IEEE. Oriente Medio ante los proyectos de reconfiguración en 2025

Oriente Medio 1919-1925

23 sept 2025

IEEE. Oriente Medio ante los proyectos de reconfiguración en 2025

Haizam Amirah-Fernandez. Profesor asociado en el Instituto de Empresa, analista y escritor / Rosa Meneses. Periodista y secretaria general de Reportero sin Fronteras

Introducción

En medio del proceso de conflictos y recomposición regional que sufre Oriente Medio desde octubre de 2023 ha surgido la tesis de que un nuevo orden regional dominado por Israel solo puede significar reconducir la región hacia una realidad político-social más estable, pacífica y sostenible. Sin embargo, la capacidad de Israel de forzar cambios a través de la fuerza militar bruta, el desmoronamiento del autodenominado Eje de la Resistencia tras la caída del régimen de Bashar al-Asad en Siria y los duros golpes asestados a Hamás y Hezbolá no pueden identificarse con una promesa de un «nuevo Oriente Medio» del que se haya desterrado el conflicto, desactivado la cuestión palestina y modificado definitivamente las dinámicas en los equilibrios de poder.

El regreso de Donald Trump a la presidencia de EE.UU. y las dinámicas regionales desde el ataque de Hamás contra Israel del 7 de octubre de 2023 hacen pensar en un escenario desfavorable, intervencionista y con enormes sacudidas. Sin embargo, el presidente republicano se enfrenta a un Oriente Medio sensiblemente diferente al que se encontró en su anterior mandato. La principal incógnita es cómo reaccionará Teherán al colapso de su alianza estratégica del Eje de la Resistencia. El régimen se juega su propia supervivencia más que nunca desde el ascenso de la República Islámica en 1979. La caída del dictador sirio Bashar al-Asad, quien fuera el principal aliado árabe de Teherán, abre la puerta a un terremoto político que se dejará sentir en toda la región y más allá. Mientras Siria y Líbano recomponen sus equilibrios de poder al margen de la influencia iraní, los países árabes del Golfo continúan avanzando en su cohesión interna al tiempo que reestructuran sus dinámicas de desafección a Occidente y de acercamiento al sur global, acentuadas por la guerra de Gaza.

Oriente Medio en 2024, un año de líneas rojas dinamitadas

El ataque del 7 de octubre de 2023 perpetrado por Hamás contra Israel desató una respuesta bélica sin precedentes contra Gaza que se prolongó durante todo 2024. La guerra ha provocado una onda expansiva de consecuencias regionales, algunas de las cuales irán revelándose a partir de este 2025 mientras otras se están incubando para ver la luz a largo plazo. El conflicto ha ido desequilibrando uno a uno los contrapesos de poder regional y ha dinamitado importantes líneas rojas. Además, ha evidenciado a ojos de la comunidad internacional que el problema palestino sigue vigente y que los acuerdos de normalización entre Israel y algunos Estados árabes, forjados por la primera Administración de Donald Trump y que su sucesor, Joe Biden, siguió impulsando (Álvarez-Ossorio, 2024), no han marginado la cuestión palestina ni evitado un nuevo choque bélico.

Gaza-Israel y la incertidumbre de un alto el fuego

En vísperas de la ceremonia de inauguración de la segunda presidencia de Trump el 20 de enero de 2025, los esfuerzos de mediación consiguieron que Hamás e Israel aceptaran establecer un alto el fuego. Atrás quedaban quince meses de intentos fallidos de negociación con apenas un frágil y breve parón humanitario1. Fue precisamente ese interregno entre la Administración saliente y la entrante lo que facilitó presionar a las partes —sobre todo a Israel, la más reacia— para lograr el pacto. Donald Trump se atribuyó el mérito como una victoria diplomática nada más comenzar su nuevo mandato, pero, sin duda, su presión al primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, fue clave frente a la aquiescencia del presidente saliente Joe Biden. El demócrata no solo brindó apoyo político a la apuesta de Netanyahu por una guerra implacable y despiadada, sino que fue su principal suministrador de armamento. Con Biden, las negociaciones para un cese del fuego se habían convertido en una cortina de humo que permitía seguir a Israel con su campaña militar mientras EE.UU. vetaba hasta en cuatro ocasiones una resolución del Consejo de Seguridad de la ONU que impusiera un alto el fuego.

El gran desafío pronto fue convertir el alto el fuego en un acuerdo permanente y abordar las consecuencias de la guerra. Las más evidentes son los niveles de destrucción y muerte sin precedentes que han sembrado los bombardeos del ejército israelí contra la Franja de Gaza. Según el recuento oficial, hasta el comienzo de 2025 hubo más de 45.000 gazatíes muertos —dos tercios mujeres y niños—, pero podría haber hasta un 40% más según un estudio de The Lancet (Jamaluddine et al., 2025). Los heridos y mutilados superan los 105.000; Gaza posee ya el triste récord de tener el mayor número de niños amputados del mundo según la Agencia de la ONU para los Refugiados Palestinos (UNRWA)2 y se ha forzado el desplazamiento de sus hogares de la práctica totalidad de la población (antes de la guerra, unos 2,2 millones de personas). Israel ha impedido todo este tiempo la entrada de ayuda básica en el territorio, en violación de las Convenciones de Ginebra, lo que ha provocado una catástrofe humanitaria en la que el hambre y las enfermedades se han cebado con la población civil palestina. Además, los ataques israelíes han causado la destrucción de más del 90% de las infraestructuras vitales, los hospitales y los centros educativos de Gaza y han destruido ciudades enteras.

Las acciones de Israel también han tenido el objetivo de erosionar como institución a la UNRWA. Netanyahu lleva años atacando su papel fundamental en la asistencia a la población con vistas a su desmantelamiento para, de este modo, acabar con la cuestión del derecho al retorno de los refugiados expulsados de sus hogares. En Gaza se ha vivido otro episodio de este acoso. El ejército atacó sus escuelas e instalaciones, dejando más de 450 edificios destruidos, y acusó al organismo de «emplear a terroristas de Hamás»3. Aunque Israel no presentó pruebas concluyentes para avalar sus denuncias, dieciséis países miembros de la ONU retiraron la financiación a la agencia, mientras que otros impusieron condiciones para entregarla, lo que supuso en la práctica la suspensión de unos 450 millones de dólares. El 28 de octubre de 2024, el Parlamento de Israel aprobó leyes para prohibir a la UNRWA operar directa o indirectamente en Israel y Palestina.

Este es el contexto en el que entró en vigor, el 19 de enero de 2025, el alto el fuego, el primer atisbo de esperanza en quince meses. Sin embargo, las dificultades para alcanzar el acuerdo se hicieron patentes desde el principio, ya que en el lado israelí su aceptación desató una crisis de gobierno, mientras que la desconfianza en el lado palestino era evidente. Además, solo mantener el alto el fuego implicaba seguir negociando para consolidarlo y salvar divergencias profundas entre las visiones e intereses de Israel, EE.UU. y los palestinos en un contexto diferente al de 2024, ya con la Administración Trump controlando el proceso.

En todo caso, este plan no iba más allá de una solución coyuntural al conflicto desatado el 7-O. No abordaba la negociación ulterior de una solución justa y duradera para el problema palestino ni mencionaba la solución de dos Estados. La proyectada fase de reconstrucción de Gaza chocaba desde el principio con los planes de Israel para el norte de la Franja palestina: según las informaciones facilitadas por las propias autoridades israelíes, la intención es que no vuelva a ser la misma. Aunque el Ejército israelí negó estar implementando lo que se ha llamado «plan de los generales», una propuesta del ex asesor de seguridad nacional Giora Eiland con el objetivo de despoblar militarmente esta área, altos funcionarios israelíes sí que admitieron que uno de los fines de la ofensiva era crear una «zona de seguridad» (Srivastava et al., 2025) que establezca más distancia de separación entre las comunidades israelíes y la población palestina de Gaza.

La guerra ha dejado a Hamás seriamente diezmado. Su estructura militar y su liderazgo político han sido descabezados, en especial tras la muerte de Yahya Sinwar a manos de soldados israelíes el 17 de octubre de 2024. Sinwar era el objetivo número uno de Israel, que lo consideraba el cerebro de los ataques del 7-O. Apenas un mes y medio antes, tras el asesinato de Ismael Haniyah, había ascendido de liderar Hamás en Gaza a ser el máximo responsable del buró político de la organización islamista. Está claro, pase lo que pase, que Hamás no volverá a gobernar la Franja. El mayor desafío a partir del fin de la guerra será la búsqueda de liderazgos políticos alternativos, lo que deberá superar la dificultad de un proceso de reconstrucción del tejido social en Gaza y Cisjordania, sin contar con qué control pretenda Israel ejercer. Si no se aborda de forma adecuada esta fase, se puede llegar a un vacío peligroso. Con una Autoridad Nacional Palestina sin credibilidad interna y ninguneada dentro y fuera como institución, el liderazgo palestino pasa por un momento de crisis sin precedentes en su historia.

Los otros frentes de la guerra: Irán, Líbano, Siria y Yemen

Desde el día después al 7-O, los frentes de guerra se multiplicaron para Israel y se traspasaron importantes líneas rojas. Los grupos armados reclutados por Irán para su llamado «eje de la resistencia» pronto se aliaron con Hamás y elevaron el conflicto a la categoría de guerra multifrente. En la frontera entre Israel y Líbano, la milicia chií Hezbolá inició una serie de ataques con misiles y drones contra territorio israelí, aunque parecieron obedecer a una estrategia de intensidad limitada. Fueron respondidos ampliamente con bombardeos del ejército israelí.

Mientras tanto, en el mar Rojo, la milicia Ansar Allah (los rebeldes huzíes) abrió otro frente. Sus ataques e intentos de abordaje contra buques de mercancías con destino a los puertos israelíes lograron poner en jaque el comercio mundial marítimo por el estrecho de Bab el-Mandeb —un corredor que forma parte de la principal ruta entre oriente y occidente y por donde transita una cuarta parte del comercio por mar del planeta—. Los huzíes plantearon desde el primer día una amenaza directa para Israel con el lanzamiento de misiles balísticos contra ciudades como Eilat (a 2000 kilómetros de distancia) o Yaffa. Aunque estos ataques fueron interceptados con facilidad por el sistema Cúpula de Hierro y por el despliegue defensivo marítimo estadounidense y británico en el mar Rojo, añadieron un gran e inesperado foco de tensión regional. El 2024 acabó con una ola de ataques israelíes contra objetivos huzíes en Yemen y la amenaza de Netanyahu de una ofensiva a gran escala contra sus bastiones. Con menor envergadura, pero no sin impacto, las milicias proiraníes de Irak atacaron objetivos militares de EE.UU. en ese país. Sin embargo, el conflicto en este frente quedó acotado a niveles de baja intensidad a lo largo de 2024 y ya a principios de 2025 parecía desactivado.

Esta guerra se ha librado también en las capitales de Siria e Irán, lo que ha sacado a la luz por primera vez el enfrentamiento directo entre Israel y la República Islámica, hasta entonces soterrado en una «guerra por poderes». El ataque israelí al consulado iraní en Damasco el 1 de abril de 2024 provocó la ruptura de varias líneas rojas que se habían respetado hasta entonces, elevando el riesgo de un conflicto directo entre ambos países. El bombardeo causó la muerte del general Mohamad Reza Zahedi, quien fuera líder de la Fuerza Quds en Siria y Líbano, y de al menos otros seis altos mandos de la Guardia Revolucionaria iraní. Esta fue la primera línea roja dinamitada entre los dos enemigos.

La respuesta iraní se materializó el 13 de abril con el lanzamiento de cientos de misiles y drones contra Israel, en el primer ataque directo de la historia de este enfrentamiento entre ambos países. Otra gran línea roja quedaba rota. Fue, según declaró luego el liderazgo iraní, «un ejercicio de máxima contención», ya que el estamento militar iraní avisó del ataque previamente y el 99% de los drones y misiles no alcanzaron su objetivo —bases militares e instalaciones de inteligencia israelí implicadas en el bombardeo de su sede diplomática en Damasco— al poder ser interceptados por las defensas aliadas (la mayor parte en cielo jordano) antes de que llegaran al espacio aéreo israelí. La respuesta iraní, en efecto, fue calculada, calibrada y limitada, pero había una lectura de cambio de paradigma: Irán elegía responder sin esconderse tras la «defensa avanzada» de su territorio a través de sus proxies, pero a la vez prefería no entrar de lleno en una guerra directa. Era, pues, un cambio de doctrina estratégica: Irán abandonaba la visión de «paciencia estratégica» a través de la cual, durante décadas, se había apoyado en milicias aliadas para enfrentarse de forma indirecta a Israel y sus rivales regionales en favor de lo que llamó una doctrina disuasoria directa de «defensa en varios niveles» (Meneses, 2024b). Una respuesta que quiso establecer una nueva forma de disuasión en la región pero que los acontecimientos posteriores relegaron a mero intento.

Durante meses se temió una contrarrepresalia israelí que desatara una espiral de ataques y una guerra directa en última instancia. Eso llegó, pero en forma de un golpe diferente, el 31 de julio de 2024: un «ataque selectivo» en pleno Teherán para matar al máximo líder político de Hamás, Ismael Haniyah. Israel se cobraba una pieza de caza mayor y volvía a poner a prueba la doctrina de disuasión iraní al tiempo que humillaba a sus nuevas autoridades: Haniyah había asistido la víspera a la toma de posesión del nuevo presidente, Masoud Pezeshkian. Tras elevar la retórica de la venganza, Irán dejó enfriar la situación en su campo de batalla directo entre negociaciones para alcanzar un alto el fuego en Gaza y la intensificación de los bombardeos en la Franja palestina y en Líbano. Había empezado su agonía.

En septiembre, el incremento de la actividad bélica en estos dos frentes condujo al debilitamiento del liderazgo de Hamás y de Hezbolá, que perdieron a sus máximos líderes —Yahya Sinwar y Hasan Nasrallah, respectivamente— en golpes israelíes con pocos días de diferencia. Esto, a su vez, debilitó a Irán en un efecto bola de nieve que se ha acrecentado tras la caída del presidente sirio Bashar al-Asad el 8 de diciembre de 2024. Con el dictador sirio derrocado y un nuevo régimen en ciernes de corte suní y más cercano a Turquía, Irán no solo ha perdido a su mayor aliado en la región, sino que ha quedado fuera de juego en la ecuación de la guerra «multifrente» contra Israel. El llamado «eje de la resistencia» ha quedado resquebrajado.

Esa grieta empezó a visibilizarse a finales de septiembre de 2024 con los ataques israelíes que tuvieron como objetivo miles de aparatos buscapersonas (pagers) y walkie-talkies utilizados por miembros de Hezbolá. Los dispositivos fueron equipados con explosivos antes de llegar a Líbano y fueron detonados de forma simultánea en dos operaciones separadas que hirieron a miles de personas y mataron al menos a 39. Esto supuso una brecha en la línea de comunicación de la milicia chií que ahondó el debilitamiento de su cadena de mando. A ello le siguió el asesinato del comandante de la fuerza Redwan, la unidad de élite de Hezbolá, Ibrahim Akil.

Los bombardeos contra barrios residenciales del sur de Beirut —donde el «partido de Dios» tiene uno de sus bastiones— se acrecentaron y, el 27 de septiembre, un ataque aéreo destruyó lo que Israel identificó como su cuartel general durante una reunión de su cúpula. Murieron el líder de Hezbolá Hasan Nasrallah y varios comandantes de alto rango. Con la milicia libanesa descabezada y en el caos, el 1 de octubre Israel invadió el sur de Líbano en la primera incursión terrestre desde la guerra de 2006. El riesgo que implicaba repetir la historia de la invasión israelí de Líbano de 1982 (Parkinson, 2023) y la movilización de la diplomacia internacional para evitar que el frente del norte se descontrolase propiciaron que el 26 de noviembre se firmase un principio de acuerdo para el cese de hostilidades entre Israel y Hezbolá. Esta frágil tregua ha sido objeto de numerosas violaciones por las dos partes.

Los enfrentamientos en el sur de Líbano han sido el mayor desafío al que se ha enfrentado en los últimos tres lustros la Fuerza Interina de Naciones Unidas para el Líbano (FINUL), la misión de interposición de paz que patrulla la Línea Azul desde 1978 y que fue robustecida por la resolución 1701 del Consejo de Seguridad tras la guerra de 2006. Sus efectivos han sufrido varios ataques de las fuerzas israelíes, lo que ha avivado un debate sobre su retirada o el reforzamiento de las capacidades de los cascos azules y sus reglas de enfrentamiento (Meneses, 2024a). El papel de la FINUL en el sur de Líbano ha demostrado ser clave para controlar las tensiones en la frontera. Desde 2006 hasta el 7-O la FINUL ha mantenido el statu quo, pese a que no se hayan aplicado los términos de la resolución 1701 que contemplan la retirada de los milicianos de Hezbolá hacia la línea del río Litani y el despliegue del ejército libanés.

No obstante haber sufrido incumplimientos, la FINUL sigue siendo la mejor carta que la comunidad internacional puede esgrimir para estabilizar la frontera líbano-israelí. Con más de 11.000 cascos azules de 46 países, es una de las misiones de la ONU más longevas y nutridas. Es también una de las apuestas de la política exterior y de misiones de paz de España, ya que cuenta con uno de los contingentes más numerosos (en ella participan unos 650 militares españoles) y, desde 2022, es el general español Aroldo Lázaro el oficial al mando. Los acontecimientos a lo largo de este año y medio han demostrado que la pacificación en el sur de Líbano y el norte de Israel pasa por aplicar de forma efectiva el mandato de la FINUL y de la resolución 1701, más necesarios que nunca. En este sentido, España puede ejercer un papel importante dado el capital adquirido en su experiencia en esta misión de la ONU.

El «nuevo Oriente Medio» una vez más

Al observar y analizar los acontecimientos a lo largo del último año en la región, algunos analistas han querido ver la imposición de una «visión israelí» (Yadlin y Golov, 2024) en la que este país está utilizando su poder para rediseñar Oriente Medio. Sin embargo, ni la eliminación de las capacidades militares de Hamás y la decapitación del liderazgo de Hezbolá, que han dejado aislado al régimen de Irán, ni la caída del dictador al-Asad hacen pensar —como defiende este marco teórico— que la situación pueda desembocar en un escenario político que materialice los «éxitos» de Israel en el campo de batalla. Nada garantiza que esta pueda ser la «oportunidad» para desescalar el conflicto y llegar a acuerdos estables que construyan una realidad conforme a la visión israelí en un «nuevo Oriente Medio», y menos si es a través de la imposición de una pax israelí que interponga los intereses del Gobierno ultraconservador presidido por Benjamín Netanyahu a una paz justa y duradera para la región.

Precedentes del uso de «nuevo Oriente Medio»

Durante las últimas décadas, el concepto «nuevo Oriente Medio» se ha evocado en numerosas ocasiones cuando se han producido grandes cambios regionales. En cada una, ese concepto ha tenido diferentes significados en función de quién lo utilizaba, el contexto geopolítico y la agenda que pretendía promover. En general, las alusiones a un «nuevo Oriente Medio» se han hecho para señalar momentos transformadores en la historia de la región, a menudo asociándolos a visiones optimistas de paz, democracia y prosperidad. Ocurrió así tras la firma de los Acuerdos de Oslo entre israelíes y palestinos en 1993, cuando el dirigente israelí Simón Peres promovió la idea de una paz regional basada en la integración económica y la prosperidad compartida. También se habló de un «nuevo Oriente Medio» tras el derrocamiento del régimen de Saddam Husein en Irak en 2003, y tras la guerra entre Israel y Hezbolá en Líbano en 2006. En ambos casos, el término aludía al triunfo de una agenda liderada por EE.UU. para remodelar la región a través de la democratización y el debilitamiento de regímenes autoritarios y de actores armados no estatales.

El «nuevo Oriente Medio» apareció otra vez en 2011 a raíz de las revueltas antiautoritarias, también conocidas como Primavera Árabe, dando a entender que se abría una nueva era caracterizada por la transición hacia sistemas democráticos basados en el buen gobierno y el respeto de los derechos humanos en varios países árabes. Durante la actual década, se volvió a hablar de un «nuevo Oriente Medio» al final del primer mandato del presidente estadounidense Donald Trump en 2020, con la firma de los llamados Acuerdos de Abraham entre Israel y cuatro países árabes (Emiratos Árabes Unidos, Bahréin, Marruecos y Sudán), al creer de que estos acuerdos de normalización traerían estabilidad regional mediante la cooperación económica y tecnológica, dejando de lado el conflicto palestino-israelí y reduciendo la influencia regional de Irán.

El balance no es deslumbrante. Demasiados «nuevos Orientes Medios» para que la región siga adoleciendo de tantos conflictos armados, rivalidades geopolíticas, sufrimiento humano, penurias socioeconómicas y falta de libertad y buen gobierno. Ni los Acuerdos de Oslo trajeron la tan ansiada y necesaria convivencia pacífica entre los pueblos de Oriente Medio, ni la guerra para cambiar el régimen en Irak desencadenó un efecto dominó de nuevas democracias. Tampoco la Primavera Árabe logró reemplazar los regímenes autocráticos por sistemas políticos pluralistas y representativos. Ni mucho menos las transacciones de normalización israelo-árabes promovidas tanto por Donald Trump como por Joe Biden han abordado con éxito las causas de fondo de la extendida inestabilidad regional. Aunque la geopolítica no se rija por las mismas leyes de la física, con demasiada frecuencia los promotores de proyectos partidistas para transformar Oriente Medio según sus deseos e intereses se olvidan de que las acciones van acompañadas de reacciones. En el caso de la geopolítica, si las fuerzas que aplican unas partes buscan producir resultados excluyentes, lo más seguro es que haya otras partes que simultáneamente ejerzan fuerza en el sentido opuesto.

Oriente Medio en 2025: incógnitas entre sacudidas regionales y globales

El año 2025 comenzó en Oriente Medio con una sensación de esperanza, algo a lo que no han estado acostumbrados los habitantes de la región durante mucho tiempo. Por un lado, el destierro del sátrapa sirio Bashar al-Asad poco antes del cambio de año fue recibido con multitudinarias muestras de alegría y júbilo entre amplios sectores de la sociedad siria, así como de la diáspora que se vio obligada a abandonar su país por la guerra. A pesar de los ingentes recursos y de las enormes dificultades para la reconstrucción del país, el sentimiento de liberación y la esperanza de cambiar a mejor son reales.

Por otro lado, Líbano empezó el año abriendo una nueva fase en su historia moderna con la elección de un nuevo presidente, el general Joseph Aoun, con un amplio consenso tras dos años y medio de parálisis y bloqueo político. Casi de inmediato, se nombró primer ministro al prestigioso juez Nawaf Salam, quien hasta entonces era el presidente de la Corte Internacional de Justicia (CIJ) de La Haya. Ambos acontecimientos reflejan una nueva dinámica de reactivación de las instituciones libanesas como resultado de los nuevos equilibrios de poder internos y regionales. La sensación de esperanza se vio reforzada con la entrada en vigor del alto el fuego entre Israel y Hamás en la víspera de la vuelta de Donald Trump a la presidencia de EE.UU., tras 470 días de una despiadada destrucción humana y física acompañada de una impunidad casi total.

El eje de la resistencia: diezmado, pero no acabado

La evolución de Oriente Medio durante 2025 y en años posteriores estará marcada por unas dinámicas interconectadas que se volvieron más complejas e impredecibles a lo largo de 2024. Una de las realidades más destacadas es que Irán se enfrenta a un contexto regional en el que su posición se ha visto alterada de forma sensible. Esto se debe al debilitamiento del llamado eje de la resistencia como consecuencia de los duros golpes recibidos por parte de Israel, así como de la caída del régimen de Asad en Siria. En cuestión de pocos meses, la estrategia de «defensa avanzada», por la cual Irán buscaba proyectar su influencia y establecer una red de aliados y grupos militantes en la región para mantener los conflictos lejos de sus fronteras y fortalecer su posición geopolítica, se ha visto seriamente comprometida, llevándose por delante buena parte de la enorme inversión realizada por Teherán durante décadas.

Una de las grandes incógnitas es la elección estratégica que adoptará el régimen iraní en respuesta a su nueva situación regional, y con el telón de fondo de un contexto internacional desfavorable con la vuelta de Donald Trump a la presidencia de EE.UU. Se pueden prever cuatro opciones para esa elección estratégica: 1) intentar reconstruir un «eje de la resistencia» más reducido, tal vez con un papel reforzado de la milicia huzí en Yemen y de otras afines en Irak; 2) implicarse directamente en acciones para desestabilizar otros países de Oriente Medio y del Golfo con el fin de desviar la atención y liberar parte de la presión que prevé recibir de EE.UU.; 3) adoptar un enfoque más aislacionista centrado en reforzar el frente interno y sus capacidades defensivas, incluida la posible búsqueda de medios de disuasión no convencionales mediante la aceleración de su programa nuclear militar, y 4) asumir una actitud conciliadora hacia la nueva Administración Trump con el fin de llevar a cabo una transacción que desemboque en un nuevo «acuerdo nuclear» que dé garantías de continuidad al régimen a cambio de que Irán abandone sus aspiraciones de hegemonía regional.

Ninguna de las citadas cuatro opciones será fácilmente asumible para los dirigentes iraníes, y todas ellas tendrán un coste externo o interno para al régimen, sobre todo cuando se siente la cercanía del relevo en la cúpula de la República Islámica de Irán debido a la avanzada edad del actual líder supremo, Alí Jamenei (86 años). Sea cual sea la política exterior que siga Irán y los métodos que escoja para proyectar su poder, no se trata de un país aislado, tal como demuestra la firma en enero de 2025 de un nuevo Tratado de Asociación Estratégica Integral entre Rusia e Irán que incluye la cooperación en múltiples ámbitos como la defensa, la seguridad, la economía, el comercio y la energía. Eso se suma a que Irán se unió al grupo de los BRICS en 2024, lo que le ha permitido aliviar en cierta medida su aislamiento internacional y diversificar sus relaciones diplomáticas y económicas.

En lo referente a Líbano, la milicia Hezbolá también se enfrenta al dilema de cómo responder a los duros golpes recibidos durante 2024 por parte de Israel, que eliminó a su cúpula dirigente, mermó seriamente su capacidad militar y realizó espectaculares operaciones de inteligencia contra sus integrantes. A pesar de todo lo anterior, Hezbolá no ha sido aniquilado como movimiento que se presenta de resistencia y mantiene muchos ingredientes necesarios para reconstruirse, aunque sea a menor escala y con menos apoyos. Si algo caracteriza a grupos como Hezbolá es su capacidad de adaptación y resiliencia tras sufrir grandes reveses, como ya le ocurrió en la guerra de 2006 contra Israel. Mientras el ejército israelí ocupe territorio en el sur de Líbano, Hezbolá podrá presentarse ante parte de la población libanesa como movimiento de legítima resistencia frente a la ocupación. Sumado a todo lo anterior, queda por ver cómo van a recalibrar los nuevos dirigentes de Hezbolá sus enfoques en los ámbitos de la política regional (sobre todo tras la desaparición de la ruta de suministro de armas que ofrecía el régimen de Asad) y de la política interna libanesa (con la elección de un nuevo presidente de la república y de un primer ministro que no forman parte de ninguna alianza afín a Hezbolá).

Siria tras al-Asad: retos descomunales y esperanzas cautelosas

La inesperada y rápida caída del régimen de Bashar al-Asad en Siria en diciembre de 2024 es un acontecimiento trascendental que está cambiando Oriente Medio. Los retos a los que se enfrenta ese país, tras catorce años de devastación por la guerra y más de medio siglo de despiadada dictadura, son descomunales. Las prioridades inmediatas son mantener las condiciones de seguridad dentro del país y sentar las bases para la recuperación económica y social. Las autoridades interinas han hecho bien en mantener las estructuras gubernamentales del país desde el primer momento, así como en integrar a diversas milicias dentro del nuevo Ejército nacional. Asimismo, se han embarcado en una intensa actividad diplomática con el exterior, mostrando una clara voluntad de integrarse de forma constructiva en el sistema internacional.

Para que la nueva Siria se convierta en un país estable y logre resurgir de las cenizas de la guerra y la dictadura, se requiere que las autoridades interinas ejerzan el control del Estado sobre la totalidad del territorio y que mejoren los servicios básicos que ese Estado proporciona a la ciudadanía. También deben crear las condiciones para el retorno gradual y ordenado de los millones de refugiados y desplazados internos (cerca del 60% del total de la población), para la puesta en marcha de un diálogo nacional inclusivo que desemboque en la adopción de una nueva constitución para todos los sirios, así como para la celebración de elecciones pluralistas e inclusivas en un plazo razonable de tiempo.

Un desafío urgente al que se enfrenta Siria es la recuperación de su devastada economía. El producto interior bruto (PIB) sirio se contrajo en más del 76% entre 2011 y 2023 debido al impacto de la guerra, el desplazamiento forzoso de población, el colapso de sectores productivos clave (como la agricultura y el petróleo), la destrucción de infraestructura y las sanciones internacionales. Bashar al-Asad huyó del país dejando al 90% de la población por debajo del umbral de la pobreza. Por su parte, la libra siria ha perdido más del 99% de su valor frente al dólar desde 2011. La cooperación internacional es vital para ayudar a Siria a salir de esta situación extrema, crear condiciones de seguridad, rehabilitar las instituciones estatales, reconstruir la infraestructura del país y ayudar a las personas y las comunidades a rehacer sus vidas.

La recuperación y reconstrucción de la economía siria serán determinantes para el éxito o fracaso de la etapa transitoria que se ha abierto en el país. De ello dependerá que haya paz social y oportunidades económicas para la población. A su vez, eso condicionará el regreso a sus hogares de los desplazados internos (cerca de 8 millones) y el retorno al país de los refugiados (en torno a 5 millones), o al menos de una parte importante. Es prioritario que llegue pronto la asistencia técnica y financiera de donantes internacionales. Para ello, es urgente que se levanten las sanciones internacionales impuestas contra el régimen de Asad una vez que este ha colapsado. Mantenerlas supone un castigo colectivo contra la población siria en el momento que más necesita curar heridas y reconstruir su país. La Unión Europea (UE) debe jugar un papel crucial en el levantamiento de las sanciones y en la aportación de asistencia técnica y financiera, tanto por motivos humanitarios como para permitir el regreso de refugiados. De no hacerlo, otros países del entorno desplazarán a la UE, lo que la llevaría a seguir perdiendo relevancia en su vecindario mediterráneo.

La vuelta de Trump a un Oriente Medio cambiado

El retorno de Donald Trump a la presidencia de EE.UU. afectará de lleno a Oriente Medio. No hay ninguna certeza sobre las políticas que seguirá el impredecible 47º presidente estadounidense ni sobre las consecuencias que estas tendrán. Sin embargo, el historial de su primera presidencia (2017-2021), sus declaraciones durante la campaña electoral, el perfil de sus asesores y enviados a la región, así como las primeras decisiones tomadas el mismo día que volvió al cargo indican que adoptará un enfoque intervencionista y agitará el escenario regional para aplicar su agenda de America first. No obstante, el Oriente Medio que Trump hereda de la Administración Biden es muy diferente del que el propio Trump dejó a principios de 2021.

En los últimos cuatro años se han producido cambios tectónicos en la región y se han traspasado numerosas líneas rojas: Irán e Israel se han atacado mutuamente desde sus propios territorios, Israel ha asestado duros golpes militares a Hamás y Hezbolá, y el régimen sirio de los Asad, que era el aliado más importante de Irán en el mundo árabe, ha colapsado. Pero también los seis países del Consejo de Cooperación del Golfo (Arabia Saudí, Bahréin, Emiratos Árabes Unidos, Kuwait, Omán y Qatar) están más unidos que en 2017 y han diversificado sus relaciones exteriores, sobre todo estrechando lazos con las potencias asiáticas (principalmente China) y reaccionando con tibieza a la guerra entre Rusia y Ucrania. También los países árabes del Golfo están ahora en mejores términos con su vecino Irán que hace cuatro años (Naar, 2025). Por otra parte, Trump se encontrará con que la imagen de EE.UU. entre la gran mayoría de las poblaciones de Oriente Medio ha sufrido un grave deterioro por lo que se percibe como complicidad con los crímenes de guerra y el genocidio que muchos entienden que Israel ha cometido en Gaza.

Todo indica a que el presidente Trump mantendrá el fortísimo apoyo de EE.UU. a las políticas del Gobierno israelí, tal como ha hecho en el pasado. Eso pasa por defenderlo ante los casos abiertos contra Israel y sus dirigentes en la Corte Internacional de Justicia (por posible comisión de genocidio) y en la Corte Penal Internacional (por posibles crímenes de guerra y de lesa humanidad). Sin embargo, Trump ha demostrado que puede ser impredecible y disruptivo. En lo referente al conflicto palestino-israelí, no cabe descartar que se presente como un hombre de negocios que busca cerrar acuerdos. Mientras que el presidente Joe Biden tuvo un enfoque fuertemente ideológico (él mismo se declaró sionista en múltiples ocasiones), es previsible que Trump sea transaccional y que escuche a otras voces en la región para alcanzar grandes acuerdos, algo que Biden no hizo. En un contexto de profundas transformaciones en la geopolítica de Oriente Medio, la reaparición de Trump en escena anticipa mayores sacudidas en el tablero regional.

El primer mandato de Donald Trump culminó con la firma de los llamados Acuerdos de Abraham, por los cuales los cuatro países árabes arriba citados normalizaban relaciones con el Estado de Israel a cambio de obtener contrapartidas en el plano diplomático, económico, tecnológico y militar. Esto suponía un abandono de lo acordado entre los países árabes de que el establecimiento de plenas relaciones con Israel solo ocurriría cuando se materializara la solución de los dos Estados, tal como quedó plasmado en la Iniciativa de Paz Árabe de 2002. Los Acuerdos de Abraham partían de la premisa de que la cuestión palestina había dejado de ser central en las agendas regionales y de que podía ser liquidada en los términos fijados por Israel una vez hubiese normalizado relaciones con los principales países árabes. Esa secuencia quedó desbaratada el 7 de octubre de 2023 con el ataque de Hamás contra Israel y la extensión del conflicto a otras zonas de Oriente Medio, lo que tuvo importantes consecuencias para el sistema internacional.

La política exterior de Biden hacia Oriente Medio giró desde el principio en torno a una sola cuestión: lograr que Arabia Saudí se sumara a los llamados Acuerdos de Abraham. Eso no llegó a materializarse durante su mandato y muchos creen que los ataques del 7-O tenían como objetivo hacer descarrilar la normalización entre este país e Israel. Con toda seguridad, Trump buscará atribuirse el éxito de cerrar ese acuerdo, si se produce. Sin embargo, el actual príncipe heredero y hombre fuerte de Arabia Saudí, Mohammad bin Salman, difícilmente podrá justificar semejante acuerdo ante los saudíes, los árabes y los musulmanes si no va acompañado de avances tangibles hacia la autodeterminación del pueblo palestino. Los dirigentes saudíes han repetido que la normalización con Israel está fuera de cuestión mientras no haya un horizonte claro para el establecimiento del Estado palestino. Por otra parte, Riad ha mostrado su interés en alcanzar un pacto de seguridad con EE.UU. a cambio de normalizar relaciones con Israel. Esos elementos de una posible transacción podrían llevar a que Trump ofreciera una versión actualizada de su llamado «acuerdo del siglo» para poner fin al conflicto palestino-israelí en términos más favorables para los saudíes que los que ofreció en su plan de 2020. El impacto que la devastación de Gaza ha tenido en la opinión pública y el peligro que ha existido de una guerra regional abierta podrían hacer que Trump forzara a los dirigentes israelíes a hacer más concesiones de las que desearían con tal de cerrar el ansiado acuerdo. Hay quienes creen que Trump desea pasar a la posteridad como quien trajo la paz a Oriente Medio.

Una de las grandes incógnitas para 2025 es la política que la nueva Administración estadounidense formulará hacia Irán, tanto en lo referente a su programa nuclear como a su influencia y ambiciones regionales. Hay suficientes motivos para creer que la segunda Administración Trump recuperará la política de «máxima presión» frente a Teherán, con sanciones económicas más severas, esfuerzos para aislar a Irán en el plano internacional y medidas para debilitar al régimen ante la propia población iraní. Varios dirigentes israelíes ven en la nueva Administración estadounidense la oportunidad para lanzar un ataque militar a gran escala contra las instalaciones del programa nuclear iraní. Benjamín Netanyahu ha perseguido durante años arrastrar a EE. UU. a un enfrentamiento abierto contra Irán. La Administración Biden se resistió a hacerlo por considerar los riesgos asociados a semejante ataque demasiado elevados, tanto para los vecinos de Irán como para la economía y el sistema internacional en su conjunto. En Tel Aviv y en Washington hay quienes esperan que eso cambie con Trump. Para promover una intervención militar, alegan que el debilitamiento del eje de la resistencia durante 2024 hace que Irán sea más vulnerable y frágil, por lo que hay que aprovechar para atacarlo y destruir su infraestructura nuclear y de defensa. Por su parte, los dirigentes iraníes han desafiado a EE.UU. e Israel a comprobar quién es más frágil y vulnerable.

En caso de estallar un conflicto armado contra Irán, las consecuencias podrían ser devastadoras para Oriente Medio y para todo el sistema internacional. A pesar de los contratiempos del último año, Teherán sigue conservando una importante capacidad militar y ha demostrado que, llegado el caso, no le tiembla el pulso para atacar a sus enemigos desde su propio territorio alegando su derecho a la legítima defensa y a responder a ataques previos contra sus intereses y su seguridad nacional. Eso es lo que ocurrió en abril y en octubre de 2024, cuando Irán lanzó centenares de drones, cohetes y misiles balísticos contra Israel y los Altos del Golán. Más que provocar daño (los ataques fueron anunciados con antelación), Teherán quiso restaurar su capacidad de disuasión frente a Israel.

En caso de que el régimen iraní perciba que se enfrenta a una amenaza vital, es previsible que responda militarmente contra intereses estadounidenses y occidentales, incluidas instalaciones militares en países árabes del Golfo. También podría bloquear la entrada y salida de buques y petroleros a través del estrecho de Ormuz, cuya importancia es crucial para el mercado energético internacional. Si eso ocurriera, los países árabes del Consejo de Cooperación del Golfo se enfrentarían a graves consecuencias que podrían hacer descarrilar sus ambiciosos proyectos de desarrollo económico y social, como la Visión 2030 que promueve Arabia Saudí. En la región aún se recuerda cómo en septiembre de 2019, durante el primer mandato de Trump, varias instalaciones petroleras saudíes fueron atacadas —presumiblemente por Irán— y cómo EE.UU. ni pudo evitarlo ni dio una respuesta firme.

Está por ver si «Trump 2.0» buscará llegar a un acuerdo con el líder supremo de Irán en lo que podría ser la versión trumpiana del «acuerdo nuclear» (conocido como Plan de Acción Integral Conjunto, o JCPOA por sus siglas en inglés) que el presidente Barack Obama firmó en 2015 y del que el presidente Donald Trump se retiró en 2018. El actual presidente de Irán, Masoud Pezeshkian, ha reiterado que su país está abierto a explorar la vía negociadora con los Gobiernos de EE.UU. y los otros cinco países que originalmente firmaron el acuerdo nuclear hace ahora una década. La otra alternativa a esa vía es que el actual presidente estadunidense se deje llevar por los elementos más ideológicos y militaristas de su entorno, y que eso desemboque en un conflicto armado. Ante tan elevado nivel de incertidumbre y los peligros que se perciben, también cabe preguntarse si el régimen iraní buscará dotarse de su propia capacidad de disuasión nuclear y si la etapa que se abre en 2025 puede provocar una carrera nuclear en el Golfo y Oriente Medio.

Por su parte, los países del Consejo de Cooperación del Golfo se enfrentan a unas realidades cambiantes dentro y fuera de sus fronteras. A pesar de la buena sintonía que han mantenido desde hace tiempo con Trump y miembros de su familia, en la nueva etapa pueden aparecer algunas divergencias en temas clave como Israel e Irán. Asimismo, pueden surgir diferencias sobre las políticas energéticas que generen fricciones. Mientras la nueva Administración está repleta de halcones en el dossier iraní y de defensores a ultranza de las posiciones israelíes, los dirigentes árabes del Golfo llevan tiempo pidiendo que Washington adopte posiciones más dialogantes con Irán y más duras con el Gobierno de Netanyahu en Israel. Varios dirigentes árabes del Golfo han condenado públicamente «las continuas masacres genocidas cometidas por las fuerzas de ocupación israelíes contra el pueblo palestino» en Gaza desde octubre de 2023, algo que comparte la amplísima mayoría de sus poblaciones.

En lo que se refiere a Irán, sus vecinos árabes han pedido a Washington que abra canales diplomáticos con Teherán para evitar un conflicto regional de dimensiones incalculables. Este nuevo talante es el reflejo del acuerdo alcanzado en marzo de 2023 entre el Reino de Arabia Saudí y la República Islámica de Irán bajo los auspicios del Gobierno de la República Popular China por el cual ambos vecinos, antes enfrentados, restablecían sus relaciones diplomáticas y contactos al más alto nivel. Cabe recordar que, dentro de su política de diversificación de alianzas, tanto Irán como Emiratos Árabes Unidos fueron admitidos a principios de 2024 en el grupo de los BRICS (que reúne a las principales economías emergentes del mundo), mientras que Arabia Saudí ha mostrado su interés en hacer lo propio en un futuro, aunque aún no ha dado el paso.

Israel y Palestina: de los escombros de Gaza a Cisjordania

La guerra no se ha detenido en Gaza. Desde su inicio y bajo su sombra, la violencia de los colonos judíos contra los palestinos y la confiscación de tierras se han incrementado en Cisjordania y Jerusalén este. Durante 2024, Israel aprobó la construcción de nuevas viviendas en asentamientos4 y se anexionó más tierra palestina al mismo tiempo que se establecieron nuevos puestos de avanzada (los llamados outposts)5. Ello ha supuesto crear mayores impedimentos para una futura creación de un Estado palestino justo cuando la diplomacia internacional estaba poniendo sobre la mesa de nuevo la solución de dos Estados y cuando voces palestinas expresaban iniciativas para construir una entidad propia transformadora (Khalidi, 2024) frente al horror de la guerra.

La violencia y el acoso de los colonos contra los palestinos de Cisjordania se han multiplicado bajo la protección y connivencia, en muchas ocasiones, del ejército israelí y, por ende, de su Gobierno. Según la organización de derechos humanos israelí B'Tselem, las agresiones de colonos a civiles palestinos los han obligado a abandonar hasta la fecha veinte aldeas cisjordanas6. Según la agencia humanitaria de la ONU, el año 2024 arroja números récord de desplazamientos forzados de palestinos, destrucción de viviendas y violencia generalizada en toda Cisjordania y Jerusalén este7. Al mismo tiempo, las fuerzas israelíes han intensificado las detenciones y las restricciones a la población palestina en las áreas bajo su control, como la H2 en Hebrón, donde la instalación de barreras ha dejado a sus residentes sin acceso a servicios esenciales y a sus modos de vida. El ejército realizó incursiones en varias ciudades palestinas y bombardeó campamentos de refugiados como los de Tulkarem y Yenín (donde inició una amplia ofensiva en diciembre que se agudizó tras el alto el fuego en Gaza). Desde que comenzó el conflicto en Gaza, Cisjordania ha vivido otra guerra en la penumbra cuyas víctimas mortales superaban las ochocientas a principios de 2025.

El clima de violencia se ha normalizado en el contexto político israelí tras el 7-O. Los partidos ultraderechistas y supremacistas judíos, que forman parte de la coalición de Gobierno de Netanyahu desde diciembre de 2022, son los principales animadores de la guerra. El primer ministro se ha valido del apoyo de formaciones extremistas como Poder Judío (liderado por Itamar Ben-Gvir) o el Partido Sionista Religioso (de Bezalel Smotrich) para mantenerse en el poder, pese a las manifestaciones multitudinarias que reclamaron su dimisión por el enorme fallo de seguridad que supuso el 7-O. Estos partidos no reconocen la solución de dos Estados y promulgan la anexión de Cisjordania y Jerusalén este a Israel. En Gaza también proclaman anexionarse la Franja y revivir los asentamientos que se desmantelaron en 2005 con Ariel Sharon. 

Tanto Smotrich como Ben-Gvir han promovido el odio contra los palestinos desde su tribuna en el poder y se han declarado a favor de promover «una solución para que emigren del territorio» hacia otros países y de que Israel ocupe Gaza de forma permanente una vez acabada la guerra8. Ben-Gvir ha apoyado las recientes proclamas de líderes colonos judíos para que Israel se anexione igualmente Cisjordania y así expandir su territorio, ideas que para ellos cobraron más fuerza tras la victoria electoral de Trump9 y la derogación, una vez jurado el cargo, de las sanciones contra los colonos radicales. Netanyahu ya intentó anexionar todos los asentamientos judíos de Cisjordania en 2020, pero Trump lo frenó antes de perder las elecciones. Con el republicano de nuevo en la Casa Blanca y ante los escombros de Gaza —que en su inauguración definió como «un lugar estupendo», «junto al mar» y donde «se pueden hacer cosas hermosas»— estos planes de anexión de los asentamientos, de control de más territorio y de desplazamiento «voluntario» de decenas de miles de palestinos vuelven a tomar forma.

Dinámicas internas en el Israel pos-Netanyahu

La guerra en Gaza y el conflicto regional que Netanyahu ha sostenido desde el 7-O han tenido y tendrán consecuencias en la política interna de Israel, así como en sus relaciones exteriores. Ya eran patentes los desacuerdos entre los distintos elementos de la coalición gubernamental desde que se formó, pero la guerra de Gaza no ha disipado esas disensiones internas. Las tiranteces del Gobierno con los partidos extremistas giran sobre todo en torno al alto el fuego en Gaza. El acuerdo de principios de 2025 disparó esas tensiones y provocó que Ben-Gvir y otros dos ministros de su partido salieran del ejecutivo. Estas dimisiones dañaron la alianza que sostiene a Netanyahu, pero no supusieron su derribo inmediato. En ese momento, ganó el pragmatismo de otros líderes que amenazaron con dimitir pero que hicieron sus cálculos políticos y decidieron quedarse a la espera de que la tregua no fructificase.

Sin embargo, el tiempo de supervivencia se agota para Netanyahu. Las mayores fuentes de disensión en el seno de su gabinete están en las nuevas leyes de conscripción para los hombres de la comunidad ultraortodoxa, hasta ahora exenta del servicio militar, y en el control de gasto a cargo de los presupuestos. Por ahora, la guerra en Gaza y en los otros frentes regionales y los planes —aún sin definir públicamente— para la posguerra mantienen unido al Gobierno. No obstante, una vez que el primer ministro ya no pueda seguir esgrimiendo el estado de guerra para garantizar su continuidad en el poder, su vida política se vendrá abajo. Tendrá entonces que rendir cuentas por los casos de corrupción que tiene pendientes ante la justicia israelí, así como por su fracaso a la hora de proteger a los ciudadanos israelíes el 7-O.

El Israel pos-Netanyahu es una incógnita a medias. Los sondeos apuntan a que en las próximas elecciones seguirá la tendencia hacia la ultraderechización en la que está inmersa la sociedad israelí. Como parte del legado del actual primer ministro queda el asalto de su Gobierno al poder judicial para demoler los últimos pilares que hacían ver a la sociedad israelí que vivía en un Estado de derecho.

Israel tendrá que recomponer también su dañada imagen internacional. Sus violaciones del derecho internacional humanitario y de las leyes de la guerra establecidas por las convenciones de Ginebra llevaron a la Corte Penal Internacional a emitir órdenes de arresto contra Benjamín Netanyahu y su ministro de Defensa, Yoav Gallant, por crímenes contra la humanidad y crímenes de guerra10. En paralelo se desarrolla la demanda interpuesta contra Israel ante la Corte Internacional de Justicia por incumplimiento de las obligaciones contenidas en la convención de la ONU contra el delito de genocidio (Torrecuadrada, 2024). El caso fue elevado por Sudáfrica y a él solicitaron unirse con posterioridad, entre otros países, España, Bélgica e Irlanda (Amirah Fernández, 2024). También suscitó demandas paralelas contra la venta de armas a Israel por parte de Reino Unido y Alemania objetando que contribuyen a ese genocidio. Organizaciones pro derechos humanos como Amnistía Internacional avalaron estas denuncias al llevar a cabo sus propias investigaciones para concluir que «Israel está cometiendo genocidio contra la población palestina de Gaza»11. Estas acusaciones han derribado otra línea roja —la de su narrativa de que sus operaciones militares siempre son en legítima defensa— y han hecho que este país pierda parte de su capital político internacional.

Aunque países como EE.UU. o Alemania han dado a Israel un apoyo incondicional, muchos otros en Europa y el sur global han cuestionado su comportamiento y han protagonizado enfrentamientos diplomáticos. La guerra de Gaza revitalizó los esfuerzos diplomáticos internacionales hacia la llamada solución de dos Estados (Amirah Fernández, 2023), con España y Bélgica liderando iniciativas que todavía está por ver si llegan a materializarse, pero que están sobre la mesa. Ambos unieron esfuerzos y reconocieron al Estado palestino en un intento de generar momentum para detener la guerra y celebrar una conferencia internacional de paz. Sin embargo, no fue hasta el cambio de Administración en EE.UU. cuando se logró un mínimo avance en forma de alto el fuego. Las circunstancias en el campo político palestino auguran un camino no sin obstáculos, con la Autoridad Palestina en estado de descomposición interna y ninguneada internacionalmente y una Franja de Gaza destruida que tendrá que ver pasar años hasta recomponer su tejido social.

Conclusión

El tablero de Oriente Medio continuará su proceso de reconfiguración en 2025 y se verá más agitado si cabe con la nueva era Trump. El presidente de EE.UU. encara en su segundo mandato un escenario muy distinto del que dejó en 2021. Entonces, los Acuerdos de Abraham habían sembrado la ilusión de que la cuestión palestina había dejado de ser central en las agendas regionales. El 7-O desmanteló esta creencia y volvió a poner el problema palestino sobre la mesa. Todo indica a que Trump continuará aplicando el apoyo incondicional de EE.UU. a Israel, pero es previsible que su aproximación sea transaccional y que escuche a otras voces, a diferencia de Biden.

Las líneas rojas que se han roto a partir del 7-O agudizan ese escenario de grandes sacudidas. En Gaza, las consecuencias de una guerra todavía no finiquitada están aún incubándose. En Siria, tras la inesperada caída de Bashar al-Asad, las prioridades inmediatas deben ser mantener la seguridad y sentar las bases para la recuperación económica del país. El levantamiento de las sanciones es clave y la UE juega aquí un papel crucial. En Líbano, la estabilización del conflicto entre Hezbolá e Israel depende mucho de que se refuerce la misión de paz de la ONU (FINUL) y se aplique la resolución 1701 del Consejo de Seguridad de una vez por todas. En ello, España tiene una gran oportunidad de capitalizar su experiencia en la Finul para ejercer de puntal y robustecer la misión.

El puzle se completa con un Irán cuyo poder regional se ha visto mermado por los grandes golpes asestados a sus proxies del eje de la resistencia. Sin embargo, esta alianza está debilitada pero no acabada y queda por ver cómo se acomoda en el nuevo escenario. En este contexto, hay motivos para vaticinar que Trump recuperará la política de «máxima presión» hacia Teherán, sobre todo en lo referente a su programa nuclear. El régimen iraní, en una de sus mayores encrucijadas desde 1979, puede optar por revolverse, aislarse o adoptar una actitud más conciliadora.

Bibliografía

Haizam Amirah-Fernandez / Rosa Meneses
Profesor asociado en el Instituto de Empresa, analista y escritor
Periodista y secretaria general de Reportero sin Fronteras

Las ideas contenidas en estos artículos son responsabilidad de sus autores, sin que reflejen necesariamente el pensamiento del CESEDEN o del Ministerio de Defensa.

1Hubo una tregua temporal a finales de noviembre de 2023 que duró apenas siete días y en la que se liberaron 105 rehenes por parte de Hamás y 240 presos palestinos por parte de Israel. Pese a los intentos para prolongarla, el 1 de diciembre se reanudaron las hostilidades.
2Ver: UNRWA, Informe actualizado de la situación en Gaza. 9 de diciembre de 2024. Disponible en: https://unrwa.es/actualidad/noticias/informe-actualizado-de-la-situacion-en-gaza-2.
3El secretario general de la ONU y la UNRWA encargaron un informe independiente a un grupo de trabajo liderado por la exministra francesa de Exteriores Catherine Colonna, que investigó las alegaciones y publicó sus conclusiones el 20 de abril de 2024. Según el documento, las autoridades israelíes «no han aportado pruebas que demuestren sus afirmaciones de que un número significativo de empleados de la UNRWA son miembros de organizaciones terroristas». El informe concluyó que, a falta de una solución política al conflicto, UNRWA sigue siendo «fundamental» para garantizar asistencia vital y servicios sociales esenciales, especialmente en salud y educación, a los refugiados palestinos en Cisjordania, Gaza, Jordania, Líbano y Siria. El grupo de trabajo hizo recomendaciones para fortalecer la gobernanza del organismo y reformar las estrategias de prevención y supervisión de sus empleados. El informe completo, de 54 páginas, puede consultarse en https://www.un.org/unispal/wp-content/uploads/2024/04/unrwa_independent_review_on_neutrality.pdf
4El derecho internacional considera ilegales todos los asentamientos judíos en Cisjordania. Israel se opone a esta declaración.
5Los outposts son creados inicialmente por extremistas sin autorización del Gobierno israelí para luego terminar siendo legalizados, son el primer embrión de un asentamiento. En junio de 2024 se establecieron dos nuevos outposts en el distrito de Ramallah y, a mediados del mismo año, se crearon siete nuevos outposts en el distrito de Belén, todos en el Área B (bajo control civil palestino y control militar israelí según establecen los Acuerdos de Oslo), según ha documentado la ONU, que ha señalado que ello ha supuesto un aumento sustancioso de las agresiones de colonos contra las comunidades palestinas colindantes. Ver: https://www.unocha.org/publications/report/occupied-palestinian-territory/humanitarian-situation-update-256-west-bank
6Ver: B'Tselem, Forcible transfer of isolated Palestinian communities and families in Area C under cover of Gaza fighting. Informe actualizado a 30 de octubre de 2024. [Consulta: 2025]. Disponible en: https://www.btselem.org/settler_violence/20231019_forcible_transfer_of_isolated_communities_and_families_in_area_c_under_the_cover_of_gaza_fighting
7Ha contabilizado 4250 desplazados, 1750 viviendas demolidas y más de 1400 ataques violentos. Ver: OCHA: Humanitarian Situation Update #252 West Bank. Diciembre de 2024. [Consulta: 2025]. Disponible en: https://www.unocha.org/publications/report/occupied-palestinian-territory/humanitarian-situation-update-252-west-bank
8También el diputado del Likud Danny Danon se declaró a favor de provocar la «emigración voluntaria» de los palestinos de Gaza. Ver: Middle East Monitor, 18 de enero de 2024. [Consulta: 2025]. Disponible en: https://www.middleeastmonitor.com/20240118-israel-national-security-minister-ben-gvir-calls-for-full-occupation-of-gaza-emigration-of-palestinians/
9Sharon, J. (2024). Two settlement leaders, Ben-Gvir call to annex West Bank after Trump victory [en línea]. The Times of Israel, 6 de noviembre. [Consulta: 2025]. Disponible en: https://www.timesofisrael.com/two-settlement-leaders-ben-gvir-call-to-annex-west-bank-after-trump-victory/
11Amnistía Internacional. (2024). «Es como si fuéramos seres infrahumanos». El genocidio de Israel contra la población palestina de Gaza. 5 de diciembre. Consultar en: https://www.amnesty.org/es/latest/news/2024/12/amnesty-international-concludes-israel-is-committing-genocide-against-palestinians-in-gaza/
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