En la muerte de un hombre bueno

Nos deja, demasiado pronto, nuestro coronel José María Álvarez de Toledo

12/04/2022

     Siempre es demasiado pronto para que muera un hombre bueno. Por eso, la muerte de nuestro querido coronel José María Álvarez de Toledo y Gómez-Trénor nos deja particularmente tristes. En primer término, porque su bonhomía lo convirtió en una persona queridísima para muchas generaciones de guardias reales y, en segundo lugar, porque a su edad no toca morirse. Qué duro se hace en ocasiones aceptar la voluntad de Dios.

     Era el conde de La Ventosa un caballero español comme il faut —y en el sentido más calderoniano—, pues a pesar de la hidalguía de su origen adornó siempre más el pecho al vestido que el vestido al pecho. En la austeridad de su carácter y pudiendo haber sido lo que le hubiese venido en gana, amoldó los senderos de su vida a las estrecheces que trae de suyo el servicio en la carrera militar, como había sucedido, también, con un elenco interminable de sus antepasados.

     A lo largo de sus años de milicia impregnó del grato recuerdo de su rectitud y carácter bonancible en la entonces División Acorazada y, sobre todo, en su venerada Guardia Real. Aquí se dejó la piel en numerosas etapas y en puestos de tanta responsabilidad como el mando de la Compañía Monteros de Espinosa, en su época de capitán, o en la jefatura del Grupo de Escoltas, con su ascenso a teniente coronel.

     Vivió, por tanto, en nuestras filas, aquellos vibrantes momentos de los ochenta, durante el reinado de don Juan Carlos, en los que cada año nos fue dejando, prácticamente, una página irrepetible de nuestra historia. Sin embargo, y ello da idea de la grandeza de su espíritu, entre sus logros más destacados acentuaba siempre el haber peleado las mejores condiciones posibles para que aquellos primeros guardias reales de don Juan Carlos encontrasen un fin digno a su tiempo de fiel servicio al monarca con la disolución de su escala.

     Los que tuvimos el honor de tratarlo, aunque fuera solo durante esta última década, no olvidaremos fácilmente su palabra afable, su forma templada de hacer las cosas, su amabilidad a prueba de obuses y su porte de galán de la época dorada del cine americano. Las lágrimas desconsoladas de su amada Rita y las de tantos amigos y familiares son reflejo de las nuestras, las de sus compañeros, a quienes con el abatimiento que nos ha traído su ausencia nos llega también el encargo de mantener vivo su recuerdo y su ejemplo. Allá donde haya ido habrá salido a recibirle un piquete de alabarderos. Que en el descanso encuentre la paz, mi coronel.

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