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CEHISMI - Comisión española de historia militar

Moros. España contra los piratas musulmanes de Filipinas (1574-1896).

Texto

Albi de la Cuesta, Julio; Moros. España contra los piratas musulmanes de Filipinas (1574-1896). Madrid, Desperta Ferro, 2022, 768 pp., ISBN: 978-84-123239-6-2.0

 

Julio Albi de la Cuesta, diplomático de carrera, historiador y desde 2009 académico correspondiente de la Real Academia de la Historia, es autor de acreditadas obras en el campo de la historia militar española en las cuatro últimas décadas, algunas de ellas reeditadas recientemente por la editorial Desperta Ferro, como Banderas olvidadas. El ejército realista en América, o De Pavía a Rocroi. Los tercios españoles en los siglos XVI y XVII, a las que hay que sumar otras de publicación más cercana como El Ejército carlista del Norte (Madrid, 2017) o ¡Españoles, a Marruecos! La guerra de África, 1859-1860 (Madrid, 2018). El libro que ahora reseñamos nos aleja del marco geográfico norteafricano, en el que Albi había centrado una parte de su interés en los últimos tiempos, para llevarnos a un contexto aún más desconocido, si cabe, y falto de investigaciones históricas, como es la presencia de las armas españolas en Filipinas, a pesar de tratarse de una larga guerra de más de trescientos años contra los piratas musulmanes que involucró a miles de soldados y oficiales del Ejército y la Marina, junto a las todavía más numerosas tropas nativas alistadas. Cierta es, por tanto, la confesión del autor en el Prólogo de esta obra respecto a su fascinación por las «tierras remotas, las causas perdidas y los ejércitos malditos» (p. X). Filipinas llevaba ya algún tiempo siendo un territorio de su interés, y en obras anteriores como Campañas de la caballería española, en coautoría con Leopoldo Stampa (Madrid, 1985), o en Un eco de clarines: la caballería española (Madrid, 1992), ya exponía algunos breves estudios sobre la presencia de militares de este arma en el archipiélago asiático, al que ahora dedica más de setecientas páginas de riguroso y documentado análisis, con un amplio y reseñable aparato crítico de fuentes contemporáneas a los hechos y bibliografía, unida a la notable consulta documental en instituciones como el Archivo General de Indias, General de Marina, y el General Militar de Madrid y de Segovia.

Para centrar al lector en el contexto geográfico filipino y lo que supuso la presencia castrense española en él durante tres siglos, Albi comienza por establecer, acertadamente, las diferencias de este espacio con otro también distante, aunque menos, y sobre todo muy diferente en cuanto a sus rasgos más determinantes, el indiano; y es que la travesía atlántica a Ultramar no era tan larga y arriesgada como la que llevaba a las posesiones de la Monarquía española en el Pacífico, en las que además no había oro ni plata y las enfermedades tropicales diezmaban continuamente a la población. Los escasos incentivos para permanecer en un territorio incógnito y hostil desaconsejaban las estancias prolongadas tanto para la población civil como para los oficiales y guarniciones. Estas circunstancias específicas determinaron la casi total ausencia de mestizaje —algo que, por el contrario, había sido desde el primer momento una de las señas de identidad de la presencia española en las Indias—, además de impedir el desarrollo de una administración válida para establecer un funcionamiento institucional organizado, de tal manera que solamente el clero regular se mantuvo como institución estable en Filipinas, acumulando un gran poder, y convirtiéndose en alguna medida en agente de la autoridad civil, traspasando las tareas concernientes a la religión y a la educación que en principio habían de desempeñar en estas tierras ignotas. En el plano militar, las consecuencias de las características propias del marco geográfico filipino supusieron la falta crónica de voluntarios españoles, que pronto obligó al alistamiento de la población local, hasta el punto de que este fue el componente mayoritario del ejército español en Filipinas, una suerte de ejército colonial que poco se asemejaba al organizado por España en sus posesiones americanas y que hasta bien avanzado el siglo XIX no se vio apoyado por la Armada Real, habiéndose de valer hasta entonces de soluciones un tanto improvisadas, aunque eficaces, como la Marina Sutil o corsaria, a cargo de indígenas ante la falta crónica de marinería española, a pesar de que el principal peligro para el mantenimiento de estas posesiones venía precisamente por el mar. La amenaza eran los moros, a los que Albi define como «mundo aparte», poseedores de una concepción propia del islam, muy diferente a aquel al que los españoles habían combatido durante siglos en la Península y con el que rivalizaban en el Mediterráneo y en el norte de África en los mismos años en los que iniciaron su presencia en el archipiélago asiático. Un enemigo temible, organizado en una sociedad piramidal, claramente esclavista — incluso contra sus propios congéneres—, que hacía de los ataques rápidos por mar a las costas de las islas filipinas su razón de ser, por cuanto la captura de hombres, mujeres y niños era la base de su pervivencia, actividades que para el autor deben calificarse más como cacerías que como mera «piratería», a pesar de que esta última palabra fue la que entonces se empleó y la que aparece en la documentación de la época para denominar aquellos ataques.

La obra se divide en quince capítulos atendiendo a criterios temáticos, capítulos que bien podrían haberse agrupado en cuatro grandes apartados: el estudio del espacio propiamente dicho —lo que Albi denomina «tercero y nuevo Mundo»—; el análisis de las fuerzas militares que defendieron aquellas tierras, tanto el Ejército como la Marina; el de los enemigos a batir, en un doble plano, es decir, unos moros que actúan como piratas; y finalmente el estudio evolutivo de la acción militar española contra este enemigo desde ese 1574 que fija en el título del libro hasta la llegada de las tropas estadounidenses en 1896, convertidas, por mor del destino, en un mismo rival a batir para españoles y moros, que hasta entonces se habían enfrentado entre sí durante décadas en una lucha sin cuartel. Con un estilo ágil y sugestivo, accesible tanto para el público más versado en la historia militar española como para un lector más genérico que quiera conocer las circunstancias reales de esta casi por completo inédita vertiente castrense de las tropas de Austrias y Borbones, Albi es capaz de trazar un panorama completo y complejo de la labor desempeñada por las armas españolas en esta prolongada lucha contra los piratas musulmanes de Filipinas cuyo balance, que nuestro autor se atreve a esbozar con ayuda de algunos testimonios contemporáneos a los hechos (pp. 37-41), ha de ser realizado siempre desde la perspectiva de la época, como él mismo nos advierte.

El libro comienza, por tanto, situando al lector en los rasgos definitorios de un territorio con características especiales dentro de las posesiones de la Monarquía, un espacio muy lejano —podían transcurrir más de dos años desde que se hacía una consulta al rey desde Manila y retornaba allí la respuesta desde Madrid—, que nunca fue meta en sí mismo, sino más bien un hallazgo casual en la búsqueda de la ruta de las especias que se consideraba realmente un punto de partida para ir más allá, y sobre el que en más de una ocasión se hicieron proyectos de abandono, desestimados finalmente por el afán evangelizador de los Austrias. Un espacio, también, en el que las enfermedades, en especial la disentería, pero también la hepatitis, la anemia tropical y la malaria, y las pocas oportunidades de enriquecimiento personal hicieron que muy pocos españoles quisieran desplazarse a él por voluntad propia. Seguidamente, Albi nos adentra en el estudio del Ejército de Filipinas, en dos capítulos, haciendo un análisis cronológico de unas tropas para las que se intentó seguir el modelo indiano, lo que no fue posible por las características propias de estas islas, y en el que las milicias serían visibles desde el siglo XVIII, aunque fueron de nula eficacia. El análisis de los mandos y oficiales es uno de los aspectos más acertados de esta parte del libro, estudio que se realiza a través de figuras como la de Manuel Sityar, nacido en Cavite, autor de unas interesantes Memorias, y que mantuvo su lealtad a España hasta el final. Pero también es reseñable el examen del soldado indígena, tanto en lo relativo a su reclutamiento como a su vida diaria, bien como guarnición de retaguardia o bien en primera línea de combate, en una posición mucho más expuesta, o el repaso que se hace de las diferentes reformas que experimenta este ejército, especialmente en la segunda mitad del siglo XIX, cuando fueron prácticamente sucesivas. La Marina resultó fundamental para mantener el control, tanto en lo relativo a la comunicación con España como en lo referente a la lucha contra las naves moras que asolaban el litoral de las islas bajo control español, a pesar de lo cual se llegó a finales del siglo XVIII sin resolver el problema de la piratería y con constantes cambios en el tipo de embarcación considerado más solvente para esta lucha, desde las iniciales galeras, hasta que, tras la fundamental aportación de la Marina Sutil en las primeras décadas del XIX, en 1859 se adoptara el vapor, siendo los cañoneros especialmente decisivos, junto al establecimiento de fuertes y guarniciones, vigías y telégrafos. De esta forma, aunque con bastante improvisación, España consiguió al fin establecer un mecanismo defensivo que limitaba en buena medida la actividad de los piratas musulmanes.

Al adentrarse en el estudio de los enemigos a batir por las armas españolas en Filipinas, Albi reconoce que el término «moros» es poco apropiado, como así lo admitían también los españoles desplazados entonces a Filipinas, que fueron quienes lo adoptaron al considerar que eran musulmanes a quienes combatían, aunque el islam que practicaban era muy poco ortodoxo. Belicosos, bravos y despiadados, vivían concentrados sobre todo en Mindanao y Joló, y de ellos se revisa su organización, usos y costumbres castrenses. Estudiados en su faceta de «piratas», término también poco adecuado porque las capturas humanas las hacían sobre todo en tierra y muy poco al abordaje en alta mar, se analizan las embarcaciones que empleaban en sus ataques desde antes que llegaran los españoles, las armas (blancas y muy pocas de fuego), las tácticas y los enormes estragos que causaron con sus razias, con decenas de miles de personas vendidas y asesinadas en el transcurso de los años, movimientos poblacionales, pueblos arrasados, campos y ganado abandonados…, ante lo cual España planteó, a juicio de Albi, una respuesta vacilante, lastrada por la escasez de medios y la falta de una dirección política consistente, hasta que en el siglo XIX se plantearon finalmente dos posibles soluciones: su exterminio o expulsión, algo que se estimaba imposible de entrada, o el establecimiento de un modus vivendi para mantener un mínimo de tolerancia entre la comunidad cristiana y musulmana, aunque el problema militar en Filipinas no era una cuestión religiosa o no solamente al menos. El resto del libro (caps. 7-15), es decir, más de la mitad (pp. 251-647), lo compone el estudio cronológico de la lucha española contra los piratas musulmanes de las costas filipinas, estructurado por siglos, más breve en lo relativo a los siglos XVI, XVII y XVIII y mucho más en profundidad en lo que respecta al XIX, que es el que más interesa al autor y sobre el que más datos archivísticos y bibliográficos ha conseguido recopilar, llegando a ocupar el estudio de este período hasta un total de siete capítulos del total de la obra. El análisis de este combate contra los moros se hace a través de episodios destacados más que mediante el establecimiento de estructuras, por lo que, en este sentido, es un enfoque «muy castrense», que atiende especialmente a los hechos de armas, a los ataques, las tácticas, las estrategias, las armas y, en fin, las victorias y las derrotas obtenidas.

Como gran aportación de este libro, al margen y además del propio texto, del que ya hemos reseñado su notable mérito y valía, cabe especificar la inclusión de una decena larga de mapas, en blanco y negro, sencillos y claros, muy efectivos, algunos de situación, otros de campañas y/o batallas, fundamentales para guiar al lector en los acontecimientos descritos, aunque hubiera sido deseable una relación de dichos mapas en el índice general para localizarlos más fácilmente. De igual manera, la obra incluye hasta tres pliegos con numerosas imágenes, muy ilustrativas de los contenidos abordados, muchas de ellas inéditas y la mayoría ignotas para el gran público. La inserción de un completo apartado de Fuentes y Bibliografía y un muy útil Índice analítico completan una esmerada edición, todo lo cual convierte a esta obra en una lectura ineludible para conocer un episodio fundamental pero casi ignorado de las armas españolas allende el mar, en un escenario, como ocurre con el norteafricano, en el que, sin embargo, estuvieron presentes durante muy largo tiempo.

 

Beatriz Alonso Acero

CEHISMI