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CEHISMI - Comisión española de historia militar

Franco 'nació en África': Los africanistas y las Campañas de Marruecos

Daniel Macías Fernández

A pesar de lo que pueda sugerir la primera parte del título, no es esta, ni mucho menos, una obra sobre los años de «caudillaje» norteafricano del general Francisco Franco, sino, como indica la segunda parte del mismo, mucho más ajustada a sus pretensiones y objetivos, un libro centrado en la vertiente cultural y sociológica del africanismo que tiene como telón de fondo su desarrollo en el transcurso de las llamadas Campañas de Marruecos (1909-1927). Se trataría, en consecuencia, de un estudio inserto en una reciente línea historiográfica en la que figuran estudios como los de Alfonso Iglesias Amorín, autor de una interesante tesis doctoral inédita presentada en la Universidad de Santiago de Compostela en 2014 bajo el título de La memoria de las guerras de Marruecos en España (1859-1936). Daniel Macías Fernández, doctor internacional en Historia Contemporánea por la Universidad de Cantabria, y profesor en dicha institución, así como en el Máster en Paz, Seguridad y Defensa del Instituto Universitario General Gutiérrez Mellado, es también autor de El Islam y el islamismo: religión e ideología (Madrid, FINVESPOL, 2015), y, dentro de la temática alusiva a la obra que reseñamos, acaba de editar A cien años de Annual: La guerra de Marruecos (Madrid, Desperta Ferro Ediciones, 2021), dentro de la revisión historiográfica que se está llevando a cabo al presente con motivo del centenario de dicho episodio histórico.

La mentalidad africanista impregnó a un relevante, aunque reducido, sector del ejército español en el primer tercio del siglo XX, en lo que bien puede definirse como extrapolación al campo castrense de la defensa de los intereses españoles en el norte de África propugnada desde mediados del siglo XIX por ciertos sectores de la sociedad, al hilo del colonialismo europeo, y apoyada en razones históricas, políticas, económicas y geoestratégicas. Si bien es cierto que, durante los años de la llamada guerra de África (1859-1860), la presencia de africanistas entre las filas del ejército español apenas fue perceptible, tras la guerra de Melilla (1893), y más aún desde los fracasos militares de 1898 en Cuba y Filipinas, se hizo evidente la existencia de un grupo de oficiales definido por un discurso mental específico, un «imaginario» en palabras de Macías Fernández, que busca en el escenario marroquí la vía para el desarrollo de una carrera castrense exitosa y fulgurante, que ayude a España a recuperar la posición internacional perdida durante la crisis finisecular. Tras los episodios de Barranco del Lobo en 1909, el establecimiento del Protectorado en el norte de Marruecos, en las zonas del Rif y Yebala —una vez firmados los acuerdos alcanzados con Francia en 1912—, permite que España tenga una presencia militar más allá de la mantenida en las entonces plazas de soberanía española en el Magreb (Melilla, Ceuta, Larache, Alcazarquivir y Tetuán). Este contingente militar destinado al control y administración de los intereses españoles en el Protectorado norte, muy distante de la forma de actuación más burocrática y alejada de los escenarios de combate que hasta entonces habían desarrollado los militares destinados a estas plazas «seguras», será el que canalice el afianzamiento de este sentimiento africanista, cuantitativamente menor en el conjunto del ejército español del periodo, pero definitorio y revelador de una mentalidad colectiva propia del momento en el que emerge.

Como fruto de su tesis doctoral que es esta obra —entre cuyos miembros del tribunal figuró don Fernando Puell de la Villa, autor de la presentación del libro—, Macías apuesta por una estructura de corte académico que se inicia con una breve introducción en la que expone un concepto de africanismo que, aunque parece bien conocido, aún presenta muchas aristas inexploradas que pretende abordar desde una perspectiva temática y no cronológica, mediante el estudio primero de sus antecedentes (capítulos III-VI) y luego de su conformación (capítulos VII-X). Antes de proceder a este estudio se realiza un pertinente análisis del estado de la cuestión, en el que se pasan revista a las principales obras publicadas en las últimas décadas tanto en relación con la más genérica historia de las campañas de Marruecos como con la más específica noción de africanismo, llegando a la conclusión de la falta de estudios monográficos sobre esta cuestión, que el autor propone analizar siguiendo las pautas de la historia cultural, con evidentes aportaciones de los campos de la sociología, la antropología y la psicología procedentes de la historiografía anglosajona (Goffman, Rachik, Elias) y de la sociología militar estadounidense. En este sentido, el lector no encontrará en esta obra un estudio de los ejércitos desplazados al Protectorado ni de sus tácticas, técnicas, principales acciones de guerra, victorias ni derrotas, porque no es ese su objetivo principal, sino estudiar la otra realidad de la guerra, es decir, todo lo que rodea a los protagonistas de las propias campañas militares, lo que Macías conviene en denominar como «historia bélica», atendiendo a una perspectiva multidisciplinar que recoge aspectos aún poco comunes en la historiografía militar española, como el estudio de la vida cotidiana, los rasgos de corte estético o el análisis de los criterios de sociabilidad. Para ello, se va a servir tanto de una abundante bibliografía como, sobre todo, de las fuentes de la época, testimonios de soldados y oficiales que participaron en la defensa del Protectorado, bien en forma de impresos (bibliografía histórica), bien en forma de manuscritos (localizados fundamentalmente en el Archivo General Militar de Madrid y Archivo General de la Administración), sin dejar de lado la pertinente revisión de la prensa militar de la época. Con todo este argumentario documental, al que continuamente recurre extrayendo numerosas y en muchas ocasiones inéditas citas que ilustran y apoyan los abundantes contenidos de la obra, Macías puede abordar los antecedentes y proceso de formación y del africanismo mediante el análisis de un colectivo singular que, favorecido por la separación geográfica del territorio peninsular y por la disponibilidad de un mayor sueldo por el complemento de colonias y capacidad de ascenso por méritos de guerra, desarrolló una mentalidad propia y particular, llamada a tener un papel fundamental en los acontecimientos militares desarrollados a partir de julio de 1936.

La búsqueda del origen del imaginario africanista sitúa al autor en la necesidad de empezar estableciendo las vinculaciones entre Ultramar y Marruecos, una visión en absoluto inédita pero necesaria a tenor de la decisiva influencia del Desastre del 98 en muchos de los militares que pocos años después pasaron a encabezar la administración española del Protectorado norte marroquí. Esta influencia es entendida como una de las vías fundamentales del llamado regeneracionismo castrense de entresiglos, toda vez que muchos de los militares que habían combatido en Cuba o Filipinas se sintieron traicionados por las órdenes de rendición emitidas por el Gobierno de Madrid y hubieron de buscar otra área diferente de dominio y expansión, encontrando en estas tierras adyacentes al estrecho de Gibraltar un nuevo destino histórico al que dirigirse. Las coincidencias entre el ámbito americano y norteafricano son evidentes en varios niveles: además de la concurrencia de oficiales que sirven en uno y otro escenario, con la consecuente transmisión de experiencias, en ambos casos se trata de campos de operaciones extrapeninsulares donde el ejército, aislado y casi independiente de la metrópoli, se convierte en una institución en sí mismo. El tipo de guerra, irregular, insurreccional, basada en asaltos, escaramuzas, emboscadas y razias, es similar en uno y otro caso, lo mismo que el sentimiento castrense de abandono por parte del Gobierno ante el que se reacciona con un orgullo de élite patriótica. Como punto de especial relevancia, el estudio se detiene en el análisis del papel desempeñado por la Academia de Infantería de Toledo como institución formadora del grueso de los oficiales que sirvieron en África y, en consecuencia, de su mentalidad de «elegidos» para refundar las glorias patrias anuladas durante los acontecimientos del 98.

Dentro del conjunto del ideario del regeneracionismo castrense, el que sirvió de base ideológica al colectivo africanista fue el de corte «conservador-irracionalista», definido por su espiritualismo, belicismo, imperialismo, pretorianismo y apoliticismo, entendido este último en el sentido de total rechazo a las políticas de corte liberal. La defensa de los valores colectivos por encima de los intereses individuales, la necesidad de seguir los designios patrióticos, la sacralización de la nación, el rechazo a la clase política, son elementos conformadores de unos valores castrenses que se deben transmitir al conjunto de la sociedad, para lo que se propone un servicio militar obligatorio y universal que elimine peligrosas dinámicas sociales presentes, en un discurso en el que la guerra es el método idóneo para despertar a la nación, curándola de todos sus males. Para llegar a la conformación de todo este ideario regeneracionista, los africanistas siguieron de cerca determinadas corrientes de pensamiento occidental del periodo, como el propio irracionalismo o el darwinismo social, mostrando especial interés por los postulados colonizadores franceses, con una evidente influencia de la Legión Extranjera francesa. Algunos de los más cultos oficiales africanistas tuvieron acceso a la lectura de los discursos imperialistas galos, constatándose importantes transferencias culturales aplicables, por ejemplo, a la cuestión racial del «moro» (salvaje, fanático, belicoso, codicioso) como argumento justificativo de la colonización española. El discurso imperialista de los africanistas españoles parte de un planteamiento de tipo filantrópico que aborda la colonización como deber moral de las naciones más avanzadas hacia los pueblos carentes de estructuras estatales sólidas, como era el caso marroquí tras la muerte del sultán Muley Hassán en 1894, pero que no duda, al mismo tiempo, en justificar el uso de la fuerza para acabar con el atraso cultural y la barbarie, en una imagen que define al ejército como auténtico ariete de la civilización.

Analizados los antecedentes del africanismo, el autor se centra en los siguientes capítulos en su conformación, partiendo del análisis del escenario concreto de las Campañas de Marruecos entre 1909 y 1927 como experiencia común en la articulación del imaginario colectivo africanista en el que las condiciones físicas del terreno, abruptas y desconocidas, se unen a la fuerte resistencia de las cabilas rebeldes, conformando un tipo de guerra muy irregular, casi siempre brutal, que deviene en una creciente espiral de violencia, en la que harkas y muyahidines o morabitos tienen un papel protagonista. La guerra en este escenario mantiene un perfil de extrema dureza por ambos bandos, donde el maltrato, la ejecución de oficiales, los bombardeos con gases tóxicos o la política de tierra quemada de evidentes reminiscencias cubanas no son excepcionales. Pero también interesan al autor los comportamientos cotidianos de estos militares africanistas, definidos en origen por la búsqueda de las razones que habían llevado al declinar patrio de fin de siglo. La feminidad, el materialismo y el individualismo se alzan para ellos como las causas verdaderas de la decadencia social imperante, por lo que el tipo de soldado y oficial que quieren promover ha de defender y encarnar al máximo la virilidad, cifrada en modelos de valentía, osadía y sobre todo de heroísmo, donde la muerte con honor, el sacrificio mayor, es incluso deseable por acercar al hombre a la inmortalidad, ideales que bien recoge la Legión Española, fundada en 1920 por Millán Astray, y que permiten hablar de una cultura mortuoria del africanismo. De todo ello se desprenderá una auténtica estética africanista, bien explicada por Macías con numerosos ejemplos y testimonios, en la que las cicatrices, condecoraciones o uniformes desaliñados por mor de los rasgos propios de la guerra norteafricana definen al auténtico defensor de los valores patrios que, ante la posibilidad de una muerte prematura, acentúa una determinada sociabilidad tendente a disfrutar al máximo de todos los placeres de la vida que tenga a su alcance.

Los africanistas apuestan por una política decidida de avances militares y toma de posiciones estratégicas. El núcleo central de su discurso se basa en la idea de recuperación del honor militar del ejército colonial vencido en Cuba mediante la ofensiva decidida en Marruecos, por lo que detestan la negociación, los pactos, la mediación, la inactividad, medidas por las que tiende a apostar el Gobierno de Madrid para evitar mayores pérdidas humanas y materiales, lo que provoca un evidente choque entre ambos colectivos y la sensación entre los africanistas de que se ha desatado una verdadera «caza de brujas» contra ellos. Es así como se llega al análisis de las —llamadas por Macías— «bestias negras» del africanismo, que, como movimiento imperialista y colonialista, encontró sus grandes enemigos en los opositores del colonialismo español, es decir, en las Juntas de Defensa, el comunismo y los movimientos panislamistas y nacionalistas árabo-bereberes, un estudio muy interesante que ocupa el último de los capítulos del libro y que parece que debiera haberse planteado antes por cuanto el colectivo africanista construyó su discurso e imaginario mental y argumentativo en gran medida a través de la oposición radical a los postulados junteros y comunistas.

Macías estima como principales aportaciones de su obra la definición, categorización y sistematización del africanismo en sí mismo, con independencia de su relación con el inicio de la Guerra Civil española, a pesar del título elegido para este volumen. El estudio de la sociabilidad en el frente, la vida cotidiana de soldados y oficiales, el empleo de la guerra aérea, el uso de armas químicas o la existencia de agentes extranjeros infiltrados por orden de las potencias comunistas son expuestos como otras de las principales aportaciones de una obra que mantiene en todo momento una sólida estructura formal y un buen ritmo argumentativo. La inclusión de dos mapas de posición al principio del libro, y de numerosas fotografías en blanco y negro a lo largo del texto, algunas inéditas procedentes del archivo personal de Ataúlfo Saiz Carrero, conforman otros aspectos destacados de un espléndido y sugestivo volumen en el que podría haber tenido cabida una mayor presencia de la visión del colectivo africanista desde la metrópoli, es decir, el africanismo castrense visto desde los despachos del Gobierno de Madrid, así como de la posterior aportación de este africanismo militar al de corte más académico, centrado en el estudio y fomento de los asuntos africanos, que tuvo en España su principal expresión en la fundación del Instituto de Estudios Africanos en 1945, en el que publicaron algunas de sus obras destacados africanistas que habían tenido un relevante papel militar en tierras magrebíes, caso de don Tomás García Figueras en el Protectorado español en Marruecos.

Beatriz Alonso Acero

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