IEEE. El gran reto geopolítico del siglo XXI: La multipolaridad desequilibrada.

Principal socio comercial de los países del mundo en 2020. Fuente: GIL LOBO, Abel. «La competición comercial entre China y Estados Unidos». El Orden Mundial. 2020

22 ene 2025

IEEE. El gran reto geopolítico del siglo XXI: La multipolaridad desequilibrada.

Federico Aznar Fernández-Montesinos. Analista del IEEE (CESEDEN).

Fata volentem ducunt, nolentem trahunt
[El destino conduce al que se somete y arrastra a quien se resiste]
Séneca

El nuevo orden mundial desde la perspectiva de la geopolítica clásica

El mundo de la Guerra Fría, aunque extremadamente peligroso, era estable y ordenado y, por ello, favorecía la predictibilidad. En palabras de sir Michael Howard «a semejanza de un arco gótico, las presiones en conflicto crean una zona de estabilidad en la que se puede desarrollar la actividad política internacional como si no existiesen aquellas»1.

Tras su fin, el paradigma estatocéntrico y de control territorial que ha servido desde Westfalia a la racionalización de las relaciones internacionales, pese a mantener su centralidad, se ha visto desbordado por flujos de todo tipo a los que se suma la presencia de actores no estatales o subestatales.

Como señala Haass, la globalización dinamizó la lógica de encuentro, lo que no supuso tanto un orden internacional en singular como una continuación de los dos sistemas que en la práctica coexistieron durante la mayor parte de la Guerra Fría y que sufrieron una transformación parcial tras ella. El primero fue el construido alrededor de la bipolaridad EE.UU.-URSS, basado en un equilibrio militar y la disuasión nuclear. Y el segundo, denominado liberal, controlado por las principales democracias occidentales.

Este último ha tratado de convertirse en hegemónico validando con ello la propuesta de Fukuyama que hacían de la democracia —la cual incorpora como caballo de Troya el sistema de valores de Occidente que es el que sirve para construirla— y la economía de mercado, modelos universales que señalaban el fin de la historia entendida como sucesión de conflictos. La democracia —y su énfasis en la libertad como primero de los valores— quedó convertida, de este modo, en la piedra de molino que había de triturar el resto de las culturas al someterlos al cambio de sistema de valores que llevaba implícito.

No cabe afirmar que esta propuesta no haya prosperado porque encarna en el fondo un proyecto pedagógico y de valores. Tal cosa precisa de un tiempo, generaciones, que todavía no se ha dado; es más, se aprecian avances en el sentido esperado por Fukuyama. Pero la economía de mercado, sin duda alguna, se ha impuesto en el orden internacional.

En cualquier caso, la conclusión que cabe extraer de tales tendencias es la alteración del orden mundial. No es este un mero cambio de posiciones o numeraciones entre países; no existe un indicador fiable que la sintetice tal cosa. Y, menos aún, que traiga consigo una suerte de reconocimiento por parte de la sociedad internacional, requisito para que el orden sea efectivo y real. Se trata de un cruce multidimensional que no se encuentra resuelto ni a nivel desagregado ni menos aún en términos globales.

Estos infinitos agregados (población, tecnología, militar, diplomacia…) alcanzan diferentes ámbitos con una igualmente diferente progresión en cada caso y que no pueden subsumirse en una cifra resumen que exprese el poder de cada Estado considerado, y que sirva, además, para compararlo con su entorno. China puede superar económicamente a Estados Unidos, pero dista de disponer de un poder político, cultural, tecnológico y militar siquiera comparable a nivel global. Y eso cuando la cultura del mundo se ha amoldado al poder de Estados Unidos que por ello cuenta con la ventaja de la posición.

Lo expuesto no nos permite afirmar que el mundo se encuentre en tránsito hacia una nueva bipolaridad, pero sí aseverar, en el contexto del «ascenso de los demás». la pérdida de relevancia de Occidente y, con ello, de su papel rector. En paridad de precios, según el Banco Mundial en 2023, el PIB de China es de 34,643 billones de dólares (18,76% del PIB mundial), EE.UU. son 27,36 (14,8%), la UE son 27,125 billones (14,68%), Rusia 6,452 (3,49%) mientras el conjunto del mundo suma 184,653. Además, Europa solo cuenta con una gran empresa tecnológica, así que, a largo plazo y en clave de futuro, la única gran economía europea será Alemania.


Figura. Comparativas entre los PIB a precios constantes. Fuente: https://www.eea.europa.eu/en/analysis/maps-and-charts/historic-and-projected-gdp-in


Figura. Potencias en porcentaje de PIB global Fuente: PÉREZ VENTURA, Juan. «¿Potencias emergentes? No: Potencias que regresan» https://descubrirlahistoria.es/2019/10/potencias-emergentes-no-potencias-que-regresan/

Es más, la suma, al menos en paridad de precios, de las economías de China, Estados Unidos y la UE es inferior al 50% (48,24%) del PIB mundial; pensemos que los países que tomaron parte en la conferencia de Bandung en 1955 sumaban solo el 8% del PIB mundial de entonces. En cualquier caso, el cambio de orden internacional hace que ya no se produzca el alineamiento automático del resto de actores con los intereses y dictados de Occidente. Este, con un 29,48 % del PIB PPA y actuando concertadamente, cuenta con capacidad para “impedir” pero ya no para “imponerse” de proyectarse sobre escenarios lejanos.

Puede concluirse también que la Pax Americana, el periodo que arranca hasta aún hoy desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, puede no haber ofrecido una justicia universal y simétrica, pero ha proporcionado el orden y la estabilidad precisos para el «ascenso de los demás», esto es, para el incremento de su poder relativo y la prosperidad de no pocos.

Pero, con todo y con eso, la multipolaridad no es per se un orden necesariamente más pacífico ni una Arcadia feliz ni menos aún un producto estable. Antes bien se adivina en ella una mayor conflictividad fruto de la tensión de las partes por medir su poder y de los juegos de alianzas, al igual que sucedió en la Europa de los albores del siglo XX, durante la Pax Britannica; y eso cuando no existía una tecnología nuclear que, por otra parte, se encuentra cada vez más difundida.

En fin, Occidente se define como una cultura, pero, en términos prácticos y generales, su espacio queda geográficamente acotado por un sistema de alianzas militares en que subyace una tecnología compartida. El vínculo transatlántico es clave para su cohesión; dota de un papel rector a Estados Unidos con una Europa plural y que, de facto, hasta ha renunciado a este liderazgo y cuyo núcleo es la UE.

Esta se conforma con ser una potencia reguladora, pero también, al renunciar al uso de la fuerza y limitar sus aspiraciones, puede propugnarse como modelo político y referencia cultural. Además, al haberse desarmado, obtiene estabilidad en su espacio geográfico acabando con siglos de conflictos por la supremacía entre sus Estados miembros, eso sí, a costa de externalizar su seguridad. El problema es que también ha externalizado la fabricación y el desarrollo tecnológico. Precisa pues de reindustrializarse y de una apuesta decidida por la competitividad y la innovación.

Pero, como resultado, el riesgo de una «sobre extensión imperial» de EE.UU. es real y ha provocado el retorno a viejas propuestas aislacionistas inasumibles en un mundo globalizado e histórico. Estas, lo que suponen es una llamada a un uso más eficaz del poder, a una gestión más limitada y contenida de este, y también a una mayor contribución de Europa a la gobernanza global en su relación con Estados Unidos.

La demanda de Estados Unidos de una mayor contribución europea a la seguridad no solo es lógica, sino concurrente con los postulados de Tilly2, en el sentido de que la pérdida de las fronteras interiores debe ir acompañada de un fortalecimiento de las exteriores; y más cuando Europa quiera progresar hacia una dimensión supraestatal, aún lejana. Por otra parte, su alianza con Estados Unidos precisa estabilidad, predictibilidad o fiabilidad; no puede ser que en unas elecciones nacionales se haya dirimido, aunque sea en apariencia, su continuidad al margen de sus socios. La reputación de poder es Poder, y su pérdida, lo contrario. La cohesión es clave en una alianza sin la que EE.UU. no podría ser potencia global. Pero ésta debe proporcionar beneficios similares a todos los socios lo que obliga a un diálogo permanente y sin imposiciones. Es el problema de cualquier cártel.

La guerra de Ucrania es también un hito para la definición de Occidente. No es únicamente un choque de poderes, sino de voluntades y concepciones del mundo. Ni Occidente ni Rusia pueden ganar o perder una guerra que realmente es un conflicto de definición y, por ende, civil.

Su resultado bien puede derivar en el encaje de Moscú en Occidente superando la conllevanza que ha caracterizado la relación mutua; bien incitar a Rusia a actuar como un poder autónomo y regional toda vez que no llega a la condición de «superpotencia», esto es, a la capacidad de actuación en términos globales, lo cual sería una prolongación de la situación actual; o bien a establecer una relación particularizada con China que sí es una «superpotencia», además aún ascendente y que la está envolviendo.

Llegados a este punto volvemos a encontrarnos con el Heartland propuesto por Mackinder y Spykman; el cambio de orden mundial pivota sobre el espacio comprendido entre el Ártico, Irán y Asia Central —una Siberia más habitable por el cambio climático— validando nuevamente sus propuestas. Si Mahan es clave para entender la política exterior de Estados Unidos y aún hoy hasta la de China, Brzezinski establece el tablero de tal competición y que no se ha movido de su sitio sino para ampliarse al hacerse el Ártico navegable; mientras Barnett y Fukuyama explican los términos en que se ha producido y se está produciendo la globalización.


Imagen. El gran Tablero Mundial. Fuente: CAIRO, Heriberto. Conferencia «Geopolítica». Curso de Estado Mayor 2010.

La geopolítica clásica y el tablero de juego euroasiático en el siglo XXI

En fin, es común referirse al término geopolítica en singular queriendo subrayar la naturaleza científica y determinista de los resultados. Pero la geopolítica varía según la referencia escogida, las concepciones y lógica de quien la formula y los tiempos y secuenciación de su proyección. Hay así muchas geopolíticas, estas van desde el Ártico hasta Asia Central, desde Europa hasta Asia Pacífico, desde la geopolítica india hasta la china, o la del sur global. Todas están engranadas mostrando las diferentes composiciones de las áreas geopolíticas. Y todas varían, además, según el plazo o la referencia ideológica o intelectual que escojamos.

Un mundo multipolar incorpora necesariamente múltiples geopolíticas. La conmoción de guerras como la de Ucrania ha desencajado no pocas de ellas; pero eso, a larga, habría de suceder igualmente. Y es que una guerra no deja de ser un realineamiento sangriento y abrupto de las relaciones geopolíticas. La guerra visualiza el cambio al acelerarlo. Esto hace pensar en un incremento de la conflictividad global, en un mundo que, tras los dividendos de la paz proporcionados por la caída del Muro, está incrementando sus niveles de gasto militar desde al menos 2015.

De consolidarse, el revisionismo ruso supondría un relevante cambio estructural en el marco de las relaciones internacionales del cual podría derivarse el estancamiento del proceso de globalización. Ello, a su vez, provocaría cambios estructurales en la economía mundial —especialmente del lado de la oferta— además de la ruptura del marco de relaciones económicas internacionales que ha configurado el mundo desde la Segunda Guerra Mundial.

Desde una perspectiva «histórica», esto es, de un seudodesarrollo de los tratadistas que han abordado el Heartland euroasiático, las piezas de este tablero quedarían definidas por Occidente, el auge chino, el envolvimiento estratégico de Rusia, el papel de India, el Indopacífico y los espacios de creación de poder. Todo ello envuelto por un cinturón que actúa como semiperiferia estratégica y que se ha ampliado como consecuencia de la globalización.

Occidente

El término Occidente se refiere a una entidad cultural pero también a un conjunto de países que cuentan con intereses compatibles, comparten seguridad y abordan retos comunes. Afronta sus propias contradicciones como el envejecimiento, el descenso demográfico o las inherentes a la evolución de sus premisas ideológicas. Su cohesión requiere de la OTAN toda vez que es, la única organización intergubernamental que incorpora formal y específicamente a Europa y a América del Norte como únicos actores.

La guerra de Ucrania supone una pugna por el intermarium, por la franja de llanuras que va desde el mar Báltico al Negro, un espacio de transición y que separa hasta dos modelos civilizacionales. Estados Unidos y la UE precisan de Rusia para reequilibrar la masa geopolítica de Asía Pacífico (esa es una razón del presidente electo Trump para la anexión de Canadá y Groenlandia). La clave es el tipo de relación a seguir con Rusia y la estrategia para alcanzarla. La conllevanza se ha demostrado como insuficiente a largo plazo y se precisa un mayor encuentro. Su eventual acompasamiento requiere la implicación del resto de Occidente (incluso Latinoamérica) como forma natural de compensar la diferencia territorial mientras se obtendría el acceso contiguo a unos recursos naturales.

El liderazgo de Estados Unidos también se ha debilitado en Latinoamérica; de hecho, se limita a una acción de influencia, más fuerte cuanto mayor es la proximidad territorial. Tres son los principales problemas que se plantean en la relación: una pérdida de influencia económica en la región —que sigue a la pérdida de influencia política—, el crimen organizado y una emigración masiva. Otros actores suplen esta carencia.

El repliegue estratégico que aparenta pretender la nueva Administración Trump puede materializarse con una mayor presencia de Estados Unidos en la región; y más si se atiende a que es un relevante tablero de su pugna con China. Y no son pocos los signos en ese sentido que ya daba el presidente Trump en su condición de electo: su citado deseo de adquirir Groenlandia (lo que tensionaría a la OTAN y le podría llevar a confrontar con la UE), la pretendida absorción de Canadá, su propuesta de tomar el control del canal de Panamá, renombrar el golfo de México, las alusiones a la emigración o la declaración de los narcotraficantes como organizaciones terroristas con lo que le habilita para intervenir en México


Figura. Panregiones de Haushofer. Fuente: VV. AA. Conferencia geopolítica. Concepto y evolución. ESFAS, 2011.

La OTAN es un instrumento capital para la articulación de Occidente. De desaparecer esta, se activaría el modelo de panregiones de Haushofer en el que China ocuparía el lugar de Japón y Estados Unidos se convertiría en la potencia regional quedando consignada a América Latina en exclusiva volviendo así a la era Monroe. Por tanto, a los Estados Unidos liderados por el presidente Trump les interesan una OTAN y una UE fuertes o, tras realizar un repliegue ordenado, conformarse con ser una potencia regional.

El auge chino

Conviene recordar, llegados a este punto y por no perder la referencia que, hace tres décadas, la economía estadounidense era el 28% de la economía mundial y la china solo el 2%. En 1988 la renta per cápita de los estadounidenses era veinticinco veces la china, mientras que hoy solo lo es cuatro veces; o lo que es lo mismo, la economía china era más de trece veces inferior a la americana. Piénsese que la economía española superaba a la china en términos de PIB global hasta, al menos, 1994.

El binomio económico aún formado por China y Estados Unidos —cuyos albores se hayan en la era Nixon y se consolidó con el ingreso de China en la OMC en 2001— ha generado beneficios mutuos, habiendo sido China la parte más favorecida por su menor poder relativo; los límites de su coevolución probablemente se superaron en 2013. Por eso su enfrentamiento no es solo económico sino fundamentalmente tecnológico, ya que la tecnología y la innovación determinan el futuro y permiten el cambio de paradigma. Ello, a su vez, sirve para preservar el presente y permite un traspaso de relaciones más indoloro y ordenado. Esto, el friendshoring, ha hecho de México en 2024 el principal socio comercial de EE.UU.

China compite con Estados Unidos y satisface las necesidades financieras de terceros cubriendo los espacios que este no cubre o abandona y no pugnando con él. La presencia China altera el orden establecido tanto a nivel global como regional. Pero el peso político de este actor no se encuentra aún, formal o fácticamente, reconocido dentro del marco institucional y de relaciones vigente. Así, el retorno de este país a la sociedad internacional y su actitud revisionista e iliberal ha provocado la alteración del statu quo a nivel global. China y Estados Unidos han mantenido —y aún mantienen— una relación de interdependencia, complementariedad y beneficio mutuo —básicamente China aportaba mano de obra barata y capital y EE. UU. mercados y tecnología, pero estas necesidades y aportes han evolucionado— la cual ha posibilitado su progresivo acoplamiento e integración económica a partir de 1972.

La visibilidad de un proyecto de la magnitud del que encarna la Ruta de la Seda colisiona con la política norteamericana —en realidad China rellena los vacíos derivados de su repliegue— y rompe con el llamado «ascenso pacífico». Por ello se encuentra en la raíz misma del conflicto.


Imagen. Principal socio comercial de los países del mundo en 2020. Fuente: GIL LOBO, Abel. «La competición comercial entre China y Estados Unidos». El Orden Mundial. 2020. https://elordenmundial.com/mapas-y-graficos/competicion-comercial-china-estados-unidos/

Asia Pacífico

El Pacífico ha suplantado la centralidad del Mediterráneo como eje del comercio y del intercambio constituyéndose en una zona de intenso tráfico marítimo. Y es preceptivo recordar la existencia de focos nodales como el estrecho de Malaca e importantes líneas de tráfico. Las flotas mercantes de los países ribereños han multiplicado su potencia en los últimos diez años; por el estrecho de Malaca pasa buena parte del comercio mundial.

El desarrollo de la región con el consiguiente incremento de los intereses de los EE.UU. ha contribuido a su mayor visibilidad, lo que a su vez supone un mayor peso de su costa oeste, incluyendo el archipiélago de Hawái. El resultado ha sido una modificación en la distribución de la fuerza que ha pasado de ser 50-50 entre Europa y Asia a 40-60, además se ha procedido al redespliegue de fuerzas dándosele un mayor peso a la porción sur. Taiwán es la clave de bóveda de la contención china que se materializa a través de la estrategia de la «cadena de islas». Con ello impide que China tenga el control de su entorno del Pacífico el cual resulta imprescindible para que, siendo ya una potencia continental, se despliegue sobre el mar y adquiera la condición de superpotencia, cosa que requiere el control de su espacio próximo, como en su momento, hizo Estados Unidos en Cuba al dictado doctrinal de Mahan.

Los efectos de la guerra comercial son apreciables. Conforme al Review of Maritime Transport 2023, en 2022, los volúmenes comerciales de la ruta transpacífica entre Asia Oriental y EE.UU. cayeron un 6,5%, pasando de 30 millones de TEU3 en 2021 a 28 millones de TEU en 2022. Y eso mientras los de la ruta Asia-Europa, por su parte, cayeron un 4,9%.

Las relaciones ruso-chinas. El envolvimiento estratégico del Heartland

Como acabamos de ver, el comercio ruso con Occidente ha caído. Este también lo ha reducido con China. El resultado colateral es el acercamiento entre China y Rusia. Con ello buscaban ganar profundidad estratégica y evitar un eventual cerco. Ambos actores no mantenían una intensa relación comercial, razón por la que todo el sistema de distribución de recursos naturales ruso se encontraba orientado hacia Occidente. China ha apostado por reconducir estas infraestructuras desarrollando decididos y relevantes esfuerzos en tal sentido.

Y es que el acuerdo con Rusia, la alianza estratégica «sin límites» suscrita en febrero de 2022, esto es, poco antes de la invasión de Ucrania de 2022, supone una reedición inversa de la semi (o seudo) alianza que mantuvo con los Estados Unidos, auspiciado por Kissinger tras la célebre visita de Nixon y que protegían a China entonces frente a aquel país; un retorno al modelo de relaciones que se mantenía en tiempos de Stalin, pero, esta vez, liderado desde China. En cualquier caso, en su relación con Rusia, China se protege por el norte, para tener las manos libres en el sur: Taiwán y el mar de China, escapando del cerco impuesto por la citada «cadena de islas».

China no es «prorrusa» sino pragmática, mantiene unas relaciones cartelizadas —como un eventual bloque antioccidental que incluyera a otros actores como Irán—, esto es, coyunturales, sobre la base de intereses no contrapuestos e ignorando las evidentes divergencias. Necesita de los recursos naturales rusos y de las ventajas geográficas de las que dispone. Y Rusia el acceso a tecnología, industria y mercados chinos para suplir así a los europeos. Por eso el apoyo que ha proporcionado a la invasión dista de ser tan completo como se predicaba en la asociación estratégica «sin límites» y, de seguro, obligará a una «compensación» rusa. A pesar de su muy diferente naturaleza, estamos ante una región geopolítica simétrica a la chino-norteamericana e igualmente basada en el beneficio.

Rusia ha sido y continúa siendo aún la piedra angular del equilibrio en Asia Central. No en vano lleva cerca de trescientos años controlando un territorio que es parte del espacio postsoviético. China tiene evidentes intereses en este; comienzan en la frontera de Xinjiang. Por eso intenta integrarla económicamente y evitar que se contamine de la inestabilidad del entorno. No en vano es aquí donde alcanza la Ruta de la Seda su pleno sentido.

Así, el retraimiento de Rusia como consecuencia de la guerra de Ucrania junto con la salida de Estados Unidos de la región puede haber generado un vacío aditivo que es susceptible de ser ocupado por China. Primero en términos económicos, al sustituir a Rusia como primer socio de los países de la región, la cual forma parte de lo que es «el extranjero próximo»; y después en términos políticos y simbólicos, como consecuencia de una reedición del «ascenso pacífico» a nivel local.

El acceso chino a los recursos energéticos afecta al interés ruso por el control de dicho sector en la zona. Y, por si fuera poco, el éxito de su ambicioso programa de la Franja y Ruta de la Seda puede tener como consecuencia el envolvimiento estratégico de Rusia —por lo que es hasta su hinterland— y que se haría más dependiente de China. Este efecto se refuerza con el vacío geopolítico provocado por la salida de Estados Unidos de Afganistán, que, de este modo, y, dicho sea de paso, se aleja de Oriente Medio y del sur de Asia Central y se acerca al Indopacífico.

La invasión de 2022, pero, sobre todo, el cambio climático ha acabado con el excepcional aislamiento del Ártico integrándolo definitivamente en el espacio global. La presencia de China en el Ártico también obedece a su política revisionista, pues este es un espacio geopolítico en transformación y del que una potencia global no puede sustraerse. Además, su presencia contribuye a mejorar su capacidad de intermediación en otras regiones.

El país asiático, actúa en el Ártico con los mismos principios y lógica política con que lo hace en otros territorios. Esto, en clave local, se traduce en la generación de redes de cooperación e influencia económica. Estamos ante una estrategia política para la zona definida como Ruta de la Seda Polar, con tal nombre se quiere significar que forma parte del proyecto global chino.

Rusia y China comparten frontera y un pasado cargado de desavenencias. La desértica Siberia es el hinterland natural de una China superpoblada —y lo es más con el calentamiento global; China al contrario que Rusia tiene el 17% de la población y el 7% del territorio del planeta y sus recursos hídricos— de la que Rusia corre el riesgo de depender económicamente. Es, por ello, que esta relación es percibida como de carácter coyuntural, pero, con todo, priorizada por China. Así, la oportunidad para el gigante asiático es innegable, pero también acredita la naturaleza coyuntural y límites de la relación entre ambos. El hinterland natural chino viene a coincidir precisamente con el heartland mundial. Esto hace que la balanza del poder a escala global, según los clásicos, se decante del lado del que lo haga Rusia que, paradójicamente, queda investida de árbitro en la contienda global y en parte del menú. Este en términos de latitud va desde el Ártico para pivotar en el cinturón formado por Irán y Asia Central.

Rusia para existir necesita ser y actuar como imperio. La referida pérdida de peso de Rusia en su hinterland natural, en el espacio comprendido entre la franja de Irán y Asia Central y el Ártico, acentuada por su dependencia tecnológica y económica de China, tendría como consecuencia el envolvimiento estratégico de este país —que no lo es— por una superpotencia y sería hasta una amenaza para su existencia como Estado. Con todo, la pugna que se dirime en el ámbito internacional se sitúa entre Estados Unidos y China, con Europa como tercero y hasta como terreno de enfrentamiento. Es más, la salida natural de Rusia ante el envolvimiento chino es Europa a la que, además, histórica, cultural y geográficamente también pertenece, pero con la que pugna. De decantarse por Europa incrementaría su peso en Occidente y en la alianza con EE.UU.

Y no olvidemos tampoco que un país pivote como Irán, a caballo entre dos mundos, se halla también en una situación de equilibrio inestable, aunque sostenido por un nacionalismo, por más que se exprese en unas claves religiosas que lo refuerzan. Este no se puede despreciar al ser fruto del desarrollo de una cultura milenaria y que actúa como estabilizador interno y es decisivo en el rechazo de cualquier presión foránea.

India. El Indopacífico. La aproximación al Heartland desde territorios adyacentes

Muchas son las cuestiones que afectan a Asia Pacífico. El papel de China en Asia —en palabras de Mao, el pez grande al que un pez pequeño, como lo es Japón, quiso devorar—, la normalización japonesa, la encrucijada coreana, el resurgir de Rusia, el renacimiento de India, el papel de Australia —el país continente— como potencia regional, su rivalidad con Indonesia… todo ello aderezado con el conflicto ideológico aún existente desde la Guerra Fría, cuyas sombras y prejuicios contribuyen a la construcción de la mirada dirigida hacia el otro cultural, en un espacio continuo de diversidad.


Imagen. El collar de perlas chino. Fuente: GIL LOBO, Abel. «La geopolítica china y su collar de perlas», El Orden Mundial. https://elordenmundial.com/mapas-y-graficos/china-y-su-collar-de-perlas/

China y la India son los protagonistas del siglo asiático, pero ni siquiera se habían percibido mutuamente como vecinos hasta fechas recientes. Mantienen unas relaciones desequilibradas, China exportaba a India en 2022 nada menos que 110.000 millones de dólares mientras importaba 15.300 millones.

Por ello considera que el ascenso de China —y su apoyo a Pakistán, su sempiterno enemigo, con el que mantiene una alianza estratégica— representa un desafío estratégico. Pero no sabe cómo conseguir lo primero, ni cómo abordar lo segundo. Y no puede alinearse con Occidente sin recordar su pasado colonial. En este contexto, ha apostado por el Indopacífico, pero manteniendo la ambigüedad con respecto a China y eso sin cerrar sus puertas ni a Rusia ni a Irán. Estamos ante un país que se alinea en función de los temas tratados. Con tal proceder busca su autonomía estratégica4.

En fin, la cultura estratégica asiática está dotada de un gran componente inercial y, además, se guía por el pragmatismo antes que por consideraciones genéricas o idealistas. La cultura del consenso es el eje de la adopción de decisiones. Además, evita tanto el conflicto como el arbitraje, y en general de cualquier forma de imposición, lo que se materializa en una permanente búsqueda de compromisos y acuerdos que proporcionen marcos estables de desarrollo y al reequilibrio de cualquier alteración en las relaciones de poder. Además, la mayor parte de los problemas regionales son transversales.

India —el país más superpoblado del mundo, cuyo actual premier nunca ha usado corbata y que, al igual que China, se abstuvo de condenar a Rusia— es un posible líder del sur global; de hecho, ha desplazado a Brasil de tal encargo. El país aúna no pocas contradicciones pues es un rival geopolítico de China y por ello cuenta con intereses concurrentes con Estados Unidos, al que es cercano; y con todo, no puede romper con China con la que mantiene cruciales relaciones. Igualmente dispone de una sólida e histórica relación con Rusia que resulta clave para su autonomía estratégica y por erigirse en gran potencia. Estas contradicciones geopolíticas son hasta internas pues se encuentra pobremente integrado y con un comercio intrarregional que apenas alcanza el 5% del volumen total5. Su economía (en torno al 7,5% del PIB mundial PPA) es dos veces y media inferior a la China.

Además, y en pos de su autonomía estratégica, en la segunda década del nuevo milenio, se ha convertido en uno de los principales importadores de armas del mundo, diversificando el espectro de países de procedencia e incluyendo a los Estados Unidos entre ellos, que le suministra hasta inteligencia aeroespacial, lo que acredita el esfuerzo de aproximación que ambos países han emprendido. Sus principales proveedores de armas durante el periodo 2016-2020 fueron Rusia (49%), Francia (18%) e Israel (13%). Por su parte, Estados Unidos ha presionado a la India sin resultado para concertar los esfuerzos por contener a China6.

A su vez, China, durante los años de su «ascenso pacífico», había postergado el desarrollo de sus capacidades militares con objeto de que este no se visibilizase. Pero una vez alcanzado un cierto estadio, ya no podía disimular tal incremento que se hizo evidente en el Indopacífico. Estamos ante un espacio geopolítico único y que llega prácticamente hasta Asia Central y alberga múltiples contenciosos.

Como resultado se ha producido un rearme naval mientras se entretejen nuevas alianzas. El «collar de perlas» es una estrategia para la protección de estas líneas que sirve para designar a una cadena de apoyos marítimos y políticos. Esto, en cualquier caso, ha cercado a la India. Estamos ante una inmensa plataforma terrestre rodeada por una gran potencia simultáneamente por tierra y mar, y que por ello percibe concernida su seguridad. Este cerco incorpora componentes militares y se realiza, además, en un área que ha sido su tradicional zona de influencia y liderazgo natural por sus dimensiones y centralidad en este espacio al que hasta da nombre.

Y eso cuando, simultáneamente, India se ubica conexa, al lado del Heartland y tiene peso demográfico, económico, territorial, cultural y político que le hacen capaz de rivalizar por él con China, como de hecho ha intentado e intenta. Su problema es la competitividad, pero su proyección es buena a largo plazo.

Espacios de creación de poder. La tecnología y el espacio exterior

El espacio exterior y la tecnología son ámbitos de creación de poder, game changers, y, por tanto, permiten a los actores abandonar el espacio euroasiático operando como una suerte de contra cerco. La tecnología puede ser un factor disruptivo al propiciar un rápido cambio de paradigma. Además, la Guerra Fría acreditó que se puede derivar a este ámbito la confrontación entre Estados. La competencia entre Estados Unidos y China se sustancia en una pugna tecnológica más que económica, trasladándose con ello al futuro y minorándose el daño económico.

Además, y como refiere Mario Torres Jarrín, la suma del capital de Google, Amazón y Apple, las tres primeras de las grandes empresas tecnológicas, las Big Tech Companies, supera al PIB de Francia y Alemania juntos. La suma de los capitales de las 10 primeras Big Tech – ninguna europea - excedería el PIB del conjunto de 130 países; y la suma de las 30 principales – una solo es europea - al de 160 naciones. Esto no solo mengua el poder de los Estados en general sino también, y no es menor, su capacidad para fijar las normas y estándares que deben regir en el contexto internacional lo cual es estratégicamente relevante. Esto ayuda a explicar la presencia de sus líderes en la toma de posesión del presidente Trump.

Y, obviamente también, obliga a su toma en consideración a las Big Tech como actores internacionales y, con ello, a establecer nuevos mecanismos internacionales de cooperación y concertación lo que ha propiciado la aparición de una llamada diplomacia tecnológica. Estamos ante una extensión de la diplomacia ordinaria que trata de enlazar gobiernos, sociedad civil y compañías digitales y tecnológicas.

Por su parte, la diplomacia digital es parte de la diplomacia pública. Esta, según el MAEC, se dirige a la opinión pública y la sociedad civil para proyectar los valores y explicar en el medio internacional las iniciativas y tomas de posición de las instituciones facilitando su implementación. Y es que las redes sociales, en el siglo XXI, son una herramienta clave de comunicación estratégica e información. No en vano, en 2024, Facebook registraba 3.065 millones de usuarios, Youtube 2.491, Instagram 2.000 y Twitter 619 con una media de uso de 2 horas y 23 minutos diarios. Hay así influencers con capacidad para movilizar o condicionar con sus opiniones a cientos de millones de personas.

Y un medio netamente tecnológico, el espacio exterior o ultraterrestre es transparente para una población que, sin embargo, tiene una gran dependencia de este medio. Y eso, además, cuando se encuentra muy débilmente ordenado desde una perspectiva jurídica y resulta cada vez más accesible. En este contexto las rivalidades geopolíticas se proyectan sobre el espacio y no solo a nivel simbólico como durante la Guerra Fría. De ahí la apuesta del presidente norteamericano por Marte.

La semiperiferia estratégica

Kissinger no veía interés en aquello que se situaba al sur de la quebrada formada por la línea que une Londres, Berlín y París. Desde esta perspectiva, el Mediterráneo, África y Sudamérica, al carecer de acceso al Heartland, se instalan en la semiperiferia estratégica, el anillo marginal, un teatro geopolítico secundario, geográficamente al margen de la pugna a pesar de contribuir al poder de las partes o de los recursos que aporten a estas. Así, el mundo islámico, al adolecer de una base industrial y radicar su importancia global en las reservas de recursos energéticos disponibles, está inevitablemente convocado por la globalización a un proceso de racionalización. Y el Mediterráneo profundizará en su periferialización por la navegabilidad del Ártico.

Y es que el sur global, del que el mundo islámico forma parte, no deja de ser un desarticulado cajón de sastre, una mera reformulación de la idea de los no alineados y, por ello, realmente carente de toda sustancia política o geopolítica; es, desde esta perspectiva, únicamente un término válido para la retórica o, peor aún, para su instrumentación, una vez vertebrado y dotado de contenido. Pero puede suponer más del 50 % del PIB global y diluye el poder de unos grandes actores que ya no lo son tanto. Y si se define contra los grandes, difícilmente se va a dejar liderar por Estados más pequeños.


Figura. Posición de los países un año después de la guerra de Ucrania. Fuente: EILJ

En fin, la pérdida de poder relativo de Occidente, su dilución, en general es lo que se va a poner de manifiesto en el contexto de la guerra de Ucrania. Así la votación en la Asamblea General de la ONU, aunque hubo una condena mayoritaria de la agresión rusa - por 141 votos de 193 y con sólo 5 votos en contra- también es cierto que 35 países se abstuvieron y 12 más no participaron en la votación, la mayoría de ellos africanos —nada menos que 17 se abstuvieron— o asiáticos7. La condena en términos de peso económico es muy inferior a la que se fundamenta en términos demográficos. Y en lo que se refiere la contribución internacional a la eficacia de las sanciones a Rusia los resultados son mucho más decepcionantes.

El ascenso de China y la pérdida de poder de Occidente forman parte de procesos diferenciados, aunque complementarios que se explican mejor cuando se toma en cuenta esta gran masa económica. Y eso mientras la geopolítica de las identidades queda consignada como mera respuesta o reacción frente al proceso de globalización e incluida en la referida racionalización; solo sirve para aumentar la entropía.

Factores polemológicos e incremento de la conflictividad

Factores polemológicos son los elementos que subyacen en el origen de los conflictos, conduzcan o no al enfrentamiento; este se produciría en función de la presencia de ciertos catalizadores o detonantes8. Así, su existencia los posibilita y la concurrencia de varios los hace más probables, pero no los asegura9. Es un fenómeno humano y, por ello, paradójico y contradictorio. Y con leyes propias o carentes de ellas.

Las guerras no suelen deberse a una sola causa sino a una pluralidad que, en unos casos, conduce al conflicto, y en otros no, sin que pueda formularse una ley general. Pero la primera condición para la guerra es que haya grupos; y para que haya grupos debe haber diferencias. La diferencia permite el establecimiento de las condiciones objetivas que hacen posible el surgimiento de los conflictos, esto es, la existencia del otro. Sin grupos no hay partes; y sin partes no hay conflicto. Por este se siente curiosidad primero, desconfianza después y, finalmente, odio. Existe reconocimiento, pero no alteridad. Por eso las grandes luchas se establecen entre grupos humanos en los que existen diferencias menores. Se busca entonces la diferenciación a través de la violencia.

Otro conjunto de factores polemológicos relevantes, según se ha visto en los anteriores capítulos, son los referidos a los recursos y el territorio que figuran en las razones de la pugna; se combate para algo, por un interés. Y un tercer conjunto de factores sería relativo a la seguridad; el dilema sería fruto de la diferente agenda política de los actores en relación. Estamos ante la traslación a las relaciones internacionales de la conocida como pirámide de Maslow.

La diferencia como factor polemológico. Globalización y mestizaje

Los conflictos identitarios son la forma en la que la globalización progresa. La convergencia que comporta la globalización trae consigo un proceso de racionalización y, por ello, de supresión de las diferencias. Estas, contra el resultado final, se ven magnificadas, provocando una suerte de geopolítica de las identidades que, paradójicamente, no es otra cosa que el resultado de su superación. Son conflictos entrópicos y hasta autolíticos.

Etnia, lengua, religión y cultura son etiquetas, elementos de definición identitaria al tiempo que, y por ello, planos habituales para el conflicto. Esto es, actúan como mecanismos de polarización promoviendo el alineamiento de la población de modo dicotómico y excluyente, según la lógica de clasificación dentro-fuera. La cuestión es que se encuentran entrelazados de un modo difícilmente disociable. Por más que, teóricamente, se definan con nitidez, en términos prácticos es muy difícil. Y cualquiera que sea su signo, se transforman en políticas obligando, al margen de sus raíces, a un análisis igualmente político.

Así, estas sirven a la movilización de grandes grupos por cuanto «toma los hechos neutrales de un pueblo —la lengua, territorio, cultura, tradición e historia— los convierten en una narración… toma las «diferencias menores» —en sí mismas irrelevantes— y las transforma en grandes distinciones… la característica más acusada de la mirada narcisista es que solo contempla al otro para confirmar su diferencia10. Y es un sentimiento comúnmente reconocido que cuanto más inseguro se siente el hombre más se afirma en su identidad, siendo en consecuencia las sociedades donde resultan particularmente estrechas las identificaciones entre sus miembros aquellas en que más enconadas son las disputas11.

El yihadismo obedece a esta lógica. Es un movimiento reactivo y de reflujo ocasionado por la globalización. La fortaleza y coherencia de su actuación obedece la existencia de una poderosa base doctrinal proporcionada por el salafismo moderno. El resultado va a ser una suerte de magma en el que se inscriben organizaciones de ámbito local o regional.

Es más, el propio caso del islam es paradigmático. Es esta una religión diversa y plural. En el mundo islámico, como en el protestante, la predicación predomina sobre la teología, lo que le confiere una notable capacidad adaptativa y de penetración, pero, a la postre, genera importantes debates doctrinales. El islam no ha pasado por la experiencia de Trento, esto es, no ha hecho el tránsito de ser una comunidad de fieles, en su sentido gregario, a constituirse en una unidad de credo y doctrina.

La globalización ha provocado que, si el norte se ha encontrado con el sur, también el este se ha encontrado con el oeste y el islam iniciando todo un subproceso de racionalización sobre modelos que igualmente se pretenden más fuertes, o el equivalente en términos ideológicos como más puros, más exigentes, dentro de los cuales es posible incluir la corriente salafista. En cualquier caso, la globalización le ha hecho consciente de esa diversidad, amplificando los debates y otorgando una voz —no acorde a su implantación real— a los pronunciamientos extremos.

Estamos ante sociedades fracturadas entre el presente y un pasado imaginado, en las que el modelo de Estado no se encuentra plenamente implantado pudiendo hablarse de un principio inspirador nacional islamista en su política exterior y de una lucha entre los principales actores de un universo policéntrico y fragmentado por el liderazgo nacional y regional y por la representación del islam.

A esta lógica, en otros ámbitos culturales, pertenecen otros movimientos como el indianismo. El indigenismo es una propuesta identitaria que enfatiza al indígena y su cultura como elementos de la identidad nacional incorporándolos como ciudadanos plenos y propiciando su desarrollo y asimilación. En el siglo XXI, la indianidad —a la que podemos definir como la particularidad de quienes se consideran y son considerados como indígenas y reclaman la autogestión— ha sustituido al indigenismo y convertido al indio, de objeto de unas políticas, a sujeto de la misma, lo que, asociado a metodologías populistas, ha permitido la actuación concertada de pueblos indígenas diversos mejorando la calidad de vida india y ensanchando la base democrática de las naciones latinoamericanas, lo que no está exento de contradicciones. De esta manera, se sitúa en una marcha hacia la integración.

En fin, cuando los conflictos, las guerras, se daban dentro de un mismo mundo se «reducían» a un choque de voluntades que se resolvía en el campo de batalla; cuando se producen entre mundos distintos dejan de ser un choque de voluntades y se transforman en un choque de identidades que trasciende de la voluntad de las partes y aun al resultado fijado en el campo de batalla. De hecho, el campo de batalla no puede dirimir el problema que se le plantea, porque este es ideológico o cultural, no militar. No es un plano de vehiculación correcto. Y es que el campo de batalla puede determinar qué voluntad es más fuerte, puede destruir la voluntad de seguir luchando del adversario, pero no puede resolver sus problemas de identidad. No cabe construir una identidad contra nadie; eso es aceptar dejarla coja.

El discurso de las partes subsiste después del combate porque no se ve alterado por su desarrollo ni aun por su desenlace. No hay un futuro diferente, no ya mejor, después de la victoria o de la derrota, porque no se ha resuelto el problema o, incluso, porque ni siquiera se ha planteado, simplemente se ha derramado sangre y satisfecho la emocionalidad de las partes.

Es más, el problema militar, se encuentra resuelto de antemano por el manifiesto desequilibrio de fuerzas. Occidente ganaría esta guerra de existir interés real, es decir, si el conflicto se plantea estrictamente en clave de eficacia y no en términos de eficiencia. El problema que realmente subyace bajo el envite militar es mucho más complejo y difícil, ganar la paz. La herramienta militar lo único que permite es aplazar el conflicto real, dado que la aniquilación del contrario —que sería la única forma de lograrla de modo puramente militar— es contraria a los valores, al discurso, de Occidente.

Ello sitúa a las Fuerzas Armadas ante una contradicción que se resuelve al limitar los efectos de su actuación al debilitamiento de la contraparte y a su contención, lo que a su vez permitiría ganar un recurso crítico para hacer posible la paz, esto es, el tiempo necesario para propiciar la transformación de las sociedades, eje sobre el que gravita el problema.

En cualquier caso, la solución de este tipo de problemas precisa de tiempo, a veces hasta generaciones (romanizar Afganistán hubiera implicado actuar como lo hacían los romanos: instalaciones permanentes y siglos de educación), y pasa sin duda por el reforzamiento de los Estados que alberguen a estas sociedades y su implicación en las labores de erradicación de la violencia, mientras se actúa sobre las causas que propician su origen y que están, a su vez, relacionadas con el colapso del propio Estado.

A esto se suma la problemática de los flujos migratorios que la globalización incorpora. Tal fenómeno se reproduce como una constante en las diferentes áreas geopolíticas estudiadas. Y es que el mundo camina hacia el mestizaje como parte nuclear de la globalización cuya naturaleza integral, además, hace tal proceso inevitable e irreversible. Y la proximidad de la diferencia, como se ha visto, afecta a la percepción de seguridad. Esta es una percepción al margen de la naturaleza real del peligro considerado. Y supone un reto para la naturaleza integradora del Estado que la alberga y a los valores de la sociedad de acogida.

Y es que la relación entre Estado y sociedad es simbiótica. La debilidad de la sociedad es causa de la debilidad del Estado. Y en el debilitamiento del Estado, cuando no en su fracaso, frecuentemente se encuentra la causa de los conflictos. Es más, siendo el Estado un instrumento integrador que las sociedades ponen a su servicio, la clave es el reforzar y transformar el Estado para reforzar y transformar la sociedad. Es su debilidad la que posibilita la fractura de las sociedades en placas tectónicas y, con ello, la raíz de múltiples conflictos.

Territorio y recursos como factores polemológicos

El territorio es el principal elemento en la definición del Estado. No existe un Estado que no posea territorio; mientras, una ciencia, la geopolítica, estudia la relación entre territorio y política. El territorio12 es la configuración física sobre la que se erige la estructura jurídico-política del Estado. Por ello, el dominio del territorio ha sido tradicionalmente objeto de conflicto por cuanto que resulta de naturaleza sustancial y llega a condicionar la propia existencia del Estado. De hecho, más la mitad de las guerras entre 1648 y 1945 eran territoriales13.

Pero, no solo eso, los Estados tienden a extender su soberanía a todos aquellos espacios que son capaces de controlar. El problema surge entonces cuando varios Estados se consideran capaces de asumir el control de un espacio y pretenden tener algún derecho sobre aquel. Y no es un problema infrecuente. En 2009, un 17 % de las 309 fronteras terrestres que existían en el mundo se encontraban cuestionadas y 39 países están implicados en querellas de jurisdicción sobre archipiélagos e islas14.

No obstante, la dominación del territorio ya no es esencial. Existen otras formas de control de los recursos. En cualquier caso, la clave polemológica se sitúa así en el binomio población-recursos. La modificación de uno de los factores afecta al otro al tensionar el binomio. Todo ello coincide con una deslocalización de las fuentes de materias primas, mayormente situadas en el tercer mundo, respecto de la ubicación de los centros de producción y consumo, que en no pocas ocasiones han agotado ya las suyas propias y se sitúan en el primero. Solo EE.UU. consume en torno al 30% de los recursos mundiales15.

El otro elemento del binomio población-recursos es la demografía. Huntington ya apuntaba a ella como agravante de la lucha de civilizaciones. Y Bouthoul la considera causa de guerra. Esta puede ser un importante factor polemológico al desplazar con su crecimiento el centro de gravedad de la política mundial hacia la lucha por los recursos naturales, alejándola de enfrentamientos culturales o religiosos. Como dice Paul Kennedy: «Una explosión demográfica en una parte del globo y una explosión tecnológica en otra no es una buena receta para un orden internacional estable»16.

Los cambios que, caeteris paribus, va a experimentar el mundo en términos de población se adivina que no son menores. En 2100, el país más poblado será India 1.530 millones de habitantes. Algunos estudios apuntan a que China pasará de 1.420 millones pasará a 776 millones, Europa perderá un 10% ((España rondaría los 31 millones de población nativa, descendiente de la actual), Japón un 40%. Mientras países como Nigeria sumarán 550 millones17. Todas esas pérdidas o ganancias afectarán al poder de los países. Desde luego, el de China no será el mismo.

Los problemas de distribución de los recursos son graves. No obstante, no es la pobreza lo que constituye propiamente un factor polemológico, sino la percepción de injusticia18.

La seguridad como factor polemológico

Un riesgo es la posibilidad de una contingencia, que, de alcanzar una forma concreta, llega a ser percibido como un peligro; cuando el peligro se manifiesta abiertamente es una amenaza. Cuando esta se materializa se produce un daño. Una sociedad está segura cuando se encuentra libre de riesgos, peligros, amenazas y daños19.

Siendo relativos y subjetivos los términos de su definición, la seguridad absoluta sería inalcanzable. Por eso las sociedades siempre toleran un umbral de riesgo que será cada vez menor cuanto mayor sea el esfuerzo por reducirlo.

El equilibrio de fuerzas implica un equilibrio en cuanto a la seguridad lo que, dicho sea de paso, constituye una expresión más de su naturaleza relacional20. La seguridad así debe ser lo más alta posible pero también lo más igual posible; lo que permite, a contrario sensu, la lectura harto positiva de que incrementando la seguridad de la otra parte se expansiona la propia21.

La convergencia entre países que la globalización trae consigo incorpora también una convergencia de seguridades (y también de calidades de vida). Esto supone, en el caso de Occidente, una pérdida de seguridad (y de calidad de vida) que se traducirá así en un incremento de la conflictividad.

En este contexto, los estándares de seguridad con que vivían nuestras sociedades, caracterizadas por su aversión a cualquier tipo de riesgo, se han demostrado poco realistas ante el crecimiento exponencial de relaciones de todo tipo. Y por única, antinatural, insostenible ante el ascenso de los otros. Por tanto, se requiere a medio plazo un cambio cultural para ser capaces de vivir con la misma libertad en un entorno de menor seguridad.

Peor aún, la pérdida de seguridad es inapelable pues es subsidiaria de un proceso principal, la globalización. Y de no crearse valor —con la tecnología o el espacio exterior, por ejemplo— la acompañará además una pérdida de renta disponible de las sociedades occidentales. Esta será fruto del proceso de nivelación resultado de la redistribución de los recursos disponibles impuesta por la globalización, y que exacerbará la problemática de seguridad.

Además, para conseguir la seguridad absoluta —conviene recordar que los romanos conquistaron el mundo conocido buscándola— hay que irse lejos del territorio nacional según una lógica que ha obligado a Europa, por ejemplo, a intervenir en el Sahel. Pero estas intervenciones, y los casos de Afganistán, Irak o Libia son paradigmáticos, generan perturbaciones y con ello nuevas y aún mayores incertidumbres.

Con todo, ninguna frontera ni accidente geográfico ha servido para detener ningún proceso global, como, por ejemplo, una pandemia; a lo sumo la han retrasado. Es más, todo lo que supone límites, fronteras, puede ser un problema en la medida en que estas rompen con la continuidad, pero no sirven para superar el paradigma; en el contexto de la globalización que por su naturaleza las supera, son una ficción que, al final, añade complejidad al problema.

Las fronteras, físicas o conceptuales, no son tanto la solución como parte del problema porque no obedecen a las claves de la nueva realidad internacional. Son solo una expresión, ya sea geográfica, o de otra índole, que no refleja ni recoge las múltiples facetas que trascienden y envuelven los problemas que existen a un lado y a otro de los límites que se pretende perfilar.

La percepción de desorden propia de los procesos geopolíticos de transición puede generar inseguridad por más que el orden del siglo XX, la destrucción mutua asegurada, no contribuyese precisamente a esta. La amenaza, además, no solo ha perdido parte de su empuje, sino también su componente direccional. Y la tecnología nuclear será cada vez más difundida con el tiempo.

Reflexiones finales

La globalización no es un proceso único, sino que incorpora diversas tipologías interrelacionadas (cultural, financiera, industrial, tecnológica, conocimiento…) pero entre las que prima lo cultural. Una nueva Guerra Fría podría detener temporalmente alguna de sus formas, pero estas continuarían empujando en la dirección de avance. El mundo camina hacia la convergencia, esto es, hacia el mestizaje y la nivelación, con todas las contradicciones y paradojas que la racionalización comporta. Es un proceso inevitable, por las fuerzas puestas en marcha; y no es pacífico, porque es un proceso de racionalización.

Es también este un proceso en marcha y que aún no se ha completado. Así, no ha sido posible el recambio de la arquitectura internacional edificada sobre los cimientos de la Segunda Guerra Mundial. No hay suficientes instituciones de gobernanza ni el derecho ha evolucionado a una velocidad adecuada para cubrir las necesidades regulatorias de la sociedad internacional. Su avance se produce así sin normas cuando no mediante el empleo de políticas de poder. Esto explica que la corrupción y el crimen organizado adquieran carácter global convirtiéndose en una forma adelantadas del proceso y obligando a avanzar en él para dar la debida respuesta.

Ello, además, ha dado pie a la aparición de mecanismos no formales de concertación política en lo que supone un intento de suplir la falta de gobernanza derivada del evidente progreso de la globalización: G-20, G-7, G-8, el complejo institucional gestado en torno al ASEAN… y otras entidades de lo que se ha venido a denominar Track-2 y que no sustituyen a los organismos formales, sino que los complementan. Se trata de satisfacer las necesidades de estabilidad y predictibilidad del sistema.

El mundo globalizado, líquido y dominado por flujos, se ha hecho pequeño y la vida local se ha entrelazado con estructuras, procesos y eventos globales. Pero la globalización también internacionaliza cosas tan indeseables como la corrupción o el crimen organizado. Estos fenómenos, complejos y diversos, debilitan al Estado y hasta pueden propiciar su colapso. Los procesos en cuestión tienen lugar principalmente en entornos regionales, por lo que obligan a soluciones del mismo signo, que además deben ser integrales, lo que, a su vez, favorece la globalización.

La globalización está a medio plazo asociada con una tendencia a la regionalización. Esta provoca la desaparición de los componentes estancos de las organizaciones regionales en pro de la eficiencia económica; pero, como contrapartida, también trae consigo el riesgo de convertirlos en fortalezas para afrontar los dilemas de seguridad inherentes al proceso y a un entorno cada vez más ampliado. Con ello, simultáneamente y en un doble movimiento, se hacen desaparecer los muros interiores mientras se fortalecen las fronteras exteriores.

Finalmente, poner en valor que la Unión Europea ha respondido satisfactoriamente a tres crisis consecutivas (hipotecas subprime, pandemia y la crisis posterior a esta) y a un intento de shock energético, lo que sin duda ha contribuido a la consolidación de todas sus políticas. El que respondiera al desafío de Rusia, supone un hito más en su construcción por desbordamiento. Y su compromiso con Ucrania, a cuyo esfuerzo de guerra ha contribuido eficazmente, supone una expresión de autonomía estratégica, toda vez que trae consigo europeizar lo que es europeo. Pero esto, y el gasto militar que implica, alterará los equilibrios intraeuropeos trayendo de vuelta viejos problemas como el papel de Alemania en Europa.

En fin, como ya escribiera Shakespeare: «La fresa crece bajo la ortiga, y los frutos más sabrosos progresan y maduran mejor en la vecindad de las más groseras especies»22.

Federico Aznar Fernández-Montesinos
Analista del IEEE

1HOWARD, Michael.  Las causas de los conflictos y otros ensayos. Ediciones Ejército, Madrid, 1987, p. 164.
2TILLY, Charles. Coerción, capital y los Estados europeos 990-1990. Alianza Editorial, Madrid 1992,
3Unidad de medida cuyas siglas refieren «unidad equivalente a 20 pies» esto es, la capacidad de carga de un contenedor de 20 pies.
4DE PEDRO Nicolás. La India, potencia global en ciernes y clave del Indopacífico. Análisis del Instituto Español de Estudios Estratégicos núm. 17/2023. 3 de marzo de 2023. Disponible en: https://www.defensa.gob.es/Galerias/fichero/docs_analisis/2023/DIEEEA17_2023_NICPED_India.pdf (consultado 8/1/2025)
5Ibídem.
6PARDO DE SANTAYANA, José. La guerra de Ucrania y la rebelión del Sur global. Documento de Análisis del Instituto Español de Estudios Estratégicos núm. 63/2022 de 13 octubre 2022.
7ROMERO PEDRAZ, Belinda. “Guerra económica contra Rusia”. Documento de Análisis del Instituto Español de Estudios Estratégicos, número 58/2022 https://www.defensa.gob.es/Galerias/fichero/docs_opinion/2022/DIEEEO58_2022_BELROM_Rusia.pdf
8FISAS, Vicenc. Procesos de paz y negociación en los conflictos armados. Ediciones Paidós Ibérica, Barcelona, p. 43.
9Ibídem, p. 17.
10IGNATIEFF, Michael. El honor del guerrero. Editorial Taurus, Madrid, 1999, pp. 54-55.
11STORR, Anthony. La agresividad humana. Alianza Editorial, Madrid, 1970, p. 100.
12DE BLAS GUERRERO, Andrés. Teoría del Estado. UNED, Madrid 1993, p. 115.
13DAVID, Charles-Philippe. La guerra y la paz. Icaria, Barcelona 2008, p. 170.
14Ibídem, p. 171.
15KLARE, Michael T. Guerras por los recursos. Ediciones Urano, Barcelona, 2003, p.130.
16KENNEDY, Paul. Hacia el siglo XXI. Plaza y Janés, Barcelona, 1992.
17OLIER, Eduardo. Las guerras del siglo XXI. Ed Sekotia, 2024.
18FISAS, Vicenc. Op. cit., p. 25.
19BALLESTEROS MARTÍN, Miguel Ángel. La Estrategia de Seguridad y Defensa, en VV. AA. Monografía núm. 67 del CESEDEN. Fundamentos de la Estrategia para el siglo XXI, p. 17.
20CHOMSKY, Noam. El nuevo orden mundial (y el viejo). Op. cit., p. 51.
21GALTUNG, Johan. ¡Hay alternativas! Editorial Tecnos, Madrid, 1984, p. 207.
22Enrique V. Acto I.
    • El gran reto geopolítico del siglo XXI: La multipolaridad desequilibrada.