11 sept. 2024
¿Es la paz en Ucrania posible?
José Pardo de Santayana
Introducción
En un reciente artículo de Foreign Affairs, Jakub Grygiel afirmaba: «La guerra tiene que acabar, y tiene que acabar pronto»1. No se puede estar más de acuerdo, porque cuanto más se alargue, mayores serán los peligros para las naciones europeas y mayor también la destrucción de Ucrania. La cuestión es ¿cómo?, ¿a qué precio?, y ¿en qué condiciones?
El mismo autor también considera que «la estrategia actual de la Administración Biden es insostenible tanto para Estados Unidos como para Ucrania», con lo que únicamente podemos asentir.
Ciertamente, las potencias de la OTAN han podido dar a Ucrania los medios necesarios para imponerse sobre las fuerzas rusas. De haberse concentrado dicha ayuda en el tiempo, Kiev habría podido alcanzar una significativa victoria militar sobre las huestes de Moscú, incluso a un precio material mucho menor comparado con toda la aportación militar y económica entregada hasta ahora por los aliados.
Entonces, ¿por qué no lo han hecho? Evidentemente, porque temen que la guerra escale a la dimensión nuclear, lo que podría arrastrar al mundo a un holocausto. Por su parte, en el Kremlin se considera que una derrota en la contienda bélica sometería a la Federación Rusa a una amenaza existencial. Hay ejemplos en la historia rusa que refuerzan esta percepción. Asimismo, autores como Shlomo Ben Ami2 —que como político y diplomático israelí tiene una experiencia muy estrecha del fenómeno bélico—, opinan que un país con semejante arsenal nuclear no aceptará una derrota convencional decisiva.
Por otra parte, tras la lenta pero exitosa ofensiva rusa, iniciada a finales de 2023, se ha hecho muy difícil pensar que Kiev pueda recuperar el territorio perdido. ¿Qué sentido tiene entonces prolongar la guerra, si no se espera obtener nada a cambio de tanto sufrimiento, muerte y destrucción?
Continuar la guerra, sometida a una implacable estrategia de desgaste por parte del Kremlin, perjudica a Kiev, la parte significativamente más débil, a no ser que las potencias occidentales se impliquen mucho más en la contienda, lo que, a su vez, podría deslizar a Europa hacia una tercera guerra mundial.
En tales condiciones, se empieza a escuchar muchas voces que plantean la necesidad de un alto el fuego para iniciar negociaciones de paz. Para salir de este impasse, quedar en las mejores circunstancias posibles en caso de un proceso de paz y lanzar un poderoso mensaje político a sus socios, a principios de agosto, Ucrania ha lanzado una sorpresiva ofensiva en suelo ruso que ha obtenido unos resultados difíciles de imaginar unas semanas antes.
De momento, la embestida ucraniana parece contenida y las fuerzas rusas no se han dejado distraer de su avance en el Dombás. Probablemente, Rusia termine escalando el volumen de sus fuerzas desplegadas en el teatro de operaciones.
En dos meses se producirán las elecciones presidenciales estadounidenses con el interrogante de quién será el vencedor, el peligro de inestabilidad y tensiones internas y un par de meses de transición de una Administración a la otra.
Así, hasta al menos el mes de febrero, hay que contar con que la guerra continúe y las armas sigan dictando su ley en el campo de batalla —ahora ya— ruso-ucraniano. En los próximos meses podemos prever que los combates se intensifiquen con alternativas por ambas partes. Más adelante, es demasiado pronto para sacar conclusiones.
Este documento pretende reflexionar sobre las perspectivas de una paz a medio plazo que, siendo sin duda deseable, parece de momento difícil de alcanzar.
Estrategia inicial de Washington para derrotar a Rusia
El sorprendente fracaso de la fuerza militar rusa tras las primeras semanas de guerra llevó a cambiar bruscamente la opinión que se tenía sobre la potencia miliar de la potencia euroasiática y sobre esta en general. La repetida afirmación de que la Federación Rusa tiene un PIB menor que el de Italia, así como la valía operativa y la determinación demostradas por los ucranianos, hicieron pensar que todo lo que había que hacer era alargar la guerra, sostener militar y económicamente a Kiev, aplicar poderosas sanciones contra Moscú y dejar que la economía rusa se desplomara.
Aunque inicialmente se produjeron unas negociaciones de paz que fracasaron, entre otras razones, por presiones de Londres3, esta fue básicamente la estrategia inicial adoptada por Washington.
Se ignoraron entonces las lecciones de la historia que muestran que la nación moscovita, después de grandes derrotas iniciales, ha sido muchas veces capaz de rehacerse y terminar venciendo. Por otra parte, utilizar el PIB clásico, en dólares, para evaluar el potencial estratégico del Kremlin fue un grave error, puesto que Moscú sostiene la guerra en rublos —es, pues, más adecuado utilizar su PIB por paridad de poder adquisitivo— y la Federación Rusa cuenta con una poderosa industria militar propia (la tercera más importante del mundo, después de la estadounidense y la china), tratándose además del Estado con más recursos naturales del mundo.
«Washington y algunos de sus aliados empezaron a enviar ayuda militar a Kiev de forma gradual y tímida, imponiendo restricciones sobre cómo y dónde podían utilizar las fuerzas ucranianas las capacidades más avanzadas. Temían que una respuesta más decidida desencadenara una escalada rusa, que podría extender el conflicto más allá de Ucrania y poner a Occidente en peligro. El ruido de sables nuclear de Putin ha aterrorizado tanto a las autoridades estadounidenses y europeas que, aunque afirman buscar una victoria ucraniana, en la práctica solo proporcionan a Kiev el apoyo suficiente para evitar que se desmorone ante la embestida rusa. El objetivo aparente no es derrotar a Rusia en el campo de batalla, sino sostener a Ucrania «el tiempo que sea necesario», es decir, con suerte, hasta que Moscú llegue a la conclusión de que una nueva agresión será contraproducente y ponga fin a la guerra por sí misma»4.
Por otra parte, habría hecho falta que el resto del mundo hubiera colaborado para aislar a la Federación Rusa si se pretendía que el tiempo jugara en contra de los designios estratégicos del Kremlin, que las sanciones hubieran tenido un efecto decisivo sobre su economía y que no llegaran a dicho país los componentes tecnológicos imprescindibles para su industria militar.
La Federación Rusa ha encontrado en sus socios iraníes y norcoreanos buenos suministradores de recursos militares, fundamentalmente drones, misiles y munición de artillería. China no solo es el primer cliente de sus exportaciones, también le suministra componentes tecnológicos de doble uso, esenciales para el sostenimiento de su industria armamentística. Del mismo modo, la neutralidad del sur global está reduciendo la eficacia de las sanciones occidentales y dando oxígeno a la economía rusa.
Tanto Moscú como Pekín llevan años esforzándose en estrechar lazos con los países en desarrollo con fines estratégicos, mientras que las capitales occidentales, desde su proverbial enfoque paternalista, contaban con mantener su tradicional influencia sobre estas regiones. Las potencias occidentales no han sido plenamente conscientes de que las naciones del sur global llevaban tiempo queriendo sacudirse la tutela moral de Occidente, algo que las potencias revisionistas han sabido manipular con gran habilidad y oportunidad.
Todas estas circunstancias han contribuido a que «el enfoque incrementalista del presidente Joe Biden no esté funcionando. Por el contrario, ha conducido a una larga y trágica guerra de desgaste»5.
La ventaja pasa al lado ruso
«Hacia finales de 2023, al Ejército ruso se le presentó la oportunidad de transformar realmente la guerra en Ucrania. Las fuerzas terrestres de Kiev se habían quedado sin tropas en su contraofensiva del sur. Ucrania había agotado grandes cantidades de municiones y de medios antiaéreos y luchaba por reabastecer sus líneas. Al mismo tiempo, un controvertido proyecto de ley para ampliar la movilización se estancó en el Parlamento ucraniano, a medida que se agudizaba también la escasez de mano de obra en el país. Dicha ley no se aprobó hasta abril, tras meses de debate, y entró en vigor en mayo. Y en Estados Unidos, el apoyo a Ucrania se fracturó según los partidos, lo que retrasó la aprobación en el Congreso de un paquete de ayuda de 61.000 millones de dólares»6.
Además, para alivio del Kremlin, el desgarrador conflicto estallado en octubre en Gaza había desviado la atención internacional hacia Oriente Medio. Así, con el alborear del nuevo año, las tornas cambiaron: por una parte, la economía rusa se mostraba asombrosamente resiliente, con índices de crecimiento superiores a los de los Estados occidentales y, por otra, en el ámbito militar, Rusia, que había aprendido tanto de sus errores como de los aciertos de su oponente7, puso en marcha su apisonadora y Ucrania empezó a ceder territorio. No obstante, las ganancias territoriales rusas resultaban bastante limitadas —desde enero a julio solo consiguió conquistar 900 km²— y no justificaban el volumen de bajas y de esfuerzo que estaban costando.
Figura 1. Cuatro provincias anexadas por la Federación Rusa en septiembre de 2022. Fuente: Al Jazeera
Sin embargo, aunque el Kremlin desea arrebatar a Ucrania todo el territorio de las cuatro provincias anexadas en septiembre de 2022 (figura 1), las fuerzas rusas practican una estrategia de desgaste con un importante componente de ataque en profundidad contra la infraestructura económico-energética y militar cuya finalidad es destruir el máximo de recursos materiales, humanos y morales rivales, de modo que llegue un momento crítico o punto culminante en que las fuerzas contrarias ya no puedan o no se sientan capaces de reaccionar a las embestidas de su oponente. De ese modo, las operaciones militares rusas podrían recuperar la maniobrabilidad, lo que permitiría ganancias territoriales más ambiciosas o incluso condiciones favorables para imponer la paz.
A pesar de que Ucrania empezó a recibir ayuda económica y militar —entre otra, los famosos aviones F-16—, a principios del verano el panorama se presentaba muy sombrío y así se podía afirmar:
«Tras más de dos años de lucha, Kiev no se ha rendido, pero sus socios occidentales tampoco le han dado las herramientas para ganar. Es probable que una larga guerra de desgaste acabe con el colapso de Ucrania. […] Un informe de febrero copatrocinado por el Banco Mundial estimaba que la reconstrucción de las viviendas, las infraestructuras y la industria de Ucrania requerirá cerca de medio billón de dólares. A medida que pase el tiempo, la situación no hará más que empeorar»8.
Además, como explicábamos en un documento anterior9, disponiendo Moscú de casi cinco veces más población que Kiev para movilizar tropas —teniendo en cuenta la población del territorio que uno ha ganado y el otro ha perdido— y estando el país muy envejecido, la demografía ucraniana se presenta como un serio talón de Aquiles. Si las bajas continúan al mismo ritmo —incluyendo las personas que, habiendo abandonado el país por la guerra, ya no vuelvan—, especialmente entre la población más joven, Ucrania no solo tendrá grandes dificultades para sostener las operaciones a largo plazo, sino que su futuro, una vez acabada la guerra, podría quedar truncado.
Las tropas rusas (figura 2), que en mayo habían abierto otro frente en la frontera con Jarkov (1) —obligando a detraer unidades ucranianas hacia allí— no dejaban de presionar en el frente del Dombás de cerca de 1.000 km y la estrategia de desgaste rusa parecía estar cercana a obtener el resultado esperado. Las reservas ucranianas se estaban agotando, la determinación de los aliados occidentales pudiera ser que también.
Sin un horizonte claro de poder recuperar el territorio perdido frente a las tropas rusas, en diversos entornos tanto internos como de las potencias de la OTAN se empezó a considerar cada vez más la necesidad de buscar un final negociado10. Se acercaban las elecciones en Estados Unidos con una gran carga de incertidumbre sobre el futuro apoyo que Ucrania fuera a recibir, así como con la certeza de que la campaña electoral iba a desviar la atención de la guerra en curso.
Ucrania necesitaba dar un golpe de timón a la tendencia de las operaciones militares si quería escapar de la espiral derrotista, tanto interna, por cansancio de guerra, como de sus aliados, por falta de expectativas. No obstante, algunos no perdían la esperanza y pensaban que «los servicios de inteligencia ucranianos, en colaboración con la OTAN y otros socios, vigilarán la fuerza y la moral de las tropas rusas, los depósitos rusos de municiones clave, así como sus reservas rusas en busca de indicios de debilidad en los distintos frentes»11.
Ucrania da un golpe de mano
Cuando el panorama estratégico parecía bastante lúgubre, el 6 de agosto, Kiev lanzó una operación por sorpresa (2) que penetró en territorio ruso cerca de la ciudad de Kursk y, en dos semanas y media, ocupó más territorio (unos 1300 km²) que el que Rusia había arrebatado a Ucrania en los últimos seis meses.
El alto mando ucraniano no había cometido el error de enviar todos los recursos militares que había ido recibiendo al frente para detener los avances rusos y había constituido una potente reserva con tropas experimentadas para reaccionar en caso de que los enemigos consiguieran romper las líneas propias.
Sin embargo, en vez de emplear este núcleo clave de fuerzas en Dombás, prefirió golpear por sorpresa en otro lugar para forzar al alto mando ruso a desviar sus recursos militares y su atención a otro lugar, una decisión que ofrece oportunidades, pero también conlleva riesgos y costes considerables.
«Hasta ahora, esta operación ha sido llevada a cabo por una agrupación mixta de unidades que reúne entre 10.000 y 15.000 combatientes con elementos de brigadas regulares y fuerzas de operaciones especiales. Se trata de algunas de las mejores y más experimentadas tropas ucranianas, cuya columna vertebral procede de las fuerzas de asalto aéreo de élite. Algunas han sido retirados de los frentes de Donetsk y Járkov, donde luchaban contra el avance ruso, mientras que otras habrían servido de importante reserva para frenar el ímpetu ruso»12.
Aunque el gobierno ucraniano afirmara que el objetivo de la operación era crear una zona de protección para alejar la artillería y las bases aéreas rusas de su propia frontera, la incursión en territorio vecino servía a varias finalidades a la vez, todas ellas más importantes.
«Políticamente, la ofensiva de Kursk […] permite a Kiev dirigirse a sus socios desde una posición de fuerza y sitúa el creciente debate sobre posibles negociaciones de alto el fuego en una perspectiva diferente. […] Por lo menos, Kiev ha demostrado que sigue luchando, lo que disipa las recientes dudas sobre su capacidad de resistencia. Además, las tropas ucranianas han demostrado que son capaces de planificar y desencadenar una ofensiva por sorpresa a gran escala en total secreto, a pesar de la presencia de drones y satélites en el campo de batalla que pueden verlo casi todo»13.
Además, al llevar los combates a suelo ruso hace que sea su rival quien sufra las consecuencias destructivas de las operaciones militares. Al no disponer la extendida frontera rusa de una fuerza suficiente para cubrir las líneas defensivas, el ejército ucraniano disponía de unas condiciones favorables para su mayor agilidad maniobrera, pudiendo conquistar un territorio muy amplio antes de que las fuerzas oponentes, viniendo de lejos, pudieran estar en condiciones de presentar un sólido frente continuo.
Por detrás del avance ucraniano, otras tropas iban constituyendo líneas de defensa para contener el máximo tiempo posible el esperado contrataque ruso, así como para poder retirar las unidades de vanguardia y preservar con ello las mejores tropas para reconstituir lo antes posible una potente reserva. Adecuadamente defendido, a Rusia le costará muchos meses recuperar el territorio ocupado al precio de cuantiosas bajas. Kiev cuenta además con la ventaja de las líneas interiores frente a las líneas exteriores rusas, lo que le permite transferir con mayor prontitud fuerzas al punto amenazado.
Figura 2. Mapa de la guerra de Ucrania. Fuente: elaboración propia
Sin embargo, Moscú no ha permitido que la maniobra ucraniana le arrebatara la iniciativa y desviara su esfuerzo principal hacia el norte, y ha mantenido el impulso de su ofensiva en el Dombás, retirando solo una parte menor de sus fuerzas desde allí a la frontera de Kursk. Por el contrario, la escasez de reservas está forzando a las tropas ucranianas a ceder terreno al sur a un ritmo creciente, muy particularmente frente a la embestida rusa hacia Pokrovsk (3), centro logístico y nudo de comunicaciones importante. Las fuerzas ucranianas han quedado sobreextendidas, quedan dos meses para las elecciones estadounidenses y Rusia no pierde la esperanza de agotar las reservas del oponente y conseguir una ruptura del frente. El desenlace de las operaciones tendrá un enorme impacto emocional y político en todas las partes, siendo el apoyo de las potencias occidentales —particularmente el de Estados Unidos— a Ucrania el centro de gravedad estratégico.
Y de la paz, ¿qué se puede decir?
Lo más probable es que el Kremlin no se plantee con sinceridad un alto el fuego y un inicio de las negociaciones hasta que no recupere la mayor parte del territorio cedido en la región de Kursk, lo que, en este momento, no parece su prioridad. Mientras tanto, fiel a su estrategia de desgaste, proseguirá sus operaciones con determinación en el Dombás, buscando allí la resolución del pulso militar. La clave estará en cómo Ucrania gestione sus últimas reservas, lo que le podría obligar a retirar parte de las fuerzas empeñadas en territorio ruso.
Cada una de las partes está apostando por su propio éxito, evitando verse arrastrada por la iniciativa del contrario. Ambos contendientes están elevando la puja, llevando el esfuerzo a su máximo en la campaña de verano, mientras se preparan para la próxima de invierno, a la espera de que las elecciones en Estados Unidos les sean favorables e incluso influir en ellas con los resultados en el campo de batalla.
Si la guerra se vuelve a estancar, se hablará de paz, pero es muy difícil que esta se materialice, porque el presidente Putin ha afirmado que para sentarse a negociar se tienen que dar primero dos condiciones: la neutralización de Ucrania y el reconocimiento formal de las provincias incorporadas a la Federación Rusa en septiembre de 202214. Estas premisas se antojan inaceptables para Kiev y sus aliados más estrechos que, para entonces, podrían ver el potencial militar de Ucrania reforzado.
«A principios de 2025, la capacidad de producción occidental habrá aumentado lo suficiente como para suministrar a las fuerzas ucranianas cantidades suficientes de proyectiles de artillería. Las plantas estadounidenses están en camino de producir 80.000 proyectiles al mes a finales de 2024 y 100.000 en algún momento de 2025. Si añadimos eso a los 100.000 proyectiles o más al mes que se espera que produzca la industria europea a finales de 2025, Ucrania no solo podría mantener sus posiciones defensivas, que requieren unos 75.000 proyectiles al mes»15.
Si Moscú obtiene un éxito militar notable antes de que el nuevo presidente norteamericano ocupe su cargo, algo que no se puede descartar, intentará imponer la paz según sus condiciones, que dependerán de la magnitud y de las circunstancias del resultado alcanzado. La paz equivaldría a claudicación y se abrirían unos escenarios muy peligrosos, tanto de escalada de los países más beligerantes de la OTAN como de fractura entre los países europeos.
Siendo Estados Unidos la cúspide de la alianza y el garante de la seguridad europea es también el único actor que podría liderar un proceso de paz. Sin embargo, su prioridad estratégica no está en el Viejo Continente y su actuación vendrá muy condicionada por consideraciones globales. La gran preocupación en Washington es cómo afectaría una victoria rusa a las perspectivas bélicas en Taiwán y el mar Meridional de China.
Si la guerra se alarga sin mayores sobresaltos, Ucrania corre el peligro de colapsar. Pero, tal como explica Kaplan, si fuera la Federación Rusa la que entrara en crisis, el remedio podría ser aún peor que la enfermedad.
«Las guerras son bisagras históricas. Y las guerras equivocadas, cuando sirven de puntos culminantes de un declive nacional más general, pueden ser fatales. Esto es especialmente cierto para los imperios. […] Pero nunca deben subestimarse ni celebrarse las repercusiones de esa venganza imperial. Los imperios surgen del caos, y el colapso imperial a menudo deja el caos a su paso. […] Si el régimen del Kremlin se tambalease debido a factores derivados de la guerra de Ucrania, Rusia podría convertirse en una versión baja en calorías de la antigua Yugoslavia, incapaz de controlar sus territorios históricos en el Cáucaso, Siberia y Asia Oriental»16.
No obstante, muchos (sobre todo entre los que no tienen responsabilidades de gobierno y se sienten respaldados por una mayor disuasión al disponer su país de armas nucleares) son también los que proponen acabar de una vez con esta guerra derrotando a Rusia, que «salga el sol por Antequera y sea lo que Dios quiera»17:
«Los temores occidentales de una escalada rusa han sido exagerados. […] Para Estados Unidos, no hay ningún beneficio en financiar un conflicto prolongado. La estrategia de Biden de proporcionar ayuda incremental no evitará la destrucción final de Ucrania, y mantendrá a Estados Unidos empantanado en una guerra sin camino hacia la victoria. También es políticamente insostenible: tras décadas de «guerras eternas» profundamente impopulares, los dirigentes estadounidenses no pueden seguir prometiendo desembolsos financieros y suministros de armamento indefinidos sobre la base de una estrategia sin perspectivas de éxito»18.
Dar a Ucrania los medios sin restricciones para ganar la guerra, tal como estos proponen, podría salir bien, pero habría que estar dispuestos a jugar a la ruleta rusa. Sin embargo, no parece que Putin vaya a dar tan fácilmente su brazo a torcer19, él mismo perdería la cabeza y en el Kremlin se piensa —no sin cierta razón— que la Federación Rusa quedaría al pie de los caballos e incluso correría el riesgo de una fractura interna. La paz es posible, no faltaba más, en cualquier caso, a un precio muy doloroso, pero se necesitarían unos liderazgos y una altura de miras que hoy no se vislumbran.
Conclusión
La guerra de Ucrania parece haber entrado en una «nasa estratégica» que, cuanto más penetra en ella, más atrapada queda.
Las partes contendientes se enfrentan a lo que perciben como amenazas existenciales, lo que reduce mucho sus márgenes para negociar una paz.
La brillante operación militar ejecutada por el Ejército ucraniano en la región de Kursk no parece estar obteniendo los resultados esperados y la apisonadora rusa, no solo no se ha detenido, sino que avanza a mayor velocidad, pudiendo llegar a romper el frente del Dombás.
Moscú aplica una estrategia de desgaste, lo que, dada la diferencia de tamaño, le da ventaja sobre Kiev, que depende así casi por completo del respaldo de sus aliados.
De momento, las posibilidades de un alto el fuego y una negociación se alejan. La dialéctica de las armas ha tomado la palabra.
Lo que ocurra en las elecciones presidenciales estadounidenses puede ser determinante para el desenlace de la guerra y ambas partes desean presentar una perspectiva militar favorable. La nueva Administración estadounidense será el único actor occidental capaz de conjugar el verbo pacificar.
El gran dilema es: poner contra las cuerdas a una potencia nuclear como Rusia supone acercar a Europa peligrosamente al abismo; sacrificar a Ucrania en nombre de la paz podría romper la coalición occidental en pedazos, para satisfacción del Kremlin e indefensión de Europa.
Esperemos que en un futuro no lejano se abran escenarios más favorables para una paz cada vez más urgente.
José Pardo de Santayana
Coronel de Artillería DEM
Coordinador de Investigación del IEEE