12 nov. 2024
El siglo de Turquía
Felipe Sánchez Tapias
Introducción
A lo largo de los últimos años y muy especialmente desde la llegada al poder en 2002 del actual partido en el Gobierno, el partido Justicia y Desarrollo (AKP, por sus siglas en turco), Turquía ha ido escalando posiciones entre las potencias de rango medio hasta consolidarse como actor geopolítico de gran relevancia en el contexto internacional. Su influencia se deja sentir prácticamente en todo su entorno geográfico, lo que incluye Oriente Medio, el Cáucaso, el mar Negro, los Balcanes y el Mediterráneo, pero también en regiones geográficamente más alejadas como pueden ser el continente africano o Asia Central, donde su presencia no deja de aumentar. Nada de esto se ha producido por casualidad y no es sino fruto del diseño y aplicación de una estrategia deliberada para conseguirlo. Se trata de una estrategia multidisciplinar orientada a la satisfacción de los intereses nacionales en la que intervienen, prácticamente, todos los organismos e instituciones del Estado y, aunque desde la perspectiva actual puede juzgarse que su aplicación ha sido coronada por el éxito, no lo ha hecho sin asumir considerables riesgos y sin ser objeto de numerosas críticas, tanto en el plano interno, por parte de la oposición política al AKP, como en el exterior, de manera muy destacada por parte de socios y aliados occidentales, cuyos intereses y prioridades son en muchos casos divergentes. Es por eso por lo que el triunfo del AKP y del propio presidente Erdoğan en las elecciones parlamentarias y presidenciales celebradas el pasado mes de mayo de 2023 ha sido interpretado como un respaldo a la estrategia que, hasta la fecha, ha guiado la acción exterior del Estado.
Salvo imprevistos, el actual Gobierno turco dispone de al menos cinco años para dar continuidad a una política exterior que pretende hacer de Turquía un país estratégicamente independiente, capaz de configurar su entorno regional conforme a sus intereses nacionales y que, al mismo tiempo, sea tenido en cuenta a nivel global. El nivel de ambición es alto y el propio Erdoğan ha señalado su intención de que la presente centuria sea considerada «el siglo de Turquía».
Pero ¿en qué consiste esta política? ¿Cuáles son sus objetivos? Y, sobre todo, ¿de qué manera interfieren o se alinean sus intereses con los de las grandes potencias globales? Responder a estas cuestiones es el objeto de este trabajo, en el que, tras una breve recapitulación de la evolución de la política exterior turca durante las últimas dos décadas, analizamos las intenciones estratégicas de Turquía para los próximos años y sus relaciones con las grandes potencias, E.E.U.U., Rusia y China y, aun no siendo una potencia geopolítica en sentido estricto, la UE. En este análisis trataremos de identificar en qué cuestiones se presentan oportunidades de cooperación y en cuáles de ellas los intereses de las partes resultan divergentes o incompatibles, pues, de la adecuada gestión de todo ello dependerá el éxito de la empresa.
Evolución de la política exterior turca bajo el AKP
Desde el mismo nacimiento de la moderna República en 1923, Turquía ha aplicado criterios realistas a su política exterior para, tratando siempre de satisfacer sus intereses nacionales, adaptarse a la evolución de la geopolítica regional y global en función de la capacidad real de sus recursos de poder. Si, prudentemente, adoptó durante los primeros años una estricta neutralidad que permitió al país librarse de las negativas consecuencias de la Segunda Guerra Mundial, las circunstancias de la Guerra Fría aconsejaron su acercamiento al bloque occidental, más por razones de seguridad que por compartir valores. Pero, tan pronto como el progresivo debilitamiento de la Unión Soviética se lo permitió, Turquía no dudó en priorizar la persecución de sus intereses de manera autónoma e independiente sobre otras consideraciones. De esta manera, ya en los años 80 y bajo el mandato del primer ministro Turgut Özal, Turquía inició una política de acercamiento hacia Oriente Medio al margen de los aliados occidentales, que, en los años 90, encontró continuación en la política de pivote hacia los territorios túrquicos del Cáucaso y Asia Central emprendida por el primer ministro Süleyman Demirel (Kaya, 2009).
Pero es a partir de la llegada del AKP al poder en 2002 que la actuación estratégicamente autónoma en la satisfacción de sus intereses nacionales se manifiesta de manera más evidente. Haciendo valer el pretendido ascendiente que le otorgaría su pasado otomano para extender su influencia en territorios otrora parte del Imperio (neo-otomanismo), el Gobierno turco articula una acción exterior que, analizada desde una perspectiva temporal, puede dividirse en tres fases o etapas diferenciadas:
1. Profundidad Estratégica: en una primera etapa, que se extiende, aproximadamente, desde el año 2002 hasta mediados de 2016, la política exterior turca es dirigida por Ahmet Davutoğlu, asesor de Asuntos Exteriores durante los primeros mandatos del entonces primer ministro Erdoğan, nombrado en 2009 ministro de Asuntos Exteriores y, desde 2014, primer ministro hasta su caída en desgracia en 2016 y que plasma su visión política en la obra titulada Stratejik Derinlik (Profundidad Estratégica), publicada en el año 2001. Para Davutoğlu (2008), Turquía es un país que «pertenece simultáneamente a Oriente Medio, los Balcanes, el Cáucaso, Asia Central, el Caspio, el Mediterráneo y el mar Negro, por lo que su política exterior debe ser multidimensional, adquiriendo sus relaciones con los diferentes actores globales (OTAN, UE, EE.UU., Rusia, China, etc.) un carácter complementario, no competitivo». Bajo el lema «cero problemas con los vecinos», la acción exterior del estado aprovecha las ventajas que le proporcionan su centralidad geográfica y su diversidad cultural para «dejar atrás su condición de país periférico […] y asumir un papel más activo y constructivo para proporcionar orden, estabilidad y seguridad en su entorno» (Davutoğlu, 2008).
Se trataba de una política de buena voluntad que, apoyándose en el indiscutible progreso económico del país experimentado aquellos años y en el desarrollo de un sistema democrático compatible con sus tradiciones religiosas (islam político), le permitió presentarse ante el mundo, especialmente entre los países musulmanes, como un modelo de éxito digno de imitación. Y, ciertamente, obtuvo resultados en sus primeros momentos, como demuestra la mejora de sus relaciones con Siria, Irán y Georgia experimentada en el primer lustro de los años 2000. Pero la verdad es que pronto mostró sus limitaciones para gestionar un entorno geopolítico tan complejo como el que se le presentaba y, aunque hay que reconocer que en gran parte debido a la evolución de unos acontecimientos que en ningún caso Turquía podía controlar (primaveras árabes, guerra de Siria, retirada estadounidense de Irak, surgimiento de Dáesh, etc.), a mediados de 2016 la situación a su alrededor se había deteriorado de tal manera que los críticos del Gobierno acabaron describiéndola, irónicamente, como «ausencia de vecinos sin problemas». El fracaso de la política de buena vecindad resultaba más que evidente y el cambio de rumbo, inevitable.
2. Militarización: desde mediados de 2016 y con Davutoğlu fuera del Gobierno1, la acción exterior del Estado pasa a priorizar el uso del poder militar para hacer frente a los crecientes problemas de seguridad que proliferaban a su alrededor, en detrimento de otros recursos de poder menos agresivos, como la diplomacia, y aún a costa de asumir grandes riesgos. La reacción occidental al frustrado golpe de estado de julio de 2016 había dejado en el Gobierno turco un mal sabor de boca, cimentando el convencimiento de que únicamente por sí sola podía Turquía hacer frente a unos problemas de seguridad que no afectaban a todos los aliados por igual. A partir de ese momento, las Fuerzas Armadas turcas (FAT) ganan protagonismo como instrumento de la política exterior, llevando a cabo operaciones militares en el norte de Siria (2016, 2018 y 2019), interviniendo en el conflicto de Libia para impedir la caída del Gobierno de Acuerdo Nacional (2020), reforzando su contingente militar en Catar tras la ruptura diplomática de este último con los países del Golfo Pérsico (2017) o interviniendo activamente con su marina de guerra para proteger la campaña de exploración de hidrocarburos en aguas en disputa con Chipre y Grecia en el área mediterránea. Como es natural, todas estas actuaciones responden prioritariamente a la satisfacción de intereses nacionales, pero, inevitablemente, generaron enormes tensiones con todas las potencias que mantenían en estas mismas regiones intereses diametralmente opuestos, lo que incluye a los estados árabes (Arabia Saudita, Bahréin, Egipto y EAU), a Israel, a Francia, a Grecia y a los EE. UU. El problema es que, además, a través de estos últimos países, todas estas tensiones se trasladaron hacia la OTAN y la UE, organizaciones en las que la actitud de Turquía no solo era percibida con recelo, sino merecedora de todo tipo de reproches e, incluso, sanciones. Aunque esta política de «militarización» tuvo la virtud de preservar intactos los intereses de seguridad de Turquía, lo cierto es que a finales de 2020 el país se había sumido en un aislamiento internacional que era imprescindible romper.
3. Renormalización: agotada la vía de la militarización, con el cambio de década Turquía emprendió una «renormalización» de sus relaciones exteriores en todas direcciones que, consolidando sus logros en Siria, Libia y Cáucaso sur y sin ceder en sus reivindicaciones en el Mediterráneo oriental, pretendía reajustar su posición en el concierto internacional.
Comenzando por Oriente Medio, la moderación introducida en la retórica oficial y el reajuste de su relación con los Hermanos Musulmanes (HHMM) de Siria y Egipto, acogidos en su territorio tras las primaveras árabes y que se encuentra en el origen de los problemas con el bloque árabe «anti turco» (Arabia Saudita, Bahréin, Egipto y EAU), han permitido a Turquía un acercamiento diplomático a los países del golfo Pérsico que ya está cosechando resultados, de forma muy perceptibles con los EAU y, con algo menos de intensidad, con Arabia Saudita. Con ambos se han establecido ambiciosos objetivos para el incremento del comercio bilateral y con ambos se han alcanzado compromisos para llevar a cabo cuantiosas inversiones en el país, de las que la economía turca está muy necesitada2.
Pero, por muy beneficiosa que resulte, no es la cooperación en materia económica el principal motor de los movimientos de aproximación. Mucho tiene que ver en ello el relativo retraimiento estadounidense de la región que, ante la creciente influencia global de China, se ve obligado a focalizar su atención de manera cada vez más intensa en la región de Asia-Pacífico. Las garantías de Washington para la protección de sus aliados en el Golfo Pérsico no parecen ahora tan sólidas como lo han venido siendo en los últimos treinta años y los países afectados optan por buscar soluciones regionales a los problemas regionales de seguridad, lo que, inevitablemente, requiere el concurso de Turquía. Restaurar lazos no es tarea fácil, pero, aunque persisten notables diferencias de enfoque en política exterior, en particular en lo que se refiere a Siria, Libia y el área mediterránea, hay una clara voluntad por ambas partes de compartimentar desacuerdos y centrarse en las posibilidades de cooperación. Entre estas últimas destaca, por su elevado valor estratégico, la cooperación de sus industrias de defensa, siendo la turca una magnífica alternativa para los países de Oriente Medio, interesados en reducir su dependencia de la industria de defensa occidental (Bekdil, 2023).
Algo más complicada se está presentando la normalización con Egipto, con quien todo progresa más despacio. El origen del actual desencuentro se remonta al golpe de estado que en 2013 terminó con el gobierno de los HHMM en Egipto, que gozaba del apoyo turco, y desde entonces Egipto se ha posicionado sistemáticamente en contra de Turquía en conflictos regionales, como en la guerra de Libia o con ocasión de las disputas por la delimitación de los espacios de soberanía en el Mediterráneo oriental. La moderación en la actitud turca hacia los HHMM ha posibilitado tímidos avances en estas cuestiones, aunque, así como la cooperación en la búsqueda de estabilidad para Libia parece factible en estos momentos (Middle East Monitor, 2023), la ruptura del eje greco-egipcio en el Mediterráneo oriental, especialmente perjudicial para los intereses de Turquía, es harina de otro costal. Hasta la fecha, Egipto ha priorizado la cooperación con Grecia en la delimitación de Zonas Económicas Exclusivas (ZEE) en el Mediterráneo y es cierto que, de hacerlo con Turquía, podría salir considerablemente beneficiado (figura 1). Nada indica que Egipto vaya a cambiar de política al respecto; antes, al contrario, pero no sería de extrañar que Turquía trate de jugar esta baza. Por el momento, ambos países han intercambiado embajadores y ya se han llevado a cabo reuniones de alto nivel, lo que incluye encuentros personales entre los presidentes Erdoğan y Al-Sisi, que también se han producido con ocasión del conflicto de Gaza. Son gestos de buena voluntad; esperanzadores, sin duda, pero restablecer la confianza perdida no será cuestión de un día.
Figura 1. Delimitación de espacios de soberanía en el Mediterráneo oriental (aproximada). Elaboración propia
Otro de los elementos esenciales de esta política de normalización ha sido el restablecimiento de relaciones diplomáticas con Israel, prácticamente rotas desde 2010, tras el asalto de las fuerzas de seguridad israelíes a la flotilla de ayuda humanitaria organizada por Turquía para romper el bloqueo a la franja de Gaza y que se saldó con la muerte de 9 activistas de nacionalidad turca. El retorno de sus embajadores a sus respectivas sedes, acordado en agosto de 2022 y materializado a principios de 2023 (Bassit, 2023), abría una nueva etapa en las siempre complicadas relaciones turco-israelíes que, durante los últimos años, han basculado en torno a dos cuestiones fundamentales: el apoyo turco a la causa palestina, en particular, al grupo terrorista Hamas3 y la posible cooperación entre ambos países en la exportación de recursos energéticos hacia Europa.
Para Israel, que dispone de grandes reservas de gas natural en su ZEE y carece de infraestructuras para su exportación hacia los mercados europeos, la red de gasoductos turcos se presenta como la mejor posibilidad que, además, encajaría plenamente en las aspiraciones de Turquía de convertirse en hub energético. Aunque tiempo atrás se había considerado la construcción del gasoducto EASTMED, favorecido por la UE, su elevado coste y, sobre todo, la retirada en 2022 del apoyo político norteamericano a su desarrollo han terminado por paralizar de facto el proyecto, dejando a Israel sin alternativas (figura 2)4.
Figura 2. Posibilidades de exportación de gas natural en el Mediterráneo oriental. Fuentes diversas. Elaboración propia.
De esta manera, el problema palestino queda íntimamente relacionado con la cooperación energética, razón por la que Turquía había moderado durante los últimos meses su actitud respecto a la primera de las cuestiones con la finalidad de avanzar, aunque de manera limitada, en la segunda. Así era, al menos, hasta que el ataque de Hamas sobre Israel el pasado 7 de octubre sacudiese todo Oriente Medio. El Gobierno turco se ha posicionado inequívocamente en apoyo de Hamas, a quien no reconoce como grupo terrorista, y tras la retirada de sus respectivos embajadores y sucesivos cruces de declaraciones por ambas partes subiendo gradualmente el tono conforme el conflicto se prolonga en el tiempo, la tensión entre ambos Estados ha alcanzado niveles no vistos desde hace más de una década. Sin embargo, no se puede perder de vista que el comercio bilateral, cuyo valor ascendió a casi 10.000 millones de dólares en 20225, y la cooperación en materia energética son asuntos de interés mutuo, y no solo por la cuestión del gas natural antes mencionada, sino porque más del 40% de las importaciones de crudo de Israel proceden de Azerbaiyán a través del oleoducto Bakú-Tiflis-Ceyhan, que atraviesa territorio turco. Por lo que sabemos, el suministro por esta ruta continúa con normalidad (Turkish Minute, 2023) y no puede descartarse que, mientras la retórica oficial sube de tono a uno y otro lado, la cooperación en materia energética continúe su curso al abrigo de las respectivas opiniones públicas. Mucho dependerán sus futuras relaciones de la intensidad y duración con que Israel lleve a cabo sus operaciones de destrucción de Hamas, de la situación en que políticamente queden los territorios palestinos tras el conflicto y, sobre todo, de la continuidad del actual gobierno israelí, sobre quien parecen centrarse, por el momento, la mayor parte de las críticas. El tiempo dirá.
También su agresiva política mediterránea de los últimos años ha sido objeto de «normalización» y, aun manteniendo intactas sus reclamaciones relativas a la delimitación de su ZEE en el Mediterráneo, Turquía ha trasladado sus actividades de exploración de hidrocarburos hacia el mar Negro, lo que ha permitido reducir tensiones con Grecia. De hecho, ambos países han relanzado viejos mecanismos de comunicación del pasado y han puesto en marcha procesos para mejorar la cooperación en materia de comercio bilateral, turismo, interconectividad, protección civil, etc. (Guldogan, 2023).
Por último, no puede dejar de mencionarse que la política de normalización incluye también a Armenia, con quien Turquía rompió relaciones diplomáticas en 1993. Resuelto el conflicto de Nagorno-Karabaj, Turquía ha emprendido una tímida política de acercamiento que, a raíz de la ayuda armenia proporcionada con ocasión del devastador terremoto de febrero de 2023, resultaba esperanzadora. Armenia es un país aislado geográfica, comercial y energéticamente y, ante el deterioro de sus relaciones con Rusia, el papel de Turquía como suministrador de energía (gas natural, petróleo y electricidad) puede cobrar relevancia. Sin embargo, los equilibrios de poder en el Cáucaso sur están cambiando de manera acelerada tras la guerra de apenas 24 de duración que en septiembre de 2023 permitió a Azerbaiyán la recuperación total de los territorios ocupados, amenazando con hacer descarrilar el proceso de reconciliación entre Armenia y Turquía. Si no lo ha hecho ya. La pasividad de Rusia en esos acontecimientos ha terminado por dar la puntilla a las relaciones ruso-armenias que, desde la llamada «revolución de terciopelo» de 2018, habían sufrido un considerable deterioro. Armenia trata en estos momentos de distanciarse de Rusia y acercarse estratégicamente a EE.UU. y Francia, que se han mostrado solícitos a proporcionar ayuda militar (Mgdesyan, 2023). Todo ello tendrá una considerable influencia en las relaciones entre los occidentales y Azerbaiyán, lo que, inevitablemente, acabará por afectar directamente a Turquía. El Cáucaso sur presenta un elevado potencial para convertirse en un nuevo punto de fricción entre Turquía y los aliados occidentales, en particular, EE.UU. y Francia, lo que, a su vez, puede extenderse al conjunto de la UE.
Como puede apreciarse, los equilibrios de poder en esta parte del mundo son altamente inestables y aún resulta prematuro determinar hasta qué punto esta situación influirá en el resto de los procesos de configuración de un nuevo orden regional que, de manera simultánea, se desarrollaban por todo Oriente Medio. Por el momento, el efecto más inmediato es el de la congelación de facto de los Acuerdos de Abraham de 2020 y el bloqueo de las expectativas de incorporación al mismo de un país clave, como Arabia Saudita. Pero, al mismo tiempo, resulta perceptible el alineamiento del mundo musulmán en torno a la causa palestina (no necesariamente en apoyo de Hamas), lo que incluye la consolidación del tímido acercamiento entre Irán y Arabia Saudita iniciado a principios de 2023 bajo los auspicios de China y el de Turquía con los países árabes. Esto no hace sino confirmar el progresivo debilitamiento de la influencia estadounidense en Oriente Medio, lo que, para una Turquía deseosa de ganar influencia regional, que tradicionalmente ha mantenido relaciones pragmáticas con Irán y que se encuentra en vías de reconducir sus relaciones con Arabia Saudita, puede resultar beneficioso.
La dirección de la política exterior tras las elecciones de 2023
En pleno proceso de moderación de su política exterior, en mayo de 2023 se celebraron elecciones parlamentarias y presidenciales en Turquía gracias a las cuales el presidente Erdoğan ha podido renovar su mandato con un horizonte de cinco años. Con independencia del significado de este triunfo en clave interna, para la política exterior turca supone un espaldarazo que refuerza la línea de actuación iniciada por el presidente.
Ya en octubre de 2022, el presidente Erdoğan había presentado una visión de largo plazo que, bajo el título de «El siglo de Turquía», establece programas, proyectos y objetivos que pretender situar al país entre las 10 primeras potencias mundiales en términos políticos, económicos, tecnológicos, diplomáticos y militares (Gobierno de Turquía, 2023) (Daily Sabah, 2022). La visión que, en realidad, nace como una visión propia del AKP, el partido gubernamental, y que algunos enmarcaron en el contexto de la campaña electoral, señala hitos a largo plazo para la política exterior turca que encierran un gran simbolismo: 2023, centenario de la fundación de la Republica; 2043, 600 aniversario de la conquista de Constantinopla; y 2073, milenario de la batalla de Manzikert (en turco moderno, Malazgirt), en la que los turcos selyúcidas derrotaron al Imperio bizantino para iniciar su asentamiento en la península de Anatolia. Como el lector habrá advertido, los tres acontecimientos elegidos representan sendas victorias turcas sobre sus adversarios occidentales en tres momentos históricos diferentes.
Por expresarlo de manera muy resumida, la visión contempla un papel activo de Turquía a nivel regional, desarrollando relaciones constructivas y mutuamente beneficiosas con todos los estados en su vecindario, siempre basadas en el respeto a la legalidad internacional y, en particular, en su integridad territorial. Más allá de sus fronteras, Turquía pretende establecer «ejes de paz», reforzando lazos con países de lengua y cultura turca en Asia Central y con países musulmanes en África y el sudeste asiático, expandiendo su presencia por todo el mundo de manera independiente y desprendiéndose de sus «relaciones jerárquicas» con las naciones occidentales, con las que quiere entenderse «de igual a igual». En otras palabras, esta visión pretende reflejar las aspiraciones de Turquía para consolidarse como líder regional con alcance global en un «nuevo orden mundial» al tiempo que hace un llamamiento a las potencias globales para dejar de interferir en sus asuntos internos (Ataman, 2023). Este «nuevo orden mundial» requiere una adecuación de las instituciones internacionales que surgieron basadas en el orden de la posguerra, muy especialmente, las Naciones Unidas y su Consejo de Seguridad, donde la existencia de cinco miembros permanentes con derecho de veto es, bajo la óptica turca, injusta y anacrónica. «El mundo es más que cinco», frase contenida en el famoso discurso pronunciado por Erdoğan ante la Asamblea General de NN.UU. (2014), se ha convertido en el lema de una campaña a favor de la reforma de la organización que Turquía pretende liderar.
Pero antes de alcanzar tan elevadas metas, el Gobierno de Erdoğan deberá centrarse en cuestiones de carácter más inmediato. En un documento publicado en la revista de ciencia política Insight Turkey, el actual ministro de Asuntos Exteriores, Hakan Fidan (2023), presentaba un compendio de objetivos, que, en buena lógica, marcarán las líneas generales de su política exterior durante los próximos años y que pueden resumirse como sigue:
- Contribución a la paz y seguridad regionales y creación de nuevos modelos de cooperación:
- Mantenimiento del esfuerzo de sus fuerzas de seguridad y servicios de inteligencia en la neutralización de la amenaza terrorista que supone el Partido de los trabajadores del Kurdistán, PKK, en conflicto con el Estado turco desde hace casi cuarenta años y que, además, se proyecta hacia el exterior, amenazando la integridad territorial de la vecina Siria y la estabilidad política en Irak. Igualmente preocupante para el Gobierno turco es la organización liderada por el clérigo Fetullah Gülen, residente en EE.UU. y acusado de haber orquestado el intento de golpe de estado de 2016, que bajo la denominación de FETÖ6 es considerada organización terrorista y, como tal, perseguida por las fuerzas de seguridad.
Cabe señalar que, aunque no expresamente mencionados entre las amenazas directas al estado turco, existe una multitud de grupos terroristas de menor entidad que, como el DHKP-C (Frente Revolucionario de liberación Popular, de ideología marxista-leninista) permanecen hoy en día activos. Este último grupo es responsable de numerosos atentados terroristas en Turquía y, aunque su actividad ha ido decayendo a lo largo de los últimos años, las fuerzas de seguridad deben todavía dedicar considerables recursos a combatirlo. - Consolidación del ambiente favorable que, en el marco de los nuevos equilibrios de poder que se están estableciendo en Oriente Medio, asegure una paz duradera en la región. En esta línea se enmarcan 1) la promoción de una solución negociada al conflicto de Siria en el marco del proceso político definido en la Resolución 2254 del CS de NN. UU.7 que respete su integridad territorial, lo que facilitaría el retorno de los cerca de 4 millones de refugiados que se asientan en Turquía; 2) su contribución al mantenimiento de la integridad territorial de Irak y a su estabilidad política; y 3) la búsqueda de una solución justa y duradera para el conflicto palestino-israelí basada en el principio de dos estados, con una Palestina independiente en las fronteras de 1967 y con capital en Jerusalén este.
- Continuidad de su labor mediadora en el conflicto de Ucrania para obtener, mediante diplomacia y diálogo, una paz basada en la independencia de Ucrania y su integridad territorial. La reanudación de la Iniciativa del Mar Negro para facilitar las exportaciones de grano forma parte de este esfuerzo.
- Continuación de su política de partenariado africano basado en el respeto mutuo y en apoyo de «soluciones africanas a los problemas africanos».
- Consolidación de su posición en el Cáucaso, normalizando sus relaciones con Armenia, al tiempo que se refuerza la relación con Azerbaiyán bajo el lema «un pueblo; dos estados». Turquía se muestra dispuesta a impulsar el esfuerzo de reconstrucción de las zonas devastadas en el Cáucaso sur y a promover intercambios comerciales en la región para lo que, la apertura del corredor de Zangezur (tal y como exige Azerbaiyán) resulta de vital importancia8.
- Consolidación de la atmósfera positiva establecida en sus relaciones con Grecia, explotando las ventajas que la cooperación sincera puede proporcionar en áreas como la economía y el comercio, las relaciones interpersonales, protección civil, etc., siempre que «Grecia responda con la misma sinceridad». La solución del conflicto de Chipre mediante el reconocimiento internacional de la República Turca del Norte de Chipre (RTNC) es el otro gran escollo que salvar para asegurar la estabilidad en el Mediterráneo.
- Afianzamiento de las relaciones bilaterales con Irán, tanto en su aspecto comercial como en la cooperación en la lucha antiterrorista.
- Mantenimiento del esfuerzo de sus fuerzas de seguridad y servicios de inteligencia en la neutralización de la amenaza terrorista que supone el Partido de los trabajadores del Kurdistán, PKK, en conflicto con el Estado turco desde hace casi cuarenta años y que, además, se proyecta hacia el exterior, amenazando la integridad territorial de la vecina Siria y la estabilidad política en Irak. Igualmente preocupante para el Gobierno turco es la organización liderada por el clérigo Fetullah Gülen, residente en EE.UU. y acusado de haber orquestado el intento de golpe de estado de 2016, que bajo la denominación de FETÖ6 es considerada organización terrorista y, como tal, perseguida por las fuerzas de seguridad.
- Institucionalización de las relaciones internacionales, reforzando las relaciones estratégicas ya establecidas y buscando nuevas alianzas:
- Turquía reafirma su compromiso con la OTAN bajo el principio de indivisibilidad de la seguridad, con una visión de 360 grados9. Eso sí, Turquía hace hincapié en que el terrorismo, en cualquiera de sus formas, es una de las mayores amenazas para la Alianza, por lo que la lucha antiterrorista es componente esencial de la defensa colectiva.
- La adhesión a la UE continúa siendo una prioridad estratégica, aunque, señala, espera de la Unión la consideración de su candidatura sobre la base del mérito y no de políticas identitarias o por cuestiones relativas al tamaño de la población.
- Contribución al desarrollo de organizaciones internacionales de cooperación como la Organización de Estados Túrquicos (OTS, por sus siglas en inglés)10 o la Organización de Cooperación Islámica (OIC).
- Desarrollo de un entorno de prosperidad:
- La recuperación económica es, en realidad, la primera de las preocupaciones del Gobierno turco pues, de no enderezarse, nada de lo anterior podrá llevarse a cabo. Para ello, el comercio exterior y el fomento de las inversiones extranjeras directas se perfilan como cuestiones fundamentales.
- Uno de los aspectos esenciales para Turquía es la actualización de la Unión Aduanera con la UE (Yalcin & Felbermyr, 2021)11 y el acuerdo para la liberalización de visados para ciudadanos turcos, cuestiones ambas que la UE se comprometió a considerar con ocasión del acuerdo sobre refugiados que se alcanzó en 2016 y que, hasta el momento, no han sido implementadas (Consejo Europeo, 2016).
- Mejora de la conectividad este-oeste que se materializa en dos aspectos: 1) la consolidación de su papel como hub energético para el suministro de recursos hacia Europa; y 2) el incremento de la capacidad de corredores de transporte, en particular, el Corredor Intermedio (Middle Corridor- MC)12.
- Objetivos de alcance global:
- Iberoamérica y Asia se perfilan cono áreas geográficas en las que Turquía quiere incrementar su huella. Si bien las relaciones con Iberoamérica son todavía muy rudimentarias, la Iniciativa Yeniden Asia (Nuevamente Asia) anunciada en 2019, presenta un gran potencial para el desarrollo de relaciones mutuamente beneficiosas con la mayoría de los países de Asia en áreas como el comercio, transporte, inversiones. Infraestructura o logística (Ministerio de AA.EE. de la República de Turquía, 2023). A través de organizaciones como la mencionada OTS, Turquía podría expandir su influencia en Asia Central, aprovechando las oportunidades que una eventual reducción de la presencia rusa en esta región ofrecería.
Como puede advertirse, la política exterior turca es cualquier cosa menos improvisada y carente de ambición. Desde luego, la adecuada planificación y la adaptación de objetivos a las posibilidades reales es condición necesaria, pero no suficiente, para garantizar el éxito y son multitud los actores geopolíticos cuya intervención puede afectar en uno u otro sentido a las ambiciones de Turquía, entre las que, sin duda, las grandes potencias mundiales son las más relevantes. Veamos de qué manera.
La vertiente occidental
Las relaciones de Turquía con el mundo occidental han sido siempre tortuosas y así siguen siendo en la actualidad. Y es que, aunque su pertenencia a la OTAN ha sido interpretada habitualmente de otra manera, hay que reconocer que Turquía nunca ha sido un país genuinamente occidental, a pesar de que, en ocasiones, haya pretendido serlo. En general, las relaciones entre Turquía y las potencias occidentales están impregnadas por cierto resentimiento debido a la intervención de estas últimas en el desmembramiento del Imperio otomano y a la percepción de que la desconsideración preside la actitud occidental hacia ellos. Es por ello por lo que Turquía otorga gran importancia a la reconexión con Occidente en términos de igualdad, mostrándose como una potencia autónoma que toma sus propias decisiones. Por el momento y, como vemos a continuación, las relaciones tienen un marcado carácter competitivo y aún permanecen importantes escollos a salvar.
¿Es posible la normalidad con EE.UU.?
Las relaciones turco-norteamericanas, nunca fáciles y que han padecido los vaivenes de una política exterior norteamericana hacia Oriente Medio no siempre coherente, han experimentado un considerable deterioro durante los últimos años debido a dos cuestiones que, para Turquía, suponen amenazas existenciales: 1) la articulación de la coalición anti-Daesh en Siria en 2014 liderada por EE.UU. apoyándose en la rama siria del PKK, el PYD; y 2) la protección brindada a Fetullah Gülen, líder del movimiento Hizmet, acusado de orquestar el intento de golpe de estado de 2016, que desde 1997 reside en territorio norteamericano y cuya extradición es sistemáticamente denegada. Ambas cuestiones son la causa primordial de un permanente «ruido de fondo» que enturbia sus relaciones y provoca no pocas desavenencias en asuntos, a priori de menor rango, pero que en nada facilitan el entendimiento. La expulsión de Turquía del programa del avión de combate de 5ª generación F-35 a causa de la adquisición por Turquía del sistema de defensa antiaérea de fabricación rusa S-400, o la imposición de sanciones en aplicación de la Countering America’s Adversaries Through Sanctions Act (Congreso de EE. UU., 2017), ley especialmente promulgada para tratar a los países considerados enemigos de EE. UU. como Irán, Rusia o Corea del Norte, son buenos ejemplos de ello.
Afortunadamente, el momento actual parece ser otro y, una vez más, la política de normalización hacia los países árabes, Israel, Armenia y Grecia, sustentada por la postura turca en el conflicto de Ucrania, ha permitido que desde EE. UU. se valoren las ventajas estratégicas que la cooperación puede aportar, de manera que la recomposición de las relaciones con Ankara parece ser, igualmente, una prioridad estadounidense. Y es que, aun persistiendo las dos cuestiones clave ya mencionadas, la cooperación con Turquía puede ser necesaria para los estadounidenses en regiones como Oriente Medio, donde una política que, entre otras consideraciones, se fundamenta en el reconocimiento árabe de Israel (acuerdos de Abraham), tratando de relegar a un segundo plano la cuestión palestina, ha mostrado sus limitaciones. Más pronto que tarde, y si quiere asegurar una mínima estabilidad regional que le permita desviar su atención hacia otras partes del globo que le resultan prioritarias, Washington deberá integrar la delicada cuestión palestina en su política regional y, en ese momento, la colaboración de Turquía puede resultar imprescindible. Es cierto que, como hemos comentado, su apoyo a Hamas amenaza el buen tono de las relaciones turco-israelíes, lo que, habida cuenta del incondicional apoyo estadounidense hacia Israel, podría transmitir tensiones hacia las relaciones entre EE.UU. y Turquía. Pero su capacidad de interlocución ante los representantes palestinos, en general, y ante Hamas, en particular, puede convertirse en un activo que Turquía podría utilizar en apoyo de los norteamericanos, deseosos de evitar la expansión del conflicto por toda la región.
Más allá de Oriente Medio, la cooperación con Turquía podría resultar igualmente provechosa para los estadounidenses en su renovada «estrategia de contención» de sus grandes rivales sistémicos, la Federación Rusa y China. Además de su papel mediador en la guerra de Ucrania, la influencia turca en el Cáucaso sur y en Asia Central, patio trasero de ambos rivales, podría ser un recurso estratégico de gran valor en un momento de renovado interés estadounidense por esas regiones. Sin embargo, la cooperación en esta parte del mundo se presenta algo más problemática. En primer lugar, porque la presencia occidental en estas regiones es percibida por Turquía como algo extraño y no necesariamente deseable. Pero, además, porque la visión de la geopolítica norteamericana de suma cero en pos de la hegemonía global no se alinea con los intereses de Turquía, para quien la toma de partido en esta pugna no parece lo más conveniente. Más aún si tenemos en cuenta que, con un poder militar sin rival y un poder económico abrumador, la tendencia a aplicar medidas coercitivas bajo la óptica de quien no está conmigo está en contra de mí resulta inevitable. Es probable que Turquía trate, no de impedir, algo que no puede hacer, pero sí de limitar la penetración norteamericana en la región, especialmente la militar, que en los últimos meses va en aumento. Es por ahí por donde la falta de sintonía en los intereses de una y otra parte puede acabar manifestándose, haciendo saltar por los aires una frágil relación que, a pesar del aparente acercamiento del momento, sigue basada en la desconfianza.
¿Y la OTAN?
Desde su ingreso en la organización en 1952, la OTAN ha sido para Turquía garantía de su seguridad frente a una todopoderosa Unión Soviética y, aunque el panorama geopolítico global ha cambiado sustancialmente desde su desmembramiento en 1991, ese sigue siendo esencialmente su papel. En cinco ocasiones ha solicitado Turquía consultas con los aliados invocando el artículo 4 del Tratado de Washington por cuestiones relacionadas con los conflictos en Siria e Irak (OTAN, 2023) y aunque, obviamente, la amenaza no es equiparable a la de los peores momentos de la Guerra Fría, las divergencias estratégicas con la Federación Rusa en áreas esenciales para su seguridad hacen que las garantías que la Alianza le ofrece continúen siendo imprescindibles en su cálculo estratégico.
Pero por importantes que sean estas garantías, que lo son, su pertenencia a la organización y la toma de decisiones en la misma basada en la unanimidad de sus miembros otorga a Turquía una capacidad adicional de satisfacer sus intereses nacionales que hacen de su pertenencia a la OTAN un activo estratégico del que en ningún caso está dispuesta a renunciar. Y así lo hemos podido percibir en la definición de su postura ante la política de expansión de la OTAN, en particular en el proceso de aceptación del ingreso de Finlandia y Suecia. En ambos casos Turquía argumentó la presencia de miembros de organizaciones terroristas en aquellos países, como el PKK y el DHKP-C, para condicionar su aprobación a su ingreso, exigiendo cambios en sus respectivas legislaciones antiterroristas. Así ocurrió en el caso de Finlandia, que finalmente completó su adhesión el pasado 4 de abril, pero no en el de Suecia que, a juicio de las autoridades turcas, no hizo suficientes reformas como para satisfacer sus exigencias. No fue hasta finales de octubre de 2023 que el Gobierno turco trasladó este asunto a la consideración del parlamento13.
Naturalmente, el papel de Turquía en la OTAN se ve fuertemente condicionado por sus relaciones con EE. UU., y viceversa. El tortuoso proceso de adhesión de Suecia ha sido, a su vez, conectado por los estadounidenses a una cuestión de trascendencia estratégica para Turquía, como es la modernización de su Fuerza Aérea, para lo que pretende adquirir 40 unidades de la versión más moderna del avión de combate F-16 y 80 kits de modernización para otros tantos aparatos que están a punto de entrar en la obsolescencia. Turquía necesita esos aparatos para mantener su superioridad aérea sobre Grecia en el Egeo y el Mediterráneo en tanto no se incorpore su Fuerza Aérea el avión de combate de 5ª generación que desarrolla su industria de defensa, previsto para 2030. Aunque la venta parece gozar del favor de la Casa Blanca, para su materialización se requiere todavía la aprobación del Congreso, reticente a concederla mientras Turquía no haya ratificado el ingreso de Suecia en la OTAN (Zanotti & Thomas, 2023). La evolución de esta cuestión nos proporcionará un buen indicador del estado real de las relaciones bilaterales turco-norteamericanas.
¿Una nueva era en las relaciones con la UE?
El proceso de adhesión iniciado hace décadas y, de facto, paralizado desde el año 2006, es el eje alrededor del cual giran las relaciones de Turquía con las instituciones europeas y con sus estados miembros de forma bilateral. Más de 30 años han pasado desde que en 1987 Turquía cursase su solicitud formal de adhesión a la Comunidad Económica Europea y ya casi 20 desde que, en 2005, se iniciase oficialmente el proceso de negociación para su incorporación a la Unión Europea sin que apenas se haya avanzado en lo que continúa siendo un objetivo estratégico de primer orden para el Gobierno turco. Y nada indica que las cosas vayan a cambiar sustancialmente a corto plazo.
Por ambas partes aparecen escollos que resultan, por el momento, difíciles de superar, si no directamente insalvables. Para Turquía, el reconocimiento de la administración grecochipriota, miembro de la UE desde 2004, es el asunto más espinoso, más desde que, tras el fracaso de las últimas negociaciones en 2017, Turquía haya pasado a priorizar la opción de dos estados para la resolución del conflicto, en contra de lo anteriormente determinado por NN.UU. y en contra de las preferencias de Grecia y de Chipre. Y para los europeos, aunque se esgrimen otras razones, lo cierto es que la incorporación de una Turquía con más de 80 millones de habitantes supondría un vuelco en los equilibrios de poder en el seno de la UE inadmisible para algunos de sus estados miembros. Considérese que gran parte de las decisiones en el Consejo europeo se adoptan por mayoría cualificada, que requiere un mínimo de un 55% de los países representando, al menos, un 65% de la población y que una minoría de bloqueo se puede constituir con un mínimo de 4 países que representen un 35% de los habitantes de la UE. Turquía se convertiría en uno de los países con mayor capacidad de influir en las decisiones del conjunto y eso no parece formar parte de los planes de la Unión.
Aun así, a ambos interesa mantener las relaciones mínimamente fluidas y es de esperar que, tras las elecciones del pasado mes de mayo y perdida toda esperanza por parte europea de un cambio en el liderazgo político del país, la política de normalización emprendida por Turquía permita un mínimo entendimiento y cooperación en áreas de interés común. Pero, a priori, no resultará fácil. Los intereses turcos en regiones como Siria, el Cáucaso y el Mediterráneo son claramente divergentes con los europeos y las razones que sustentan estas divergencias no son fáciles de resolver mediante la mera buena voluntad. El apoyo incondicional de Francia a la causa armenia; el apoyo europeo, esencialmente francés, a las Fuerzas Democráticas Sirias (SDF, por sus siglas en inglés), milicias formadas por los occidentales sobre la base de las milicias kurdas del PYD, rama siria del PKK; la «tolerancia» que los estados europeos muestran respecto a las actividades de ese grupo terrorista en sus territorios14; la diferente consideración respecto a los gulenistas huidos a países europeos tras el intento de golpe de estado de 2016, que se traduce en constantes negativas a las demandas turcas de extradición; la expansión, a juicio de las autoridades turcas, de la islamofobia por Europa ante la pasividad de sus Gobiernos; las visiones radicalmente opuestas entre Grecia, Chipre y Turquía sobre la delimitación de los espacios de soberanía en el mar Egeo y en el Mediterráneo oriental; o las diferentes posturas sobre la resolución del conflicto de Chipre, antes mencionadas, son sin duda, las cuestiones de mayor calado que, en uno u otro momento, tienen potencial para incrementar considerablemente la tensión política.
Hay factores que, no obstante, podrían hacer converger, al menos parcialmente, los intereses de ambas partes, favoreciendo la cooperación. El papel mediador que Turquía ha decidido ejercer con ocasión de la guerra en Ucrania y otros conflictos regionales, como las revueltas en Sudán el pasado verano, está haciendo de Turquía un socio indispensable para el mundo occidental, en general, y para la UE en particular. La UE bien podría apoyarse en la creciente influencia de Turquía en regiones como Asia Central, de gran interés para los europeos, en África, donde, además de a la amenaza yihadista, la UE se enfrenta a grandes dificultades frente a la creciente influencia de rivales sistémicos como China o Rusia, o aprovechar su cada vez mayor importancia como hub energético para el suministro de recursos procedentes del Caspio y Oriente Medio hacia una Europa deseosa de desconectarse energéticamente de Rusia. Pero para ello sería necesario que por las dos partes se compartimentasen las diferencias que los separan en otras áreas. No es improbable que muchas de las oportunidades que se presentan acaben interpretándose en sentido contrario y adopten un tono competitivo.
Sea como fuere, una reanudación del proceso formal de adhesión resulta poco probable. A pesar de que, como hemos visto, el ingreso en la UE continúa siendo oficialmente un objetivo estratégico para Turquía, todo hace indicar que el interés se ha perdido y, como en la fábula de Esopo, ya se ha llegado a la conclusión de que «las uvas no estaban maduras». De hecho, Erdoğan se ha expresado con claridad al respecto: «Turquía ya no espera nada de la UE, a cuyas puertas ha estado esperando durante 60 años» (Bayar, 2023). Y las encuestas muestran un desinterés creciente por parte de la población por el proyecto europeo (figura 3).
Figura 3. Resultado de la encuesta sobre la evolución del apoyo popular a la adhesión de Turquía a la UE, de marzo de 2022. Fuente: METROPOLL.
Para Turquía, la principal aportación de la UE a sus aspiraciones geopolíticas es el desarrollo de su papel como socio comercial y, para ello, la adhesión no es un elemento esencial. En estos momentos, la obtención de un estatus especial (socio preferencial o similar) y la actualización de la unión aduanera podrían ser suficientes. En cualquier caso, lo que está fuera de toda duda es que Turquía aspira a establecer una relación de igual a igual y solo si desde la UE se acepta este hecho podrán establecerse relaciones mutuamente beneficiosas. Cuestiones como la expansión de la islamofobia en Europa y la aplicación de políticas europeas que desde Turquía son juzgadas como de «doble rasero» tenderán a incrementarse en un futuro, dificultando el entendimiento entre unos socios que, a pesar de todo, se necesitan mutuamente.
La vertiente oriental
Consciente de su situación a caballo entre ambos mundos, el momento geopolítico actual de traslación del centro de gravedad hacia la masa euroasiática presenta para Turquía una serie de oportunidades que no está dispuesta a desaprovechar. No se trata de un cambio de alineamiento y de la adopción de un «giro euroasiático» del país, como en ocasiones se ha presentado, sino de encontrar alternativas que equilibren sus relaciones con Occidente, lo que, en este nuevo orden multipolar emergente que, entre otras consecuencias, está produciendo la división del mundo en bloques opuestos que exigen tomar partido por una u otra opción, no es tarea fácil.
La Federación Rusa
Gracias a esta renovada relación, Turquía ha podido duplicar, prácticamente, el valor de sus transacciones comerciales con Rusia15, siendo el sector energético uno de los que mejores oportunidades presenta para su cooperación pues aquí, a fin de cuentas, los intereses de ambos países convergen prácticamente en su totalidad. Si Turquía pretende desde hace años convertirse en hub energético para distribución a los mercados europeos de unos recursos de los que carece, es Rusia la que en mayor medida los puede proporcionar16. Sobre esta cuestión hay acuerdo político entre ambos países al máximo nivel y en ello están implicados personalmente los presidentes Putin y Erdoğan (Daily Sabah, 2023).
Aun con todo, Ankara continúa considerando la cooperación con Moscú la mejor forma de reducir tensiones regionales (Strachota, 2023). De hecho, así lo demuestra su participación en foros como el de Astaná, en el que Rusia, Turquía e Irán tratan de rebajar las tensiones en Siria como paso previo a la apertura de un proceso de negociación política17, o el grupo 3+3, foro político que reúne a los tres países del Cáucaso sur además de, una vez más, Rusia, Turquía e Irán, para fomentar la cooperación en esta área de interés estratégico para las tres potencias regionales18.
Pero esto bien podría cambiar conforme el conflicto en Ucrania se acerque a su fin, cualquiera que sea la solución al mismo distinta de una derrota total de Rusia, lo que, en estos momentos, parece improbable. Aunque la sombra de Rusia es alargada, el debilitamiento de su influencia en el Cáucaso y Asia Central causado por su implicación en Ucrania resulta en estos momentos evidente y Turquía no ha desaprovechado la oportunidad para incrementar su presencia en la región, bien mediante el estrechamiento de relaciones bilaterales, como en el caso de Azerbaiyán, o bien mediante el impulso de organizaciones internacionales como la Organización de Estados Túrquicos (OTS, por sus siglas en inglés)19. Es de esperar que, una vez Rusia pueda desviar su atención de Ucrania, trate de recuperar su influencia en el Cáucaso y Asia Central, habida cuenta, además, que probablemente para ese momento las potencias occidentales habrán incrementado su presencia en la misma. De ser así, no sería extraño que las relaciones entre Rusia y Turquía se vean sometidas a renovadas tensiones.
China
Oficialmente establecidas en 1971, las relaciones chino-turcas han mantenido, en general, un buen tono relativo, habiendo alcanzado en 2010 el nivel de «cooperación estratégica». Pero es, especialmente, a partir de la integración de Turquía en la iniciativa de la Franja y la Ruta (IFR) en 2015 que las relaciones entre ambos países adquieren verdadero impulso. Y es que esta iniciativa, que China presenta oficialmente en 2013, contribuye satisfacer las aspiraciones turcas de desarrollar las comunicaciones a través del Caspio como base de su política de aproximación hacia Asia Central. Con la firma del «Memorándum de Entendimiento relativo al alineamiento de la IFR y el Corredor Intermedio»20, que así se denominó el documento oficial, Turquía conseguía revitalizar el viejo proyecto del Corredor Intermedio (MC), propuesto en los años 90 del pasado siglo pero que, ante las evidentes ventajas que las rutas que soslayan el mar Caspio ofrecían, apenas había podido prosperar (figura 4).
Figura 4. Corredores económicos de interés para Turquía. Elaboración propia
Si el desarrollo del MC fue de gran interés para Turquía durante los años que siguieron a su integración en la IFR, no lo ha sido tanto para China, que apenas ha invertido en él un 1,3% de lo destinado a la IFR a nivel global (Ergenç & Göçer, 2023). Pero los efectos de la guerra de Ucrania están haciendo que el MC, al evitar los territorios de Rusia e Irán, cobre renovado interés. De momento, por él apenas transita un 10% de las mercancías que lo hacen por los corredores del norte, atravesando la Federación Rusa, pero es significativo que el transporte de mercancías por el MC el pasado 2022 se haya incrementado dos veces y media respecto al año anterior, tendencia que se ha mantenido durante los primeros meses de 2023 (Dusek, 2023). Y el acuerdo de asociación estratégica alcanzado entre China y Georgia el pasado mes de julio no hace sino sentar las bases para una mayor implicación del país en el desarrollo de este corredor (Avdaliani, 2023b). También los contactos entre China y Turquía a este respecto se han intensificado desde que empezara la guerra y no debería extrañarnos que el desarrollo de este corredor tienda a incrementar el interés de China por invertir en infraestructuras en Turquía (Avdaliani, 2023a).
A pesar de su manifiesta voluntad por adherirse a la IFR, Turquía no ha sido un negociador fácil y, con carácter general, la defensa de sus intereses ha tendido a prevalecer sobre otras consideraciones, forzando a China a aceptar sus exigencias y, a diferencia de lo que ha ocurrido con otros países, evitando caer en la denominada «trampa de la deuda» (Ergenç & Göçer, 2023). Es de esperar que Turquía trate de mantener esta política, aunque está por ver si la difícil situación de la economía turca, necesitada de grandes inversiones del exterior, se lo permite.
La mayor dificultad que ensombrece las relaciones entre ambos países es el apoyo turco a la minoría uigur en el Sinkiang chino, pueblo musulmán de origen túrquico con aspiraciones de independencia. Turquía acoge a unos 50.000 uigures huidos de China y, oficialmente, la política exterior turca otorga gran importancia a la defensa de los derechos y libertades de esta minoría. Sin embargo, el pragmatismo se ha impuesto en los últimos años y el interés por mejorar las relaciones con la República Popular ha propiciado los gestos conciliadores en detrimento de esta minoría, como la firma del tratado de extradición con China en 2017 (Kahgarian & Sahinkaya, 2021) o la designación del «Movimiento Islámico del Turkestán Oriental»21 como grupo terrorista, ese mismo año (CGTN, 2017). La realidad es que, ante el perceptible incremento de las detenciones y la vigilancia sobre la población uigur en su territorio, Turquía ha dejado de ser el santuario para esta minoría que en otro tiempo fue (Jardine, et al., 2021, p. 48). Cuestión de realpolitik.
Más allá de estas cuestiones, el hecho de que la expansión de China por el mundo se base, en gran medida, en la priorización de la cooperación comercial con los países interesados, sin injerencia en sus asuntos internos y con el uso de su poder militar limitado a los espacios que le resultan vitales (Taiwán y mar de China), la presencia turca en regiones de interés común, como Asia Central, no tiene por qué resultar problemática. En teoría y, al menos, por el momento, la cooperación china no es excluyente y si ambos son capaces de compartimentar sus diferencias en aras de mantener unas relaciones mínimamente saludables, Turquía puede encontrar en la República Popular China un potencial aliado para equilibrar sus relaciones con los países occidentales que no interfiera en la persecución de sus objetivos en el marco del «siglo de Turquía». La asociación de Turquía con la Organización de Cooperación de Shanghái (SCO, por sus siglas en inglés) sin duda lo facilitará22.
Conclusiones
A lo largo de los últimos 20 años, Turquía ha conseguido situarse indiscutiblemente entre las potencias regionales de rango medio, emprendiendo de manera proactiva una política exterior autónoma e independiente que, aunque no siempre de manera exitosa, le ha llevado a intervenir fuera de sus fronteras para tratar de resolver los numerosos conflictos que salpican su turbulento vecindario de acuerdo con sus intereses nacionales. Pero más allá del ámbito regional, Turquía pugna simultáneamente por obtener un reconocimiento internacional que le permita intervenir e influir como gran potencia en asuntos globales, mejorando su posición en el nuevo orden mundial que la competición entre grandes potencias está configurando. Esta voluntad por ejercer influencia a nivel global ya se percibe con claridad desde mediados de la pasada década, pero es, verdaderamente, a partir de octubre de 2022 cuando el presidente Erdoğan da a conocer al mundo su visión de largo plazo denominada «El siglo de Turquía», que, formalmente articulada e incluyendo objetivos, programas, acciones, etc. marca la pauta para hacer del país una de las 10 primeras potencias mundiales en términos políticos, económicos, tecnológicos, diplomáticos y militares. Para Erdoğan, Turquía es una potencia independiente que no pertenece genuinamente ni a Oriente ni a Occidente y aspira al liderazgo político, cultural e incluso religioso en Oriente Medio, en el Mediterráneo oriental, en el Cáucaso sur y en el mar Negro, capaz de, extender su influencia hacia regiones más remotas como Asia Central y el continente africano, y considerando incluso hacerse presente en el extremo oriente, como indica su relación de asociación con la SCO.
Es un planteamiento ambicioso cuya materialización requiere, en primer lugar, el reajuste de una política exterior que, basada en el empleo prioritario de su poder militar en su entorno inmediato (Siria, Irak, Mediterráneo, mar Egeo) había acabado, a finales de la pasada década, por sumir al país en un indeseable aislamiento diplomático que resultaba imprescindible romper. Y para ello imprimió un cambio de rumbo en sus relaciones exteriores que se materializó en la aplicación de una política de reconciliación en todas direcciones, claramente perceptible en su aproximación a las potencias del golfo Pérsico, cuyo capital necesita para sortear la crisis económica que padece, pero también a Egipto, a Israel, a Armenia e incluso a Grecia.
A pesar de los altibajos provocados por acontecimientos que, como demuestra la crisis de Gaza, en un entorno tan volátil nunca se pueden descartar, esta política está dando sus frutos, mejorando la posición de Turquía en el entorno regional y contribuyendo, a su vez, a rebajar las tensiones creadas con los socios y aliados occidentales. La victoria electoral de Erdoğan y su partido en las elecciones presidenciales del pasado mes de mayo hacen presagiar una continuidad de esta política exterior y no hay razones para creer que, salvo los imprescindibles ajustes que serán necesarios para reaccionar a los acontecimientos imprevistos, Turquía vaya a cambiar sustancialmente de enfoque. Indudablemente, esta política de reconciliación regional está teniendo efectos muy positivos para las aspiraciones de Turquía, pero, inevitablemente, acabará por interferir con las grandes potencias tanto en la gestión de los asuntos regionales como en el proceso de expansión de su influencia por otras áreas del globo.
Por lo que a la vertiente occidental se refiere, la cooperación con Turquía podría ser muy positiva en cuestiones como, por ejemplo, el suministro de recursos energéticos hacia Europa, el desarrollo del corredor intermedio o la lucha contra la expansión del islamismo radical en regiones como Asia Central, el Cáucaso sur o en los países del norte de África y el Sahel. Y otro tanto podría decirse de su participación en la resolución de conflictos regionales como el de Ucrania, el de Gaza o incluso el de Siria, donde su capacidad de interlocución puede resultar de gran interés. Pero la realidad es que, por el momento, es la desconfianza lo que preside sus relaciones y, consecuentemente, es probable que la intervención simultánea en estas áreas acabe adquiriendo tintes competitivos. La reconfiguración geopolítica del Cáucaso sur, con Armenia tratando de distanciarse de Rusia y de acercarse a Francia y a EE. UU., y el creciente interés de los occidentales en Asia Central, patio trasero de Rusia y de China, hacen de estas regiones posibles escenarios donde el buen tono las relaciones turco-occidentales sea puesto a prueba.
Turquía aspira a establecer relaciones de igual a igual con los europeos y, siendo la adhesión de Turquía a la UE poco probable en la actualidad, serán los acuerdos o desacuerdos bilaterales con países como Grecia, Chipre, Francia o Alemania los que en mayor medida marquen el tono de las relaciones del conjunto. La permanente situación de espera a las puertas de la UE es muy perjudicial para ambas partes y especialmente humillante para Turquía. Desde este punto de vista, sería urgente encontrar solución específica para Turquía que, de una vez por todas, cierre una herida por la que sangran sus relaciones.
Con los EE. UU., a pesar de que su papel como mediador en la guerra de Ucrania ha revalorizado su peso estratégico, las desavenencias continúan girando en torno a dos cuestiones que, para Turquía, suponen amenazas existenciales: la presencia de Fetullah Gülen en territorio estadounidense y el apoyo norteamericano a la filial del PKK en el norte de Siria. Mientras no se resuelvan, sus relaciones estarán sujetas a sobresaltos y el malestar tenderá a manifestarse en otras cuestiones que, aun siendo importantes, pueden considerarse de segundo rango.
En estas condiciones, Turquía encuentra en China y en Rusia unas potencias globales con asiento permanente en el Consejo de Seguridad de NN. UU. con las que compensar sus problemáticas relaciones con el mundo occidental. La guerra de Ucrania ha acrecentado el interés ruso por Turquía y la expansión de esta última por el Cáucaso y Asia Central, aunque en constante aumento, no es capaz de amenazar, por el momento, el dominio de Rusia. No tiene ni la capacidad económica ni militar para hacerlo. Por otro lado, la presencia de China en estas mismas regiones es todavía limitada y su proyecto de la IFR presenta más oportunidades que desafíos. De momento, la penetración de China en estos espacios no busca la exclusividad y ello facilitaría la cooperación. No obstante, conforme estas regiones acrecientan su importancia geopolítica, es de esperar que otros actores, y no solo los occidentales, se vayan sumando a la competencia, lo que, a largo plazo, puede complicar a Turquía la consecución de sus objetivos estratégicos.
Turquía ha adoptado una arriesgada política de equilibrios a nivel regional y global que, de momento, la sitúa en buena posición de partida para afrontar los cambios que se derivan de la traslación del poder mundial hacia la región del indo-pacífico. Pero la intensificación de la competitividad entre grandes potencias supondrá para Turquía un auténtico desafío. Cuestiones como Taiwán, el desarrollo final de la guerra en Ucrania, la evolución del conflicto de Gaza y una serie de crisis imprevistas que, como cisnes negros, a buen seguro surgirán a lo largo de los próximos años, podrán contribuir a reforzar el peso estratégico de Turquía ante las grandes potencias o actuar en sentido contrario. De la adecuada gestión de estas cuestiones en el contexto de la formación de bloques que caracteriza el nuevo orden mundial y ante una visión dicotómica de las relaciones internacionales que dicta que «quien no está conmigo está en contra de mí» dependerá que, efectivamente, el presente sea el «siglo de Turquía». Todo un reto.
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Felipe Sánchez Tapias
Coronel del Ejército de Tierra
Analista del Instituto Español de Estudios Estratégicos
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El siglo de Turquía ( 0,63 MB )
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