restablecer las relaciones diplomáticas con Irán. Con tantos megaproyectos destinados a atraer turismo no religioso y convertir a Arabia Saudí en una potencia turística, deportiva y de ocio, el príncipe heredero no puede permitirse otra fase de inestabilidad y conflictos, sobre todo si quiere atraer a 150 millones de visitantes al año de aquí a 2030».

La culminación de este proceso de desescalada fue el restablecimiento de relaciones con Irán gracias a la mediación china el 10 de marzo de 2023. Según dicho acuerdo, ambas partes se comprometen a «respetar la soberanía de los Estados y no interferir en sus asuntos internos». Al mismo tiempo, los dos rivales dieron pasos destinados a desescalar algunos de los conflictos en la región, entre ellos el del Yemen, donde Arabia Saudí intervino en 2015 para tratar de frenar al movimiento de Ansar Allah, también conocido como los hutíes, uno de los satélites regionales de Irán.

Este acercamiento a China obedece también a la necesidad de Arabia Saudí de adaptarse al nuevo orden multipolar hacia el que camina el mundo. Todo ello después de constatar el progresivo repliegue de EE. UU. y su renuencia a involucrarse en la defensa del reino tras los ataques con drones que sufrieron las instalaciones de Aramco, en septiembre de 2019. Las fuertes críticas vertidas por Biden hacia el príncipe heredero a causa de la intervención en Yemen y el asesinato del periodista Jamal Khashoggi también contribuyeron a acelerar este proceso de diversificación de alianzas.

En la actualidad, el reino saudí sopesa sumarse a los Acuerdos de Abraham. Durante buena parte de 2023 se han llevado negociaciones para normalizar sus relaciones con Israel. De hecho, Mohamed bin Salman reconoció en una entrevista a Fox News, el 20 de septiembre de 2023, que «cada día estamos más cerca» y que la normalización sería «el mayor acuerdo histórico desde el final de la Guerra Fría», aunque también recordó: «para nosotros, la cuestión palestina es muy importante»4. No obstante, la consecución de dicho acuerdo debe vencer numerosas resistencias. Según un detallado informe del Arab Center for Research and Policy Studies de Washington, la consecución de dicho acuerdo se supedita a tres condiciones:

«1) La firma de un tratado de defensa mutua similar al de la OTAN que se asemeje a la estipulación del artículo 5 de la alianza, según el cual EE. UU. se compromete a defender el reino en caso de amenazas militares […]. 2) La ayuda estadounidense para construir un reactor nuclear civil y permitir el enriquecimiento de uranio en suelo saudí bajo supervisión estadounidense. Tanto EE. UU. como Israel temen que se inicie una carrera armamentística nuclear regional; y 3) La consecución de armamento avanzado como el Terminal High Altitude Area Defense (THAAD) que ayudaría a Arabia Saudí a derribar los misiles de medio y largo alcance de Irán» (ACRPS, 2023).

Una eventual normalización con Israel tendría un elevado coste para Arabia Saudí. No puede pasarse por alto que la cuestión palestina sigue siendo considerada un asunto central para la mayor parte del mundo árabe e islámico. El reconocimiento de Israel le obligaría a abandonar la Iniciativa Árabe de Beirut, planteada en 2002 por el rey Abdallah bin Abdelaziz Al Saud, que ofrecía una paz completa entre el mundo árabe e Israel a cambio de una plena retirada de los territorios ocupados durante la guerra de los Seis Días. El abandono saudí de la causa palestina sería un espaldarazo para los planes anexionistas de Netanyahu, para quien:

«[…] la normalización con Arabia Saudí es el gran premio para Israel, ya que la paz con el mundo árabe convertirá la cuestión de Palestina en marginal a nivel regional e internacional y la reduciría a un asunto doméstico israelí, gracias a lo cual solo Israel podría decidir sus relaciones con los palestinos en las tierras que ocupa desde 1967» (ACRPS, 2023).

El ataque del 7-O y la posterior ofensiva israelí contra la Franja de Gaza han puesto en tela de juicio el proceso de normalización. De ahí que Arabia Saudí haya congelado todos los contactos con Israel y haya denunciado la política de «tierra quemada» adoptada en Gaza. No obstante, no perdonará a Hamás que haya interferido en un asunto de política interna, tal y como pudo comprobarse en la cumbre conjunta de la Liga Árabe y la Organización para la Cooperación Islámica celebrada en Riad, el 11 de noviembre, cuando ambas organizaciones se abstuvieron de adoptar medidas significativas contra Israel. El comunicado conjunto llamó a un alto el fuego inmediato y la entrada de ayuda humanitaria, pero rechazó medidas más enérgicas como la congelación de relaciones con Israel o el empleo del petróleo como arma política. Probablemente el elemento más novedoso de dicho comunicado fuese el apoyo iraní a la solución de los dos Estados como fórmula para resolver el conflicto, lo que representa un reconocimiento implícito de Israel por parte de Irán.

Irán: entre el irredentismo y el pragmatismo

Desde el arranque del siglo XXI, Irán ha aumentado su peso específico en la región. En la actualidad, su esfera de influencia abarca un amplio arco que va desde Irán hasta Líbano, pasando por Irak, Siria y Yemen, todo ello gracias a su respaldo a una serie de gobiernos y milicias chiíes integradas en el denominado Eje de Resistencia. En este contexto, el régimen iraní considera que EE. UU. e Israel representan las dos principales amenazas para su supervivencia. Como señala Gregory Gause (2022), profesor de Relaciones Internacionales de la Texas A&M University: «Los dirigentes iraníes contemplan a EE. UU. e Israel como amenazas mortales que supuestamente pretenden acabar con el régimen republicano islámico y justifican su apuesta por las armas nucleares como un paso defensivo para evitar una eventual agresión estadounidense- israelí».

Tras la firma del Joint Comprehensive Plan of Action (JCPOA) con el G5+1, el 14 de julio de 2015, Irán suspendió el enriquecimiento de uranio de su programa nuclear a cambio de la retirada de las sanciones internacionales que le impedían exportar su petróleo. No obstante, la salida del acuerdo de la Administración Trump en primavera de 2018 significó una vuelta a la casilla cero. Tras su llegada a la Casa Blanca en 2021, Joe Biden retomó las negociaciones con Irán a través de actores interpuestos sin llegar a revertir la política de «máxima presión» adoptada por su predecesor. Más bien al contrario, la Administración Biden se inclinó por dar prioridad al proceso de normalización entre Israel y Arabia Saudí con el fin de aislar regionalmente a Irán. El objetivo de EE. UU. sería establecer un frente común para tratar de frenar el expansionismo iraní en Oriente Medio y, así, poder desligarse de la seguridad regional y centrarse en el Indo-Pacífico.

Ante las crecientes amenazas regionales, el régimen iraní ha redoblado sus esfuerzos por robustecer sus relaciones con Rusia y China. En marzo de 2021, Irán y China firmaron un acuerdo de asociación estratégica durante los próximos veinticinco años que contemplaba inversiones por valor de 400 000 millones de dólares en sectores estratégicos como la energía, el transporte, los puertos, la industria y los servicios iraníes, todo ello a cambio de la venta de petróleo y gas a China. En mayo de 2022, Irán y Rusia rubricaron una serie de acuerdos y memorandos para desarrollar las relaciones bilaterales con el objetivo de duplicar el comercio bilateral no solo en el terreno de la energía, sino también en el de los transportes, la agricultura, los alimentos, el farmacéutico y la construcción y pasar de los cuatro mil millones de 2021 a los ocho mil en 2023.

En julio de 2022, el presidente Putin realizó una visita oficial a Teherán, donde se reunió con el guía supremo Ali Jamenei y se comprometió a estrechar su cooperación militar a cambio de la venta por parte de Irán de drones y misiles para el frente ucraniano. En febrero de 2023, el presidente Ebrahim Raisi realizó una visita oficial a Pekín, donde firmó una veintena de acuerdos para implementar el acuerdo de asociación de veinticinco años firmado dos años antes.

Irán también ha dado un paso de gigante para restablecer sus relaciones con su entorno árabe. Como ya hemos señalado, buena parte de los integrantes del CCG están interesados en desescalar las tensiones regionales para poder llevar a la práctica sus ambiciosos planes de desarrollo. Este no solo es el caso de Arabia Saudí, sino también de Emiratos Árabes Unidos, donde viven medio millón de iraníes (casi un 5 % de la población). En agosto de 2022, Abu Dabi decidió restablecer las relaciones con Teherán, adelantándose a Arabia Saudí. Como señalan Baharoon y Vatanka (2023): «El espíritu que prevalece actualmente en la región del Golfo es el de la desescalada. En el caso de los Emiratos e Irán, una serie de conexiones existentes podrían ayudar a acelerar el proceso de desescalada y permitir que se produzca más rápidamente que en cualquier otro lugar de la región». Esta aproximación intensificó los intercambios comerciales: «Los Emiratos fueron el principal socio comercial de Irán durante el periodo comprendido entre el 21 de marzo de 2022 y el 20 de enero de 2023, con 20,27 millones de toneladas de mercancías comercializadas por un valor total de 19 770 millones de dólares» (ibid).

El restablecimiento de relaciones entre Riad y Teherán, el 10 de marzo de 2023, con la mediación china culmina un proceso de más de dos años de negociaciones patrocinadas por Irak y Omán y, sin duda, suponen un contratiempo a los intentos de EE. UU. e Israel de aislar al régimen iraní. Las relaciones se suspendieron en 2016 después del asalto de la embajada saudí en Teherán tras la ejecución del líder chií Nimr al-Nimr por las autoridades saudíes. No obstante, esta aproximación no debe interpretarse, en ningún caso, como una alianza, ya que ambos países siguen manteniendo notables diferencias en cuestiones como la relación a mantener con EE. UU. o Israel.

El acuerdo irano-saudí representó un punto de inflexión en las dinámicas regionales y sentó un peligroso precedente, ya que China hacía gala de una desconocida capacidad para mediar entre los dos rivales regionales. Suponía, al mismo tiempo, un desafío para la política de contención de la Administración Biden y un notable revés para Israel, favorable al establecimiento de un frente antiiraní mediante los Acuerdos de Abraham. En opinión de Maha Yahya (2023), directora del Malcolm H. Kerr Carnegie Middle East Center:

«El papel desempeñado por China fue una bofetada en la cara de la Administración Biden […]. El acuerdo no solo demuestra la disminución de la influencia de  EE. UU. en Oriente Medio, sino un cambio fundamental en la geopolítica regional. También refleja el cansancio generalizado ante los conflictos regionales y el deseo de los actores locales de tomar la iniciativa en la configuración del futuro de Oriente Medio».

La masacre del 7-O pone en peligro no solo la normalización entre Israel y el mundo árabe, sino también el proceso de acercamiento entre Irán y sus vecinos del golfo. Hamás y, de manera particular, su brazo armado —las Brigadas de Izz al-Din al- Qassam— son un estrecho aliado del régimen iraní y un componente central del Eje de Resistencia que lidera. Tras el ataque, los dirigentes israelíes denunciaron la implicación del régimen iraní; no obstante, el guía Ali Jamenei señaló que Irán ni lo planificó ni fue informado: «Aquellos que afirman que estos ataques han sido diseñados por alguien que no sean los palestinos claramente desconocen a los palestinos». Parece evidente que «la negación pública de Jamenei de la implicación iraní evidencia una creciente preocupación por la posibilidad de una represalia militar israelí o estadounidense» (Bazoobandi, 2023). De hecho, el guía supremo habría advertido al propio Ismail Haniyeh, en un encuentro celebrado a principios de noviembre, que Irán no intervendría directamente en el conflicto ni escalaría la situación para no poner en peligro sus intereses regionales5.

El 11 de noviembre, el presidente Raisi visitó Riad para participar en la cumbre conjunta de la Liga Árabe y la Organización de Cooperación Islámica para discutir la respuesta a la ofensiva israelí sobre Gaza. En el marco de dicha reunión se abordaron los diferentes escenarios de futuro y Arabia Saudí pidió contención a Irán para evitar que la guerra se contagiase a otros países de la región. Estos llamamientos han tenido un éxito relativo, puesto que los intercambios de fuego entre Israel y Hezbolá han sido, por el momento, limitados y se ha evitado un choque a gran escala que tendría consecuencias devastadoras para el conjunto de la región.

Más allá de las habituales declaraciones de solidaridad hacia la causa palestina, Hezbolá ha preferido mantener un perfil bajo ante las advertencias israelíes de que golpearía con fuerza Líbano y lo devolvería a la Edad de Piedra (tal y como señaló el ministro de Defensa Yoav Gallant6) en el caso de que decidiera abrir un nuevo frente. En su discurso del 3 de noviembre, su líder Hasan Nasrallah afirmó, una vez más, que «todas las opciones estaban sobre la mesa», pero rechazando declarar una guerra abierta contra Israel. El asesinato de Sayyed Razi Mousavi, un alto responsable de la Guardia Revolucionaria iraní encargado de la transferencia de armas a Hezbolá, el 25 de noviembre de 2023, en un ataque israelí a Damasco, no pareció alterar la situación. Otro tanto puede decirse del asesinato de Salah al-Aruri, número dos de Hamás y enlace de la organización con Hezbolá, en el sur de Beirut el 2 de enero de 2024.

En esta fase, Irán parece más inclinado por librar una guerra asimétrica, como demuestra la activación de Ansar Allah, la milicia chií yemení, que ha lanzado diversos ataques en el estrecho de Bab al-Mandeb contra barcos con pabellón israelí o que se dirigían al puerto de Eilat, lo que ha obligado a las principales navieras del mundo a modificar sus rutas marítimas y circunvalar el continente africano para evitar ser atacados desde la costa yemení. Esta amenaza para el comercio mundial ha sido respondida con la puesta en marcha por parte de EE. UU. de la operación Guardián de la Prosperidad, que tiene como propósito garantizar la libertad de navegación en el estrecho por el que transcurre el 12 % del comercio mundial. Ante los reiterados asaltos, EE. UU. y Reino Unido decidieron lanzar un ataque contra posiciones hutíes en Yemen el 12 de enero de 2024, lo que podría abrir la puerta a una mayor escalada regional en el caso de que otros actores del Eje de la Resistencia decidan sumarse al conflicto, algo que, hoy por hoy, parece poco factible. 

Bibliografía

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Ignacio Álvarez-Ossorio Alvariño
Catedrático de Estudios Árabes e Islámicos en la Universidad Complutense de Madrid
y codirector del Grupo de Investigación Complutense sobre el Magreb y Oriente Medio

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