IEEE. La Unión Europea frente a una nueva relación transatlántica

Bandera de la Unión Europea

03 abr 2025

IEEE. La Unión Europea frente a una nueva relación transatlántica

José Luis Pontijas Calderón. Coronel (ET, retirado), analista asociado al IEEE (CESEDEN). Doctor en Economía Aplicada por la UAH. Profesor de Geopolítica y Estudios Estratégicos en la UC3M.

Introducción

El discurso del vicepresidente estadounidense Vance en la conferencia de seguridad de Múnich (15 de febrero), junto a las declaraciones del secretario de defensa Hegseth en el cuartel general de la OTAN en Bruselas (12 de febrero), unidas a la tormentosa reunión en la Casa Blanca unos días después (28 de febrero), más allá de la consternación y sorpresa que causaron en los aliados tradicionales de Washington, podrían considerarse las salvas iniciales de la voluntad estadounidense de transformar la relación transatlántica, renegociando los términos del denominado «vínculo transatlántico».

Dicha transformación parece que se está fraguando a caballo de tres vectores fundamentales: un giro copernicano restableciendo las relaciones con Rusia, lo que lleva a desear acabar con el conflicto de Ucrania de manera rápida; forzar a Europa a que se haga cargo de la responsabilidad de su propia defensa y para ello exigir una subida drástica de su gasto en seguridad y defensa, y forjando un frente común con las fuerzas europeas más claramente a la derecha del espectro político.

Todo ello sitúa a Europa (entendiendo por la misma al conjunto de la Unión Europea [UE], más el resto de los Estados del viejo continente) ante la encrucijada de responder adecuadamente al desafío, cuyo resultado podría desplazarnos de ser un comensal, a ser parte del menú geopolítico, es decir, un simple peón en el tablero geoestratégico donde las grandes potencias dirimen sus intereses.

En el presente artículo intentaremos analizar las características del nuevo enfoque de la política exterior estadounidense, sus efectos sobre Europa y sus intereses, así como las opciones que se presentan a esta, para poder contrarrestar la presión de Washington.

Trump y el trumpismo

Las dos décadas que siguieron a la caída del Muro de Berlín vieron como el globalismo (a caballo de la globalización) ganó terreno sobre el nacionalismo y los valores tradicionales, especialmente en Europa, que además, inició un proceso de integración sin precedentes, cediendo importantes áreas de soberanía nacional al entramado institucional de una Unión Europea en plena expansión y definición. Pero a principios de la década de 2010, las consecuencias negativas que dicho proceso produjo en una parte sustancial del entramado socioeconómico facilitaron el acceso de figuras políticas carismáticas, con promesas de regeneración y recuperación de los citados valores. Hombres como Xi Jinping, Narendra Modi, Recep Tayyip Erdo?an y Vladímir Putin, han comenzado a protagonizar la escena internacional. En EE.UU. surgió Donald Trump, tras ganar las elecciones de 2016, prometiendo hacer «América grande otra vez», situando para ello los intereses de «América primero», eslóganes que, con un espíritu antiglobalista, chocaban con el resto del bloque occidental, especialmente con la UE. Su primer mandato fue interpretado como una excepción, tanto por aliados, como adversarios y neutrales, quienes confiaron en que escamparía con una nueva Administración que devolviera las aguas a su curso, a pesar de que el momento unipolar estadounidense ya estaba en franco retroceso con el ascenso de China y el regreso de Rusia al escenario internacional, lo que obligaba a EE.UU. a un giro estratégico hacia Asia-Pacífico, pero que ni Obama, ni Trump, ni Biden, consiguieron profundizar.

La llegada de Joe Biden pareció confirmar sus esperanzas, pero si analizamos las decisiones tomadas en política exterior durante su mandato, vemos que, aparte de las formas, prácticamente no cambió ninguna de las realizaciones de Trump, a excepción de regresar al compromiso de París1. De hecho, la medida más proteccionista y agresiva contra los intereses económicos de la Unión fue precisamente adoptada por Biden, The Inflation Reduction Act que, con más de 400.000 millones de dólares, financiaba y subvencionaba a las industrias estadounidenses, forzando a muchas europeas a trasladarse a territorio norteamericano, además de ser un claro ataque contra los acuerdos comerciales con la UE. Mientras, Europa, confiando en que el cuatrienio de Trump no se repitiera, siguió depositando su defensa y seguridad en el «hegemón» del otro lado del Atlántico, sin apenas modificar su postura y mentalidad.

El regreso de Trump en 2025 ha supuesto mucho más que un baño de realidad para la confiada Europa, porque está suponiendo un verdadero desafío, que algunos analistas califican de existencial2.

Las raíces del trumpismo pueden remontarse a los movimientos anticomunistas de la década de los 50, que ya manejaban la sospecha de que el liberalismo estadounidense era demasiado débil, posnacional y secular como para proteger la nación. Dos libros pueden identificarse como evolución de dicha interpretación. El primero, de James Burnham El suicido de Occidente (1964) acusaba a la política exterior norteamericana de deslealtad por impulsar principios internacionalistas y universales, en vez de los localistas y nacionales, abogando por la defensa de la familia, la comunidad, la iglesia, la nación y la civilización. El segundo, de Patrick Buchanan La muerte de Occidente (2002) en el que afirmaba que «los blancos pobres» se estaban desplazando hacia la derecha, entendiendo que el capitalismo global y el verdadero conservadurismo son antitéticos, por lo que, sería el patriotismo el que frenaría al globalismo.

Tanto Putin, Modi, Xi, Erdoğan y Trump coinciden en dos características: desprecian el internacionalismo universalista, presionando por un cambio y no están interesados en imponer un enfoque mesiánico de sus diversos sistemas políticos, culturales y/o religiosos. Están guiados por el puro interés nacional, aunque con matices en los casos de Modi y Erdo?an. Así, en sus interacciones entre ellos y con los demás, todo es fluido, transaccional y capitaneado por sus personalidades. Nada es blanco o negro, nada está escrito en piedra, por lo que todo es negociable y transaccional.

Esta situación, de regreso al realismo descarnado, le viene a Trump como anillo al dedo, ya que, no se siente constreñido por ningún apriorismo cultural ni económico, salvo el de priorizar los intereses estadounidenses, los cuales deben plegarse a los de su masa votante, el trabajador medio y el conservador tradicional. De hecho, a menudo vemos como prioriza sus relaciones personales sobre gobiernos y alianzas, llegando a chocar más con los que deberían ser sus aliados tradicionales, que con sus adversarios3. Su mentalidad, puramente transaccional, permea toda su acción, reflejándose en la acción exterior estadounidense.

Su manual de negociación comprende ocurrencias impactantes para desestabilizar al adversario, un tono asertivo e imperativo, toques de matonismo con quien se muestra débil, superlativos cuando le apetece elogiar, alguna broma o comentario ocurrente y un inteligente sentido de la oportunidad para soltarlas a bocajarro. Esto, evidentemente, deja atónitos a líderes, diplomáticos y analistas occidentales y no occidentales, que no saben muy bien cómo reaccionar ante este aparente circo del desconcierto.

Pero no debemos dejar que el ruido general que produce el líder republicano (y produce mucho) con sus gestos histriónicos y sus declaraciones sorprendentes y en muchas ocasiones contradictorias, enturbie la visión de cuanto realmente hace. Decía John Bolton (figura prominente de la política estadounidense, asesor de seguridad de los presidentes republicanos Ronald Reagan, George H.W. Bush, George W. Bush y Donald Trump durante su primer mandato), que a «Trump no hay que tomarlo al pie de la letra, pero sí hay que tomárselo en serio»4. Este matiz es importante, porque la UE cometió el error durante su primer mandato de no tomárselo en serio, precisamente por tomárselo al pie de la letra y eso la ha dejado inerme ante esta segunda legislatura, más agresiva y precipitada que la primera, cuyas principales características podríamos intentar enumerar:

  • Priorización de los intereses de EE.UU. sobre cualquier otro compromiso internacional. Este sería el principio maestro que impregna todos los demás y desde luego no exento de un fuerte componente en clave interna: los intereses de la clase trabajadora estadounidense.
  • Reevaluación de los compromisos internacionales. Producto del anterior, el 4 de febrero de 2025, ordenó que en 180 días se lleve a cabo una revisión de todas las organizaciones internacionales a las que pertenece y apoya EE.UU., así como de todas las convenciones y tratados5, con la intención de denunciarlos/abandonarlos si se estima que pudieran resultar negativos para los intereses de la nación.
  • Enfoque transaccional más acentuado. Ya en su primer mandato dejó entrever cuál era su estilo de negociación, reflejo claro de su mentalidad de tiburón de los negocios neoyorquino, no dudando en utilizar la amenaza de aranceles, sanciones, visados y/o recortes en la ayuda, si su contrincante no se pliega a su voluntad y exigencias. De hecho, uno de sus modus operandi es poner una fecha para la puesta en funcionamiento de los aranceles, sanciones, etc., posterior a la de las negociaciones, a modo de espada de Damocles, de forma que, si estas salen como esperaba, queda suspendida su activación, pero pudiendo activarse en cualquier momento. El desarrollo de cuanto pasó en el despacho oval con Zelenski, se adapta a este modus operandi, lo que obligó al mandatario ucraniano a poco menos que una rendición incondicional. Además, no duda en utilizar la amenaza de la anexión territorial para forzar concesiones, como ha ocurrido con el canal de Panamá, forzando a dicho país a clausurar los planes de mayor implicación de empresas chinas en el mismo.
  • Unilateralismo. Producto directo también del primer principio, por el que la toma de decisiones de carácter internacional se realiza sin contar con la opinión y mucho menos la aquiescencia de aliados y/o socios. De hecho, como en el caso de las conversaciones con Rusia, se hace a sus espaldas y en clara contradicción de posiciones. Hay que decir, que esto no es nuevo, ya que por ejemplo, la retirada de Afganistán (negociada por Trump) ordenada precipitadamente por Biden (debido al retraso en las fechas acordadas con los talibanes) se hizo aplicando el mismo principio.
  • Centralización de poder. Trump ha firmado una orden ejecutiva para centralizar las decisiones de política exterior en su figura, en un intento claro de debilitar el tradicional papel del Congreso, expandiendo sus poderes como principal negociador y comandante en jefe en asuntos diplomáticos6. Este es un paso de calado, ya que, la cámara ha jugado siempre un papel estabilizador en la política exterior estadounidense, evitando lo que podríamos llamar los excesos de la presidencia de turno. Así, cuando Nixon realizó el giro estratégico hacia China, el Congreso aprobó la Taiwan Relations Act, que obligaba a continuar con el apoyo a la isla; también obligó a continuar con el embargo a Cuba cuando Carter, Clinton y Obama intentaron relajarlo; evitó el repliegue parcial de fuerzas de Corea del Sur que intentaron Cárter y Trump en su momento, y convirtió en leyes cuatro órdenes ejecutivas de Obama, sancionando a Rusia, cuando Trump intentó su aproximación a Moscú, durante su primer mandato.
  • Reevaluación de la ayuda exterior. La suspensión durante 90 días de la ayuda exterior y la orden de llevar a cabo una investigación sobre la utilización de los fondos de la agencia USAID, debe interpretarse en clave de su lucha cultural contra el wokismo y su entramado socioeconómico, enmarcado en lo que ha denominado la revolución del sentido común (acabar con la tiranía de las llamadas políticas de diversidad, equidad e inclusión en el gobierno federal, el sector privado y el ejército7), que han encontrado pleno apoyo entre sus votantes.
  • Endurecimiento de la política migratoria, forzando a países como El Salvador y Guatemala a aceptar deportaciones, con el objetivo de expulsar millones de inmigrantes indocumentados (centroamericanos, sudamericanos y caribeños) usando para ello la amenaza de aranceles y suspensión de ayudas económicas.
  • Una política exterior más intervencionista que en su primer mandato, como demuestran las numerosas reuniones con potencias regionales que personas de su gabinete han sostenido de manera cuasi febril desde su toma de mando e incluso antes.

Todo ello, parece indicar que, tras la cortina de comportamientos y declaraciones sorprendentes, pudiera haber una línea de acción coherente.

¿Un nuevo orden mundial que emerge?

Como se ha dicho anteriormente, no podemos dejar que la maleza oculte el camino, porque los intereses estratégicos estadounidenses y su política exterior, mantienen su permanencia con contadas, pero eso sí, sonadas excepciones. No podemos olvidar que las raíces profundas de su política exterior, las condiciones geográficas, económicas y políticas del enfoque estadounidense, permanecen relativamente estables8. Así, sus objetivos estratégicos siguen siendo:

  • En primer lugar, y más importante, prevenir el surgimiento de un poder dominante en Eurasia que pueda desplazar a EE.UU. (razón fundamental de su intervención en dos guerras mundiales, por encima de la defensa altruista de las democracias y sus valores).
  • Libertad de circulación marítima, que permita el flujo libre de mercancías para sostener su comercio y la posibilidad de estrangularlo a sus adversarios.
  • Asegurar el flujo de energía desde Oriente Medio, para mantener bajos los precios del combustible en casa, muy importante para el mercado interno, la opinión pública y la competitividad de sus empresas.
  • Apoyo incondicional a Israel, sujeto a la poderosa influencia que ejerce el lobby israelí en los ámbitos político y de la comunicación en Washington en particular y en la opinión pública y académica en EE.UU9.
  • Preocupación por el terrorismo internacional, para evitar que pueda afectar a la seguridad de bienes y ciudadanos estadounidenses, dentro y fuera del territorio nacional.

Intereses estratégicos que han marcado las direcciones cuasi permanentes de su política exterior, de las que podemos destacar:

  • Búsqueda de cambio de régimen en Cuba desde Eisenhower.
  • Exigencia de más gasto en defensa a sus aliados y creciente gasto militar estadounidense desde Kennedy.
  • Posicionamiento de fuerzas en bases e instalaciones a nivel global desde Lindon B. Johnson
  • Mantenimiento de lazos diplomáticos y comerciales con China desde Nixon.
  • Despliegue de fuerzas militares en Oriente Medio desde Carter.
  • Defensa antimisil estratégica desde Reagan.
  • Búsqueda de la paz entre israelíes y palestinos desde siempre (evidentemente favoreciendo a los israelíes).
  • Negociaciones con Corea del Norte desde Clinton.
  • Presencia militar en Europa y contención de la URSS/Rusia en el continente desde el final de la II Guerra Mundial.

Así, tanto los intereses estratégicos, como la política exterior, consecuencia de estos, apenas han variado. La gran diferencia, el giro copernicano de Trump, ha sido el desbloqueo de las relaciones con Rusia, que bien mirado no habría supuesto una novedad, ya que, si bien se habían congelado desde la invasión de Ucrania en febrero de 2022, se habían mantenido hasta ese momento, incluso en los momentos más tensos de la Guerra Fría. Desde este punto de vista, Trump tan solo habría puesto fin a una anomalía temporal de cuatro años.

Pero esto no quiere decir que no signifique un cambio tectónico para sus aliados y socios de este lado del Atlántico, que empiezan a despertar de su letargo y presencian una realidad que los alarma, a pesar de que no han faltado las voces que alertaron sobre la necesidad de que Europa se fuera preparando para las consecuencias del regreso de Trump10. Pero siendo francos, las tensiones entre ambos lados del Atlántico no empezaron con Trump. No hay más que recordar el nivel que alcanzaron durante la segunda guerra de Irak con George W. Bush (y el debate de la vieja y la nueva Europa) o cuando Clinton se empeñó en la expansión de la OTAN hacia el Este, contra el criterio de Alemania (Merkel) y Francia (Sarkozy). Aun así, el desafío que supone Trump es nuevo, ya que, por primera vez, la presidencia estadounidense no trata a los europeos como una familia cercana, pareciendo que trata mejor a adversarios autoritarios como Xi o Putin.

Sobre si la política exterior de la Administración Trump es el producto de «un mono con pistola disparando al azar» o un plan deliberado por instaurar un nuevo orden mundial, hay opiniones contrapuestas, siendo mayoritarias las primeras a este lado del Atlántico, por lo que no se insistirá en ellas. Pero resulta curioso que, al otro lado, haya analistas reconocidos que crean identificar el surgimiento de un nuevo orden mundial multipolar, basado en esferas de control regionales, en las que un nuevo triunvirato formado por EE.UU., China y Rusia, se repartirían la influencia global, compitiendo y/o cooperando según el tema sectorial del que se trate y dirimiendo sus diferencias o contradicciones de forma que se evite una conflagración entre grandes potencias.

Según esta interpretación, con sus diferentes matices y particularidades, EE.UU. estaría ofreciendo a Rusia una salida digna del conflicto en Ucrania, sacrificando a este país, de igual modo que Nixon sacrificó a Taiwán, cuando decidió abrir las relaciones con China11. Así, se conseguiría que las preocupaciones rusas sobre su seguridad encontrasen acomodo, por lo que Rusia dejaría de ser una amenaza (para EE.UU.), convirtiéndose en un socio comercial con inmensas posibilidades de negocio debido a sus enormes recursos naturales. De hecho, hay quien afirma que ya se están llevando a cabo negociaciones entre Moscú y Washington para la reparación y apertura del Nord Stream II12, pero esta vez con EE.UU. como intermediario, quien recibiría el gas de Rusia y lo vendería a Europa13 (situación win-win para ambos, perjudicando a Europa). En el caso de Pekín, el peón que Washington podría sacrificar sería Taiwán.

Evidentemente, esta interpretación sobre el posible surgimiento de un nuevo orden mundial multipolar basado en esferas de influencia trae reminiscencias de Karl Haushofer (1869-1946) con su redistribución de influencias en regiones y de Carl Schmitt con sus conceptos del nomos (armonizador interno y externo) y el groossraum (territorios con amplia autonomía limitada por el centralismo estratégico y la lealtad a la autoridad centralizadora). Europa habría dejado de ser un comensal a la mesa, para convertirse en parte del menú, un escenario que nos llevaría a la situación previa a la II Guerra Mundial.

El creciente desapego occidental

Es evidente que un EE.UU. hostil puede dañar gravemente los intereses de la UE, especialmente si sus miembros se dejasen llevar por el pánico y cayeran en la tentación de querer negociar acuerdos de manera individual, para asegurar sus intereses. Este sería posiblemente el mayor de los errores que se podrían cometer, ya que, la principal baza en su mano es precisamente la unión, es decir, la capacidad de una respuesta concertada ante las presiones de Washington.

Desgraciadamente, no parece que esta esté siendo todo lo homogénea que sería deseable, lo que podría ser síntoma de falta de confianza en la Unión sobre sus opciones y capacidades. En este sentido, resulta curioso constatar que la posición global de la UE es percibida por los países no occidentales de manera más positiva de lo que podríamos pensar a priori (ver figura a continuación).

Pero no nos engañemos, muchos de los actores del escenario internacional no son occidentales y ven a Rusia como un socio aceptable, incluidas China, India, Brasil, e incluso un miembro de la OTAN como Turquía, opinión que ha mejorado desde febrero de 2022… ¡Incluso en EE.UU.! (ver figuras a continuación)


Fuente ECFR

También es interesante constatar que EE.UU. empieza a ser percibido por los europeos más como un aliado necesario y menos como un socio deseable, visión que se acentúa en los últimos años (ver figuras a continuación) lo que parece indicar que se está produciendo un distanciamiento entre ambos.

A esta tendencia se suma la creciente división en el seno de la UE, escenificada en la confrontación sin precedentes entre la presidencia de la Comisión y la presidencia de turno del Consejo (Hungría) precisamente el día de la presentación del plan de dicha presidencia, que hasta la fecha siempre fue una ocasión para celebrar la Unión en el Parlamento Europeo14.

Así pues, parece llegado el momento en que Europa tome seriamente las riendas de su seguridad y defensa, lo que facilitaría su capacidad para alcanzar una autonomía estratégica que parece imperativa en la coyuntura actual. Pero, con una Europa y un Occidente divididos, en un mundo cada vez más transaccional… ¿tiene posibilidades?

Opciones de la Unión Europea

El hecho de que la UE es una potencia económica (la tercera del mundo tras EE.UU. y China) proporciona un enorme caudal de negociación a Bruselas, siempre que se preserve la unidad, como ya hemos mencionado, lo que debería permitir redefinir unos términos más beneficiosos de la nueva relación atlántica. De hecho, la economía estadounidense depende en no poca medida de la inversión europea (el 45% del total en 2023), de las exportaciones de gas (trece países europeos absorbieron el 50% de las exportaciones estadounidenses de gas natural licuado en 2023 y el 28% del total de sus exportaciones de gas natural) y de armamento (el 25% del total de exportaciones estadounidenses entre 2029 y 2023, un 11% más que el periodo anterior)15. Así mismo, los datos digitales son esenciales para las grandes firmas tecnológicas norteamericanas. Comprar e invertir menos, así como limitar el acceso de datos a dichas empresas, proporcionarían posibilidades de negociación nada despreciables, si bien, hasta ahora, los europeos han sido reacios a usar estas palancas de presión, debido a los costes a corto plazo. Pero el enfoque transaccional de Washington pudiera despertar el apetito europeo por negociar de tú a tú utilizando todo el arsenal a su alcance, considerando que los potenciales beneficios a largo plazo, podrían compensar las consecuencias negativas en el corto. Para ello, Europa necesita empezar a ver la relación transatlántica tal y como es, y no como nos gustaría que fuese, o como fue hasta hace poco, parafraseando al primer ministro húngaro Orban «el mundo ha cambiado y la única que no se ha enterado aún es Europa»16.

En el plano diplomático y geopolítico, Europa podría mostrar a EE.UU. las limitaciones de sus iniciativas internacionales sin el respaldo europeo, como en el caso de las sanciones económicas. Porque, si bien Europa necesita a EE.UU., EE.UU., también necesita a Europa en muchos escenarios donde, sin su respaldo, su acción exterior se vería muy disminuida, especialmente entre los países del denominado sur global. Pero estos, distan mucho de ser un conjunto homogéneo, con sus propios intereses diferentes y/o divergentes, según su posición geográfica, historia y cultura, lo que requiere una política individualizada diseñada a medida para cada uno, alejándonos de generalizaciones improductivas y contraproducentes. Pero dicho enfoque difícilmente sería exitoso, sin otro netamente pragmático, libre de prejuicios ideológicos o moralistas fruto del supremacismo moral anclado en una mentalidad frentista, heredada de la Guerra Fría, de «conmigo o contra mí», lo que limita la cooperación y las relaciones comerciales.

Así pues, cuatro grandes conclusiones para que Europa pudiera desplegar sus opciones frente un mundo transaccional agitado por el revisionismo de la nueva Administración estadounidense: ver el mundo como realmente es y no como nos gustaría que fuera; entender el sur global como un conjunto heterogéneo de Estados que precisa un enfoque individualizado; descartar la mentalidad binaria de «conmigo o contra mí» siendo capaces de cooperar, competir o confrontar al mismo tiempo, según los asuntos de los que se trate, incluso con un mismo país; y para ello, ser capaces de aplicar un enfoque transaccional, siéndolo menos entre los Estados miembro de la Unión y más con el resto del sistema internacional, incluido EE.UU. que, como China, empieza a ser simultáneamente socio, competidor y en ciertos aspectos, rival sistémico.

En definitiva, una política exterior de la Unión más asertiva, desacomplejada y autónoma. Pero esto resultaría difícil, ya que, la UE sigue sin ser una entidad política estatal y no lo será en futuro a corto y medio plazo, lo que siempre será un impedimento para su actuación como actor geopolítico coherente, con objetivos estratégicos coincidentes y convergentes.

Conclusiones

Las consecuencias socioeconómicas negativas de la globalización han propiciado la llegada de líderes cuyo discurso promete la regeneración económica y la recuperación de los valores tradicionales, entre los que se encuentra Trump, aunque las raíces de acceso al poder se pueden trazar como mínimo hasta los años 60.

La primera Administración del líder estadounidense fue considerada como una anomalía por gran parte del escenario internacional, incluida Europa, lo que impidió que tomara medidas para su eventual vuelta.

Pero salvo contadas excepciones, las líneas estratégicas que enmarcan y dirigen la política exterior estadounidense no han variado, como demuestra el hecho de que la presidencia de Biden apenas modificara lo realizado por Trump en política exterior. De hecho, el restablecimiento de las relaciones con Rusia podría considerarse como una vuelta a la normalidad.

En un mundo cada vez más transaccional, Trump se siente como pez en el agua, libre de apriorismos, priorizando los intereses estadounidenses y sus relaciones personales sobre gobiernos y alianzas, chocando más con sus aliados tradicionales, que con sus adversarios. Su mentalidad puramente transaccional caracteriza la acción exterior estadounidense, acompañada de su particular e histriónico estilo que deja atónitos a sus contrapartes, sin saber muy bien cómo reaccionar.

Pero esta aparente fachada de caos circense pudiera impedir ver el nacimiento de un nuevo orden mundial multipolar que, basado en el reparto de amplias zonas geográficas de influencia, sería gestionado por EE.UU., China, Rusia, lo que convertiría a Europa de jugador, a peón del tablero mundial.

Así, las actuaciones de la Administración Trump con respecto a sus aliados europeos parecen enfocadas a definir una nueva relación transatlántica. No está claro que EE.UU. esté abandonando Europa, pero las declaraciones y escenificaciones que se han producido en el mes de febrero, dejarían ver, o precisamente se habrían producido para manifestar el hecho de que Washington desea reequilibrar a su favor los términos de la relación transatlántica, a caballo de tres vectores: restablecimiento de las relaciones con Rusia, acabando con el conflicto de Ucrania rápidamente; forzar a que Europa se haga cargo de su propia defensa exigiendo una subida drástica del gasto en seguridad y defensa; y forjar un frente común con fuerzas políticas conservadoras europeas.

En cualquier caso, se está produciendo un desapego creciente entre ambas orillas del Atlántico, lo que parece sugerir que Europa en su conjunto y la UE en particular, deberían empezar a tomar medidas para gestionar su seguridad y defensa sin contar con Washington, en busca de una auténtica y real autonomía estratégica. Algo que parece complicado dadas las fisuras europeas actuales.

Ante un sistema internacional más transaccional, un bloque occidental y una Europa divididos, la UE tiene que ser consciente de que tiene herramientas que puede utilizar para negociar de tú a tú con Washington, siempre que sea capaz de preservar su principal baza negociadora, la cohesión entre sus socios, que garantice su unidad en la respuesta ante las presiones del «hegemón» norteamericano.

Para ello, se precisaría una política exterior más asertiva y autónoma, viendo el mundo como realmente es, estableciendo relaciones individualizadas con los países que interese del sur global, descartando la mentalidad binaria de «conmigo o contra mí» para cooperar, competir o confrontar al mismo tiempo y ser capaces de aplicar un enfoque transaccional, incluido EE.UU., que pudiera empezar a ser considerado simultáneamente como socio, competidor y rival sistémico.
Desgraciadamente, la no estatalidad de la UE le resta capacidad de actuación exterior. De lo que hagamos y dejemos de hacer dependerá que el futuro esté en nuestras manos o lo decidan otros.

José Luis Pontijas Calderón
Coronel (ET, retirado), analista asociado al IEEE
Doctor en Economía Aplicada por la UAH
Profesor de Geopolítica y Estudios Estratégicos en la UC3M

2ROGOFF, Kenneth. «Europa en la mira de Trump». 18 de febrero de 2025. Disponible en: https://www.eleconomista.com.mx/opinion/europa-mira-trump-20250218-746969.html (consultado el 6 de marzo de 2025).
4BOLTON, John. «John Bolton full interview with Peston». 22 de enero de 2025. Disponible en: https://www.youtube.com/watch?v=qJiWsOBS8u8 (consultado el 7 de marzo de 2025).
5WOODS, Ngaire. «¿Y si Estados Unidos abandona el FMI y el Banco Mundial?», Política Exterior. 5 de marzo de 2025. Disponible en: https://www.politicaexterior.com/estados-unidos-abandona-fmi-banco-mundial/ (consultado el 9 de marzo de 2025).
6SWISSINFO. «Trump firma un decreto para centralizar las decisiones en política exterior». 12 de febrero de 2025. Disponible en: https://www.swissinfo.ch/spa/trump-firma-un-decreto-para-centralizar-las-decisiones-en-pol%C3%ADtica-exterior/88867644 (consultado el 9 de marzo de 2025).
7EL MUNDO. «Trump llama revolución del sentido común a sus polémicas medidas contra la igualdad y la diversidad». Disponible en: https://www.elmundo.es/internacional/2025/03/05/67c823f521efa009718b45c1-video.html (consultado el 9 de marzo de 2025).
8FONTAINE, Richard. «The Trump-Biden-Trump Foreign Policy: The Strange Continuity of American Foreign policy», Foreign Policy. 20 de enero de 2025. Disponible en: https://www.foreignaffairs.com/trump-biden-trump-foreign-policye Trump-Biden-Trump Foreign Policy: American Strategy’s Strange Continuity (consultado el 13 de marzo de 2025).
9MEARSHEIMER, John y WALT, Stephen. El lobby Israelí y la política exterior de Estados Unidos. Abebooks, 2019.
10GONZALEZ LAYA, Arancha et al. «Trump proofing Europe: How the Continent Can Prepare for American Abandonment». 2 de febrero de 2024. Disponible en: https://www.foreignaffairs.com/united-states/trump-proofing-europe (consultado el 2 de marzo de 2025).
11FREEDMAN, George. «Geopolitical Futures: George Freedman on Trump, Europe, and the Shifting of World Orde». Enero de 2025. Disponible en: https://www.youtube.com/watch?v=3pwGRoUbUPg (consultado el 11 de marzo de 2025).
12SEDDON, Max y otros. «Putin’s Ally Pushes deal to restart Nord Strema 2 with US Backing», Financial Times. 1 de marzo de 2025. Disponible en: https://www.ft.com/content/dc9c51ab-03cb-47ba-ad0a-09c4deed9b50?shareType=nongift (consultado el 11 de marzo de 2025).
13RAMIREZ, Lorenzo. «Negocios TV. Entrevista en el canal». Marzo de 2025. Disponible en: https://www.youtube.com/watch?v=vEofDpSrv9U, (consultado el 11 de marzo de 2025).
14LLORENTE, Ana. «La Unión Europea debe cambiar: Orban y Von der Leyen se enfrentan», Negocios. 9 de octubre de 2024. Disponible en: https://www.negocios.com/la-ue-necesita-cambiar-orban-y-von-der-leyen-se-enfrentan/ (consultado el 12 de marzo de 2025).
16SWISSINFO. «Orban: ni la UE ni Ucrania entienden que con Trump todo ha cambiado muy deprisa». 21 de enero de 2025. Disponible en: https://www.swissinfo.ch/spa/orb%c3%a1n%3a-ni-la-ue-ni-ucrania-entienden-que-con-trump-%22todo-ha-cambiado-muy-deprisa%22/88759054 (consultado el 13 de marzo de 2025).
    • La Unión Europea frente a una nueva relación transatlántica

    • The European Union faces a new transatlantic relation