Algunos hombres buenos

Memoria de los compañeros que unos asesinos nos arrebataron hace ahora cuarenta años

10/05/2021

    La lectura de la orden diaria trae, como es de razón, efemérides de todo tipo. Capellanes castrenses que se dejaron el bigote ministerial llevando los sacramentos a lugares inverosímiles, médicos que emergieron como titanes en lo más cruento del combate, grandes gestas heroicas cuya dureza atenúa el tiempo y nos sacan una sonrisa orgullosa, personajes ilustres, cientos y cientos de españoles, desconocidos —de todo tiempo— de no ser por el día de su muerte. Sin embargo, la del viernes pasado, 7 de mayo, es de las crónicas que hielan el corazón. Boina fuera y se pone en voz alta lo que, hora arriba hora abajo, acontecía 40 años atrás, apenas unos kilómetros al sur, sobre el asfalto de Madrid, cuando el reloj se detenía para dos jóvenes guardias reales, Antonio Noguera García y el cabo Manuel Rodríguez Taboada, y para el teniente coronel Guillermo Tevar Saco.

    Cuando empiezan a aflorar las imágenes en blanco y negro de la calle Conde de Peñalver atestada de gente, parece imposible que alguien pudiese salir con vida del amasijo de hierros en que quedó convertido el habitáculo del Dodge Dart con matrícula 00017 del Ejército de Tierra. En él, nuestros compañeros fallecidos acompañaban al teniente general Joaquín de Valenzuela y Alcíbar-Jaúregui, jefe del Cuarto Militar de la Casa de Su Majestad el Rey, y principal objetivo del cobarde atentado. A Rodríguez Taboada los servicios de emergencia no fueron capaces de excarcelarlo. Quedó atrapado de tal modo en el vehículo que en su interior hubo de ser trasladado al Hospital Militar Gómez-Ulla para que le fuese practicada la autopsia.

    Esa décima de segundo dejó un reguero de huérfanos. Una de ellas, la pequeña Nuria Beatriz, junto a su padre y sus hermanos en una ajada foto setentera de delatores tintes cobrizos, emerge ahora, frisando en el medio siglo, desde esa serenidad pasmosa de las víctimas españolas para clamar por tantos momentos hurtados en el ámbito sacro que marca la relación de una hija con su padre. Sin salir de ese oscuro Dodge, hay que multiplicar por nueve. Haciendo la cuenta de las cuatro décadas largas en las que ETA estuvo amargándonos la existencia, el guarismo se vuelve bochornoso y obsceno. Y como los hijos, los hermanos, los padres y los amigos de Tevar, Taboada y Noguera; años y más años sin decir esta boca es mía.

    A los tres, de cuerpo presente, les despidió su Guardia Real en una soleada y florida mañana de mayo en la plaza de armas Reina Sofía, epicentro de nuestra vida castrense, en la que tantos y tantos españoles han solemnizado su compromiso con la bandera, la rojigualda que arropaba tristemente los féretros de unos hombres buenos que no habían cometido más ofensa que cumplir con su deber y servir, con dignidad, a su país en unos tiempos extraordinariamente complejos de nuestra historia reciente. El teniente general Valenzuela, herido de enorme gravedad, demostró el pundonor de un militar español y, todavía convaleciente, se reincorporó al servicio el día 15 de julio para acompañar al Rey don Juan Carlos en la entrega de despachos a los jóvenes oficiales que finalizaban sus estudios en la Academia General Militar.

    Tevar, Taboada y Noguera, tres fieles guardias del Rey, descansan, desde hace cuarenta años, en la paz de los cementerios, pero viven —vaya si lo hacen— en la memoria de todos cuantos les amaron y, por supuesto, en la de todos a quienes se nos confió la preservación de su obra.

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