El espíritu de IFEMA

19/06/2020 Twitter Artículo de la Revista Española de Defensa número 373

Catorce de mayo; doce en punto de la mañana. Un vehículo de la Unidad Militar de Emergencias espera en la entrada del pabellón 14 de IFEMA para entrar y desinfectar el recinto. Otros miembros de la unidad, a pie, perfectamente protegidos y cargados con sus mochilas, comienzan a rociar baños, duchas y aquellos rincones de difícil acceso.

El producto que utilizan, una mezcla de hipoclorito sódico, no es tóxico pero podría provocar irritación en los ojos, por eso los trabajadores del SAMUR Social acompañan a fuera del pabellón a las 150 personas sin hogar que viven allí desde hace dos meses para pasar el confinamiento impuesto por la crisis del COVID-19.

Permanecen fuera solo 20 minutos, los que el Jeep Ranger de la UME tarda en limpiar paredes y suelos. La maniobra de desalojo y reentrada de estas personas en el pabellón 14 ya es rutinaria. Civiles y militares se conocen bien después de tanto tiempo trabajando juntos en este espacio.

La decisión de montar el albergue se tomó cinco días después de instaurarse el estado de alarma. «Y en 48 horas, con ayuda de la UME, pudimos dar alojamiento a estas personas», señala Miguel Ángel del Río, coordinador del SAMUR Social en el pabellón.

Este servicio de emergencias sociales, dependiente del ayuntamiento madrileño y gestionado por la empresa Grupo 5, ha aportado médicos, psicólogos, integradores sociales... para ofrecer ayuda a un colectivo tan especial. «Son gente de la calle, con muchas patologías: de salud mental, con adiciones…», señala. Acudieron en cuanto se corrió la voz de que se montaba el albergue. «Estas personas viven de los transeúntes y, sin ellos, no podían subsistir. Muchos estuvieron haciendo cola a las puertas de IFEMA cuatro días antes de que abriéramos», recuerda del Río.

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