El empleo de armas de largo alcance por Ucrania. Posibles efectos de su uso contra objetivos en territorio ruso
03 sept. 2024
El empleo de armas de largo alcance por Ucrania. Posibles efectos de su uso contra objetivos en territorio ruso
Javier Ruiz Arévalo
La evolución de la guerra de Ucrania ha llevado a que, tras muchas dudas, el presidente Biden haya acabado por autorizar a Kiev a utilizar sistemas de largo alcance (Long Range Systems, LRS) donados por EE. UU. contra objetivos situados en territorio ruso. Este ejemplo ha sido seguido por algunos otros de los países que han donado sistemas de largo alcance a Kiev. Sin embargo, se trata de una autorización limitada, que solo alcanzaría a objetivos próximos a la frontera y directamente implicados en las operaciones. Es decir, objetivos tácticos o, a lo sumo, operacionales. La opción de atacar objetivos estratégicos en la profundidad del territorio ruso queda, al menos de momento, descartada. El temor a la respuesta que podría provocar en Moscú este tipo de ataques, unido a las dudas sobre su eficacia, están detrás de estas cautelas.
Sistemas de armas de largo alcance: características y efectos
Los LRS son una categoría de sistemas de armas convencionales que emplean tecnologías avanzadas para lanzar una carga explosiva convencional a distancia y con gran precisión. El significado del término «distancia» depende del contexto, en relación con la distancia geográfica entre adversarios, pero en general denota su capacidad para atacar objetivos en profundidad, más allá de las fuerzas enemigas empeñadas en las operaciones que transcurren en la doctrinalmente denominada zona de combate. En el caso de Ucrania, se trataría de objetivos situados en territorio ruso, lo que añade un factor muy relevante en lo que respecta a sus efectos más allá del nivel táctico. La categoría incluye misiles balísticos y de crucero convencionales, cohetes guiados de artillería de largo alcance, sistemas de drones de largo alcance y vehículos hipersónicos de propulsión aerodinámica armados convencionalmente. También puede incluir proyectiles guiados convencionales de gravedad y planeadores, si pueden dirigirse a sus objetivos utilizando plataformas de lanzamiento de mayor alcance.
En el análisis tradicional de los efectos de este tipo de armas más allá de los niveles táctico y operacional suele concluirse que pueden crear efectos de nivel estratégico porque pueden sustituir a las armas nucleares, siendo comparables a ellas en algunos de sus efectos. Con ello, se pasan por alto sus posibles efectos estratégicos en conflictos no nucleares y por debajo del umbral nuclear1.
En cualquier caso, resulta útil distinguir entre el despliegue de este tipo de armas por parte de Estados poseedores de armas nucleares y su despliegue por Estados no poseedores de este tipo de armas. Para los Estados poseedores de armas nucleares, el despliegue de armas estratégicas no nucleares puede servir para reforzar su capacidad nuclear. Por ejemplo, pueden utilizarse para atacar y neutralizar las defensas aéreas y antimisiles del enemigo, facilitando así el lanzamiento de armas nucleares propias. Además, estos sistemas de armas podrían emplearse junto con el arsenal nuclear, en el marco de estrategias de limitación de daños o de contra fuerza, maximizando el daño que puede causar un ataque de este tipo. En particular, los LRS podrían utilizarse para atacar plataformas nucleares fijas y móviles, así como infraestructuras de apoyo o de mando y control. En resumen, pueden utilizarse para socavar la disuasión estratégica del enemigo, afectando así a la estabilidad estratégica.
Las armas estratégicas no nucleares en manos de Estados no poseedores de armas nucleares proporcionan a estos últimos una herramienta de gestión de la escalada muy significativa. La proliferación de estos sistemas de armas aumenta el número de centros de decisión independientes capaces de emplear armas estratégicas, lo que puede acarrear importantes implicaciones para la política de alianzas y seguridad. Puede aumentar la credibilidad de la disuasión y, al mismo tiempo, tiene un innegable potencial desestabilizador, además de incrementar el número potencial de actores relevantes en una crisis internacional. Piénsese en la capacidad LRS de Irán y su potencial disuasorio o de desestabilización de su entorno regional. Como resultado, la disuasión en el nivel de conflicto por debajo de la guerra nuclear puede verse debilitada por la existencia de estos sistemas, que permiten una escalada limitada. Además, el recurso a estas armas por los Estados no poseedores de armas nucleares puede arrastrar a los Estados nucleares al conflicto y contribuir a una escalada del mismo.
Efectos de los LRS
En general, podemos convenir que los LRS pueden desempeñar cuatro tipos diferentes de funciones estratégicas2:
- Contra población, atacando núcleos donde esta se concentra para desmoralizarla y socavar su apoyo al esfuerzo bélico.
- Interdicción estratégica, evitando que sistemas LRS enemigos, o determinadas armas nucleares, puedan ser empleados contra objetivos propios.
- Contra liderazgo, atacando a centros de mando y decisión.
- Contra fuerza, atacando en profundidad bases militares, centros logísticos o concentraciones de fuerzas no empeñadas.
De esta forma, el empleo de los LRS se dirige principalmente a minar la voluntad y/o la capacidad de resistencia del adversario en el nivel estratégico, con independencia de los objetivos localizados que puedan perseguirse con su empleo en los niveles táctico y operacional, donde pueden emplearse de modo análogo a otros sistemas de armas similares, de menor alcance. De hecho, limitar el empleo de los LRS proporcionados a Ucrania a objetivos situados en su territorio, o en su proximidad, impide emplearlos para alcanzar objetivos estratégicos, limitando de forma consciente sus efectos potenciales.
En el caso que nos ocupa, resulta difícil predecir el resultado que un uso extensivo de LRS contra objetivos en la retaguardia rusa podría tener. De entrada, podemos partir de la base de que los aliados de Kiev en ningún caso permitirían el empleo de estas armas en el primer supuesto, atacando de forma indiscriminada a la población civil. En el segundo, podemos asumir también que no se autorizarían ataques contra el arsenal nuclear ruso, ya que acciones de este tipo podrían tener consecuencias difíciles de anticipar, pero sumamente inquietantes.
En el resto de supuestos, atacar objetivos relacionados con el esfuerzo militar (fábricas o depósitos de armamento, centros de mando, bases militares…) u otros sensibles, como refinerías petrolíferas, podría tener un cierto potencial desestabilizador, pero, para que tuviera efectos decisivos en la moral o en la potencia de combate rusa requeriría un volumen de fuegos difícil de imaginar. Resulta muy aventurado suponer que pudieran alcanzarse efectos decisivos.
Un efecto derivado de este tipo de ataques sería el de amedrentar a la población civil, que podría verse alarmada al verse enfrentada a la realidad: a pesar de la retórica oficial, Rusia está en guerra y esta puede llegar a sus casas. Es difícil predecir si esto provocaría un efecto de rechazo a la guerra o, por el contrario, convencería a muchos de la necesidad de derrotar a Ucrania para preservar su seguridad.
De forma que es difícil esperar que el potencial empleo de LRS por parte de Ucrania contra objetivos estratégicos en territorio ruso tuviera efectos decisivos en el desarrollo de la guerra, por su volumen y por las limitaciones a que se vería sometido.
El debate sobre los LRS y sus efectos estratégicos
El aspecto más relevante del debate se centra en la idoneidad de los LRS para crear efectos a nivel estratégico, golpeando objetivos militares y no militares en profundidad. En el mejor de los casos, el efecto fundamental sería disuasorio, si lograra socavar el apoyo a la guerra de la población civil o la capacidad de mando y control o sostenimiento estratégico del adversario. Sin embargo, conviene recordar que la disponibilidad de armas estratégicas no nucleares no disuadió el conflicto entre Armenia y Azerbaiyán en Nagorno Karabaj, en el otoño de 2020. Tampoco la amenaza rusa en este campo pareció forzar a Ucrania a hacer concesiones antes del estallido de la guerra. Esto sugiere que su valor disuasorio no debe sobreestimarse y que a menudo es necesaria una demostración creíble de las capacidades disponibles.
El caso de Ucrania viene a demostrar la capacidad de los Estados más pequeños de poner en peligro objetivos nacionales de Estados más grandes y más poderosos, lo que les proporciona una importante herramienta de gestión de la escalada. El empleo a gran escala de estos sistemas de armamento se ha limitado hasta el momento a conflictos asimétricos, en los que Estados más débiles se han enfrentado a otros mucho más fuertes, con una tecnología y una potencia de fuego superiores. En el caso de la guerra de Ucrania no existe un desequilibrio tan marcado, aunque Rusia sigue disfrutando de una ventaja sustancial en términos de armas estratégicas no nucleares.
También es cierto que la capacidad de Estados pequeños, o incluso actores no estatales, de emplear los LRS para conseguir efectos a nivel estratégico se ve limitada, en cierta medida, por la falta de elementos facilitadores esenciales, en particular medios que faciliten la inteligencia necesaria, así como por consideraciones políticas. El empleo contra Israel de este tipo de sistemas por parte de Irán sería un buen ejemplo de ambas cosas. En el caso de Ucrania, las capacidades de inteligencia propias y de sus aliados, unidas al hecho de hallarse ya inmersa en un conflicto bélico, hacen menos relevantes estas limitaciones. El miedo a la escalada es el único condicionante real en este caso.
El caso ucraniano
En el caso de la guerra de Ucrania, la situación es más compleja. Nos encontramos con una potencia nuclear enfrentada a otra que carece de esta capacidad, pero que está a su vez apoyada por varias potencias nucleares (EE. UU., Francia y el Reino Unido) que tratan a toda costa de evitar una escalada de esta naturaleza. Para ello, renuncian a su implicación directa en el conflicto y limitan el empleo de armas contra objetivos en territorio ruso.
Como ya hemos adelantado, para crear efectos a nivel estratégico, los LRS pueden cumplir cuatro funciones estratégicas distintas: contra población, interdicción estratégica, contra liderazgo y contra fuerza. Estas funciones difieren principalmente en lo que se refiere a los objetivos subyacentes y sus teorías de la victoria. Conviene también tener en cuenta que la capacidad de los LRS para crear efectos a nivel estratégico no excluye su utilidad en los niveles táctico y operacional de la guerra. Resulta también necesario adelantar que sus efectos en el nivel estratégico pueden ser limitados y reversibles, especialmente si se comparan con los de las armas nucleares. De hecho, pueden no ser decisivos, ni siquiera significativos.
Proporcionar a Ucrania este tipo de sistemas, negándole la posibilidad de usarlos en profundidad supone limitar sus efectos al nivel táctico y, como mucho, operacional. Es más, en casos como el de la ofensiva de Járkov, en los que los rusos actúan muy cerca de su territorio y basando en él capacidades de mando y control, comunicaciones y logísticas vitales para el desarrollo de su ofensiva, impedir que Ucrania emplee sus LRS atacando objetivos en territorio ruso supone impedir su empleo incluso en el plano táctico. Pensemos qué supone que Ucrania no pueda utilizar sus armas para atacar centros de mando y logísticos directamente implicados en la ofensiva rusa o concentraciones de fuerzas preparadas para entrar en combate de forma inmediata. En palabras del ministro de Asuntos Exteriores ucraniano, Dmytro Kuleba, este tipo de restricciones encaminadas a evitar una escalada suponen obligar a Kiev a «combatir con una mano atada a la espalda»3.
Para entender las reticencias a la hora de permitir un uso indiscriminado de sus LRS a Kiev, es necesario dilucidar los efectos estratégicos que podría tener el empleo de estas armas contra objetivos estratégicos, tanto por sus efectos directos, como por la escalada que podrían desencadenar, ante la previsible respuesta rusa. Por una parte, es necesario analizar los efectos que, en la cúpula rusa, tendrían ataques dirigidos contra infraestructuras críticas situadas muy alejadas de Ucrania, pero esenciales para el sostenimiento del esfuerzo bélico. También habría que analizar los efectos psicológicos que tendría en la población rusa saberse vulnerable a este tipo de ataques y ver cómo la «Operación Militar Especial» deriva en ataques en su propio territorio.
Así las cosas, no debe resultar sorprendente que los responsables ucranianos hayan pretendido en todo momento emplear sus LRS para atacar objetivos en territorio ruso, no solo en las funciones estratégicas descritas, sino persiguiendo también objetivos operacionales e incluso tácticos. Esta opción, por limitada que sea, podría suponer para Kiev importantes beneficios en el desarrollo de la guerra.
Empleo por Ucrania de los LRS
Los aliados de Ucrania, tras algunas dudas iniciales, decidieron en su momento incluir este tipo de sistemas entre los facilitados a Kiev, con la condición de que no fueran empleados para atacar objetivos en territorio ruso. Las dudas sobre las consecuencias que podría acarrear dotar a Ucrania de la capacidad de atacar objetivos en la retaguardia rusa han hecho que Alemania, el segundo mayor proveedor de armas de Ucrania después de EE. UU., se haya resistido a dar a Ucrania misiles Taurus, temiendo que hacerlo supondría implicar a Alemania más profundamente en la guerra4.
En abril de 2024, Washington reconoció haber proporcionado a Kiev sistemas de este tipo5. Esta información se había mantenido en secreto por motivos de seguridad. Se trataría de sistemas ATACMS, con un alcance de 300 km. Ese mismo mes, fueron empleados por primera vez para atacar objetivos en Crimea6.
Desde que comenzó el conflicto, en febrero de 2022, el presidente de Estados Unidos, Joe Biden, ha sido claro al exigir a Kiev que no se utilizaran armas suministradas por Estados Unidos para atacar objetivos fuera de las fronteras de Ucrania, por temor a que al hacerlo se produjera una escalada del conflicto que implicara a Rusia. La amenaza nuclear ha estado siempre latente tras este tipo de consideraciones. De hecho, el temor a una escalada ha llegado a definir en muchos aspectos la política estadounidense hacia la guerra en Ucrania. A pesar de ello, Reino Unido y Francia, que proporcionan a Kiev misiles Storm Shadow, fabricados conjuntamente y con un alcance de 250 km, no han prohibido expresamente utilizarlos contra objetivos en Rusia.
Sin embargo, a finales de mayo, el presidente Biden cambió de criterio y autorizó a Ucrania a utilizar armas suministradas por Estados Unidos para realizar ataques dentro del territorio ruso, especificando que siempre debería hacerse con fines limitados de autodefensa y únicamente contra objetivos cercanos a la frontera con la región de Járkov, en el noreste de Ucrania. Aunque limitada en su efecto inmediato, la decisión de Biden marca un giro importante en su política hacia la guerra en Ucrania. Casi inmediatamente, Alemania secundó este cambio de postura, mientras Holanda informaba poco más tarde de que no pondría obstáculos para que Ucrania ataque posiciones militares en territorio ruso con los aviones F-16 que tiene previsto suministrar a las Fuerzas Armadas ucranianas después del verano.
Cabe inferir que, en este caso, Washington ha llegado a la conclusión de que los riesgos derivados de no permitir a Ucrania atacar en territorio ruso, al menos de forma limitada, superan al riesgo de que hacerlo conduzca realmente a una escalada. La razón que ha motivado este cambio hay que buscarla en el contexto de la ofensiva rusa en Járkov, en el noreste de Ucrania, iniciada el pasado 10 de mayo. Se trata de la segunda ciudad más grande de Ucrania, que se encuentra lo suficientemente cerca de la frontera como para que Rusia pueda apoyar la ofensiva desde su propio territorio. De hecho, las informaciones disponibles hablaban a primeros de junio de grandes concentraciones de tropas y recursos rusos a unos 90 km de Járkov, dentro de territorio ruso. La capacidad de atacar este tipo de objetivos resultaría de vital importancia para Kiev. Los avances de Rusia en esta ofensiva supusieron para la Administración Biden enfrentarse a una mayor presión para modificar su propia línea roja, tratando así que el asalto ruso a Járkov no se acabe convirtiendo en un verdadero punto de inflexión en la guerra.
Permitir a Kiev atacar objetivos en territorio ruso, aunque sean de carácter táctico u operacional, puede suponer un refuerzo importante para las defensas ucranianas. Supone también exponerse a nuevas amenazas. De momento, Putin ha recordado públicamente a la OTAN que entre sus miembros hay Estados con territorios muy reducidos y una alta densidad de población, algo que, en su opinión, debería tener en cuenta antes de autorizar ataques en la profundidad del territorio ruso. Yendo más allá, ha llegado a amenazar con entregar armas de este tipo a terceros países para que los utilicen contra EE. UU. y sus aliados7.
Kiev, por su parte, continúa desarrollando sistemas LRS propios que le permitan sortear las limitaciones impuestas por sus aliados. Empleando drones de fabricación propia, Kiev viene atacando objetivos en profundidad en la retaguardia rusa. Durante el mes de agosto se ha producido un número creciente de ataques de esta naturaleza que han afectado a infraestructuras energéticas, bases aéreas y líneas de comunicaciones. Tras una escalada sostenida, el 21 de agosto se producía el mayor ataque de esta naturaleza desde el inicio de la guerra. Algunos drones fueron destruidos a menos de 40 Km de Moscú. Las autoridades rusas reconocieron haber sufrido el mayor ataque de drones ucranianos desde el inicio de la guerra. Según su relato, todos los drones (45) habrían sido destruidos antes de alcanzar sus objetivos, 11 de ellos en la región de Moscú. A pesar de todo, sus efectos son muy limitados en comparación con las que le aportaría el uso de los LRS de los que dispone.
Conclusión
El hecho es que Kiev dispone de armas capaces de perseguir objetivos estratégicos, si se emplearan contra objetivos situados en territorio ruso, lejos del frente. Sin embargo, los Estados que han proporcionado a Kiev estos sistemas, lo han hecho con la condición de que no se empleen de esta manera. No hay evidencias de que el empleo por parte de Kiev de sus LRS contra objetivos estratégicos fuera a conseguir efectos decisivos en el desarrollo de la guerra. Tampoco es posible anticipar cuál sería la respuesta de Moscú ante tal tipo de ataques. Son varias las líneas supuestamente rojas que Kiev y sus aliados han cruzado ya sin provocar la anunciada represalia nuclear. Quizá estaríamos ante otra falsa línea roja… pero quizás no. Si los ataques con LRS provocaran los efectos deseados, la respuesta de Moscú sería difícil de predecir. Si no los producen, se habría asumido un riesgo innecesario.
La nula reacción rusa ante el número creciente de ataques ucranianos en la profundidad de su retaguardia parece dar a entender que, efectivamente, las ¨líneas rojas” de Moscú son relativamente flexibles. La respuesta a la ofensiva ucraniana en Kursk parece abonar la misma idea.
A pesar de todo, es previsible que Washington y sus aliados sigan exigiendo cautela a Kiev en el empleo de los LRS. Todo lo que vaya más allá de atacar objetivos directamente empeñados en las operaciones, aunque estén en territorio ruso, entraña un riesgo evidente. Las dudas sobre sus efectos y el temor a la reacción rusa hacen previsible que Kiev tenga que seguir soportando los ataques de Moscú en su retaguardia, sin poder responder con los sistemas de largo alcance facilitados por sus aliados. Los ataques en la profundidad del territorio ruso tendrán que limitarse a los que pueda realizar con drones, u otros sistemas, producidos por la propia Ucrania y, por tanto, no sujetos a estas limitaciones.
Rebus sic stantibus. Una evolución de la situación muy desfavorable a Ucrania podría llevar a nuevas decisiones. Pero, hoy en día, no parece que vayamos a presenciar cambios sustanciales en la política adoptada por EE. UU. y sus aliados.
Javier Ruiz Arévalo
Coronel CGET. Doctor en Derecho
Jefatura del Mando de Adiestramiento y Doctrina