
02 may 2025
IEEE. Vietnam en la era Trump 2.0. Entre el aumento de los aranceles y la cooperación armada
Ignacio M. García-Galán. Analista especializado en Asia-Pacífico
Introducción
Donald Trump junto al expresidente vietnamita, Trần Đại Quang, en su primera visita al país (noviembre de 2017). Imagen de Associated Press
Cuando se cumplen cincuenta años del final de la contienda que enfrentó a los EE.UU y al Vietnam socialista, el idilio que ambos países vivían, desde hace casi dos décadas, se encuentra bajo el escrutinio del nuevo ejecutivo norteamericano.
Tras su victoria en las elecciones del pasado noviembre, Donald J. Trump regresa a la Casa Blanca para un segundo mandato marcado por medidas proteccionistas y de reajuste comercial. Ello genera inquietud en los socios tradicionales de Washington, así como en algunos de los más recientes.
Entre los pertenecientes a la última categoría se encuentra Vietnam, con quien la administración Biden firmó un Pacto de Asociación Estratégica en 2023, y cuyas exportaciones a la nación norteamericana se han cuadruplicado desde 2017. Pese a las diferencias ideológicas subsistentes, desde la normalización de relaciones entre ambos países (1995), todos los presidentes estadounidenses han visitado la nación asiática al menos una vez durante su periodo en el cargo. Ello es clara muestra del interés que el país suscita a múltiples niveles, desde el meramente comercial hasta el geoestratégico.
Para Vietnam, mantener una relación estrecha con los EE.UU. ofrece, igualmente, beneficios varios. Supone un seguro adicional ante el expansionismo chino por su litoral, así como un socio importante que coadyuva en su desarrollo económico e industrial. Los EE.UU. son hoy el principal destino de las exportaciones vietnamitas, y Vietnam se ha convertido en el décimo exportador a los EE.UU.
Sin embargo, los intercambios han generado a los norteamericanos un déficit valorado en 123.500 millones1 y, como era de esperar, el presidente Trump ha expresado su malestar. Ya durante su periodo en la oposición, pasó a adoptar una actitud crítica con Hanói, acusándole de deslealtad comercial.
Caben pocas dudas, por tanto, de que el presidente condicionará cualquier tipo de avance en las relaciones a un reajuste en la balanza. Ello abre varias posibilidades, destacando entre ellas la adquisición de armamento estadounidense por parte de las fuerzas armadas vietnamitas o la reparación de buques de guerra de los EE.UU. en puertos del país asiático. Ambas cuestiones llevan en el candelero más de una década.
Trump y Vietnam: una relación cordial, aunque con condicionantes.
Durante su primer periodo al frente de la Casa Blanca (2017-2021), Donald J. Trump convirtió a Vietnam en uno de los mayores beneficiados de su guerra comercial con China, extrapolando las derivables de la misma al ámbito estratégico. Irónicamente, ello en sí constituía un avance en la senda marcada por su predecesor en el cargo, Barack Obama quien, desde su primera visita al país, trató de estrechar lazos con visos a una cooperación en materia de seguridad.
Trump no tuvo dificultades en identificar a Vietnam como un socio potencial para ejercer presión sobre Pekín. Es más, si bien durante el último lustro de la pasada década no dudó en cargar contra aliados tradicionales a causa del desequilibrio comercial (como Japón o Corea del Sur), Vietnam esquivó sus reproches hasta su salida del gobierno.
El hecho es llamativo, pues desde 2017, las exportaciones vietnamitas a los EE.UU. se han cuadruplicado, mientras que las realizadas en sentido contrario apenas han aumentado un 31%. La relación bilateral experimentó grandes avances entre 2017 y 2021, lográndose hitos como el refrendo del final del embargo a la exportación de armamento ofensivo, la venta de buques de vigilancia costera2, o el acuerdo para el establecimiento de vuelos directos entre ambos países. Trump, además, eligió Hanói como lugar para celebrar su segundo encuentro personal con Kim Jong-Un, concediendo a Vietnam un cierto prestigio en la escena internacional.
En una curiosa invitación al ejercicio democrático, con motivo de las elecciones norteamericanas, dos de los principales diarios vietnamitas, el Tuổi Trẻ y el VnExpress, elaboraron sendas encuestas preguntando a sus lectores quién era su candidato preferido. Trump se impuso en ambas con un 76% y un 80% de los apoyos3. Buena parte de los vietnamitas ve en él a un líder fuerte, claro en sus planteamientos, y que puede ser un aliado valioso para hacer frente a la República Popular de China (RPC). Pero, ¿deberían moderar sus expectativas?
El secretario general del Partido Comunista, Tô Lâm, fue de los primeros dignatarios asiáticos en telefonear a Trump para felicitarle por su retorno a la Casa Blanca. Como era de esperar, la conversación pronto viró a asuntos económicos. Es cierto que, ya en 2019, Hanói trató de adelantarse a las demandas con la adquisición de aeronaves Boeing para las aerolíneas nacionales, por valor de 21.000 millones de dólares4. Sin embargo, la medida fue insuficiente, y Vietnam sigue siendo uno de los tres países con los que EE.UU. mantiene un mayor déficit.
En su proceder, el presidente norteamericano siempre ha mostrado preferencia por los acuerdos de carácter bilateral, rehuyendo los marcos multilaterales. Desde su reelección, existe el temor a que EE.UU. pueda retirarse del Acuerdo Económico del Indo-Pacífico, suscrito por Biden, al igual que ya hiciera del Acuerdo Transpacífico de Cooperación, el primer día de su primer mandato. Ante la incertidumbre, el ministro de Industria y Comercio vietnamita, Nguyễn Hồng Diên, sugirió, ya a mediados del año pasado (2024), prepararse para todos los escenarios posibles, prestando especial interés a cómo un aumento de los aranceles podría afectar a las cadenas de suministro y a la inversión extranjera.
Pese a ello, los datos invitan al optimismo. Y es que, aparte de la buena relación generada en su anterior mandato, Trump, en su calidad de realista pragmático, prima el fin sobre los medios. Ello abre las posibilidades de extender la cooperación a múltiples ámbitos, siempre y cuando, con ello, se corrija el desequilibrio.
Una de las principales opciones barajadas es la exportación de armamento o hardware militar al país asiático, algo ya bendecido por las administraciones demócratas de Obama y Biden, y que Trump presentó en el pasado. Washington percibe la idea como un medio ideal para ajustar la balanza, tal y como se hizo con el Japón de Abe a finales de la década pasada.
Ante el aumento de sus tensiones con China, Vietnam ha devenido en uno de los mayores importadores de armamento del mundo. Sus adquisiciones, no obstante, han experimentado un frenazo a tenor de la invasión rusa de Ucrania y las crecientes dificultades para dotarse de equipo sofisticado de origen ruso. Por ello, en Hanói, la opción va cobrando una forma cada vez más definida, aunque con matices. La adquisición de material bélico americano podría cubrir necesidades puntuales, enviar un mensaje diplomático de peso, y evitar el aumento de los aranceles5.
Por inverosímil que esto hubiera resultado hace unos años, la idea ha sido de nuevo avalada por canales oficiales. En declaraciones realizadas el pasado diciembre, el embajador estadounidense en Hanói, Marc Knapper, afirmó que el deseo de EE.UU es “garantizar que Vietnam disponga de lo que precise para defenderse en el mar, en el aire y el ciberespacio”6.
Trump puede, por tanto, convertirse en el mejor amigo que Hanói haya tenido en occidente en mucho tiempo. Pero para ello habrá que sortear obstáculos y cumplir condiciones. Otro de los aspectos a mejorar es la legislación vietnamita en materia de protección de propiedad intelectual y patentes, precisamente una de las razones que empujó a numerosas empresas americanas a dejar de producir en China.
Por el momento, las autoridades del país asiático se muestran dispuestas a ceder en las exigencias económicas, aunque hay líneas que no se plantean cruzar en otros aspectos. Desde la caída de la URSS, Hanói se resiste a firmar acuerdos en materia de seguridad colectiva o a adherirse a cualquier alianza militar, considerando tal postura como vital para blindar su soberanía. En ese sentido, hay que entender que su interés por buscar socios para contrarrestar a la RPC no se traduce en un deseo por formar parte de una entente armada que sea abiertamente hostil a Pekín.
A lo largo de los últimos años, el país se ha esforzado por diversificar sus contactos a nivel global, pero manteniendo siempre una relación equidistante con las grandes potencias. Esta estrategia, conocida como ‘Diplomacia de Bambú’, fue un planteamiento irrenunciable para el anterior secretario general del Partido, Nguyễn Phú Trọng (2011-2024), recientemente fallecido. Ello es en sí una postura respetable, pero que puede minar la paciencia y confianza del actual presidente norteamericano. Con todo, las relaciones bilaterales jamás habían gozado de mejor salud.
El triángulo Hanói-Pekín-Washington: paradigma de la Realpolitik
Ante el avance en la cooperación, Pekín ha intentado maniobrar, buscando un nuevo acercamiento a Hanói en el que Xi Jinping trató de sumar a Vietnam a su proyecto de “comunidad de destino común”7. Pero no parece haber tenido éxito. El presidente vietnamita, Võ Văn Thưởng, se mostró escéptico en sus últimos encuentros personales, y los medios del país ni siquiera se hicieron eco del proyecto.
Xi incidió en que la estrategia se ajustaba a la perfección al ideario de neutralidad vietnamita, pues la ‘comunidad’ prima el establecimiento de canales de cooperación frente al de asociaciones o alianzas8.
La cuestión es que, en Vietnam, China es percibida como un rival tradicional y socio ocasional. Por el contrario, EE.UU. no suscita hoy la misma animosidad que en tiempos pretéritos. Pese a que la ‘guerra americana’ es un recuerdo doloroso, también es uno lejano. Con el 76,9% de sus ciudadanos nacidos después de 1975, el grueso de la sociedad vietnamita se siente libre de las sombras del conflicto. La victoria del bloque socialista, encarnado por Vietnam del Norte y los insurgentes sureños del Vietcong, permite a sus herederos, las autoridades actuales del país, presentar la gesta como un éxito más de la nación en su lucha por la autodeterminación.
A lo largo de los últimos años, Washington ha procurado acelerar los procesos de cooperación con Hanói ante el deseo mutuo de contener a una RPC cada vez más asertiva. Sin embargo, la relación entre ambos tardó dos décadas en despegar. Tras la caída de Saigón, el 30 de abril de 1975, Vietnam tuvo que acometer su reunificación nacional aislado del flujo de capital occidental, con sus aliados socialistas en crisis, y con Pekín adoptando una posición cada vez más hostil. EE.UU., por su parte, lideró el embargo internacional impuesto al país, en tanto que acercaba posturas con una China que, tras la muerte de Mao Zedong, abría sus puertas al mundo.
El deterioro de los lazos entre Hanói y Pekín se produce ya a lo largo de la contienda, librada en el punto álgido del cisma sino-soviético, a medida que los socialistas vietnamitas se mostraban más cercanos a Moscú.
Concluido el conflicto, las tensiones entre Hanói y el régimen de los Jemeres Rojos (aliado de China), en la vecina Camboya, llevaron a una serie de choques fronterizos que culminaron en una guerra abierta. En diciembre de 1978, las tropas vietnamitas invadieron el país, destronaron al régimen de Pol Pot y lo sustituyeron por uno afín. La respuesta fue inmediata. En febrero de 1979, el ejército chino invadió Vietnam desde el norte, desencadenando un breve, aunque sangriento conflicto. La comunidad internacional castigó a Vietnam con nuevos embargos, no reconoció al nuevo gobierno de Phnom Penh y permitió a los diplomáticos de Pol Pot retener los asientos de Camboya en las Naciones Unidas.
A efectos prácticos, el auge del Vietnam socialista, con la extensión de su influencia a Laos y Camboya, frustró las ambiciones de Pekín por configurar y liderar un bloque comunista propio en Extremo Oriente. No obstante, tal influencia no encontró eco en el panorama económico.
La reforma monetaria, efectuada en 1976, erradicó a la clase media urbana del antiguo Sur. Para el año siguiente, el sueldo medio rondaba los 20 dólares mensuales y, con la mayoría de sus infraestructuras destruidas, Vietnam figuraba entre los veinticinco países más pobres del mundo9. Además, a pesar de que, durante la mayor parte de los ochenta, Hanói recibía casi 3.000 millones de dólares anuales de la URSS y de otros miembros del COMECON, la mayoría llegaba en concepto de préstamo, a diferencia de lo que había ocurrido hasta 197510. Entre tanto, los roces fronterizos con el vecino del norte fueron continuos hasta 1991. En marzo de 1988, la armada de la RPC ocupó la mitad del archipiélago de las Spratley en una acción armada. Catorce años antes, en enero de 1974, ya había ocupado la mayor parte de las Paracelso, entonces bajo soberanía de Vietnam del Sur.
A mediados de los ochenta, el gobierno encabezado por el presidente Trường Chinh y el premier Võ Văn Kiệt, puso en marcha un programa de reformas que permitieran adaptar Vietnam a una economía de mercado, ante la inviabilidad de su modelo autárquico y el colapso del bloque socialista. Éste, bautizado con el nombre de ‘Đổi Mới’ (o ‘Renovación’), fue inicialmente aplicado en las provincias del antiguo Sur, a cuyos habitantes se consideraba más aptos para desenvolverse en un escenario de cierto liberalismo económico. Gradualmente, el resto del país se sumó al experimento.
Con el final de la Guerra Fría y su apertura al exterior, Vietnam aprovechó para restablecer y normalizar los lazos con China (1991) y EE.UU. (1995), iniciando un proceso de cooperación económica con ambos, que ha terminado por convertirles en sus dos socios prioritarios. Hanói aceptó una serie de guías del Banco Mundial para liberalizar su economía y atraer capital extranjero. Con ello, el número de empresas privadas y de joint-ventures se disparó11, si bien el gobierno ha mantenido el control de las compañías de interés estratégico. Con la saturación y creciente especialización de la industria china, Vietnam emergió como un destino cada vez más atractivo para producir, dado lo barato de su mano de obra.
Para el cierre de 2024 el volumen comercial entre Vietnam y la RPC ascendía a 205.200 millones de dólares12, mientras que los intercambios con EE.UU rondaban los 149.60013. Sin embargo, la diferencia en la balanza con ambos es clara. Mientras que con China Hanói mantiene un déficit de 83.000 millones de dólares, los intercambios con EE.UU gozan de un amplio superávit. El pasado año, casi el 30% de las exportaciones vietnamitas tuvieron a la nación americana como destino.
Por ello, el establecimiento del Pacto de Asociación Estratégica suscrito entre Washington y Hanói, en septiembre de 2023, sirve para confirmar una realidad evidente; y sitúa a los norteamericanos en un nivel de cooperación igual, en teoría, al que gozan sólo otros siete países más: Rusia, Japón, India, Francia, Malasia, Corea del Sur y la propia RPC.
A pesar de ello, llama la atención que el acuerdo con los norteamericanos tenga una serie de añadidos nominales. Su nombre completo es Pacto de Asociación Estratégica para la paz, cooperación y el desarrollo sostenible14. Ello constituye en sí un mensaje de tranquilidad a Pekín, aunque no oculta una realidad incómoda para las autoridades chinas. Mediante el acercamiento paralelo en materia de seguridad, EE.UU. asciende a un nivel superior de asociación, relegando a la RPC a ser uno de los pocos socios estratégicos con quien Vietnam no tiene acuerdos en dicho campo.
De esta manera, el triángulo comprendido entre las tres partes ha basculado hasta completar todas las combinaciones posibles. Si en el tramo inicial de la Guerra Fría, los socialistas vietnamitas y la RPC se unieron para acabar con la presencia militar americana en el sudeste asiático; en el final, fueron los norteamericanos los que se unieron a Pekín para minar la influencia de Hanói en dicha región. Hoy el tándem entre Vietnam y EE.UU. es prioritario para ambas partes en su deseo común de contener el expansionismo chino.
Una relación privilegiada con una inquietud común
Sin duda, el mar del Sur de China es el lugar donde dicho expansionismo genera especial malestar. La creciente militarización de los atolones controlados por Pekín amenaza a buena parte del litoral vietnamita, ocasionando disputas en torno al control de bancos de pesca, reservas de petróleo, bolsas de gas natural y derechos de navegación.
Para EE.UU., el hipotético control de esta vía acuática por parte de la RPC, supone una amenaza directa al libre comercio y tránsito. Por ella navegan, cada año, dos de cada tres petroleros y buques de transporte de gas licuado del mundo. Es, asimismo, una ruta esencial para navíos y aeronaves de guerra estadounidenses que rotan entre sus bases de Japón, Corea del Sur y Oriente Medio.
A la interminable disputa, se unen varios puntos de presión adicionales para Hanói. La frontera terrestre sino-vietnamita no quedó claramente delimitada hasta la firma de un acuerdo en 2008 que, aún hoy, tiene discrepancias. Más recientemente, el proyecto de colaboración de Pekín con el gobierno camboyano, para la construcción del canal de Funan Techo15, amenaza con dejar sin agua varias provincias vietnamitas de la cuenca arrocera del Mekong16.
Por si fuera poco, la deuda que Vietnam ha contraído con China supera ya el 8% de su PIB. Ello presenta un riesgo potencial teniendo en cuenta que los préstamos chinos, con unas tasas de interés situadas entre el 3%-7%, no son baratos. Hasta finales de la pasada década, las autoridades del país creían que una cooperación económica más estrecha ayudaría a reducir tensiones. A diferencia de Sri Lanka o Camboya, la economía vietnamita es lo suficientemente resiliente y próspera como para manejar la deuda soberana, que apenas rozaba el 33,5% a finales de 202317. No obstante, la mayor parte de la inversión china reciente se ha concentrado en empresas privadas o en las que el control gubernamental es parcial, amenazando con controlar parte del tejido estratégico. Ello explica por qué, en los últimos años, Hanói ha procurado acercamientos cada vez mayores con Japón, Corea del Sur y Singapur, países que han superado a la RPC en inversión directa a lo largo del último lustro, y que ofrecen préstamos con intereses mucho menores.
EE.UU. se une ahora al club, trasladando las empresas norteamericanas la producción de varias de sus fábricas en China al sudeste asiático. Tal movimiento no sólo supone un mecanismo de presión añadido sobre su rival, sino también uno dedicado a reducir la influencia económica que Pekín ha ido adquiriendo sobre Washington. Entre las recién llegadas destaca la SpaceX de Elon Musk18, que ha trasladado la producción de varios de los componentes de su sistema Starlink de Taiwán a Vietnam para evitar problemas diplomáticos.
Vietnam reúne las condiciones ideales para seguir siendo un destino preferente, dada la creciente especialización que su tejido industrial tiene en la producción de componentes de alta tecnología para empresas surcoreanas, japonesas o taiwanesas. La creciente mejora de su infraestructura y de su marco jurídico proporcionan una base cada vez más sólida, aupada por una mano de obra que, de momento, sigue gozando de un precio muy competitivo.
Colaboración en defensa: ¿armamento americano para Vietnam?
Desde que la administración Obama pusiera fin al embargo a la exportación de material militar no letal (2014), se ha especulado de manera continua con la posibilidad de que Vietnam adquiriera componentes estadounidenses, aunque fuese vía proxy1920. Desde un primer momento, se consideró la adquisición de varios Lockheed P-3 ‘Orion’ de reconocimiento marítimo japoneses21.
El entonces presidente sostuvo que el gesto era, simplemente, un paso más en la plena normalización de relaciones, señalando también la posibilidad de reparar buques de guerra estadounidenses en astilleros vietnamitas2223. Esta medida, que encaja a la perfección dentro del dogma del expresidente ‘Places, not bases’, otorgaría al país asiático una cierta cobertura, evitando la impopularidad de instalar tropas extranjeras en su suelo24.
Cuando, en 2016, se levantó el veto a la exportación de material letal, rápidamente pasó a abordarse la adquisición de drones y de sistemas de defensa costera. Ya en su primer mandato, Trump ofreció misiles y aeronaves F-16 durante sus dos visitas (en 2017 y 2019)25. Hanói juzgó la maniobra como diplomáticamente arriesgada26 y, tras analizar también la candidatura del Saab JAS-39 ‘Gripen’ sueco, se decantó por nuevas unidades del Sukhoi SU-30M ruso. Igualmente, cerró la compra de tres aeronaves de transporte CASA-EADS C-295M españolas, un avión del que se espera que Vietnam sea también usuario de su versión AEW&C27.
Washington ve ahora mayor facilidad para alejar a Vietnam de Rusia, su proveedor tradicional, que se mantiene al margen de las controversias de Extremo Oriente dada su simbiosis con China. Además, el enquistamiento del conflicto de Ucrania ha generado retrasos en las entregas de numerosos materiales, al tiempo que otros han demostrado no ser tan fiables como se esperaba en el campo de batalla. Todo ello ha generado en Hanói una pérdida de confianza en su aliado tradicional, llevándole a diversificar sus adquisiciones de hardware bélico mediante la compra a Europa, India e Israel. Ello supone un golpe para Moscú, que hasta 2022, suministraba a Vietnam más del 70% de su arsenal.
Ahora bien, pese a la estrecha colaboración en otros ámbitos, el defensivo es una materia delicada. Vietnam no deja de ser un estado autoritario de corte socialista, y eso aún levanta ampollas en EE.UU. No obstante, la cooperación en seguridad es ya el proyecto de tres administraciones distintas, pertenecientes tanto al bloque republicano como al demócrata. En 2023, Joe Biden trató de cerrar la venta de un paquete de armas sin precedentes, el cual incluía aeronaves, así como sistemas de alerta temprana y de defensa costera28. Estos dos últimos componentes revisten una importancia capital en el caso vietnamita, dado su condicionante geográfico. Con todo, de formalizarse un gran acuerdo, estaría por ver qué efecto generaría en las capacidades de integración y coordinación con el resto del inventario (mayoritariamente ruso) de Hanói.
Pese a ello, a medida que Vietnam crece de manera exponencial, la aspiración real de sus dirigentes es desarrollar su propia industria armamentística, algo ya señalado públicamente por el expresidente Nguyễn Phú Trọng y por el actual jefe de gobierno, Lương Cường29. Ello reduciría su dependencia de terceros y ayudaría a diversificar sus exportaciones a medio plazo. Washington ha extendido su oferta de asistencia también a este proyecto30, con lo que empresas como Colt o General Dynamics podrían seguir los pasos de la israelí IMI. Desde hace más de diez años, IMI produce el Galil ACE en la fábrica que Z11131 posee Thanh Hoá, y reemplazó al AK-47 como rifle estándar del ejército vietnamita en 2013. Recientemente, fue sustituido por el nuevo SVT-380 (2019), en sí producto de la cooperación entre ambas empresas.
Por el momento, Hanói se inclina más por estrechar los canales de comunicación e intercambio de inteligencia; así como por el establecimiento de fábricas conjuntas para producción local y la adquisición de equipo no letal. Con ello, el Politburó pretende incrementar el know how de las empresas nacionales y, de paso, tratar de no provocar a Pekín ni distanciarse demasiado de Moscú. Dejar de lado esta dinámica iría sujeto a tres condicionantes principales: la imposibilidad de evitar un incremento de los aranceles americanos por otros medios, un aumento inusual de las tensiones con la RPC o la necesidad de cubrir una carestía material con medios que Rusia no sea capaz de satisfacer.
Muestra de lo mencionado es que las primeras aeronaves americanas que la fuerza aérea vietnamita ha incorporado a su inventario, en 2024, son cinco Beechcraft T6-C de entrenamiento32. O que, más recientemente, durante la feria de armamento celebrada en Hanói, el pasado diciembre, se apuntara a la posible adquisición de aviones de transporte C-130J ‘Hercules’33. Pese a lo significativo de los gestos, no son aeronaves armadas.
Conclusiones
El retorno de Donald J. Trump a la Casa Blanca presenta para Vietnam ventajas y desafíos a partes iguales. Por un lado, el esperado recrudecimiento de los aranceles a China traerá una mayor deslocalización de fábricas hacia el país del sudeste asiático. Sin embargo, Hanói deberá gestionar con cautela sus vínculos económicos con EE.UU. para no perjudicar el desarrollo de su cooperación estratégica.
Esta última debería verse reforzada, especialmente en el ámbito de seguridad, pero está expuesta a una serie de riesgos derivados de lo que cada uno espera del otro.
Los vietnamitas desean de los norteamericanos un respaldo claro, pero que no condicione su política exterior. El incremento de la cooperación, incluso con la compra de material bélico estadounidense de por medio, no podrá suponer una alianza armada oficial y permanente. Sería un error creer que Vietnam sopesa echarse en brazos de EE.UU.
Además, a Hanói no le interesa adoptar una postura abiertamente beligerante hacia Pekín. Al fin y al cabo, la RPC es el principal receptor de las exportaciones de la ASEAN y, de todos sus miembros, Vietnam es el que más le vende. Son, asimismo, estados vecinos.
Por tanto, aunque la adquisición de armamento americano en los próximos años sea ya algo más que plausible, es muy probable que ello termine siendo un gesto puntual destinado a satisfacer necesidades concretas y a enviar un mensaje de carácter diplomático. Hanói prefiere desarrollar su propia industria armada, preferiblemente con el respaldo de EE.UU., y mejorar con ello sus conocimientos tecnológicos. Las tensiones con Pekín tendrían que empeorar mucho más para propiciar una entente clara que, de darse, sería seguramente dentro de un marco flexible.
Por su parte, la preferencia de Trump por acuerdos bilaterales podría facilitar flexibilidad en múltiples ámbitos, pero es innegable que Washington espera de Vietnam un posicionamiento internacional menos ambiguo, así como un mayor gasto en sus productos, sean del tipo que sean. Dado el proceder del presidente estadounidense, queda claro que este último punto será el que determine si Vietnam se convierte en uno de los grandes ganadores con la ‘era Trump 2.0’ o en un perdedor más.
Ignacio M. García-Galán
Analista especializado en Asia-Pacífico.
-
-
Vietnam en la era Trump 2.0. Entre el aumento de los aranceles y la cooperación armada
-
Vietnam in the Trump 2.0 Era. Between armed cooperation and the tariff increase.
-