
27 ene. 2025
IEEE. El Sahel: ¿inestable por la existencia de un desmonopolio de la violencia?
Yago Alonso-Alegre Sustacha. Derecho y Relaciones Internacionales. Universidad Pontificia Comillas
Introducción
El Sahel, en árabe “orilla” o “costa”, es una región semiárida en el límite sur del desierto del Sáhara a caballo con los territorios fértiles del África Subsahariana. En sentido amplio, el Sahel ocupa un territorio de unos 5500 kilómetros de largo y 400 de ancho aproximadamente1, hogar para más de 150 millones de personas2, desde Mauritania hasta Eritrea, como se puede ver en la imagen adjunta, donde la mayoría de los Estados son antiguas colonias francesas. Un amplísimo espacio y que, como señala Echarandio, constituye “un lugar caracterizado por naciones mayoritariamente islámicas, con gobiernos débiles y gran desafección política; países con grandes fronteras y poca seguridad. En definitiva, un área sumamente inestable, en la que los grandes gobiernos tienen muchas dificultades para ejercer el control y la gobernanza de la totalidad del territorio”3.
Por otra parte, es necesario señalar que se trata de una región sumamente importante para Europa y España, dada su proximidad geográfica y el hecho de que todo lo que allí acontece, tiene consecuencias en el viejo continente. Para el presente documento, concretaremos la región del Sahel a los países de Burkina Faso, Mali, Níger, Mauritania y Chad; al llamado Sahel G54 o Sahel institucional, por su mayor vinculación con Europa, y por estar, desde hace tiempo, sumidos en un conflicto de intensidad creciente.
Ante esa situación de amplios espacios, gobiernos débiles y conflicto en curso, cabe preguntarse: ¿es factible hablar de la existencia del monopolio legítimo de la violencia por parte de los Estados sahelianos? ¿Tiene importancia para su propia conformación y desarrollo?
La chispa que enciende la mecha: el inicio del conflicto
Tras la etapa colonial y desde la independencia de Mali de Francia, el 22 de septiembre de 1960, la comunidad tuareg del norte del país ha vivido constantes revueltas por el afán del intento de control del territorio que ellos llaman “El Azawad”, una porción del norte de Mali (regiones administrativas de Kidal, Tombuctú y Gao) que también incluye pequeñas partes de sus países vecinos. Una región que ocupa casi dos tercios del país. Sin embargo, pese a sus dimensiones, esta zona se encuentra despoblada, encontrándose en la misma tan solo el 10% de la población maliense, lo cual no ha sido óbice para que se hayan producido cuatro revueltas por parte de los tuaregs a lo largo de los últimos años5. Tras el colonialismo, los tuaregs, los señores del desierto, una población esencialmente nómada, ha sido una minoría marginada y aislada no solo en términos geográficos sino también en cuanto al poder político. Tras la marcha de los franceses, el territorio donde se encontraban quedó enmarcado en lo que hoy en día es el Estado de Mali. Y, de manera casi inmediata, se produjo la primera revuelta tuareg, que duró ocho años (1960-1968). La revuelta fue sofocada duramente, alterando aún más los ánimos de la comunidad norteña.
El poder político en el nuevo Estado en construcción quedó en manos de otras comunidades y etnias, y las políticas económicas de esos nuevos gobiernos se centraron fundamentalmente en el sur del país, en gran medida debido a la situación climática del norte –puro desierto del Sáhara-, la dificultad de desarrollo y la presencia de comunidades poco propicias a someterse a la autoridad del Estado, como los tuaregs. Sumado a que el alzamiento provocó un mayor olvido y marginalización de la comunidad por parte del propio Estado, motivó que el norte del país se convirtiera en una zona en cierta medida olvidada y abandonada por el poder6. Pero no todos veían a los tuaregs con los mismos ojos, pues el régimen de Muammar Gadafi en Libia acogió a un gran número de tuaregs integrándolos en su ejército7.
Tras la caída del régimen de Gadafi, los tuaregs que habían servido al líder libio volvieron a Mali enormemente armados, entrenados y experimentados, llegando incluso a superar en dichos aspectos al propio ejército maliense. Los movimientos secesionistas tuaregs, principalmente bajo el liderazgo del Movimiento Nacional de Liberación del Azawad (MNLA)8, volvieron a alzarse contra el Estado de Mali y formaron alianzas con los grupos yihadistas para echar al ejército estatal de la región. Pese al gran éxito inicial de la insurrección, pasado un tiempo la situación se fue complicando para los rebeldes.
El gobierno de Mali fomentó la creación de milicias de autodefensa aprovechando la discrepancia entre los tuaregs y las etnias que no querían la independencia del Azawad. Además, los grupos yihadistas comenzaron a volverse contra los propios rebeldes debido a sus múltiples diferencias en numerosos aspectos, dando lugar a duros y largos conflictos entre ambos grupos9. Por otro lado, el gobierno de Mali se vio obligado a solicitar ayuda internacional. Francia acudió en ayuda del gobierno y envió a su propio ejército para frenar a los grupos secesionistas. Desde entonces, el conflicto, aunque muy cambiante, ha seguido a lo largo de los años hasta nuestros días sin que el fin parezca más próximo, y ha generado una inestabilidad que ha roto el frágil equilibrio en el que se encontraba la región del Sahel.
Los tuaregs volvieron a intentar, una vez más, la creación de un Estado propio… pero ¿de qué se está realmente hablando?
¿Qué es el Estado y qué elementos conlleva?
Tras comprender en líneas generales el origen del conflicto, es necesario aclarar los elementos básicos del Estado para así poder entender adecuadamente lo señalado posteriormente, relativo al desmonopolio de la violencia existente, no solo en Mali, sino extendido por la región citada del Sahel, así como su influencia negativa directa en el ciclo de la estabilidad necesario para el desarrollo de un Estado.
Pero, ¿qué es un Estado? Según las definiciones modernas, el Estado está compuesto por tres elementos básicos: población, territorio y soberanía10. Algunos teóricos añaden un cuarto elemento basado en el reconocimiento internacional. Sin la población, un Estado carece de sentido, no gobierna a nadie más que al terreno deshabitado que se supone que incluye y, por lo tanto, no afecta al ciudadano porque no existe. Por otro lado, sin territorio, un Estado tampoco puede existir, ya que además también implicaría el hecho de que no gobierna a una población, siendo esto más propio de una idea que de una realidad.
La soberanía, por su parte, hace referencia a la propia naturaleza del existir de un Estado. ¿Para qué sirve un Estado? Se podrían dar infinitas respuestas a dicha pregunta, pero de manera rápida y “vulgar” podría decirse que el Estado existe para garantizar un determinado orden social donde dicha población pueda vivir y desarrollarse. Por ello, la propia definición hace referencia a la soberanía, necesaria para poder gobernar sin la injerencia de terceros. Esta denota el derecho legal inalienable, exclusivo y supremo de ejercer poder dentro de su esfera de influencia11. Tampoco se pierde soberanía mediante la cesión de competencias de un Estado a un órgano supranacional como la Unión Europea. A pesar de esta cesión, el Estado sigue siendo soberano ya que está adhesión es voluntaria y puede retirarse de la organización cuando así lo estime -baste en este sentido recordar el Brexit-. Por último, en relación con el reconocimiento internacional, esta es una cuestión más compleja, debido a la gran cantidad de casos existentes con un cierto grado de ambigüedad, en los que algunos países los reconocen y otros no -basta verificar el caso de Taiwán, por ejemplo-.
En el espacio que ocupa al presente documento, en el Sahel, los Estados se tambalean al no poder asegurar estos tres elementos principales. Su integridad territorial se ve comprometida por unos grupos yihadistas y de crimen organizado que ocupan progresivamente y de manera efectiva el territorio. Es importante aclarar que no se trata de grupos terroristas pobremente organizados que realizan atentados puntuales para reivindicar una serie de reclamaciones aisladas; los terroristas en el Sahel son ejércitos cuasi profesionales, excelentemente armados, organizados y muy entrenados, que conquistan territorio, dejando de estar este bajo el control del Estado y estableciendo una suerte de feudos, como si de la Edad Media se tratase.
La población en dicho territorio comienza a estar sujeta al gobierno de los yihadistas, por lo que el Estado no tiene ni poder ni autoridad, y su presencia desaparece. Los terroristas establecen gobiernos efectivos, llegando incluso en ciertos casos a proporcionar a la población servicios básicos como “educación”, telefonía móvil o seguridad, sustituyendo al Estado en sus funciones12.
También es necesario mencionar otro aspecto necesario para poder asegurarse el correcto funcionamiento independiente, autónomo y soberano de un Estado o de una estructura paraestatal: para poder otorgar los servicios básicos y la seguridad necesaria para que funcione, necesita de un sistema de recaudación de impuestos entre su población. Sin fondos no puede ofrecer ningún servicio, yendo por ende en contra de su propia naturaleza, por lo que necesita una suerte de agencia de recaudación de impuestos que le permita conseguir los fondos necesarios. La población, por su parte, paga los impuestos, pero lógicamente -y lo quiera o no- a aquella autoridad que le gobierna, le ofrece los servicios básicos y mantiene el orden social. En estos territorios ocupados por los yihadistas, el Estado legalmente constituido no puede recaudar impuestos, sino que son los propios terroristas, los que controlan parte del territorio y la población, los que lo hacen en su lugar.
Y esta cuestión se encuentra estrechamente vinculada con la capacidad de ejercer el monopolio legítimo de la violencia.
¿Qué significa el monopolio de la violencia?
En primer lugar, para entender el monopolio legítimo de la violencia, hace falta hacer referencia al contrato social. Jean Jacques Rousseau en 1762 publicó su obra “El Contrato Social: o los principios del Derecho Político”, y, en ella, Rousseau establece que las personas acceden a ser gobernadas para poder mantener un orden social que sea lo mejor para todos. Acuerdan ceder parte de su libertad para garantizar un orden y estabilidad social13.
En este contrato social, la sociedad -el grupo humano- cede al Estado la capacidad de ejercer la violencia para así mantener el orden en el que todos se han puesto de acuerdo que es necesario y deseable que exista, por lo que se habla del monopolio legítimo de la violencia como aquella que el pueblo acuerda que se use para mantener el sistema, pero sin que el Estado se exceda. El Diccionario Panhispánico del Español Jurídico establece en una de sus acepciones para el término contrato social como: “Contrato originario en que se funda una determinada forma de convivencia política, según la teoría política que trata de explicar, entre otras cuestiones, el origen y el propósito del Estado y su encaje con las libertades, derechos y deberes de los ciudadanos”14. Por ello, y en este caso, estaríamos hablando de un Estado legítimo y de su uso legítimo del monopolio de la violencia, como aquello por lo que los ciudadanos han optado para que administre y gobierne, para que mantenga el orden social. No realmente por temor a la violencia, sino porque es lo que la sociedad cree que es lo mejor y lo acepta voluntariamente.
Tampoco se puede hablar sobre el monopolio legítimo de la violencia sin hacer referencia a Max Weber y su obra “El Político y el Científico”, donde define al Estado como “aquella comunidad humana que, dentro de un determinado territorio, reclama para sí el monopolio de la violencia física legítima. Lo distintivo de nuestro tiempo es que a todas las demás asociaciones e individuos sólo se les concede el derecho a la violencia física en la medida en que el Estado lo permite. El Estado es la única fuente del derecho a la violencia”15.
Por lo tanto, se podría decir que el monopolio legítimo de la violencia es el uso de la fuerza de que dispone el Estado (derecho otorgado por el pueblo mediante el contrato social) para mantener el orden social establecido y acordado por el pueblo, sin salirse de las situaciones estipuladas. Por ello, llegamos a una paradoja en la que la violencia se considera un mal absoluto y una amenaza para el orden social, mientras que, por otro lado, es necesaria y válida para mantener dicho orden16. Es por ello que aunque se considere necesaria, también está siempre sujeta a revisión y cambios por parte del legislador.
Por ende, la ausencia de un Estado que mantuviera el orden social provocaría el caos hobbesiano. El todos contra todos y sin ningún poder superior que sea capaz de poner coto a los intereses particulares y partidistas. Y, además, dada la no existencia de capacidad de acción real de dicho Estado, no habría castigo para los que obraran a su antojo y a costa de los demás.
Por lo tanto, resulta imperativo el monopolio legítimo de la violencia por parte de un Estado, como casi la única manera para mantener el orden social establecido por la sociedad mediante el contrato social. Por ello, el Estado no puede admitir el uso de la violencia por terceros en su propio territorio y sobre su población. No puede tolerar grupos al margen de la ley que pongan en duda una de las competencias más importantes y exclusivas de la propia naturaleza estatal: el uso de la violencia.
Por ese motivo, si es tan importante ese monopolio…¿qué pasaría entonces si se diera un desmonopolio de la violencia en un determinado territorio?
Desmonopolio de la violencia…¿todos contra todos?
El Estado es una persona jurídica, y es a través de individuos e instituciones por los cuales ejerce el monopolio legítimo de la violencia17. A través de la policía y el ejército, el sistema judicial y penal, etc., el Estado monopoliza esa violencia para asegurar el orden social. Estos individuos no pueden ejercer la violencia a título personal, sino solamente a través de los cauces del Estado y en las situaciones concretas en las que este último lo disponga. Tampoco estaría desapareciendo este monopolio si otra institución lo ejerciera con autorización expresa del Estado, cómo sería, por ejemplo, con ayuda internacional. El Estado detenta el poder, e instituciones o individuos lo ejercen siguiendo sus directrices.
Sin embargo, cabe destacar que el sistema internacional establecido en el Tratado de Westaflia, donde se destaca el Estado como actor principal, cada vez está más desaparecido. A pesar de que el Estado sigue siendo considerado como el actor principal, esta preponderancia está en decadencia debido a la aparición de nuevos actores o entidades internacionales18, que pueden poner en peligro este monopolio legítimo de la violencia.
Como explica P. S. Herráez, con anterioridad a la Paz de Westfalia, durante la Edad Media, reinaba un desmonopolio de la violencia en Europa19, o más bien del poder. Tras la caída del Imperio Romano, el poder dejó de estar centralizado y numerosas entidades empezaron a ostentarlo y tener capacidad de ejercer la violencia: mercaderes, mercenarios, nobles, guerrilleros, reyes, etc. Numerosos actores gozaban de protagonismo tanto en el ámbito nacional como en el internacional. Influían en las decisiones políticas y debían ser tenidos en cuenta. Tras Westfalia, el Estado se consolidó como actor principal y único capaz de ejercer la violencia. Se convirtió en el actor estrella y el mundo se regía por lo establecido por los Estados. Este sistema se exportó al mundo entero mediante la expansión de los europeos. Sin embargo, y favorecido por la globalización, cada vez nos encontramos en un mundo menos influenciado por los Estados, donde el poder se empieza a concentrar en otros actores, como organizaciones internacionales (ONU, UE), empresas multinacionales, nacionalismos, grupos armados y demás.
Así, cuando el Estado y su legitimidad se ven erosionados, “es frecuente que la población traslade su lealtad a otros dirigentes: caudillos locales o extranjeros, radicales nacionalistas o religiosos o fuerzas rebeldes, por lo que, obviamente, cuando el aparato del Estado, que nace desde Westfalia para monopolizar la violencia, se desmorona, se desmoronen con él las herramientas de seguridad, recurriéndose, por tanto, a fórmulas de seguridad privada al margen del gobierno”20. Incluso aunque la población no traslade su lealtad a otros dirigentes, en ocasiones estos actores poseen igual o más fuerza y poder que el propio Estado, siendo capaces de expulsar a este de un determinado territorio, ejerciendo ellos mismos el poder y aumentando a su vez este desmonopolio de la violencia.
Por lo tanto, el monopolio legítimo de la violencia lo debe ostentar el Estado para poder mantener ese orden social establecido, garantizando una estabilidad y seguridad como competencias básicas del Estado, sin la posibilidad de que otro actor distinto al Estado irrumpa en escena y ejerza la violencia.
Sin embargo, la globalización no solo ha favorecido la pérdida de protagonismo por parte de los Estados a favor de multinacionales u organizaciones internacionales, sino también a favor de grupos armados internos en el propio Estado. En numerosas ocasiones estos grupos armados que operan dentro del país son ramas de grupos más poderosos que actúan en todo o en gran parte del mundo, como, por ejemplo, ramas de AlQaeda en el Sahel o del Estado Islámico, como JNIM21 y EIGS22, respectivamente. Incluso aunque estos grupos armados no tengan una continuación en otros lugares del planeta, la globalización también los ha fortalecido, al aumentar la facilidad con la que poder acceder a los mercados de armas, o a fuentes de financiación, como el tráfico de estupefacientes, de personas, etc. Estos grupos armados e ilegales pueden contactar con otros grupos criminales en otros lugares del mundo y llegar a acuerdos “comerciales”. No solo eso, sino que con la aparición de Internet, estos grupos, muchas veces más sofisticados que el propio ejército del Estado, pueden acceder a una infinidad de recursos y oportunidades en la red.
Pero no solo la pérdida de recursos y poder frente a otros actores, sino que la pérdida de legitimidad de los Estados también ha causado que la población finalmente sea gobernada por otros grupos o entidades, que al proporcionar ciertos servicios o, al menos, un cierto esbozo de seguridad -el elemento esencial para la vida y supervivencia-, acaban obteniendo el apoyo de la población, factor indispensable a la hora de controlar un territorio y socavar la autoridad del Estado23.
Por lo tanto, en el Sahel se está produciendo una pérdida del monopolio de la violencia por parte del Estado, dando paso a un caos e inestabilidad totales. Este desmonopolio de la violencia e inseguridad afecta de manera directa al ciclo de estabilidad necesario en todo Estado para alcanzar su desarrollo y esa cierta estabilidad, siendo esta una situación generada y potenciada, precisamente, por grupos yihadistas y de crimen organizado, que se ven a su vez beneficiarios de esa misma situación.
Pero, ¿qué es el ciclo de estabilización y qué es lo que implica?
Ciclo de estabilización - Una moneda con dos caras opuestas
El ciclo de estabilización constituye un sistema que, dependiendo del sentido en el que fluya, apunta al debilitamiento o fortalecimiento de un Estado. Está compuesto, en esencia, por tres factores: seguridad, gobernanza y desarrollo económico y social; y apunta a que una mayor seguridad permitirá gozar de una mayor gobernanza en el país, posibilitando el crecimiento económico y social, y generándose, por tanto, una mayor estabilidad. Por el contrario, la inseguridad lleva aparejada una sensación (o realidad) de deterioro de la gobernanza de un Estado, causando a su vez un deterioro económico y social, e incrementándose, por tanto, la inestabilidad. Y es un ciclo en el cual los factores se van realimentando, de tal forma que más es más y tiende a más, pero menos es menos y tiende a menos. Y con mucha rapidez, cómo puede observarse en cualquier situación de crisis.
El mismo esquema de análisis es seguido como pauta para la mayoría de los inversores internacionales: cuanto más seguro sea el país y éste posea unas instituciones estatales firmes (gobernanza), mayor seguridad económica y mayor atractivo para invertir. La seguridad y la ausencia de amenazas en el país posibilita la creación de unas instituciones firmes y fuertes. Esta sana gobernanza otorga un crecimiento económico y, consecuentemente, un mayor grado de estabilidad24.
Este desarrollo económico genera una mayor cantidad de fondos para invertir en seguridad, a la vez que causa una menor necesidad de acudir a actividades ilícitas por parte de la población para poder sobrevivir. Este mayor grado de seguridad a su vez genera una mayor gobernanza, al convertirse en un Estado más firme que a su vez otorga un desarrollo económico, y así sucesivamente. Se trata de un círculo virtuoso. Sin embargo, esta moneda tiene una cara opuesta, es arma un doble filo. El ciclo de estabilidad también puede fluir en el sentido contrario y se puede convertir en un círculo vicioso, en un ciclo de inestabilidad, como se está dando en el Sahel.
Los países desarrollados han seguido y siguen en mayor o menor medida este esquema de estabilidad25. Su prueba está en el resultado: economías desarrolladas, estados de bienestar y estados de derecho firmes, y una propuesta de seguridad integral con ausencia de amenazas descontroladas y fuertes cuerpos y fuerzas de seguridad26.Desafortunadamente, se está siendo testigo hoy en día de todo lo contrario en la región del Sahel, concretamente en Mali, Burkina Faso y Níger, donde los elementos más básicos del Estado están desapareciendo: pérdida de territorio, población y una usurpación de su soberanía. Estos Estados tienen ocupados gran parte de su territorio por parte de los yihadistas. No solo no pueden ejercer sus funciones ni garantizar los servicios básicos a la población en dichos territorios, sino que son los propios yihadistas los que garantizan, o parece que garantizan, dichos servicios, sustituyendo al Estado27.
Esta total inseguridad, incapaz de ser controlada por parte del gobierno, donde numerosos actores ejercen la violencia sin consecuencia y actúan guiados por sus propios intereses, convierte el caos y la inestabilidad en el orden del día. Mali y Burkina Faso han sufrido cuatro golpes de Estado de manera prácticamente seguida (Mali en 2020 y 2021, Burkina Faso los dos en 2022), mientras que Níger, por su parte, ha sufrido uno recientemente, en 2023. La grandísima inseguridad y la mala gobernanza, sumada a la inestabilidad política, provoca un desplome económico de la región.
Este desplome económico empobrece el Estado aún más, provocando una falta de recursos para invertir en seguridad y ahondando en su incapacidad para hacer frente a las múltiples amenazas, como los yihadistas. Por lo que la falta de desarrollo económico y la inestabilidad provocan una mayor inseguridad. Los terroristas gozan de una mayor impunidad, pudiendo conquistar mayores cantidades de territorio y, por ende, teniendo una mayor capacidad para recaudar fondos en los territorios ocupados, aumentando su capacidad militar. Como consecuencia de esta inseguridad, el gobierno y sus instituciones se debilitan, provocando un mayor desplome económico y una mayor inestabilidad. Esto deriva a su vez en una mayor inseguridad y una mayor capacidad militar de los terroristas, y así sucesivamente, entrando en un círculo vicioso cuya salida se encuentra cada vez más lejana y se torna imposible.
Por lo tanto, es necesario revertir este ciclo de inestabilidad en el Sahel. Para ello se debe realizar un enfoque completo que integre los tres aspectos del ciclo de estabilidad (seguridad, gobernanza y desarrollo económico) para alcanzar una estabilidad firme y duradera28. Sin embargo, para poder comenzar a implementar cualquier plan de estabilización, es indispensable alcanzar un cierto grado de seguridad que permita implementarlo. Por ello, los Estados de Mali, Burkina Faso y Níger deben conseguir sobreponerse a las amenazas yihadistas en su territorio para poder mantener cierto orden sobre el que trabajar.
Sin seguridad no hay nada… ¿o sí?
Pirámide de Maslow: ¿Qué es y en qué afecta al Sahel?
Los pilares del ciclo de estabilización recogen y reflejan las necesidades de las personas, tanto de manera individual como grupal; y, así, desde el propio afán de supervivencia y la lucha por la vida como necesidad primigenia, hasta llegar a las necesidades más sublimes, ligadas al desarrollo espiritual, intelectual, etc., existe una secuencia de necesidades, presentadas desde hace tiempo siguiendo un constructo: la pirámide de necesidades de Maslow.
La pirámide de Maslow es una teoría desarrollada por el psicólogo humanista Abraham Maslow a comienzos del siglo XX. Maslow buscaba descubrir qué movía y motivaba a las personas. Elaboró una pirámide con cinco niveles escalonados en los cuales se representaban lo que Maslow consideraba como las cinco necesidades del ser humano, de más a menos básica. Un sistema por el que cuando se tenía una determinada necesidad cubierta, se pasaba a una más avanzada29.
En primer lugar, Maslow estableció las necesidades fisiológicas, las necesarias para la supervivencia del ser humano, como comer, respirar o dormir. Explicaba que si un ser humano no tenía garantizada esta necesidad, poco importaría el resto de las cosas, ya que no podría ni sobrevivir para tenerlas en cuenta. Cuando esta necesidad estuviera cubierta, avanzaría a una siguiente necesidad de sentirse seguro. Ya no solo necesitaría tener lo necesario para sobrevivir, sino que el ser humano buscaría una determinada seguridad, principalmente física, pero también económica, además de una cierta estabilidad.
Solo cuando esta necesidad de seguridad y estabilidad estuviera cubierta, el ser humano pasaría a las necesidades de afiliación: aquellas en las que las personas trascienden de lo individual y buscan una relación con su entorno, casarse, amistades, aceptación o inclusión en un determinado grupo. Posteriormente entrarían en escena las necesidades de reconocimiento, donde la persona necesita sentirse no solamente aceptado o incluido, sino también reconocido, valorado y querido, tanto por los demás como por uno mismo, con autoestima.
En último lugar se encontrarían las necesidades de autorrealización, al considerar que la persona ha alcanzado lo máximo posible en aquello que quieren triunfar, especialmente en temas como el desarrollo espiritual o moral30.
Y el Sahel es un claro ejemplo de estas necesidades no cubiertas. La gran mayoría de la población en el Sahel vive en regiones donde el Estado no llega a ofrecer los servicios básicos ni la seguridad. Viven día a día preocupándose por sobrevivir un día más, mientras les acechan una infinidad de peligros.
La población sufre una crisis alimentaria y de servicios básicos enorme. Viven en un constante peligro por la posibilidad de ser atacados en cualquier momento, tanto por unos como otros, sin bandos claros. Los yihadistas con la intención de conquistar el territorio31, el ejército estatal para castigar a la población por la “colaboración” con los terroristas32, las milicias locales para saquear y obligar a pagar impuestos o por atacar a una etnia rival, los rusos del Grupo Wagner por ejercer la violencia sin control33, y un largo etcétera. La población está sola frente a las innumerables amenazas que les acechan34. Ante esta situación, las necesidades más básicas de la población (fisiológicas y de seguridad) se saben claramente insatisfechas.
Esta compleja supervivencia no hace sino provocar una lógica ignorancia de todo aquello que no suponga un acercamiento a tal primordial objetivo. Sin la certeza de su supervivencia el día de mañana, poco importa la forma de gobierno de su Estado del que ni siquiera tienen constancia, y poco interés tienen en una posible inversión en alguna actividad económica que les permita ahorrar.
Además, con tales niveles de pobreza provocados por la inseguridad y la mala gobernanza, la población en numerosas ocasiones acude a la infinidad de actividades criminales surgidas en la región. Esto a la vez provoca una mayor inseguridad, continuando así el ciclo de inestabilidad.
¿Entonces…?
Conclusiones
El Estado se compone de tres elementos básicos, necesarios para su existencia. En el Sahel, dichos elementos están siendo atacados y mermados por grupos yihadistas que están expulsando al Estado de sus propios territorios. No solo eso, sino que está usurpando sus funciones, en ocasiones garantizando unos servicios básicos y una sensación de seguridad, más o menos real, además de recaudando impuestos a la población a la cual somete. De esta manera, engrosan sus arcas para aumentar sus arsenales y, por ende, su capacidad operativa.
Esto está directamente vinculado con el monopolio legítimo de la violencia, necesario para poder mantener un orden social y una estabilidad. El Estado debe ser el único actor con la capacidad para ejercer la violencia dentro de su territorio, para poder mantener el orden, sin que terceros puedan alterar dicho monopolio legítimo de la violencia.
Dicha garantía de seguridad favorece la estabilidad, mediante el ciclo de estabilización. Con la seguridad, se favorece una sana gobernanza que deriva en un desarrollo económico que a su vez desemboca en una mayor seguridad, alcanzando una estabilidad.
Por lo tanto, los Estados son los garantes de la seguridad en sus territorios y poblaciones, mediante el ejercicio del monopolio de la violencia. Esta búsqueda de la seguridad es precisamente para poder atender a dichas necesidades de la población y que el ciclo de estabilización gire en sentido virtuoso, fluyendo de más seguridad a más gobernanza y a más desarrollo económico y social. Por ello, se debe evitar a toda costa el desmonopolio de la violencia, ya que pone en jaque todo lo anterior y la concepción misma del Estado. Se trata de un ataque a sus más básicos elementos.
En el Sahel la situación es un tanto complicada, pues en muchos casos son países plenos de inestabilidad y, por tanto, de escasa seguridad, bajo nivel de gobernanza y pobre desarrollo económico y social. Y el hecho de que no se monopolice legítimamente la violencia constituye una de las causas primigenias principales, si no la principal, de esa dramática situación. Además, la cantidad de actores presentes en el conflicto, complica la búsqueda de una solución que ponga fin a la violencia.
Esperemos que la situación pueda revertir, por el bien de todos. Por el bien de esas poblaciones y por las de los países vecinos… entre lo cuales está Europa, y especialmente España, como frontera norte fáctica del Sahel.
Yago Alonso-Alegre Sustacha
Derecho y Relaciones Internacionales
Universidad Pontificia Comillas
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El Sahel: ¿inestable por la existencia de un desmonopolio de la violencia? ( 0,34 MB )
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The Sahel: unstable due to the existence of a de-monopolization of violence? ( 0,35 MB )
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