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CEHISMI - Comisión española de historia militar

La excepción ibérica 1. La Península en la Guerra Fría. El telón pirenaico (1943-1949).

Texto

María José Tíscar, La excepción ibérica 1. La Península en la Guerra Fría. El telón pirenaico (1943-1949), Madrid, Akal, 2022, 793 páginas. ISBN 978-84-460-5179-4

 

La autora de este extenso estudio es doctora en Historia contemporánea por la UNED en 2011, con la tesis doctoral La ayuda española a Portugal durante la guerra en las colonias de África: (1961-1974). No obstante, se ha centrado en el período de 1943 a 1949, con el libro Diplomacia peninsular e operações secretas na guerra colonial, Edições Colibri, 2013. Se trata de un estudio de las relaciones peninsulares en un nuevo ámbito de interés, con importantes datos e interpretaciones que tratan la difícil cuestión de las relaciones entre las dictaduras salazarista y franquista. La autora, tomando con base la importante documentación recogida para estos trabajos, aborda ahora, en un primer libro, y también con nueva documentación, cómo Franco y Salazar, aun siendo dictaduras, sobrevivieron tanto tiempo, en una perduración difícilmente explicable de la excepcionalidad ibérica. Tomó como eje principal el pacto ibérico de 1939, que de poco sirvió para que luego España se beneficiara para recibir el Plan Marshall y después entrar en la Alianza Atlántica, como sí pasó con Portugal. Posiblemente el problema era que tenían una visión imperial completamente distinta, y que Franco nunca llegó a pensar en ningún momento en la posible alianza con Inglaterra, aunque sí con Estados Unidos. Por otro lado, hay que tener en cuenta que Salazar no fue Jefe de Estado, y Franco sí, y que el portugués no tenía una monarquía plenamente activa, mientras que el español sí. Estos factores por sí mismos marcan una diferencia esencial de cara a abordar la explicación de su perduración. Ciertamente no es suficiente el anticomunismo, es necesario darse cuenta de que los países occidentales toleraron con más facilidad a Salazar que a Franco, y que la amistad entre ambos países no fue tan grande como pensaban.

La autora no se centra en los aspectos militares, aunque ciertamente los trata, pero más bien desde la diplomacia -sobre todo con documentación portuguesa-, de ahí la carencia de análisis militares a lo largo del libro, y por tanto llega a unas conclusiones en cierto modo parciales, que en términos generales están comúnmente admitidas. El gran problema que veo al libro, sin quitarle el mérito de una exposición lógica y de una profunda investigación, es que no tiene en cuenta los informes de los agregados militares, debido, sobre todo, para el caso de Franco, en gran parte, a no investigar en los archivos militares, con ausencias documentales procedentes del Archivo General de la Administración, Archivo Histórico Nacional, y Archivo de la Memoria Histórica. En este sentido, le hubiera sido de gran utilidad la Secretaría General del Ministerio del Ejército y el Estado Mayor Central, en el Archivo Militar de Segovia. No obstante, la autora explica muy bien, con documentación clara, la mutua desconfianza entre Salazar y Franco, y que la diplomacia franquista fue más operativa de lo que hasta ahora se ha creído, otorgando un papel destacado a Nicolás Franco. Así, en realidad, Salazar y Franco eran amigos simplemente por sus ideas comunes, pero poco más les unía. Ahora bien, Franco sabía que, si no apoyaba a Portugal, su régimen difícilmente sobreviviría.

Aunque el libro se centra en el período 1943-1949 por medio de 21 capítulos, la autora ha dado más importancia al período 1946-1949, con lo que llama “Estalla la Segunda Guerra Fría”, en un cambio terminológico de un período histórico que normalmente se sitúa en 1947 y finaliza en 1991, marcado por la lucha entre las potencias que ella denomina – a veces con eufemismo- potencias capitalistas y potencias socialistas (o democracias liberales y democracias populares), porque dedica a esos cuatro años del capítulo 6 hasta el final, la mayor parte del libro. La autora situaría la Primer Guerra Fría de 1917 a 1945. En esta lucha, Tíscar afirma que Estados Unidos no logró imponer su “hegemonía mundial” ni con la guerra ni con la “paz del dólar”, gracias al mantenimiento de la URSS y en parte de China. Es difícil que tenga éxito esta nueva división histórica, acaso por ser una ampliación semántica del término “guerra fría”.

En cualquier caso, lo que sí deja bien claro la autora es que la URSS no solo no desapareció, sino que se “amplió” -utiliza a toda intención este término frente al de “expandió”-, por su “mercado socialista”, mientras que el “mercado capitalista” iba mermando. El principal argumento de la autora es que la contienda fue por medio de una guerra asimétrica, como “conquistar las mentes y los corazones” por medio de la economía. Es en este contexto en que se analiza el papel de los neutrales, en este caso Portugal y España, como bloque ibérico. Si Estados Unidos e Inglaterra querían prescindir de la URSS, para vencer a Hitler había que contar con ellos, y luego, una vez terminada la guerra, si se quería parar a la URSS había que contar con ellos de nuevo. Evidentemente la URSS no se doblegaría ante el poder financiero de Washington, así que había que buscar una alianza geoestratégica y militar. Y esta es la razón por la que toleraron a Salazar y Franco. Es decir, una tolerancia beneficiosa en el caso de estas dictaduras y una intolerancia arriesgada para el caso comunista.

La autora explica como principal razón de la subsistencia de las dictaduras ibéricas las necesidades militares de los aliados, en una defensa común frente a la posible agresión comunista. El libro menudea sobre todo en la excepcionalidad portuguesa -domina mejor esa documentación- porque Salazar no recibió condenas, ni fue aislado, y si no entró en la ONU fue por otras circunstancias de estrategia de voto. En suma, Portugal -por el mero hecho de su alianza multisecular con Inglaterra- recibió un tratamiento especial, con el beneficio del Plan Marshall, invitada a formar parte del Tratado del Atlántico Norte. No era cuestión de las diferencias entre el Estado Novo y el Movimiento Nacional, sino que tenían una configuración política muy distinta.

El capítulo 20 es el núcleo del libro, titulado La grieta euro-atlántica en el Bloque Ibérico (713-740). Trata de analizar los esfuerzos de Franco para incorporarse a la Alianza Atlántica y cómo Franco siguió el consejo de Carrero Blanco, es decir, presionar a Portugal y amagar con una alianza con la Unión Soviética, y afirmar que si Portugal entraba se atentaba contra el pacto de 1939. Portugal se adhirió en marzo de 1949 y Franco no fue invitado por el peso de la condena de 1946, y así se llega al “desamparo español” y el importante papel de Nicolás Franco. De nada sirvió a Franco ni Portugal ni su condición de “gendarme de Occidente y victorioso cruzado del anticomunismo” (p. 732). Franco optó por pensar un Pacto Mediterráneo, pero perdió fuerza con la inclusión de Italia entre los fundadores de la Alianza Atlántica y en 1952 con la adhesión de Turquía y Grecia. Creo que hubiera sido conveniente extenderse con las razones militares del almirante Hillenkoetter para mirar favorablemente la adhesión de España. Los acuerdos de Madrid con Estados Unidos de septiembre 1953 -bases militares a cambio de dinero- quedan fuera de su ámbito de estudio, pero se inició ahí, y fue la trampa con que Franco consiguió perpetuarse. Y desde el punto de vista militar, España recibió un impulso importante, que se asemejaba en algo a las medidas de organización, doctrina y armamento, de la Alianza Atlántica en su política militar de “uniformización”.

El capítulo final 21 viene a ser unas conclusiones. Dado el sistema de alianzas militares que se formaban, no podían sobrevivir países neutrales. ¿Qué podía hacer Franco? La autora concluye que, si para Portugal el Pacto Atlántico y el Ibérico eran compatibles, para España no era así. Ya no podía decir que la URSS agredía, ahora el discurso era contra Inglaterra por su juego sucio y buscar a toda costa un entendimiento directo con Estado Unidos. Al mismo tiempo neutralizar a los militares monárquicos díscolos, como Aranda, y afirma que los oficiales que quedaban representaban una fuerza “incondicionalmente franquista”.

No comparto su valoración negativa respecto a la transición española, hasta al punto de afirmar, ya desde el principio (p. 22), que la transición portuguesa ha dado estabilidad política, mientras que la española “con una estructura económicamente más potente, se encuentra de manera permanente al borde de una quiebra política producto de su arrastrada indefinición como Estado”. Es atrevido llegar a esta conclusión, más que hipótesis de trabajo la tiene como tesis inicial. Seguramente se debe a que no dedica un capítulo específico a la figura de don Juan de Borbón, sino que lo encuadra entre las diversas facciones monárquicas, y sin apenas estudios sobre militares que conocían muy bien el Reino Unido, como Kindelán o Alfonso de Orleáns.

Nos encontramos, pues, ante un estudio importante de unos años decisivos para España, que hay que tener en cuenta para seguir investigando las razones de la excepcionalidad ibérica, por lo que hay que felicitar a la autora y la editorial por acoger tan extensa y detallada investigación.

 

Enrique García Hernán

Instituto de Historia, CSIC, CEHISMI