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CEHISMI - Comisión española de historia militar

Políticas de Felipe III en el Mediterráneo.

Miguel Ángel de Bunes Ibarra

La figura y reinado de Felipe III vienen siendo objeto, desde hace ya algunos años, de una certera revisión historiográfica en la que diversos autores de dentro y fuera de nuestras fronteras (Antonio Feros, Bernardo García, Paul C. Allen, Patrick Williams…) han procedido a matizar y llenar de argumentos las algo más de dos décadas en las que el hijo del Rey Prudente dirigió los destinos de la Monarquía hispánica. El período de gobernanza de Felipe III, al quedar enmarcado entre dos reinados —los de Felipe II y su nieto, Felipe IV—, que presentan una línea historiográfica más relevante, cualitativa y cuantitativamente, se había ido manteniendo al margen de las investigaciones de los modernistas, situación que, al fin, se está revirtiendo en las últimas décadas. El análisis de la propia imagen del monarca, de la relevancia institucional de sus validos (duque de Lerma y duque de Uceda), o de las políticas desarrolladas en algunos de los principales territorios de la monarquía en los inicios del Seiscientos, caso de los virreinatos italianos, han sido algunos de los aspectos atendidos por la historiografía más reciente centrada en el estudio del reinado de Felipe III, beneficiándose de las de las abundantes fuentes impresas y manuscritas de este periodo que se han conservado hasta el presente.

Sin embargo, y a pesar de todos los avances relativos al examen de este periodo, es más que evidente que aún quedan por deslindar muchos aspectos consustanciales a este reinado, uno de los cuales es, sin duda, el relativo a la política mediterránea —más bien en plural, políticas mediterráneas, como indica el título de la obra en cuestión—, sobre todo teniendo en cuenta la fuerza con la que este monarca se vuelca en dicho ámbito geoestratégico desde casi el mismo momento en que se ciñe la corona, en septiembre de 1598, por lo que este que reseñamos ha sido un libro largamente esperado por los modernistas. El estudio de las políticas de Felipe III en el Mediterráneo, recogiendo el ingente trabajo desarrollado hace ya casi un siglo por Fernand Braudel para el mismo ámbito durante el reinado de Felipe II, pero trasladándolo a los enfoques más actuales y rigurosos de la historia política y militar, solo podía ser abordado de forma lúcida y exhaustiva por un excelente conocedor de las múltiples realidades del mundo mediterráneo de tiempos de los Habsburgo, como es Miguel Ángel de Bunes Ibarra, Profesor de Investigación del Instituto de Historia del Consejo Superior de Investigaciones Científicas. Su dilatada trayectoria investigadora, centrada en los procesos de expansión de la Monarquía hispánica y el Imperio otomano durante los siglos XVI y XVII, con atención especial a las dinámicas establecidas en la conformación de fronteras políticas, diplomáticas y sociales entre ambas entidades, donde tienen cabida las particularidades del corso y del cautiverio y de las minorías religiosas que transitan por el Mediterráneo en este periodo, es el mejor aval para abordar con garantías el desafío de una investigación muy necesaria, y tan ambiciosa como sugerente. La elaboración de esta monografía, proyectada por el autor desde hace ya algunos años, debe ser ponderada como fruto de un tenaz y meticuloso trabajo previo, basado en un metódico vaciado de documentación archivística, en su inmensa mayoría inédita hasta la fecha, con su pertinente análisis y reflexión. Esta labor ya había venido dando algunos frutos parciales en los últimos años, recogidos en la publicación de artículos en revistas y de ponencias en actas de congresos en los que el autor ya ha mostrado los resultados de su acercamiento a figuras protagonistas del Mediterráneo filipino como Filiberto de Saboya, Antonio Sherley, el conde de Lemos o el duque de Osuna, y de su aproximación a temáticas como la ocupación de Larache, la defensa de Cerdeña desde Nápoles y Sicilia, la jornada secreta de Argel o la Armada del Mar Océano y su lucha contra el corso y la piratería en el estrecho de Gibraltar.

Como afirma Bunes Ibarra en la Introducción de su libro, a pesar de no haber apenas monografías sobre la cuestión, la vertiente mediterránea es uno de los ejes de la actuación política de Felipe III, un monarca que, cuando accede al trono, tiene frentes abiertos demasiado complejos en el norte de Europa. Para conseguir prestigiar y consolidar su figura regia lo más rápido posible en relación con otros monarcas europeos, aconsejado por Lerma, fija su atención en el Mediterráneo, espacio en el que la Monarquía había mantenido una política oscilante en los últimos tiempos, sin ocupar la atención prioritaria de la época de los Reyes Católicos. A comienzos del siglo XVII, a pesar de las nuevas formas de hacer la guerra en el mar, este era el espacio donde aún se dirimía la hegemonía entre cristiandad e islam y, sobre todo, entre Monarquía hispánica y el Imperio otomano. Aunque la Sublime Puerta, vigentes los tratados de paz firmados con Felipe II, se había centrado desde las últimas décadas del siglo XVI en los conflictos internos y en los albores de la lucha contra Persia, y los sultanes de principios de la nueva centuria carecían de la acometividad de un Solimán I o un Selim II, la desconfianza ante la posible bajada de sus naves al Mediterráneo central u occidental seguía muy presente en Nápoles, Sicilia y España, a lo que había que añadir el auge del corso berberisco desde el final de la gran guerra entre armadas en este mar tras Lepanto (1571), corso cada vez más conectado con el desarrollado por las potencias del norte de Europa. La prioridad para Felipe III es lograr en el Mediterráneo, en concreto en el norte de África, la reputación que no puede alcanzar en las guerras contra Inglaterra y los rebeldes holandeses. En consecuencia, este espacio vuelve a ser el epicentro de las decisiones de los consejos de Estado y Guerra mediante la puesta en marcha de operaciones que, aun justificadas por razones defensivas relacionadas con la seguridad peninsular, abandonan las políticas de moderación empleadas en estas latitudes por el Rey Prudente, aunque esta política agresiva contra el infiel no siempre se lleva a su último término, unas veces por escasez de fondos, otras por la falta de confianza en los hipotéticos aliados. Estas acciones agresivas que, paradójicamente, intentan fijar una actuación de carácter defensivo, se presentan en este libro como una línea política específica bien trazada y diseñada desde el comienzo del reinado tanto por Felipe III y Lerma como por otros personajes claves del periodo. Una política que, dejando el supuesto pacifismo del reinado para su acción en Europa, tiene como objetivos principales detener el temido avance del adversario islámico, adquirir reputación o, al menos, no perderla y, finalmente, engrandecer la imagen del Rey Católico. Pero en estos comienzos del Seiscientos también otros príncipes cristianos, como el duque de Florencia, por ejemplo, fijan su atención en los espacios mediterráneos con el objetivo de protagonizar políticas dinámicas en las tierras del islam, muchas veces en el intento de atraerse a sus gobernantes para lograr debilitar a sus adversarios cristianos, por lo que el Mediterráneo, en general, y el norte de África, en particular, se convierten en escenario de las luchas políticas entre las diversas potencias europeas del momento.

Bunes Ibarra nos introduce en el análisis de las políticas de Felipe III en el Mediterráneo a través de un recorrido geográfico por cuatro áreas coincidentes con otros tantos capítulos, áreas que se describen de manera separada por razones estructurales, pero que evidentemente están imbricadas por completo entre sí, de forma que los contenidos de los cuatro capítulos del libro se entremezclan, perfeccionan y enriquecen conforme se avanza en su lectura. El recorrido sigue una derrota geográfica que invita al lector a navegar por las aguas del Mare Nostrum desde poniente a levante, es decir, desde el «Atlántico mediterráneo marroquí», en expresión acuñada hace ya algún tiempo por Rumeu de Armas, hasta el Mediterráneo oriental, a donde se llega tras el análisis previo de las políticas de seguridad y defensa en torno al estrecho de Gibraltar y el estudio de las acciones desarrolladas en el Magreb Central. En cada uno de estos capítulos se recoge y se plasma de manera brillante el fruto de años de laboriosa investigación archivística y de atenta lectura tanto de las obras contemporáneas al período y de las series documentales publicadas en los dos últimos siglos, como de la bibliografía más actualizada sobre estas cuestiones. De esta forma se consigue una presentación eficaz y eficiente de todos los temas que se plantean, estudiados desde una rigurosa metodología cronológica en la que se pasa revista, prácticamente año por año —y no es una forma de hablar—, a las múltiples cuestiones políticas, militares, sociales, económicas, religiosas y culturales presentes en el Mediterráneo de Felipe III, todas ellas interrelacionadas entre sí, y articuladas a lo largo de toda la obra en un impresionante aparato crítico que recoge tanto las referencias archivísticas y bibliográficas como las citas explícitas de contenido más relevante o sugerentes reflexiones del autor. Lo que el lector interesado en el mundo mediterráneo moderno consigue mediante la lectura de esta obra es el acceso directo, en un solo volumen, al conocimiento íntegro e integrador de las múltiples cuestiones y aspectos que conforman las políticas de Felipe III en Marruecos, Magreb central y Mediterráneo oriental, con la explicación sencilla y directa, pero muy bien documentada, de temas que hasta ahora apenas habían sido abordados por la historiografía o, en todo caso, se habían tratado de forma parcial y fragmentaria, muy pocas veces a través de monografías.

El primero de los capítulos, centrado en la política de Felipe III en Marruecos, establece la falta de continuidad entre las directrices seguidas en este espacio por Felipe II y por su heredero, a tenor de la diferente coyuntura internacional y de la distinta correlación de fuerzas militares y navales en uno y otro periodo, deteniéndose en el estudio de la situación de guerra civil generada en Marruecos tras la muerte de Ahmad al-Mansūr en 1603, y en el largo proceso de anexión de la plaza de Larache, vieja aspiración de Felipe II, que finalmente será entregada a la Monarquía en 1610 tras dilatadas y costosas negociaciones materializadas por el duque de Medina Sidonia pero en todo momento dirigidas «desde arriba» por el propio monarca y su valido. El análisis de la gobernación, guarnición y fortificación de esta nueva plaza insertada en el circuito de los presidios españoles de Berbería a comienzos del siglo XVII, y que desde el primer momento pasa a padecer las mismas precariedades que el resto de plazas de soberanía española allende el Estrecho, da paso al segundo de los capítulos —que probablemente se podría haber presentado como parte del primero por la coincidencia y continuidad entre ambos de parte de los aspectos abordados—, en el que se profundiza sobre las cuestiones relativas a la seguridad peninsular y defensa del Estrecho mediante el intento de control en la zona de un activo corso berberisco y europeo, objetivos que llevan a la Monarquía a inclinarse por la conquista de La Mamora en 1614, toda vez que la anexión de Larache no ha solucionado el problema del corso en el Atlántico marroquí, que simplemente ha trasladado a otro puerto la mayoría de sus embarcaciones y actividades delictivas. El libro se adentra, a continuación, en el estudio de las políticas filipinas en el Magreb central, donde es prioritario el análisis exhaustivo y detallado de la cuestión de la conquista de Argel, de la misma manera que lo fue para el propio Felipe III y para el duque de Lerma, hasta el punto de llegar a convertirse para ambos en una auténtica obsesión, como demuestra el hecho de que esta fuera prácticamente la primera y casi última acción de su reinado. Bunes Ibarra recoge y analiza toda la documentación relativa a los diferentes intentos de conquista de Argel que se suceden a lo largo de este reinado, con el estudio de los planes pergeñados, las armadas que se disponen, los mandos designados e itinerarios elegidos, aunque algunas de ellas ni siquiera lleguen a convertirse en una realidad fehaciente y determinen que Argel mantenga finalmente su fama de urbe inexpugnable y de puerto seguro para el desarrollo del corso más dinámico. El capítulo atiende también a las relaciones de la Monarquía con el rey de Cuco en la compleja búsqueda de un aliado común para hacer frente a las autoridades argelinas, así como a la relevancia marítima y estratégica de la llegada a estas latitudes del Mediterráneo de corsarios europeos como Simón Danzer y otros conversos procedentes del norte de Europa, además de analizar la conformación de armadas provinciales para la defensa de las costas peninsulares, en concreto la de Cataluña y la de Denia. Finalmente, el cuarto capítulo se centra en las latitudes más orientales de la política mediterránea de Felipe III, señalando las vicisitudes de un ya muy mermado Imperio otomano que debe hacer frente a la guerra heredada en el Danubio contra Rodolfo II a la vez que inicia las hostilidades contra la Persia safawí en 1602, pero que aún es capaz de mandar alguna armada para amenazar el Mediterráneo central, como la dirigida por Cigalazade, el último de los grandes navegantes otomanos cuya desaparición en 1603 marca el final de una forma de hacer la guerra en el Mediterráneo de acuerdo con las premisas de los más relevantes kapudan paça del siglo XVI. Las políticas de intervención en los Balcanes otomanos, con acciones concretas pero limitadas a puntos costeros en Macedonia, Albania, Épiro o Morea para apoyar a los cristianos católicos y ortodoxos y liberar del islam las tierras que habían pertenecido a los bizantinos también tienen cabida en este capítulo, en el que, sin embargo, la principal línea de análisis es la relativa a los propios virreinatos italianos, Nápoles y Sicilia. Ambos son presentados como primea línea de defensa o muro de contención del expansionismo marítimo de Levante, cuyos gobernadores, con especial atención al conde de Lemos y al duque de Osuna, piden constantemente refuerzos para redoblar la vigilancia en las aguas de este mar, al tiempo que diseñan una agresiva política estudiada con detalle en cuanto a ataques, empresas y acciones menores realizadas, todo lo cual conforma uno de los momentos de mayor actividad en el Mediterráneo, a pesar de que no existan grandes desplazamientos de armadas ni enfrentamientos directos de flotas.

Aunque el libro carece de unas quizás necesarias conclusiones en relación con la multitud de temas que se integran en sus páginas, sí que reúne un completo y actualizado apartado bibliográfico, además de presentar un clarificador índice onomástico y geográfico que permite localizar fácilmente personajes y lugares a lo largo de las casi quinientas páginas del volumen. Mediante el empleo de un estilo ágil y sencillo, en el que la mucho más enriquecedora reflexión sobre las causas y consecuencias de los procesos sustituye al recurso continuado a la cita de archivo, que queda supeditada a los pasajes más relevantes e incluso limitada al propio aparato crítico del libro, estas Políticas de Felipe III en el Mediterráneo analizan y condensan con evidente éxito el ideario y las claves de la actuación de un monarca en un espacio apenas atendido por la historiografía tradicional, a pesar de su relevancia dentro de la actividad política desarrollada en este reinado, a la vez que sugieren múltiples nuevos derroteros para los investigadores interesados en las cuestiones del Mediterráneo moderno.

Beatriz Alonso Acero

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