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CEHISMI - Comisión española de historia militar

España contra el imperio otomano

Juan Carlos Losada

Losada Malvárez, Juan Carlos

España contra el Imperio otomano: La lucha por el control del Mediterráneo desde el siglo XVI al XVIII (2021), Madrid: La Esfera de los Libros, 379 pp. ISBN: 9788413841175

De manera amena y precisa, se cuenta en esta obra la lucha que mantuvieron durante más de dos siglos la Monarquía española y el Imperio otomano por el control del Mediterráneo. Autor de numerosos libros de historia militar, Juan Carlos Losada no solo expone los hechos, sino que lo hace sacando interesantes conclusiones y mostrando su personal criterio. Señala, por ejemplo, que la política de conquista y reconquista de las plazas norteafricanas se mostró finalmente muy costosa y poco eficaz. También vuelve con frecuencia a la idea de que fue la inasumible variedad de enfrentamientos y guerras lo que, en definitiva, ocasionó la ruina económica y, finalmente, la decadencia de la Monarquía hispánica.

El autor destaca la presencia de los hombres anónimos que lucharon en ambos bandos, considerándolos protagonistas de estos hechos. Vemos pasar también por esta obra figuras legendarias como el Gran Capitán, el ingeniero Pedro Navarro, el Gran Maestre Jean de la Valette, el sultán Solimán, el espía Vázquez de Acuña, el gran duque de Osuna y muchos otros.

El libro se articula en cinco partes y en la primera se establece el marco del conflicto. Aquí vemos el nacimiento del Imperio otomano y quedamos asombrados por su gran capacidad de conquista; en sólo dos siglos, se pasó de unificar las tribus turcas a controlar casi toda la extensión de los Balcanes, avanzando hacia Europa central y tomando sucesivamente las islas del Egeo, las costas de Asia Menor, el mar Negro y el Adriático; también fue poniendo bajo su protección los pequeños reinos de Berbería (Fez, Tremecén …), impidiendo de esta forma sus pactos con España. El choque entre este formidable imperio y la Monarquía española, que necesitaba el dominio del mar para su pujante expansión comercial, fue inevitable.  

En la segunda parte, el autor se centra en la lucha por el Mediterráneo. Ya en el reinado de los Reyes Católicos, se establecieron bases en el norte de África (Melilla, 1497), con objeto de luchar contra los piratas berberiscos y evitar el saqueo del comercio. Tampoco se descuidó la lucha contra el Imperio turco; la toma de Cefalonia (1500) fue el primer enfrentamiento de las dos potencias y el primer freno que puso la cristiandad al Imperio otomano. Fernando el Católico se propuso acabar con la piratería, cuyas acciones, rápidas y terribles, eran muy difíciles de combatir. A partir de 1504 se suceden las victorias en el norte de África: Mazalquivir, peñón de Vélez de la Gomera, Orán (campaña en la que participó personalmente el Cardenal Cisneros), Bugía y Trípoli, pero en 1510 llegó el desastre de los Gelves, que dejó terrible huella en la memoria de la gente; el autor cuenta el triste final de Don García Álvarez de Toledo, cuyo cuerpo mutilado recuperó su hijo, el tercer duque de Alba, algunos años después.

El autor explica el importante cambio que se introdujo en los objetivos militares durante el reinado de Carlos V; decayó el interés por los reinos norteafricanos y se dio prioridad a la lucha contra el imperio turco, que amparaba abiertamente las acciones de los piratas berberiscos.

Losada hace una interesante digresión para explicar la importancia en las filas otomanas de los renegados, niños o jóvenes raptados y criados por los turcos, que de hecho eran los más feroces enemigos de los cristianos; merecen especial mención los hermanos Barbarroja, procedentes de la isla griega de Lesbos, valientes guerreros y expertos marinos, el terror de la Cristiandad durante mucho tiempo.

Como maniobra de diversión, para detener el avance turco sobre Austria, una flota mandada por Andrea Doria tomó Corón (1532). Tres años después, en 1535, una flota conjunta de las naciones cristianas (excepto Francia) conquistó Túnez, obligando a huir a Barbarroja. Esta campaña, que dirigió personalmente Carlos V, fue el estreno de los Tercios españoles y tuvo una gran resonancia. En 1541, sin embargo, fracasó otra empresa personal del emperador, el intento de tomar Argel (Jornada de Argel), que estaba en manos de Barbarroja.

Las plazas del norte de África cambiaban de manos continuamente, a veces en el mismo año y el hostigamiento de los piratas no paraba, por lo que la población del litoral se fue moviendo hacia el interior. En 1556, abdicó el emperador y subió al trono Felipe II.

La tercera parte del libro la ocupa el reinado de Felipe II. El autor explica la alianza entre la Sublime Puerta y Francia, origen de muchos hechos desastrosos para España. La piratería era cada vez más atrevida; el Imperio otomano no solo la amparaba, sino que la practicaba, como se vio en el devastador ataque a Ciutadella, en Menorca, ejecutado por el almirante Piali. Felipe II tomó la iniciativa de construir y mantener una gran red de fortificaciones en la costa para evitar en lo posible los saqueos. El segundo desastre de los Gelves (1560) condujo finalmente a un cambio importante en la política del rey de España, que decidió reformar la flota, multiplicando el número de galeras y mejorando su calidad. 

El asedio de Malta (1565), defendida por los caballeros del mismo nombre, terminó con una derrota de Solimán que frenó el avance otomano en el Mediterráneo occidental. El autor narra la heroica resistencia del fuerte de San Telmo, que fue tomado por los turcos a un precio demasiado alto (la muerte de Dragut y de la mitad de los asaltantes). Es emocionante la fortaleza de Jean de la Valette, anciano caballero y Gran Maestre de Malta, dispuesto a no rendirse en ninguna circunstancia. Con mucho detalle se cuentan las distintas etapas del asedio, destacando la casi imposible defensa del Burgo. Finalmente, el 7 de septiembre llegaron a Malta los socorros prometidos por Don García de Toledo y los turcos dejaron la isla casi medio año después de emprender la campaña.  

El siguiente, y definitivo, enfrentamiento entre el Imperio turco y la Cristiandad fue Lepanto (1571), «la más alta ocasión que vieron los siglos», en palabras de Miguel de Cervantes, un joven soldado presente en la descomunal batalla. En mayo de 1571 se había constituido la Liga Santa, con objeto de auxiliar a Venecia ante la invasión de Chipre por los turcos; España contribuía con la mitad del dinero y de los hombres; Don Juan de Austria, reciente vencedor en la rebelión de las Alpujarras, se puso al frente de la empresa. Llegó a Mesina en agosto y el día 30 de ese mes supo que los turcos estaban en el golfo de Lepanto. A las nueve de la mañana del día 7 de octubre se avistaron ambas escuadras y a las cinco de la tarde todo había terminado; en esas pocas horas se produjo el choque brutal y después el abordaje. El autor cuenta muy detalladamente esta batalla, en la que La Liga tuvo 7.650 muertos y 7.784 heridos. El desastre turco fue descomunal, tanto por las bajas, como por la pérdida casi total de la flota; se capturaron no menos de 130 galeras turcas. En opinión del autor, la superioridad de los cristianos en la instrucción de la tropa y en las armas, así como su gran capacidad de fuego aseguraron la victoria. La Liga, sin embargo, se disolvió sin volver a entrar en combate. A partir de Lepanto, el Mediterráneo dejó de ser el eje principal de las dos potencias enfrentadas.

Felipe II sostenía una importante red de espías, desplegada en Estambul, Francia, Inglaterra e Italia. Estos espías, casi siempre bajo el disfraz del comercio o la diplomacia discreta, no solo informaban, sino que con frecuencia instigaban revueltas o conjuras e incluso saboteaban instalaciones del enemigo. En 1576, por mediación del espía Vázquez de Acuña se pactó una tregua entre España y la Sublime Puerta. Dos años después, se firmó la paz.

 

La cuarta parte del libro cuenta la lucha contra los piratas berberiscos en el siglo XVII, el siglo de oro de la piratería. España ya no ocupaba las plazas norteafricanas, simplemente las destruía, para inutilizarlas. La expulsión de los moriscos supuso un rebrote de la piratería en esa zona; sirva como ejemplo la república de Salé, emplazada en el mismo lugar que posteriormente ocupó Rabat; estaba integrada por moriscos españoles y fue un foco pirata importantísimo, que operaba hacia el Atlántico. Durante estos años, los piratas extendieron sus ataques a más países, lo que, en definitiva, según señala el autor, ocasionó su decadencia en el siglo XVIII. La anexión de Portugal obligó a España a defender también todo el litoral portugués, además de Madeira y Azores, que eran asaltadas con frecuencia.

Losada hace un extenso y apasionante relato de la actuación del duque de Osuna, como virrey de Sicilia y luego de Nápoles. Osuna hizo una profunda reforma de la flota y organizó una serie de ataques preventivos contra los piratas y los turcos, a veces costeados por él mismo. Además, venció a los turcos en la batalla de cabo Corvo (1613), causándoles gran quebranto; también en las costas de la península de Anatolia venció con cinco galeones y un patache a una escuadra turca de cincuenta y cinco galeras. En la batalla del cabo Celidonia (1616), se impuso nuevamente, a pesar de la gran superioridad numérica de las fuerzas turcas; el autor explica este hecho por la gran potencia de fuego de la flota del duque. Esta fue la última de las grandes batallas; un dato que sorprende son las bajas, tres mil bajas turcas frente a ciento veintisiete bajas cristianas. El autor habla del triste fin del gran duque de Osuna, que cayó en desgracia y fue apresado por orden del rey en 1621, muriendo en cautiverio en 1624.

 La guerra en el continente europeo durante el reinado de Felipe IV fue constante, de lo que resultó la decadencia de la flota, que además debía proteger la carrera de Indias. Se abandonaron las expediciones preventivas y el litoral levantino quedó casi indefenso. La piratería se hizo crónica y se convirtió en un medio de vida; mercaderes de toda procedencia compraban los productos saqueados, siendo de esta forma cómplices necesarios del saqueo. En la costa española se había organizado una red muy amplia de fortificaciones, que dificultaban los ataques y disuadían a los piratas; estos vieron que era cada vez más peligroso acercarse a la costa. El autor explica que la navegación de nuevos países por el Mediterráneo tras la paz de Westfalia (1648) fue perjudicial para los piratas, ya que perdieron el apoyo de esas otras naciones, las cuales además empezaron a permitir a los particulares armar naves al corso, un modo mucho más barato de parar a los piratas que mantener una flota. El resultado de todo esto es que a partir de la segunda mitad del siglo XVII se rebajó el número y la intensidad de los ataques piratas.

En la quinta parte, el autor comenta los adelantos técnicos en el arte militar del siglo XVIII. La artillería, la fortificación y la marina cambiaron radicalmente; llegó un nuevo modo de hacer la guerra. En España, el marqués de la Ensenada acabó definitivamente con las galeras. En 1748 se envió a Jorge Juan como espía a Inglaterra, para copiar los planos de su mejor buque; con ese modelo se construyó en España una importante flota.

En 1782 se firma por fin la paz definitiva con la Sublime Puerta. También se firmó la paz con Argel cuatro años más tarde. Con esto se puso fin al largo enfrentamiento que hemos visto pasar por las páginas de este interesante libro. 

Ángela Casas Santero. Licenciada en Filosofía y Letras. Sección Historia.