España y Occidente: el Interés Nacional y la Proyección Marítima

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09 dic 2024

España y Occidente: el Interés Nacional y la Proyección Marítima

Alejandro MACKINLAY

La guerra es algo horrible, pero no lo más horrible de todo: lo más horroroso, es la sociedad que
no lucha para proteger a otros seres humanos, que no lucha contra la tiranía o la injusticia. Lo
más horrible es la nación que tolera todo.
” (John Stuart Mill, The Contest in America.)

Introducción

“Occidente” no es un mero término geográfico, sino que es un conjunto de naciones que comparten una visión basada en valores y derechos, tales como la libertad individual, la democracia, la primacía de la ley, la propiedad privada y la libertad de empresa y comercio. “Occidente” básicamente es un concepto “institucional”, que se materializa en acuerdos y alianzas, como la OTAN o la UE y que dan lugar a toda clase de intercambios, asegurando vínculos de interés común y compartido. España es parte de la idea de “Occidente”, nacida en el oeste de Europa y principal motor de su expansión global por vía marítima en los siglos XV y XVI. Sin embargo, hoy en día el orden liberal base del sistema de relaciones internacionales sufre importantes retos, por lo que resulta necesario asegurar su defensa, un sistema en el que España tiene un interés transcendental. Tanto la posición excéntrica de España en “Occidente”, en parte elegida, como la carencia de una cultura estratégica sólida, complican la defensa del interés nacional. Por ello se requiere una determinación clara y compartida por la nación y sus élites, de los intereses nacionales y las líneas de acción necesarias para sustentarlos en el tiempo, que además de forma principal están ligados a la proyección marítima de España.

España y “Occidente”

España y Portugal fueron las primeras naciones europeas en expandirse por el globo más allá de los mares que rodean el continente europeo, extendiendo el pensamiento cristiano occidental y por tanto las bases de nuestra civilización. España hacia el oeste, hacia América y el Pacífico y Portugal hacia el este, por el Índico y el este de Asia. A la expansión europea se unieron seguidamente otras naciones de Europa occidental, principalmente Inglaterra y Holanda y en menor medida Francia, la mayor potencia continental europea y hasta mediados del XVII, sometida a un cerco en casi todas sus fronteras por la Casa de Habsburgo y cuya expansión marítima fue restringida primero por España y más tarde por Inglaterra. Un proceso que derivó en una competición por el establecimiento de colonias y el control del comercio con el mundo extraeuropeo, una pugna que a su debido tiempo comprometería el poder global español y que finalmente resultaría en el colapso imperial del siglo XIX. Consecuencia de la incompetencia y los graves errores de la élite dirigente española en la gestión de las crisis provocadas por la revolución francesa y la posterior invasión napoleónica, además impulsado por los intereses británicos en la América española1 y con el empujón final consumado por los EE. UU. De ahí la justificación histórica para que en España todavía siga siendo patente el rechazo e incomodidad con un sistema internacional de base anglosajona.

Hoy en día, tanto la UE como la OTAN son los dos anclajes principales de España en “Occidente”, sin embargo, su papel e influencia en ambas organizaciones es limitado. A la UE llegamos en 1986 y tras casi 40 años en la Unión, España no ha conseguido desempeñar un papel de liderazgo debido a la existencia de importantes déficits, especialmente patentes tras la crisis financiera de 2008 y que todavía no se habrían solucionado2. En la OTAN entramos a trancas y barrancas, renunciando a la participación en su estructura militar hasta 1999, lo que indudablemente hizo de España un aliado especial e inicialmente con un vago compromiso militar3. En ambos casos, eso es algo que tendría que ver con la carencia de una cultura estratégica propia, que consciente de la posición de España en el mundo se oriente a fortalecer nuestros intereses nacionales, los qué tampoco hemos sido capaces de precisar claramente. Aunque también, a la existencia de una desazón tanto de raíz ideológica, como histórica y sentimental, que no nos deja sentirnos cómodos del todo en un sistema dominado por nuestros antaño competidores y ahora socios y aliados. Tampoco somos únicos en esa situación, Francia manifiesta explícitamente su disconformidad con la primacía de la anglo-esfera en el sistema occidental4. Eso sí, París prosigue con decisión una estrategia propia para mantener su estatus internacional, sostenido en un poder militar y económico con capacidad de proyección global y que emplea con determinación cuando lo cree preciso.

España, por sus actuales población y recursos, no está llamada ni a dirigir el mundo occidental, ni tampoco a ser una gran potencia. Aunque tenemos cancha sobrada para acrecentar nuestra capacidad de influencia internacional, pero para ello y en primer lugar la nación necesita convencerse a sí misma de que puede jugar un papel en la escena internacional5, un esfuerzo que debería orientarse hacia la promoción del interés nacional. España, después de varias décadas en los márgenes del sistema institucional “Occidente”, aunque siempre vinculada al concepto, hace cerca de 50 años que inició su andadura hacia su integración completa en las instituciones occidentales, en 1982 fue el ingreso en la OTAN y en 1986 en la UE, antes ya nos habíamos incorporado en acuerdos y convenios internacionales con las naciones de nuestro entorno. Sin embargo, el proceso de integración total en la OTAN se demoró 17 años, indudablemente el país en general y sus élites políticas en particular, no entendían del todo los beneficios de convertirnos en un aliado atlántico. Mientras que, sobre la incorporación a la UE, producida tras un largo proceso de negociaciones, el consenso político y social fue mucho mayor, ya que también afianzaba la incipiente democracia española. En suma, España es actualmente una nación totalmente incorporada al ámbito occidental, aunque su peso internacional continúa todavía lejos de corresponderse con su historia y sus capacidades reales.

El Reto a “Occidente” y los Intereses de España

Los intereses de España están íntimamente ligados a la estabilidad y continuidad del sistema institucional occidental, sustentado en un orden liberal basado en reglas y que actualmente está sometido a retos en el ámbito geopolítico e internos, debido a la tremenda polarización social existente tanto en Norteamérica como en Europa. El sistema occidental está siendo desafiado por tres rivales que tratan de imponer un nuevo orden internacional, una China expansiva que quiere recuperar su hegemonía sobre Extremo Oriente, para lo que necesita expulsar a los EE. UU. del Asia marítima; Rusia que intenta restablecer su esfera de influencia desde el Báltico hasta el Pacífico, e; Irán que pretende instaurar su visión del islam político en Oriente Medio, estableciendo su preeminencia sobre el mundo islámico. Tres estados continentales de tradición imperial cuyo desafío al sistema occidental lo es fundamentalmente al poder global americano. Una situación enormemente complicada para Occidente y particularmente para Washington, ya que además de estar en juego su liderazgo internacional, también lo está la continuidad del orden liberal marítimo, al que España, sus socios y aliados contribuyen y que nos favorece extraordinariamente. Ahora, España, con sus aliados y socios, debe asegurar su posición en el ámbito geopolítico en respuesta a una inestable y peligrosa realidad, que podría evolucionar hacia el retorno a un sistema internacional basado en relaciones de poder y dirigido por regímenes autoritarios.

La continuidad del actual sistema occidental está actualmente en juego, un orden que ha asegurado un prolongado periodo de paz en Europa y es fuente del bienestar del que disfrutamos y del que nos beneficiamos extraordinariamente. Un sistema que, a España, como democracia liberal que es, le interesa proteger y mantener, lo que tiene costes y exige un esfuerzo en múltiples campos. España, por decisión propia, se mantiene como un actor periférico en el sistema occidental, ya sea debido a las mencionadas razones históricas sobre el recelo por un sistema de base anglosajona, o bien como reacción a los errores de los EE. UU. en la conducción de los asuntos internacionales, de los que la invasión de Irak o la retirada de Afganistán son ejemplos6. Sumado a ello estaría nuestra dificultad para identificar nuestros intereses en el ámbito geopolítico, lo que se manifiesta en la carencia de una verdadera política de estado que establezca las líneas esenciales para su promoción y defensa7. En cuyo origen estaría la falta de concreción de una visión estratégica nacional compartida, lo que, si bien proporciona flexibilidad ante coyunturas inmediatas, hace difícil definir y aplicar las líneas de acción necesarias para apoyar en el largo plazo el interés nacional8. Cabe señalar que los intereses propios no tienen por qué coincidir al 100% con los de otras naciones occidentales, Occidente se sustenta en un consenso de valores e intereses compartidos, es decir sobre un mínimo común. Por lo tanto, España es y debe ser soberana en cuanto a cómo actuar, aun haciéndolo concurrentemente con otras naciones, para lo que es esencial definir objetivos y líneas de acción propias, sino terminaremos subordinados a otras naciones más poderosas, o bien acabaremos en los márgenes del sistema.

La misión de las Fuerzas Armadas definida constitucionalmente, “garantizar la soberanía e independencia de España, defender su integridad territorial y el ordenamiento constitucional9, está ligada a los intereses vitales de la nación, la seguridad, la prosperidad y el bienestar social. “La seguridad sustenta la prosperidad, la prosperidad crea poder y paga la seguridad, y una sociedad que funciona bien reduce los riesgos económicos y de seguridad.”10 En un marco internacional cada vez más anárquico y definido por la competición estratégica, el interés nacional vira hacia la seguridad y el poder, mientras su salvaguarda necesita líneas de acción concretas y continuadas en los diferentes campos de la actuación política: diplomático, económico, industrial y naturalmente militar. Ello requiere disponer de un pensamiento estratégico sólido y permanente, en cuya base está la noción de soberanía nacional, sobre la que se sustentan los legítimos intereses de la nación y la obligación de la defensa de España11. Así, la defensa del interés nacional requiere acciones coherentes y sostenidas, que pasan entre otras por: garantizar la inviolabilidad territorial, incluidas las aguas de soberanía; el mantenimiento de nuestros compromisos internacionales, tanto en los marcos de OTAN y UE, como en otros; el legítimo acceso a los recursos naturales; la libertad de comercio y navegación; y el fomento y apoyo a la expansión internacional de la economía española. Acciones esas que reflejan como proyecta España su poder internacionalmente, que en muchos casos van a resultar coincidentes y en otros competitivas, con las de otras naciones y que deben reflejar una acción exterior activa y previsible, especialmente en el marco de la defensa, garantizando la seguridad nacional mediante la cooperación y disuasión de potenciales amenazas y prestigiando a la nación.

La Proyección Exterior de España

España y Portugal fueron los dos primeros contribuyentes a la aparición del germen de lo que después evolucionó a un sistema de relaciones globales bajo la primacía de las naciones marítimas europeas y que se ha mantenido durante los últimos cinco siglos. España es miembro de la gran mayoría de instituciones globales, tratados y alianzas de defensa que sustentan el concepto “Occidente”. Sin embargo, España desde que en el siglo XIX perdió su estatus de potencia principal y sobre todo desde la derrota de 1898 en que desapareció como actor geopolítico, ha tenido problemas para definir y perseguir un papel propio en el concierto internacional12. Por razones históricas, que merecerían un análisis aparte, hemos estado aislados del exterior sin preocuparnos de una proyección internacional propia, más allá de algunos intereses inmediatos que básicamente competen al ámbito económico. España parece haber renunciado, excepto en cortos periodos, a una política de proyección estratégica integral, una presencia en el exterior en la que el ámbito de la defensa debería ser principal. Quien no aporta valor añadido a la seguridad internacional resulta irrelevante, algo que tampoco ayuda en el ámbito de las relaciones de defensa con otras naciones, especialmente en la obtención de contratos de equipamiento militar. Demasiadas veces se oye “España tiene que estar donde estén sus aliados13, algo que sirve para evitar precisar una postura propia frente a crisis de seguridad internacional y que refleja indefinición, o desconocimiento, del propio interés.

Esa falta de posicionamiento también se puede encontrar en nuestra adhesión acrítica a variadas propuestas sobre operaciones internacionales, en muchas ocasiones es difícil ver dónde está el interés propio en la participación de España, más allá de la vaga contribución a la paz y seguridad mundial. España aspira a que la UE se convierta en el marco principal de la defensa en Europa, pero la Unión es una organización internacional que se mueve y trabaja en apoyo de los intereses de sus miembros, que deben alcanzar un consenso. Más allá de ese acuerdo, lo que prima es el interés estratégico de los miembros más poderosos, generalmente el de Francia. La UE no es un club de iguales y en ella subsiste la geopolítica, si bien se evita aparentarlo, aunque hay que reconocer que la propia Unión amortigua las fricciones entre las naciones. Así, el peso y la influencia de España en las decisiones de la UE es relativo, incluidas aquellas en materia de seguridad internacional14. Lo mismo ocurre con la presencia de España cuando nos movemos en solitario en el tablero internacional, en Iberoamérica o en el Asia-Pacífico, donde nuestra capacidad de influencia es relativa, algo que se manifiesta también en las dificultades para conseguir contratos de defensa. No somos suficientemente capaces de influir internacionalmente en favor de nuestros intereses, que tienden a concretarse en conceptos vagos y benevolentes, o en un beneficio económico inmediato sin una voluntad clara de permanencia.

No se trata en absoluto de mantener y desplegar una fuerza militar para ejercer poder duro, involucrándonos en conflictos lejanos, aunque ya hace décadas que lo hacemos, Irak, Afganistán, o el Líbano son ejemplos, aunque se denominen misiones de paz. La cuestión es utilizar los medios del estado, diplomacia, recursos económicos e industriales y el instrumento militar para apoyar unos intereses nacionales que se expanden por todo el globo, reforzando la posición de España y contribuyendo al incremento de la seguridad y el bienestar de los españoles. Ello implica disponer de unas FF. AA. eficaces y creíbles y se complementa con nuestra pertenencia a las más importantes alianzas internacionales, OTAN y UE. Sin unas FF. AA. capaces, relevantes y decisivas frente a los riesgos y amenazas inmediatos, es decir que ejerzan la disuasión frente a potenciales oponentes, todo el andamio que sustenta la seguridad y defensa de España se vendría abajo, nadie va a defender a quien no quiere defenderse, por mucho compromiso formal de seguridad que pueda existir, “los pactos, sin la espada, son sólo palabras.”15 Además, la disponibilidad de un instrumento militar capaz y predecible en su empleo es una garantía para nuestros aliados y también proporciona a la nación la opción de mantenerse al margen de conflictos no deseados, en los que se puedan ver implicadas otras naciones aliadas por razón de su propio interés nacional.

La Proyección Naval y su Aportación a la Defensa del Interés Nacional

La tradición marítima de España proporciona, a partir del siglo XV, la principal vía para el encaje histórico de la nación en el concepto “Occidente”, la proyección naval de España ha sido permanente durante siglos, aunque con periodos de retraimiento. Precisamente la disponibilidad de una Armada naval poderosa es lo que mantuvo el estatus de potencia principal de España a partir de su expulsión de los territorios europeos extra peninsulares entre los siglos XVII y XVIII y que resultó en un bloqueo estratégico terrestre por Francia confinando al sur de los Pirineos la influencia continental de España. Desde entonces la nación se ha proyectado globalmente hacia el exterior a través de la mar, manteniéndose el carácter y prestigio de España como potencia marítima, aunque ahora limitada. Los intereses nacionales de seguridad y económicos se pueden identificar a lo largo de derrotas marítimas: la primera y principal durante cuatros siglos, la americana desde las costas de España al continente americano; la siguiente nos lleva a través del Mediterráneo y Suez hacia el Asia Indo-Pacífica, atravesando el Oriente Medio; la tercera en el Atlántico hacia los mares de Europa septentrional, conectándonos con nuestros socios en el oeste y norte de Europa, y finalmente; una cuarta, la sudatlántica que nos comunica con el oeste y sur de África. A través de esas cuatro vías principales transita la mayor parte del comercio español, conectándonos con nuestros intereses económicos y con la gran mayoría de nuestros principales aliados.

La proyección de las capacidades militares en áreas de interés nacional, además de contribuir a la seguridad de España, muestra el poder y determinación de la nación y ello sin que nadie lo tenga que interpretar como una amenaza. Cuando el despliegue naval se lleva acabo de modo acordado y amistoso refuerza el vínculo de seguridad entre las naciones concernidas; por contra cuando se ejecuta de forma preventiva para influir en una situación de potencial conflicto, la intención no es otra que mostrar la capacidad propia y la determinación de usarla en caso necesario, buscando disuadir a los oponentes de actuar contra el interés nacional. La mar proporciona la vía franca e inmediata para la proyección del poder propio mediante el despliegue de la fuerza naval, que transita libremente por las aguas internacionales: pudiendo hacer una presencia amistosa en visitas a puertos extranjeros, o en caso de crisis; mantenerse sostenidamente más allá del horizonte y hacerse visible a voluntad en el área de interés para influir en los acontecimientos. Así, una fuerza naval capaz proporciona libertad de acción para llevar a cabo operaciones planeadas o de respuesta en el exterior, ya sea para apoyar el crecimiento de buenas relaciones de todo orden con naciones extrajeras, o bien para la gestión de crisis.

En todo caso la capacidad de proyectar poder a través de la mar está directamente ligada a las capacidades navales de la nación. Desde influir positivamente sobre la decisión de un país amigo en un contrato militar, como para mostrar determinación, evitando la escalada de una crisis, o bien para manejar un escenario de seguridad marítima, como puede ser la lucha contra la piratería en el Índico occidental. Ello exige disponer de una fuerza naval eficaz, flexible y suficiente. Un instrumento para proyección hacia el exterior de la nación para así: fomentar los lazos industriales en el extranjero, particularmente en proyectos de cooperación en el ámbito de la defensa y no solo en él; asegurar el libre tránsito de nuestro comercio marítimo y el legítimo acceso a los recursos naturales, lo que desde hace años se lleva a cabo con las operaciones contra la piratería y; mostrar la capacidad y determinación de la nación en caso de una crisis de seguridad, ejerciendo con eficacia la disuasión para llevar al contrario la percepción de que la relación beneficio/coste de actuar contra los intereses de España le resultará negativa, situación para la que, en un mundo crecientemente caótico, es necesario estar preparados.

Conclusiones

La última década el orden liberal mundial aparenta estar en retroceso, sufriendo los retos de tres regímenes autoritarios continentales en Eurasia, además de soportar graves tensiones internas, un orden que beneficia enormemente a España parte del sistema institucional occidental. Una situación que obliga a revisar la postura nacional de seguridad, reforzando nuestras capacidades de respuesta en defensa del interés nacional, lo que requiere el desarrollo y establecimiento de un pensamiento estratégico fuerte, algo que transciende a la denominada “cultura de defensa”, aunque la contiene.  Así, resulta imprescindible determinar objetivos para la seguridad nacional y definir las líneas de acción y medios necesarios para conseguirlos y no solo en el ámbito militar, sino en el más amplio de la completa acción exterior de España que abarca el económico e industrial, el de cooperación y muy especialmente el diplomático. Sin embargo, en un mundo cada vez más caótico, en el que las relaciones de poder se imponen, los riesgos a la paz y a la seguridad son cada vez mayores, por lo que se hace necesario dotarnos de unos medios de defensa adecuados, orientados a asegurar una capacidad de influencia y disuasión propia, para utilizarla combinadamente con nuestros más estrechos aliados, o de modo independiente si fuese necesario. Una capacidad, que conceptualmente debería estar orientada a evitar los conflictos, mediante la disuasión y que sostendría la proyección internacional de España, apoyando el interés nacional allí donde sea necesario. Algo para lo que es esencial disponer de un componente naval capaz, flexible y suficiente, orientado a defender y promover los intereses de España hacia el exterior y la seguridad nacional, preservando nuestra soberanía y ejerciendo el control sobre nuestras principales líneas de proyección internacional, que son marítimas y unen a España con su intereses globales y con la diáspora nacional.

Alejandro MACKINLAY
Capitán de Navío (retirado)

1Ver, TERRAGNO Rodolfo H., “Maitland & San Martín”, Ediciones Universidad Nacional de Quilmes, 2001, ISBN: 987-9173-35-X, pp. 195-211.
2Ver, MOLINA Ignacio, BADILLO Ángel, SIMÓN Luis y TAMAMES Jorge, Elcano Policy Paper Spain’s “European policy: development and priorities,” Capítulo 10 - Spain’s priorities in the European Union, Real Instituto Elcano, 10/2023, p.107
3Ver, DEL POZO Fernando, “40 años de España en la OTAN – Hablan los protagonistas”, Real Instituto Elcano, p.151
4Ver, HOLLAND Jack, STAUNTON Eglantine, “BrOthers in Arms”: France, the Anglosphere and AUKUS, International Affairs, Volume 100, Issue 2, March 2024, pp. 712–729.
5Ver, SIMÓN Luis, “¿Punta de lanza? España, Europa y la batalla por el sur global”, Real Instituto Elcano, 27/10/2023.
6Ver, CHISLETT William, “El antiamericanismo en España: el peso de la historia”, DT Nº 47/2005, Real Instituto Elcano, 2005.
7Algora Weber M.D., Intereses Nacionales de España en su Entorno Geopolítico, Los Intereses Geopolíticos de España: Panorama de Riesgos y Amenazas, CESEDEN, septiembre de 2011, p.16.
8Ver, ARTEAGA Félix y SIMÓN Luis, “La influencia de España en Europa”, 6.5 Seguridad y defensa p. 161, R.I. Elcano, 2023.
9Artículo 8 de la Constitución española.
10BROUWER Gordon, "Bringing Security and Prosperity Together in the National Interest", CIS 12/02/2020, disponible en https://www.csis.org/analysis/bringing-security-and-prosperity-together-national-interest, acceso 12/08/2024.
11Ver, SANZ ALISEDO G. (2010). “Intereses que Afectan a la Soberanía Nacional”. Monografías del CESEDEN. N.º 115, pp. 77-108.
12Cayuela Fernández J.G., “1898, Más Allá del Centenario”, Historia Contemporánea 24, 2002, pp. 429-455.
13Frase empleada con cierta frecuencia por cargos políticos del más variado espectro sobre la postura nacional en el ámbito de las crisis internacionales.
14Ver, GRANT Charles, “¿Por qué pesa poco España?”, Diario ABC, 08/05/2009, disponible en https://www.cer.eu/in-the-press/por-qu%C3%A9-pesa-poco-espa%C3%B1a, consultado 09/10/2024. Artículo de opinión de hace más de 10 años cuya validez se extiende al momento actual al no haber variado las circunstancias.
15Hannah Arendt, “On Violence”, (Harcourt: United States, 1970), p. 5.
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