
23 ene 2025
IEEE. Japón se adentra en una era de turbulencias
Isidre Ambrós. Periodista, analista especializado en Asia-Pacífico y autor del libro “La cara oculta de China”
Introducción
Japón es posiblemente la potencia del planeta que ha sufrido más altibajos en su evolución durante los últimos sesenta años. En la década de los años sesenta del siglo pasado era un país que estaba tratando de recuperarse de las consecuencias de la Segunda Guerra Mundial. En los años ochenta, fruto de la combinación de una fuerte inversión en industria y tecnología y la disciplina y determinación de sus ciudadanos, se convirtió en la segunda potencia mundial con unas tasas de crecimiento económico de dos dígitos. En aquellos años, el superávit comercial japonés se disparó y el dinero entraba masivamente. El mercado inmobiliario hacia crecer el mercado de valores y viceversa, hasta que la burbuja estalló en 1990 y Japón entró en una crisis económica con terribles consecuencias para el país, que se prolongó por espacio de veinte años. Una etapa que los economistas locales definieron como la “edad de hielo del empleo”, por la drástica reducción de contratación de nuevos empleados que llevaron a cabo las empresas.
Tras esas dos décadas, en que el país sufrió una dilatada y profunda crisis, con bajas tasas de crecimiento y deflación que repercutieron en una fuerte caída de los ingresos reales de los hogares, el país inició una sólida recuperación socioeconómica a partir del 2012. Las elecciones generales de ese año dieron la mayoría absoluta al Partido Liberal Democrático (PLD) de Shinzo Abe, quien se comprometió a situar al país en la senda de la recuperación económica. Una promesa que cumplió parcialmente a través de la aplicación de un ambicioso programa económico denominado “abenomics”, que consistía en aplicar una agresiva flexibilización monetaria, un gasto fiscal flexible y unas profundas reformas estructurales. Una estrategia que permitió a Japón recuperarse económicamente y ganar protagonismo en el panorama internacional. Un legado que intentaron continuar los sucesores de Abe, Yoshihide Suga y Fumio Kishida.
Las elecciones generales del 27 de octubre abocaron, sin embargo, a Japón a una nueva era de incertidumbres, desconocida por el país. Una etapa que se caracteriza por un gobierno en minoría del poderoso Partido Liberal Democrático que, tras gobernar el país 65 de los últimos 69 años, ahora precisa de apoyos puntuales de otras fuerzas políticas además de su tradicional aliado el partido Komeito. A lo que se suma un primer ministro, Shigeru Ishiba, carente de facción alguna dentro del PLD y que se presentó a la carrera por el liderazgo con un eslogan tan poco alentador como es “Proteger el futuro de Japón”. Un panorama que sugiere que este país, que cedió la medalla de bronce de las mayores economías del planeta a Alemania el año pasado, podría encaminarse a una nueva etapa de primeros ministros de “puertas giratorias”, como ya vivió en décadas pasadas, cuando los líderes no duraban de promedio más de dos años en su puesto.
Inestabilidad política
Una realidad que implica que, a pesar de ser conocido como el país del sol naciente, Japón se vea amenazado por un horizonte plagado de negros nubarrones. El primero, y más importante, es la debilidad del gobierno de Ishiba en contraste con la fortaleza de sus predecesores. La supermayoría que tenían el PLD y Komeito desde el 2012 había facilitado cambios significativos en la política exterior y de seguridad japonesa. Los ex primeros ministros Shinzo Abe y Fumio Kishida, habían utilizado esta fortaleza política interna para desarrollar la influencia estratégica de Japón en la escena internacional.
Las últimas elecciones, sin embargo, han modificado este panorama político. La coalición gobernante ha visto reducido su poder de 279 a 215 diputados, sobre un total de 465 escaños que integran la Cámara Baja. Un número menor de los 233 necesarios para tener mayoría simple y muy por debajo de 261 necesarios para disponer de una mayoría estable que permitiera al PLD controlar las presidencias de los comités de la Cámara Baja. Una derrota en las urnas que se explica por la pérdida de confianza de los japoneses hacia el partido gobernant,e debido a un escándalo de financiación de campañas políticas que afectaba a varios de sus miembros, así como por el aumento del coste de la vida, que presiona los hogares.
Un escenario que aboca al primer ministro Shigeru Ishiba a buscar apoyos parlamentarios para aprobar cualquier iniciativa política, lo que le convierte en rehén de los partidos minoritarios. Una situación nueva en la política japonesa que favorece especialmente al centrista Partido Democrático para el Pueblo (PDP), que obtuvo 28 escaños, y a los populistas del Partido de la Innovación, que cuentan con 35 escaños, que se han convertido en posibles apoyos imprescindibles para la gobernabilidad del país. Por el momento, el PLD ya ha tenido que negociar con el PDP una reducción de impuestos y ayudas a los gastos básicos de los hogares más desfavorecidos.
Unas negociaciones que no son más que los prolegómenos de lo que le espera a Ishiba, que precisará de todos los votos de estas formaciones políticas para sacar adelante tanto los presupuestos generales para el próximo año fiscal, que empezará en abril del 2025, como otro extraordinario para paliar los desastres naturales causados por un seísmo y unas lluvias torrenciales en la península de Noto, en el oeste del país.
El escándalo de la financiación política
Pero, quizás el reto más importante en materia de política interna que enfrenta Shigeru Ishiba es el de la reforma del sistema de recaudación de fondos para fines políticos. Un asunto muy sensible para los japoneses, en la medida en que se trata de una de las principales vías de financiación de los políticos japoneses y proclive a generar escándalos de corrupción, como el que le ha costado al PLD un serio correctivo en las últimas elecciones. Se trata de un tema de enorme calado que tanto los partidos de la oposición, como los pesos pesados de su propia formación, le pueden hacer pagar un fuerte precio a Ishiba para aceptar sus reformas, ya que en julio del 2025 habrá elecciones a la Cámara Alta y el PLD no quiere sufrir un nuevo castigo electoral. No en balde, la expresión “uragane mondai” (escándalo de fondos de sobornos) entró en la lista de las 10 palabras de moda del año en Japón y un revés en esa reforma legislativa podría hacer fracasar su gestión y provocar su dimisión como primer ministro.
El tema de la financiación política es un asunto de compleja solución, que ya se llevó por delante al anterior primer ministro, Fumio Kishida, quien se mostró sin fuerzas para resolver esta cuestión, Bajo su liderazgo, el PLD se vio afectado por revelaciones sobre su relación con la Iglesia de la Unificación, un grupo religiosos vinculado a negocios millonarios y presuntamente relacionado con el asesinato de Abe en verano del 2022, así como por un escándalo sobre el uso de fondos políticos por parte de varias facciones de su partido que se destapó en diciembre del año pasado, lo que alimentó la desconfianza de los votantes hacia los candidatos del Partido Liberal Democrático. El fraude consistía en no declarar parte de los ingresos obtenidos a través de eventos de recaudación de fondos para campañas políticas y dedicarlos a otros fines particulares, lo que se puede interpretar como sobornos.
El escándalo alcanzó tales dimensiones en el PLD, que varias de las facciones existentes en el interior del partido decidieron disolverse, entre ellas la del ex primer ministro Shinzo Abe, la más poderosa de todas.
Ante tal situación, Shigeru Ishiba se comprometió, tanto al asumir el liderazgo del PLD como después el cargo de primer ministro, a elaborar un nuevo código legislativo sobre la recaudación de fondos para fines políticos mucho más transparente. Para alcanzar este objetivo, Ishiba ha pedido la colaboración tanto del Partido Democrático para el Pueblo y del Partido de la Innovación, como de la principal fuerza de la oposición, el Partido Democrático Constitucional de Japón. Y ha emplazado a sus líderes a cooperar para revisar a fondo la legislación sobre el control de dichos fondos políticos y consensuar los cambios que deben llevarse a cabo.
La intención de Ishiba es la de suprimir las asignaciones por actividades políticas que los partidos otorgan a los legisladores individuales y crear una organización de terceros que supervise la recaudación de los fondos políticos y la contabilidad.
No obstante, el primer ministro no lo tiene fácil para sacar adelante su reforma de la ley de recaudación de fondos para fines políticos. Se trata de un asunto muy sensible, que afecta especialmente a su propio partido y a las facciones que aún sobreviven. Prácticamente desde su origen en 1955, el PLD se ha estructurado en facciones que ejercen su control dentro de la organización. Sus dirigentes son los que recaudan y distribuyen fondos, negocian puestos de liderazgo en el gobierno y el partido y, en definitiva, quienes encumbran y desautorizan a los líderes políticos.
¿Quién es Shigeru Ishiba?
El trasfondo de las repercusiones que puede tener en las filas del PLD una reforma profunda de las normas sobre la recaudación de fondos sugiere que el actual primer ministro no lo tendrá fácil para sacarla adelante en el parlamento japonés. Entre otras razones, porque a Ishiba, de 67 años, no se le puede considerar un peso pesado en el partido gobernante, a pesar de ocupar ahora su liderazgo.
La realidad es que Shigeru Ishiba es mucho más popular entre la población y las bases del PLD que entre sus cuadros dirigentes. Entre otras cosas, por haber participado en la inauguración de un centro de exposición de figuras niponas disfrazado de Majin Boo, uno de los personajes más populares de Dragon Ball, pero también por defender posiciones centristas en una formación con políticas muy conservadoras, así como por preocuparse por impulsar medidas para los más desfavorecidos.
Su relación con el PLD ha sido más bien tormentosa, hasta el punto de que muchos le consideraron un traidor, porque en 1993 abandonó la organización junto a otros miembros de la formación y provocó que el partido pasara a la oposición por primera vez en su historia. Regresó a las filas del PLD en 1997 y pasó a ocupar diferentes cargos de responsabilidad, que culminaron con su nombramiento como ministro de Defensa en el 2007 y luego de Agricultura en el 2008. Desde el año siguiente, cuando el Partido Liberal Democrático perdió las elecciones, Ishiba permaneció alejado de la dirección del partido hasta prácticamente el año pasado.
Un alejamiento de los centros de poder que se explica porque Shigeru Ishiba había sido durante mucho tiempo un rival político del ex primer ministro Shinzo Abe y de su aliado y también ex primer ministro Taro Aso, a quienes criticaba duramente por aplicar políticas demasiado derechistas. Un posicionamiento que hizo que Ishiba permaneciera estancado en puestos menores durante la mayor parte de los gobiernos de Abe y luego de Fumio Kishida. Una rivalidad que le llevó a fracasar hasta en cuatro ocasiones en sus intentos de presidir el PLD y, por tanto, de convertirse en primer ministro de Japón. Una meta que logró el pasado octubre y que alcanzó posiblemente como consecuencia de que la poderosa facción de Abe ya se había disuelto a causa de los escándalos de financiación política y había perdido su capacidad de influencia. Una coyuntura que le permitió erigirse en líder del PLD por solo veintiún votos frente a su contrincante Sanae Takaichi, autoproclamada protegida de Abe y de ideología más conservadora. Una diferencia exigua que sugiere que hay muchos miembros del PLD que no lo apoyan.
Los desafíos de política exterior y defensa
La realidad, sin embargo, es que una vez instalado en Kantei, el edificio donde el primer ministro de Japón ejerce sus funciones, a Ishiba le esperan varios desafíos importantes en materia de política exterior durante el 2025, además de tener que lidiar con los asuntos internos del país. El más importante de todos ellos será el de establecer su relación con el nuevo presidente de Estados Unidos, Donald Trump, que estrenará su cargo el 20 de enero. Una relación que levanta muchas expectativas en Tokio, en la medida en que se trata del principal socio de Japón y, por tanto, se supone que de la fluidez de ese diálogo dependerá en gran parte el futuro desarrollo económico del país y su proyección exterior.
Así, en la medida en que la alianza entre Japón y Estados Unidos es una prioridad, Ishiba debe contemplar la buena sintonía que mantuvieron Abe y Trump como un ejemplo a seguir. No obstante, el mundo ha cambiado mucho desde entonces y seguramente también lo han hecho los objetivos que se ha marcado Trump para su segundo mandato en la Casa Blanca en general y para la región del Indo-Pacífico en particular.
El abanico de intereses que debe abarcar el diálogo entre Tokio y Washington es amplio. Uno de los más importantes es el referido a la política comercial. A los dirigentes japoneses les inquieta la política de aranceles que pretende aplicar la Casa Blanca, ya que un aumento de tasas podría tener un grave impacto en las exportaciones niponas y por tanto en la marcha de la economía de la cuarta potencia mundial. Un asunto nada baladí sobre el que los técnicos del gobierno nipón aún no se han pronunciado, a la espera de que Trump tome posesión de su cargo.
Otro de los aspectos que se adivina complicado para la diplomacia japonesa en sus relaciones con Washington son los asuntos en materia de seguridad y defensa. Un diálogo que se aventura complejo, dadas las ideas que pretende impulsar Ishiba en este capítulo, en la medida en que fue ministro de Defensa y es uno de los principales expertos del país en esta materia.
Promover una OTAN asiática
Shigeru Ishiba es partidario de fomentar un acuerdo de seguridad colectiva en Asia equiparable a la OTAN, que haga frente a la creciente asertividad de China, las amenazas nucleares de Corea del Norte y la presencia de una Rusia cada vez más activa en la región. Un panorama que hace que el dirigente japonés considere que una iniciativa militar de esta índole en la región sea una prioridad y aspira a convencer a Washington para que se sume a su proyecto y lo impulse.
Junto a esta propuesta, el líder nipón también quiere revisar el tratado de seguridad entre los dos países. Pretende profundizar la coordinación del mando y el control militar entre las fuerzas de ambos estados. Plantea establecer tropas de las fuerzas de autodefensa de Japón en la isla estadounidense de Guam, con el fin de fortalecer las capacidades de disuasión de Japón y Estados Unidos en la región, y propone desarrollar un vínculo más fuerte entre los dos países en materia de innovación en tecnología de defensa.
Unos planes de seguridad y defensa muy ambiciosos, pero de difícil plasmación. En el caso de una OTAN asiática, a diferencia de la organización atlántica, que tiene a Rusia como hipotético enemigo, la versión oriental de dicha institución militar cuenta con muy pocos partidarios. La mayoría de los países del sureste asiático no están por la labor de engrosar una alianza militar contra China, que es su principal socio comercial. E India, el otro gigante regional, enarbola el principio de autonomía estratégica para evitar tensiones con Pekín. No obstante, Tokio ha empezado a ofrecer asistencia en materia de seguridad a los países más proclives a Estados Unidos, como Filipinas, Corea del Sur, India y Australia, en un intento de estrechar vínculos y apuntalar su estrategia de cooperación militar regional como embrión de una futura organización defensiva de la Indo-Pacífico.
Tampoco parece muy viable la propuesta de Ishiba de establecer soldados japoneses en las bases estadounidenses de Guam. Un proyecto que equivaldría a situar a ambos países en una relación de igualdad en materia de seguridad y defensa: Soldados estadounidenses en Okinawa y japoneses en Guam. Sin embargo, Washington nunca se ha mostrado predispuesto a establecer este tipo de cooperación y es de suponer que Trump tampoco lo va a hacer ahora, como tampoco lo hizo durante su primer mandato presidencial, en el que más bien se desentendió de la cooperación con sus aliados del Indo-Pacífico.
La realidad es que a la luz de las personalidades de Ishiba y Trump todo lleva a pensar que la nueva administración japonesa puede enfrentar un comienzo difícil en términos de diplomacia y seguridad con la Casa Blanca.
Acercamiento a China, frialdad con Rusia
Un panorama distinto parece abrirse, sin embargo, en el diálogo entre Tokio y Pekin. Nadie cuestiona que la relación con China es la otra gran prioridad de la política exterior nipona. En este caso, a Ishiba le pueden favorecer las enseñanzas que obtuvo de su mentor político, el ex primer ministro Kakuei Tanaka, conocido por su inclinación pro China en tiempos de la guerra fría. Él fue, por parte japonesa, el impulsor y firmante, junto al entonces primer ministro chino Zhou Enlai, del comunicado conjunto Japón-China de 1972, que marcó el restablecimiento de las relaciones diplomáticas entre los dos países asiáticos.
Ahora, puede que sea por casualidad del calendario, pero tras dos meses de ejercer de primer ministro, Ishiba ya se había reunido con su homólogo chino Li Qiang, y con el presidente Xi Jinping, Una cita que a Shinzo Abe le costó dos años de espera. Unos encuentros que parecieron desarrollarse en un tono positivo y con predisposición a mejorar unas relaciones bilaterales siempre complejas por la disputa territorial de las islas Senkaku o Diaoyu en mandarín y por la iniciativa de Pekín de impedir la importación de productos del mar procedentes de Japón, debido al vertido de agua tratada de la central nuclear de Fukushima. Asuntos a los que se suma la demanda del gobierno japonés de una mayor seguridad para sus ciudadanos que habitan en China, como consecuencia del asesinato de un niño nipón en Shenzhen. Un suceso que las autoridades chinas consideraron aleatorio y restaron importancia, lo que molestó a dirigentes japoneses.
Una incógnita, en cambio se abre en torno a la postura que mantendrá Ishiba respecto a Rusia. En general, el diálogo entre Tokio y Moscú nunca ha sido fácil y siempre se ha visto enturbiado por las reivindicaciones de los dos países sobre las islas Kuriles. En esta línea, la invasión de Ucrania por parte de las tropas rusas no ha hecho más que empeorar las relaciones entre los dos países. Tras producirse la invasión rusa, el entonces primer ministro japonés, Fumio Kishida dio un paso más y declaró que las Kuriles del sur eran "un territorio en el que Japón tiene soberanía". Una afirmación que ratificó su ministro de Asuntos Exteriores, Yoshimasa Hayashi, al precisar que son una parte integral de Japón. Una actitud que ha ido acompañada del apoyo de Tokio a las sanciones del G-7 a Rusia, lo que ha provocado un aumento de la actividad militar del ejército ruso en torno a Japón, así como la aplicación de sanciones de Moscú contra ciudadanos y organizaciones japonesas.
Buena sintonía con Corea del Sur, inquietud con el Norte
Las posturas de Tokio y Moscú se han endurecido, además, en los últimos meses, tras el acercamiento de Rusia al régimen de Corea del Norte. Un gesto que primero sorprendió y después irritó a la diplomacia nipona. La realidad es que el creciente diálogo que mantiene desde hace un tiempo el presidente ruso, Vladimir Putin, con el líder norcoreano Kim Jong Un es motivo de inquietud en la capital japonesa. Un desasosiego que ha aumentado tras la firma en junio pasado de un tratado de asociación estratégica integral, que incluye una disposición de asistencia mutua en caso de ataque a cualquiera de los dos países. Un pacto que revive la obligación de defensa mutua en virtud de un acuerdo de 1961, que quedo invalidado tras el colapso de la Unión Soviética en 1991. Una actualización que la Agencia Central de Noticias de Corea (KCNA) se encargó de precisar en una nota informativa, en la que subrayaba que el nuevo tratado servía como marco legal para "defender firmemente el ambiente de seguridad regional y global de conformidad con los intereses comunes" de los dos países.
Pero si Corea del Norte se ha convertido en un creciente quebradero de cabeza para Tokio, con la amenaza de misiles norcoreanos volando cada vez más cerca del territorio japonés, las relaciones con Corea del Sur son cada vez más fluidas. En este sentido, en el 2025 se cumplirá el 60 aniversario del establecimiento de las relaciones diplomáticas entre los dos países. Una efeméride que Shigeru Ishiba seguramente aprovechará para demostrar el deseo permanente de mejorar las relaciones entre los pueblos japonés y coreano. Una voluntad que ya demostró Ishiba nada más asumir el cargo de primer ministro, cuando indicó que tenía intención de proseguir la “diplomacia de cumbres” que relanzó su antecesor Fumio Kishida, quien se reunió con el presidente surcoreano Yoon Suk-yeol para impulsar las relaciones bilaterales.
Un ambicioso plan de defensa
Por otra parte, ante un panorama regional tan convulso, con una guerra en Ucrania, una postura militar cada vez más agresiva de China y las dudas acerca de los próximos pasos de Corea del Norte, Shigeru Ishiba está convencido que debe llevar a la práctica el ambicioso plan de defensa que promovió su antecesor Fumio Kishida en 2022. Una iniciativa, con un coste cercano a los 400.000 millones de dólares, cuyo objetivo es el de convertir a Japón en una potencia militar en el continente asiático para el año 2027. Una meta que supondrá elevar el gasto en materia de defensa hasta el 2 por ciento del PIB, en línea con los países de la OTAN.
Se trata de un audaz programa militar que abarca todos los ámbitos. Contempla la producción de misiles de largo alcance; la fabricación de interceptores de misiles balísticos; la construcción con Italia y Reino Unido de un avión de combate de próxima generación; aviones no tripulados y radares, así como destructores y submarinos. Pero también prevé exportar equipamientos de defensa a otros países de Asia y proporcionar mantenimientos y reparación para navíos de guerra y aviones estadounidenses desplegados en la región. Todo un cambio de modelo en el esquema defensivo de un país con una constitución pacifista que prohíbe a Japón establecer un ejército o resolver conflictos internacionales mediante la violencia.
Ishiba, sin embargo, se puede topar con que la dura realidad de un parlamento hostil frene ese ambicioso plan de seguridad y defensa militar. Los obstáculos por superar no son menores. Por una parte, chocará con el rechazo de buena parte del parlamento, que defiende la constitución pacifista y es contraria a cualquier rearme del país, a pesar de las amenazas de Corea del Norte y de la agresividad de China. Otro elemento que puede frenar esa iniciativa tiene su origen en la debilidad del yen respecto al dólar, que ha repercutido en un aumento del coste de los componentes que deben importarse en más de un 20 por ciento desde que se diseñó dicho plan en el 2022. Por otro lado, el sector industrial se muestra reacio a expandir su capacidad productiva sin garantías de continuidad. Y a ello se suma que Japón se enfrenta a una escasez de mano de obra generalizada que también afecta a las fuerzas armadas a la hora de reclutar soldados, pilotos y personal de apoyo.
La mayoría de los observadores de la política japonesa consideran, sin embargo, que la financiación es el principal escollo para que Ishiba pueda llevar a término este plan de defensa. El gobierno japonés se enfrenta al reto de hallar el punto de equilibrio entre cumplir sus promesas para satisfacer a la población y reducir el alto endeudamiento que padece el país, que en el 2023 se situó en el 255 por ciento del PIB. Los expertos apuntan que fórmula más lógica para financiar este programa de rearme militar sería a través de un incremento de la fiscalidad para las empresas y las personas con ingresos más elevados, así como un aumento del impuesto al consumo. Unas medidas impopulares que podrían inclinar a Ishiba a sortearlas dilatando en el tiempo la realización de este plan de defensa.
Conclusiones
A la luz de la actual coyuntura política que registra Japón, se puede concluir que las elecciones del pasado 27 de octubre han situado a la cuarta potencia económica del planeta a las puertas de un periodo de incierta gobernabilidad, caracterizado por un ejecutivo en minoría necesitado de apoyos de otros partidos para aprobar leyes importantes. Una situación inédita que puede transportar al país del sol naciente a la inestabilidad política de épocas pasadas, donde los primeros ministros no duraban más de dos años en el cargo.
El primer ministro Shigeru Ishiba podría ser la primera víctima de esa nueva etapa de inestabilidad política en Japón, si no consigue sacar adelante sus proyectos legislativos y recuperar la confianza de la población en su formación política, el Partido Liberal Democrático. Para ello, deberá cumplir sus promesas de elevar salarios, frenar la inflación y promover ayudas para los hogares más desfavorecidos, además de emplearse a fondo en la lucha contra la corrupción política. Unos retos, por otra parte, que no podrá superar si no consigue los apoyos parlamentarios de otras fuerzas políticas.
No obstante, la supervivencia política del primer ministro dependerá, en gran medida, de su éxito en reformar la normativa sobre la recaudación de fondos políticos. Un sistema actualmente poco transparente y que ha provocado escándalos de corrupción que han salpicado a su partido el PLD, que ha recibido un fuerte correctivo en las urnas a causa de este asunto. Ishiba ha prometido transparencia, pero se trata de un tema delicado que podría enfrentarlo con poderosas facciones de su propio partido y ver entorpecida la implementación de estas reformas e incluso su continuidad como primer ministro.
Y es que Ishiba, a pesar de ser un político popular entre las bases del Partido Liberal Democrático, carece del respaldo de las principales facciones de su partido. Una falta de apoyo que podría dificultar su capacidad para gobernar de forma eficaz y torpedear la consecución de sus objetivos políticos, tanto a nivel interno como externo.
En las relaciones internacionales, Shigeru Ishiba deberá hacer gala de toda su habilidad diplomática para proyectar el protagonismo que aspira para Japón en los foros internacionales y ganar fama así de estadista internacional. Metas nada fáciles de alcanzar, si se tiene en cuenta que el futuro presidente de Estados Unidos, Donald Trump, no es proclive a dar mayor relevancia a Japón en sus relaciones bilaterales. Es posible, en cambio, que Ishiba logre mejorar las relaciones con China y Corea del Sur, a la vez que parece inevitable un choque de intereses con Rusia por la soberanía de las islas Kuriles del sur, un asunto por el que Moscú parece no tener ningún interés en resolver.
En definitiva, una coyuntura política japonesa que sugiere una etapa de gobernabilidad incierta, con un primer ministro pendiente de un hilo en todo momento y con un calendario que recuerda que en julio del 2025 se celebrarán elecciones a la Cámara Alta. Una fecha que podría convertirse en la fecha de caducidad para Shigeru Ishiba.
Isidre Ambrós
Periodista, analista especializado en Asia-Pacífico
y autor del libro “La cara oculta de China”
-
-
Japón se adentra en una era de turbulencias
-
Japan enters an era of turbulence
-
