12 sept. 2024
China impulsa un lustro dominado por la seguridad nacional y el protagonismo nuclear
Álvaro Sánchez-Rey Navarro
Introducción
«Los occidentales cometeréis un gran error si analizáis las reuniones importantes del Partido Comunista solo desde la perspectiva de la economía y los negocios. En China, el poder político es más importante que el económico», me comentó en una ocasión un miembro de la organización comunista bajo la condición de anonimato.
La realidad es que esta reflexión sigue siendo válida tras la celebración de la importante tercera sesión plenaria que el Comité Central del Partido Comunista de China (PCCh) celebró en julio pasado, con el fin de diseñar la hoja de ruta del gigante asiático para los próximos diez años. Un proyecto del que se van conociendo detalles poco a poco, a medida que los grupos de trabajo de la organización comunista van perfilando los encargos de la cúpula dirigente y se van descubriendo algunos pormenores.
El Comité Central del PCCh es el corazón que marca el ritmo del país y solo celebra siete reuniones plenarias a lo largo de sus cinco años de mandato, antes de la renovación de sus más de 300 miembros. De ahí la trascendencia de esas reuniones. La más importante de todas ellas es la tercera, que tiene lugar aproximadamente un año después de haber elegido a los nuevos líderes y se dedica a discutir y aprobar las directrices políticas que marcarán la economía y la evolución de China durante los cinco o diez años siguientes. Un esquema de funcionamiento que confirman las decisiones históricas adoptadas por sus dirigentes a lo largo del tiempo.
De entre todas ellas destacan especialmente la de otoño de 1978, cuando bajo la batuta de Deng Xiaoping, Pekín inició las reformas económicas que transformarían a la nación más poblada del planeta en la segunda potencia mundial. Y la del año 1993, cuando, bajo el liderazgo de Jiang Zemin, el Partido Comunista Chino respaldó la «economía de mercado socialista» y desmanteló enormes conglomerados públicos ineficaces en favor de mecanismos empresariales modernos y occidentales.
Menos economía y más política
Sin embargo, esta tendencia a adoptar grandes decisiones que cambiarían el rumbo de la economía china ha dado paso a unas decisiones de mayor calado político. Un cambio generado desde que Xi Jinping asumió el liderazgo del partido-Estado en octubre del 2012 y la presidencia del país en marzo del 2013. Así, en la tercera sesión plenaria celebrada en noviembre de ese año, la primera bajo su mando, el Comité Central se comprometió a profundizar en la reforma económica, otorgar al mercado un «papel decisivo» y que las empresas privadas tuvieran un mayor protagonismo en la marcha económica del país. El paso de los años, sin embargo, han convertido esa decisión en una declaración de intenciones que Pekín nunca ha desarrollado. En cambio, de aquella reunión salió la iniciativa de poner fin a la política del hijo único, adoptada en 1980, y una feroz campaña anticorrupción, a través de la cual Xi eliminó a sus enemigos políticos y consolidó su poder.
Así pues, visto con la perspectiva que da el paso del tiempo, se puede afirmar ahora que la nueva era de Xi Jinping arrancó económica y políticamente en aquella tercera sesión plenaria del 2013. Fue en aquel cónclave cuando Xi empezó a anteponer las decisiones políticas a las reformas económicas. Un gesto audaz que le ayudó a afianzar su poder y dar carpetazo al legado de antiguos líderes como Deng Xiaoping o Jiang Zemin. Una iniciativa que acompañó de requerimientos al partido y a las fuerzas armadas de lealtad sin fisuras y subordinación en torno a su figura.
Una consolidación de su autoridad que se afianzó en la celebración de la tercera sesión plenaria que siguió a su reelección para su segundo mandato. En ese cónclave, celebrado en febrero del 2018, el Comité Central instó al partido a unirse estrechamente en torno a Xi como «núcleo» y aprobó eliminar la cláusula que limitaba a dos mandatos de cinco años el liderazgo al frente del partido y del país. Una resolución que en la práctica le permite extender su presidencia de forma indefinida. Una cláusula que Deng Xiaoping había impuesto en su día para evitar que se repitiera un mandato ilimitado en el tiempo como el que ejerció Mao Zedong, que se extendió desde 1949 hasta su muerte en 1976.
Las inquietudes de Xi Jinping
Ahora, en el verano de 2024, se ha vuelto a dar una situación parecida a la de los últimos cónclaves. Hay que avanzar hasta la parte final del documento de conclusiones para descubrir las verdaderas inquietudes del líder chino. Unos objetivos que consisten en profundizar en la lucha anticorrupción, consolidar la seguridad nacional y ultimar la modernización de las fuerzas armadas, así como persistir en reforzar el liderazgo del PCCh como columna vertebral para la modernización del país. Antes, el Comité Central dedica buena parte de la resolución final de esta reunión a señalar centenares de reformas necesarias para propulsar la debilitada economía del gigante asiático, muchas de las cuales ya estaban en marcha desde hacía algunos meses.
Así, con el fin de fortalecer la resiliencia económica de China, la cúpula de la organización comunista se ha comprometido a potenciar el talento tecnológico, reducir la enorme brecha que hay entre las zonas rurales y urbanas del país y promover disposiciones que beneficien a la clase media. Iniciativas, todas ellas, enfocadas a modernizar y reactivar la economía de la segunda potencia mundial. Habrá que esperar, sin embargo, a que las distintas comisiones de trabajo de la organización comunista definan y apliquen esas decisiones en los próximos meses para ver cuáles se promueven y cuáles quedarán olvidadas en un cajón. No resultaría insólito, en ese sentido, que solo se fomenten las que impulsen el talento tecnológico en aquellos sectores industriales que Xi considere que favorecen la seguridad nacional del país.
No es hasta la parte final de esa resolución de más de 22.000 palabras que el documento desvela los planes del mandatario chino para los próximos años. En esas páginas finales no solo se insiste en la necesidad de reforzar el liderazgo del Partido Comunista como columna vertebral para la estabilidad y modernización del país, sino que se subraya la voluntad de los dirigentes chinos de acelerar el aumento de su arsenal nuclear. Una iniciativa que tiene como propósito sellar el ascenso de China como gran potencia y hacer respetar sus intereses fundamentales internacionalmente. Así lo da a entender la resolución final de dicho cónclave, que subraya que «aceleraremos el desarrollo de las fuerzas de disuasión estratégica», una expresión que se utiliza generalmente para referirse a la capacidad nuclear.
La mención a las armas nucleares, así como al «desarrollo de armamento de nueva generación» reflejan la clara voluntad de los líderes chinos de exigir respeto, sin ningún disimulo, para lo que consideran el hinterland estratégico del gigante asiático. Es decir, Taiwán y los mares de China Oriental y China Meridional. Unas aguas que estiman bajo su soberanía territorial y por donde circulan al año miles de buques contenedores con materias primas y productos manufacturados imprescindibles para su industria nacional y su desarrollo.
Aceleración estratégica
La realidad es que la intención de plantear el aumento del arsenal nuclear en documentos oficiales del Partido Comunista es relativamente novedosa y mucho más con plazos para su cumplimiento. Un movimiento que refleja la autoridad de Xi Jinping, quien ha impuesto que todos los objetivos aprobados en esa reunión deberán haberse cumplido para el año 2029, fecha en la que se celebrará el ochenta aniversario del nacimiento de la República Popular. Una etapa, que el líder chino considera la antesala imprescindible para que el gigante asiático se convierta en un país socialista moderno en el 2035, tecnológicamente avanzado, con una economía de ingresos medios y un confortable Estado de bienestar. Una suma de elementos que otorgaría a China una posición sólida en su rivalidad con Estados Unidos por el liderazgo mundial como superpotencia.
Ese calendario abre la puerta, a su vez, a las especulaciones de que Xi Jinping estaría preparando el camino para extender su mandato cinco o diez años más, según se desprende de las fechas que ha fijado para cumplir los objetivos aprobados. No hay que olvidar que su tercera etapa de liderazgo finaliza el 2027 y se podría plantear continuar en la presidencia del país otro lustro, con la excusa de que faltarán dos años para acabar las reformas previstas para el 2029. Una iniciativa que le llevaría a dirigir el destino del gigante asiático hasta el 2032, con 79 años, y quién sabe si aún estaría tentado de proseguir su presidencia con el pretexto de concluir su proyecto de culminar la modernización de China en el 2035.
Tampoco está tan claro que Xi Jinping pueda ver realizada su exigencia de acortar plazos en la modernización de las fuerzas armadas chinas, ya que su afán por quemar etapas rápidamente es muy reciente. Hasta hace relativamente poco tiempo solo señalaba que el Ejército de Liberación Popular (EPL) tenía que transformarse en «unas fuerzas armadas de clase mundial a mediados del siglo XXI». Una afirmación que situaba ese horizonte en torno al año 2049, con ocasión del centenario de la República Popular. Pero esa aspiración ha dado paso a unas ambiciones más inmediatas en los últimos tiempos.
Es en el informe del XIV Plan Quinquenal del 2021 cuando Xi hizo un primer llamamiento a «acelerar la creación de un sistema de disuasión estratégica y de combate conjunto de alta calidad», que confirme el ascenso de China como gran potencia. Una afirmación que reiteró de forma más contundente en octubre del 2022, cuando subrayó que «estableceremos un fuerte sistema de disuasión estratégica». Y ahora, en julio del 2024, pisa el acelerador, en un movimiento que se interpreta como un desafío de Pekín a la creciente presencia de aviones y buques de EE. UU. en el mar de China Meridional. Un pulso que convierte esa zona en uno de los puntos más calientes del planeta.
Con la reivindicación de incrementar su arsenal nuclear, Xi quiere modificar la correlación de fuerzas entre Pekín y Washington. Pretende remodelar la percepción estadounidense del equilibrio de poder entre las dos superpotencias y obligar a la Casa Blanca a aceptar una China en ascenso y a respetar sus intereses fundamentales, especialmente en lo que se refiere a sus reivindicaciones sobre Taiwán. Una misión de largo alcance, en la medida en que el gigante asiático es una potencia nuclear mucho menor que Estados Unidos y Rusia y les cuesta más a sus líderes hacerse escuchar en los foros internacionales si no utilizan la chequera.
Según el Instituto Internacional sobre la Paz de Estocolmo (SIPRI, en sus siglas en inglés), Pekín disponía de 500 ojivas nucleares en el 2023, frente a las 410 del año anterior. Una expansión muy rápida, pero con cifras totales aún muy alejadas de las dos principales potencias atómicas del planeta, como son EE. UU. y Rusia, con 5.000 y 5.500 ojivas respectivamente.
En el caso de las ojivas desplegadas, las diferencias entre China, Estados Unidos y Rusia aún son más abismales. Según el SIPRI, hasta enero del 2024, Pekín había desplegado 24 ojivas en misiles, frente a 1.770 de Washington y 1.710 de Moscú. Unas cifras que han llevado a los dirigentes chinos a considerar crucial que el gigante asiático aumente drásticamente su arsenal nuclear, acorde con su condición de segunda potencia mundial, para hacerse respetar en sus reivindicaciones territoriales. Se desconoce el ritmo de expansión del arsenal nuclear que pretende exigir Xi, pero las estimaciones del Pentágono apuntan a que la fuerza nuclear china podría alcanzar las 1.000 ojivas para el año 2030 y a las 1.500 para el 2035. Unas cifras que equipararían prácticamente a China con los arsenales ruso y estadounidense.
De hecho, el ejército chino ya lleva varios años modernizándose, pero a la luz de estos datos se puede afirmar que aún le queda un largo trecho para convertirse en «unas fuerzas armadas de clase mundial», como ha exigido Xi en más de una ocasión. Una realidad que sugiere que en los próximos años el mundo asistirá a un despliegue del potencial armamentístico del gigante asiático, dada la creciente voluntad de los líderes chinos de imponer la presencia de sus fuerzas aeronavales en la región. Un protagonismo que se refleja en los anuncios de Pekín de avanzar en la construcción de portaviones, submarinos y aviones de combate, así como en el incremento de patrullas aeronavales en las aguas de mar de China Meridional y las cada vez más habituales maniobras alrededor de Taiwán.
Esfuerzos desiguales
Pero los esfuerzos de la industria armamentística china por alcanzar un alto nivel de desarrollo y satisfacer las exigencias de Xi Jinping son desiguales. En los últimos años, por ejemplo, se ha esforzado por construir portaviones y ya va camino de botar el cuarto. Sin embargo, ninguno de ellos es de propulsión nuclear, lo que impacienta a los dirigentes comunistas, que quisieran una Armada mucho más poderosa y equiparable a la de EE. UU. Ello explica que Pekín haya apostado, asimismo, por construir submarinos más autónomos, rápidos y silenciosos, capaces de transportar y lanzar misiles balísticos intercontinentales, así como cazas furtivos y bombarderos estratégicos de largo alcance con capacidad para transportar misiles nucleares.
Una estrategia que entraña impulsar el desarrollo acelerado de la denominada «tríada de fuerzas nucleares». Un reto considerable porque supondrá incrementar su arsenal de misiles balísticos intercontinentales terrestres, proyectiles transportados por bombarderos estratégicos y misiles intercontinentales que puedan ser lanzados desde submarinos nucleares.
Una urgencia impulsada por Xi, que estima fundamental que China recupere el tiempo perdido en el campo nuclear. El dirigente comunista considera que en cuanto el coloso asiático posea un potente número de armas atómicas capaces de atacar el territorio estadounidense, Washington dejará de oponerse a las reivindicaciones de Pekín de anexionarse Taiwán y dejará de suministrarle armamento para su defensa. Una conclusión a la que habrían llegado los dirigentes chinos tras analizar el desarrollo de la guerra de Ucrania. Desde su inicio, en febrero del 2022, Moscú ha amenazado repetidamente con utilizar armas nucleares si EE. UU. y sus aliados de la OTAN envían tropas a Ucrania o amenazan la integridad territorial de Rusia y la realidad les ha demostrado que, hasta el momento, Washington se ha abstenido de intervenir ante las advertencias rusas.
Los dirigentes comunistas, sin embargo, parecen dispuestos a ir un paso más allá en su arsenal armamentístico, según se desprende del documento final de la reunión de Comité Central. Unas conclusiones que subrayan que «nos esforzaremos por desarrollar fuerzas de nuevo dominio con nuevas capacidades de combate». Una afirmación que revela las ambiciones y los esfuerzos de Pekín por extender su poderío militar al espacio y al campo de la cibernética, con el uso de la inteligencia artificial, big data y plataformas de combate no tripuladas, según un informe del PLA Daily, el rotativo de las fuerzas armadas chinas. Un ejemplo de esos esfuerzos lo constituye su liderazgo en el desarrollo de las armas hipersónicas, que pueden viajar cinco veces más rápidas que la velocidad del sonido y pueden realizar maniobras impredecibles, lo que dificulta su intercepción enormemente.
No obstante, una cosa son los objetivos que se anhelan y otra las posibilidades de alcanzarlos. La cúpula comunista china es consciente que el país atraviesa una situación compleja y debe reducir su dependencia tecnológica de Estados Unidos si pretende alcanzar esas metas. Un diagnóstico que justifica las exigencias de Xi de lanzar una apuesta decidida por la innovación y el talento, para que el gigante asiático sea autosuficiente tecnológicamente en 2035, año previsto para culminar la modernización socialista de China y de que el país goce de un confortable Estado de bienestar.
El problema estriba en que China afronta una serie de desequilibrios sociales y una ralentización económica que frena su desarrollo. Un panorama que ha conducido a los dirigentes comunistas a consensuar que «es una necesidad urgente promover un desarrollo de alta calidad» para responder a los grandes riesgos y desafíos que afronta el país, según el documento de conclusiones de la reunión. Una meta para cuya consecución apuestan por fomentar la innovación y movilizar recursos a nivel nacional con el fin de atraer talento y avanzar tecnológicamente. Todo ello con el propósito de mejorar la productividad y competitividad de los sectores clave de la industria local y alcanzar así la autosuficiencia del país, como reclama Xi Jinping.
Lucha contra la corrupción y la pereza
Pero para garantizar el éxito de la aplicación de la nueva hoja de ruta, el Comité Central también incide en la necesidad de profundizar en la lucha contra la corrupción. Una batalla que Xi impulsó nada más asumir el poder en el 2012 y que se ha cobrado la cabeza de millones de funcionarios, incluidos miembros de la cúpula de la organización comunista y de las fuerzas armadas.
En lo que se adivina como un refuerzo de la lucha anticorrupción durante los próximos años, las conclusiones del tercer plenario subrayan la necesidad de perfeccionar el sistema de supervisión para evitar la corrupción y de establecer nuevos mecanismos para abordar las prácticas corruptas. En un claro aviso a navegantes de que no habrá distinciones entre altos cargos o burócratas de base, el Comité Central anunció que el jefe del Estado Mayor de la poderosa Fuerza de Misiles, el general Sun Jinming, había sido expulsado del partido y estaba bajo una investigación por corrupción.
La caída del general Sun constituye la última de una serie de investigaciones anticorrupción emprendidas desde el año 2023 sobre al menos siete altos mandos militares de la Fuerza de Misiles del Ejército Popular, que es la que supervisa el arsenal de misiles estratégicos y tácticos del país, tanto nucleares como convencionales. Este cuerpo militar fue creado en el 2015 como parte de una reestructuración militar impulsada por Xi Jinping para modernizar y agilizar las fuerzas armadas chinas, pero en los últimos años ha estado en el ojo del huracán de las purgas anticorrupción en el ejército.
Para intentar atajar esta situación, el comunicado final del tercer plenario subrayaba que el Partido Comunista se esforzará en «fortalecer la lealtad política en el ejército» y para ello introducirá cambios en los sistemas de dirección y gestión de las fuerzas armadas. Unas modificaciones que responden a las demandas de Xi de acabar con los sobornos entre los altos mandos militares tras los últimos escándalos que han afectado a la credibilidad del ejército popular.
En ese cónclave, los líderes comunistas también reflejaron su inquietud ante un problema que consideran que lastra el funcionamiento del país, como es la pereza generalizada que observan entre los funcionarios.
Un fenómeno que algunos analistas locales atribuyen al desasosiego que se apodera de muchos burócratas ante el temor a ser castigados por cometer errores o malinterpretar las directrices de sus superiores. «Hay que abordar el problema de los funcionarios que actúan de manera arbitraria o que carecen de voluntad, coraje o capacidad para cumplir», señala el documento de conclusiones. El partido precisa que se esforzará en «prevenir y evitar la corrupción» y que para ello establecerá nuevos mecanismos «en áreas donde hay concentración de poder». Una clara alusión a que Xi proseguirá con su campaña anticorrupción en los años venideros, tanto en el ejército como en los altos niveles del partido y del gobierno.
Conclusiones
A la luz del resultado que ha arrojado el esperado tercer pleno del Comité Central, el primero bajo un todopoderoso Xi Jinping sin límites de mandato, se puede afirmar que ha despejado pocas incertidumbres y esboza un panorama que genera preocupación internacional. Una inquietud sobre el horizonte al que se encamina China, provocada por la rotundidad con que Xi advirtió a los asistentes a ese cónclave cuando afirmó: «No importa que cambios se hagan o que pasos se tomen, se debe respetar el liderazgo del partido», según las notas que publicó la agencia estatal de noticias Xinhua sobre dicha reunión. Un aserto que subraya que todo queda en sus manos y en su voluntad de promover las reformas adoptadas.
Ciertamente, las más de 300 medidas de reforma socioeconómicas que deberán estar completadas para 2029, con el fin de convertir a China en una superpotencia mundial para 2035, apenas aportan novedades. Muchas de ellas ya se habían impulsado en los últimos meses con el fin de relanzar una economía debilitada por la suma de los efectos de una crisis inmobiliaria, el alto endeudamiento de los gobiernos locales y un galopante declive demográfico. Problemas, todos ellos, que el PCCh anuncia que superará apostando por la innovación y el talento. Herramientas imprescindibles para alcanzar el desarrollo industrial de alta calidad y la autosuficiencia que exige Xi para dejar de depender comercial y tecnológicamente de EE. UU. y de sus aliados occidentales. Una estrategia que apunta a la continuidad de sobrecapacidad industrial en China y a la saturación de los mercados internacionales con sus productos.
Las ambiciones de Xi Jinping en lo que se refiere a la proyección internacional del gigante asiático también son claras y nada tranquilizadoras para las potencias occidentales. El presidente chino ha apretado el acelerador de la defensa nacional, reclamando una mejor organización y gestión de las fuerzas armadas, así como la culminación de su proceso de modernización para el 2029 y el aumento de su arsenal nuclear, a la vez que insta a aprovechar a los avances tecnológicos para dotarse de armamento de última generación.
En el trasfondo de esta iniciativa se halla el convencimiento de Xi de que el ascenso de China a superpotencia debe ir acompañado de un arsenal nuclear potente. Además, parece tener muy presente que, bajo la presidencia de Donald Trump, EE. UU. abandonó el tratado de Fuerzas Nucleares de Alcance Intermedio (INF, por sus siglas en inglés) firmado con Rusia en 1987 e invitó a China a formar parte de un nuevo pacto nuclear. Consciente de que ese día llegará, Xi Jinping quiere estar preparado para sentarse a negociar con Estados Unidos y Rusia en igualdad de armas estratégicas.
Un factor, el de la robustez nuclear, que podría tener un serio protagonismo a la hora de incorporar Taiwán a la República Popular. Son numerosas las autoridades chinas que piensan que, si Pekín esgrime una poderosa fuerza de disuasión estratégica, EE. UU. no se atrevería a intervenir y permitiría llevar a cabo la anexión de la isla. Un asunto que se ha convertido en el principal punto de fricción entre ambas potencias y que explica el afán de Xi Jinping por aumentar su fuerza nuclear.
Es tradición en los dirigentes chinos esperar y ver lo que acontece antes de actuar. Xi Jinping ha marcado los años 2029 y 2035 como fechas clave para culminar la modernización del país. Entre medio, en el 2027 se celebra el centenario de la creación del Ejército Popular de Liberación y en el 2029 Taiwán festejará ochenta años de independencia. Esperar y ver, los líderes comunistas aspiran a que China se convierta en una superpotencia nuclear, logre la autosuficiencia tecnológica y genere un ambiente que seduzca a Taiwán para una anexión pacífica. O que todo se quede en un sueño chino. Esperar y ver.
Isidre Ambrós
Periodista, analista especializado en Asia-Pacífico
y autor del libro La cara oculta de China