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CEHISMI - Comisión española de historia militar

La guerra de los Treinta Años, 1618-1648. Europa ante el abismo.

Cristina Borreguero Beltrán

La celebración, en 2018, del IV Centenario de la firma de la paz de Westfalia ha sido piedra de toque para la puesta en marcha de diversas investigaciones y posteriores publicaciones de nuevas obras que reflexionan sobre la guerra de los Treinta Años, un conflicto que se inició de una forma un tanto anecdótica, cuando Martinitz y Slavata, representantes del duque de Estiria y próximo emperador, el católico Fernando II –que acababa de ser elegido rey de Bohemia, de mayoría protestante–, fueron arrojados por una de las ventanas del castillo de Hradcany (Praga). Los autores de la Defenestración de Praga del 23 de mayo de 1618 fueron los delegados de los estados protestantes que habían sido enviados al castillo por la Asamblea de los Estados para negociar una compensación por la esgrimida violación en Bohemia de las libertades religiosas que, en teoría, habían sido garantizadas por Rodolfo II en la Carta de Majestad firmada en 1609, en la que el entonces emperador había reconocido la tolerancia religiosa hacia todos sus súbditos. Aunque el episodio no supuso la muerte de los defenestrados, que casualmente cayeron sobre un montón de estiércol almacenado bajo dicha ventana, acto seguido, los rebeldes se conformaron en gobierno provisional, el cual declaró depuesto a Fernando II como rey de Bohemia y puso las bases para reclutar un ejército con el que oponerse al monarca, mientras solicitaba ayuda militar a otras potencias europeas para este fin. Lo que había empezado como un mero episodio de política interior de un reino centroeuropeo iba a acabar por convertirse, con el paso del tiempo, en lo que algunos autores han dado en llamar la primera “guerra total” [P. Wilson, The Thirty Years War. Europe’s Tragedy, 2009 (trad. esp. Desperta Ferro, 2018, 2 vols.)], al extenderse por toda Europa, entroncar con otras guerras en desarrollo, prolongarse durante varias décadas y afectar no solo a los diversos ejércitos que en ella tomaron parte sino a la población civil, a través de los numerosos y dilatados asedios impuestos a diferentes localidades. En definitiva, una contienda que mantiene aún hoy en día en Alemania la percepción de que fue el mayor desastre de su historia, incluso más que las dos guerras mundiales del siglo XX, y que Cristina Borreguero prefiere aquilatar como “conflicto internacional, concepto que aúna todas las pretensiones globalizadoras, cuya extensión o prolongación alcanzó también otros espacios transcoceánicos donde se dirimían también intereses europeos” (p. 457).

La autora, catedrática de Historia Moderna en la Universidad de Burgos y reconocida especialista en historia militar, con obras como la que fue su tesis doctoral, El reclutamiento militar por quintas en la España del siglo XVIII: orígenes del servicio militar obligatorio (Valladolid, 1989), Diccionario de historia militar: desde los reinos medievales hasta nuestros días (Barcelona, Ariel, 2000), o Burgos en la guerra de la Independencia (Burgos, 2007), ha empeñado varios años de investigación seria y rigurosa en el alumbramiento de esta monografía cuya doble finalidad es claramente expuesta en su Introducción: ante la imposibilidad de abarcar la ingente producción científica sobre esta contienda, lo que se intenta es, por un lado, una aproximación al estado de la cuestión, y, por otro, la actualización de cuestiones que han sido estudiadas en períodos anteriores por otros historiadores europeos y que apenas han tenido eco en España. Por tanto, el lector no va a encontrar un ensayo como resultado de una investigación basada en documentación archivística inédita, lo que en ningún caso fue el objetivo pretendido, sino más bien “una síntesis clara y comprensible sobre los distintos aspectos que más se han examinado en los últimos años: la historiografía de la contienda, los escenarios de la guerra, el desarrollo del conflicto y los recursos militares” (p. 17).

En realidad, el volumen presenta dos modelos muy diferentes de acercamiento a la guerra de los Treinta Años, directamente entroncados con dos grandes colectivos de público al que este análisis puede interesar. Por una parte, se puede realizar una lectura sencilla y lineal, bien articulada y enlazada de los contenidos que albergan los capítulos vertebrales del volumen. Redactado con una pluma ágil, con un lenguaje claro y directo, sin artificios ni circunloquios, pero ofreciendo sólidos datos y frecuentes citas, el libro consigue guiar al lector interesado en temas de historia militar y al alumno universitario por los vericuetos más intrincados del conflicto, logrando que extraiga una idea exacta y concisa de sus causas, desarrollo y consecuencias. Pero, junto a esta aproximación más ligera y amable, no por ello menos científica, se encuentra otra más profunda y exhaustiva que interesará a los especialistas en la época moderna, procedan del mundo académico y/o del militar, y que deseen explorar las sólidas bases que pergeñan el libro, focalizadas en los varios cientos de notas que recogen y apoyan la reconstrucción del conflicto, y que la editorial ha llevado al final del volumen, distribuidas por capítulos, de forma que no entorpezcan la lectura más continuada de la obra pero puedan satisfacer el interés de un lector más formado y exigente. Junto al aparato crítico, y también al final del libro, para quien desee investigar sobre algún aspecto en particular a partir de las innumerables pistas temáticas que se ofrecen, un extenso epílogo de cincuenta páginas recoge el análisis de la abundante bibliografía en torno a la guerra de los Treinta Años que hace la autora, dividido en estudios generales (clásicos del siglo XVIII y XIX, primera mitad del siglo XX, segunda mitad del siglo XX y debate historiográfico en los últimos decenios) y estudios monográficos (estructurado por temas como “Causas e internacionalización”, “La Monarquía Hispánica en la Guerra de los Treinta Años”, “Los ejércitos” o “Westfalia”), relación y análisis que, sin pretensión de ser sistemática, sí se convierte en base fundamental para los futuros estudiosos sobre el tema. Queda así perfectamente organizado el doble propósito de Borreguero al encarar la redacción de esta obra: hacer una recapitulación útil y accesible de lo que este episodio significó en la historia de Europa, además de ofrecer pistas esclarecedoras para la apertura de nuevas vías de investigación sobre este tema en España, donde la producción de monografías relativas a la guerra de los Treinta Años sigue siendo aún hoy en día, cuando menos, bastante exigua, sobre todo en relación con el papel desempeñado por la monarquía española en el conflicto y la propia visión de la guerra dentro de nuestras fronteras, como ya puso de relieve Fernando Negredo del Cerro en su perspicaz estudio de esta guerra (Madrid, Síntesis, 2016). De esta forma, lo que pudiera describirse como obra de síntesis acaba por convertirse en un ensayo con muchos ítems relevantes más allá de la recapitulación, tanto por los tópicos que revisa y desmiente como por los perfiles novedosos del conflicto que se plantean, unos y otros gracias al apoyo de un inmenso esfuerzo recopilador de fuentes y bibliografía en español, inglés, francés y alemán.

El libro se estructura en seis capítulos principales, organización eficaz para articular unos complejos contenidos que combinan y alternan el análisis de los espacios y de los tiempos en una contienda que acaba por extenderse a varios continentes y se prolonga durante tres décadas. A modo de introducción, el primero de ellos, “Las percepciones de la guerra” (pp. 23-61), ya nos sitúa en lo que va a ser precisamente una de las grandes aportaciones del ensayo, al sistematizar la relevancia de la monarquía española en relación con este conflicto internacional. Cristina Borreguero bucea en las fuentes políticas y literarias, así como en la publicística, para exponer las visiones contemporáneas de la contienda en el seno de la monarquía española, a través de un exhaustivo recorrido por crónicas, relaciones y avisos que se hacen aún más numerosos a partir de la declaración de guerra a España por parte de Francia en 1635. Establecida la visión de la guerra “desde dentro”, aspecto hasta ahora muy poco tenido en cuenta en relación con este conflicto central de la Edad Moderna europea, el libro transita hacia los espacios geográficos que se vieron involucrados en estas tres décadas de conflagración militar, lo que se hace partiendo de su origen territorial (“El escenario nuclear del conflicto”, pp. 63-113) y se lleva a todas las demás zonas afectadas (“La onda expansiva, pp. 115-173). La autora fija la prioridad de acudir al territorio para comprender los sucesivos episodios de la guerra, trazando una línea espacial que da comienzo en los espacios en los que esta tuvo su génesis, Bohemia, y a partir de ahí todo el resto de zonas del Sacro Imperio Romano Germánico a las que se fue trasladando la inestabilidad en los inicios de la contienda: el ducado de Cleves-Juliers, el Palatinado, Sajonia, Baviera, Brandeburgo. Pero el conflicto no tarda en desbordar los limes del imperio, y se hace imprescindible el estudio de los estados que fueron tomando parte en la guerra, empezando por la monarquía hispánica, sobre la cual se traza un eficiente análisis de su situación y líneas de actuación en Europa al hilo de la Pax Hispánica que conforma el eje político del reinado de Felipe III en las primeras décadas del siglo XVII. El cambio de rumbo político inspirado por sor Margarita de la Cruz, Baltasar de Zúñiga y el conde de Oñate, embajador ante el emperador, hace que España decida su intervención en Europa, justificada por la decisión y el empeño de que las dos ramas de la dinastía Habsburgo sigan una sola dirección en sus designios políticos y religiosos. Además de la monarquía española, la Dinamarca de Cristian IV, la Suecia de Gustavo II Adolfo, la Francia de Luis XIII y Richelieu, junto con Inglaterra y Escocia, tienen cabida en este clarividente análisis territorial.

Las siguientes ciento veinte páginas se centran en el desarrollo cronológico de la guerra de los Treinta Años (“El sonido de las trompetas de guerra”, pp. 175-297), lo que evidencia el esfuerzo sintetizador que ha desarrollado la autora, capaz de resumir en ellas todos y cada uno de los acontecimientos bélicos que tuvieron lugar durante treinta largos años de guerra en Europa, como también en algunas partes del América e incluso África y Asia, como consecuencia de los imperios ultramarinos que controlaban algunas de las potencias participantes. Borreguero se muestra contraria a la tradicional tesis de las cuatro etapas del conflicto (bohemia, danesa, sueca y francesa), y favorable a la cronología establecida por Geoffrey Parker en su ya clásica obra de 1988 sobre la guerra de los Treinta Años: una primera entre 1618 y 1629, en la que el emperador luchó contra súbditos suyos con alguna ayuda exterior, y una segunda entre 1630 hasta 1648, en la que combatió sobre todo contra potencias extranjeras, siendo la intervención del rey de Suecia lo que internacionaliza el conflicto, cuya expresión bélica llega a su clímax a partir de la entrada de Francia en el conflicto en apoyo del bando protestante en 1635, tras la victoria del bando imperial en Nördlingen un año antes. Desde la revuelta de Bohemia a la paz de Wesfalia y ratificaciones de Münster y Osnabrück, pasando por la guerra del Palatinado (1620-1623), la lucha en la Valtelina, la intervención de Dinamarca, la guerra de Sucesión de Mantua (1627), la participación de Suecia (1630-1635), la entrada de Francia en 1635 y consecuente guerra franco-española (1635-1640), entre otros, todos los episodios de este prolongado conflicto son trazados de forma tan sugestiva como bien documentada, centrando temas que tradicionalmente han quedado bastante desdibujados en la escasa producción bibliográfica española sobre este conflicto, como pueden ser la relativa relevancia del factor religioso en el inicio y desarrollo de la guerra –en la que pronto es bien plausible cómo es la hegemonía política en Europa lo que se halla en juego–, o la importancia de un tratado de paz, Westfalia, que además de definir por primera vez el estatus jurídico del enemigo, el iustus hostis, una categoría jurídico-política que reconoce derechos y deberes en el adversario, supone el primer intento de coordinación internacional de la Europa moderna en la defensa de los intereses comunes, el primero de los cuales no era sino el manteniniento de la anhelada paz después de una guerra tan prolongada (p. 297).

A Borreguero, como especialista en la nueva historia militar, le interesa también en gran medida el trasfondo de la guerra, es decir, la maquinaria bélica que está siempre detrás de cualquier conflicto, contenido al que dedica el quinto y más extenso capítulo de su obra (pp. 299-432), quizás el más brillante de cuantos la componen por su perfecta composición y novedosa aportación en cuestiones que hasta ahora apenas habían tenido cabida en el estudio de esta guerra de los Treinta Años dentro de la historiografía española, como el papel de los ejércitos mercenarios y la vida de los soldados que los componen, o la presencia de la mujer como parte de la impedimenta que circula con los ejércitos de la monarquía por los embarrados e intransitables campos de batalla europeos de la primera mitad del seiscientos. El reclutamiento, el abastecimiento y los problemas logísticos, los recursos financieros –con el análisis del papel fundamental desempeñado por el contratista militar o “coronel-empresario”–, las estrategias y tácticas, la gran relevancia de la guerra de sitio y la menor de la batalla campal, último recurso al que se acude en casos de manifiesta superioridad o necesidad, tienen lógica y puntual cabida en la obra. De igual manera, se estudian los ejércitos Habsburgo y sus aliados, con especial atención al de Wallenstein, a cuya figura e idea militar se dedica un examen en profundidad, junto al del conde de Tilly y de Ambrosio Spinola, y los ejércitos del adversario, sin dejar de lado la reflexión sobre hasta qué punto esta guerra puede ser tenida en cuenta como parte nuclear de la llamada “Revolución Militar”, para lo que la autora hace un completo recorrido por la evolución del término desde su acuñación por Michael Roberts en 1956 hasta su aplicación actual en relación con los ejércitos españoles del seiscientos, con el apoyo bibliográfico fundamental en este aspecto concreto de la bibliografía al respecto del hispanista italiano Davide Maffi.

El último capítulo, centrado en “El impacto de la guerra y sus consecuencias” (pp. 433-459), aborda brevemente la percepción de cansancio que se generaliza en Europa a partir de la década de los años treinta del siglo XVII, cuando toda una generación de habitantes del continente constata no haber conocido nada más que un permanente estado de guerra durante toda su existencia. Las profundas alteraciones demográficas, con regiones que no recuperaron el nivel de población anterior al inicio de la guerra hasta un siglo después, y humanas, con la proliferación de epidemias, hambrunas y desplazamientos que dieron lugar a una mortandad mayor que la propia acción militar, dan paso al estudio de las consecuencias económicas, un aspecto aún muy poco estudiado por la historiografía europea, sobre todo en lo relativo al periodo central de la guerra, entre 1630 y 1644. Prosigue la obra con unas breves conclusiones que solapan en alguna medida las consecuencias analizadas en el capítulo anterior, y que tienen su mayor acierto en ponderar la necesidad de nuevos estudios que permitan la correcta interpretación del papel de España en la guerra de los Treinta Años, para verificar su criterio de que fue la quiebra económica de 1627 lo que condujo a la pérdida de la guerra a una monarquía española que había iniciado la contienda con importantes victorias pero que desde entonces fue incapaz de hacer frente al conflicto en sus diversos frentes, y más aún tras el inicio de las rebeliones interiores en Cataluña y Portugal en 1640. El citado epílogo, centrado en el debate historiográdico de esta guerra, unos anexos documentales que recogen, entre otros, textos en los que se ha apoyado la autora a lo largo del volumen –como la reveladora carta del rey Gustavo Adolfo a su cuñado Jorge Guillermo de Brandeburgo que se emplea para explicar la incomprensión predominante en la época hacia el concepto de “neutralidad”–, las notas por capítulo, un breve pero útil glosario y la extensa recapitulación de fuentes y bibliografía, son el colofón de esta monografía.

A modo de eficaces complementos, incluye también entre sus páginas alguna esclarecedora tabla explicativa, por desgracia, pocas en relación con una obra tan extensa, y, sobre todo, varias decenas de ilustraciones. Portadas de textos clásicos y fuentes, protagonistas de la guerra, grabados y óleos contemporáneos y alusivos a las diferentes batallas de la contienda desfilan por las páginas de la obra, imágenes mucho más logradas en cuanto a la calidad de reproducción en el cuadernillo central en color que realza y engalana un libro que tiene la valía de actualizar y condensar el conocimento actual sobre la guerra de los Treinta Años teniendo como mascarón de proa que guía todo su itinerario el enfoque de la cuestión desde la visión española del conflicto, tanto la de la época como la actual, en el intento de enlazar la historia de la monarquía hispánica con la del resto de estados participantes en la guerra de los Treinta Años y en la búsqueda de cuáles fueron las grandes aportaciones de los Habsburgo de Madrid a los Habsburgo de Viena durante el conflicto, más reconocidas por la historiografía europea en las cuestiones militares y financieras. Todos los temas que se abarcan en esta monografía son trazados, matizados, completados o rebatidos desde el propósito de introducir el protagonismo de la monarquía española en la contienda, bastante minimizado en la historiografía tradicional germana y austriaca, proclives a dejar aparte de esta guerra de los Treinta Años los episodios de la guerra de Flandes que se dirimen en una segunda fase del conflicto en el siglo XVII hasta 1640 y aún más los relativos a la guerra entre Francia y España entre 1635 y 1659. Por ello, cuando analiza las percepciones de la guerra, da amplia cabida a la propagandística elaborada por escritores españoles; cuando estudia la extensión geográfica de los primeros ámbitos territoriales de la guerra empieza por analizar las causas de la entrada en la contienda de la monarquía hispánica, con sus políticas y líneas de actuación y cómo estas van cambiando conforme avanzan los primeros años de la centuria; al exponer el desarrollo del conflicto ahonda en la participación española en la guerra del Palatinado, el episodio de la Valtelina, la guerra de Mantua, los planes españoles en el Báltico y cómo todo se vuelve más difícil a partir de la apertura del frente francés, trocándose memorables victorias de los ejércitos de la monarquía en los campos europeos como Montaña Blanca (1620) en grandes derrotas como en Lens (1648); y, al estudiar la paz de Westfalia, como no podía ser de otra manera, se centra en la labor diplomática llevada a cabo por Diego Saavedra Fajardo. Como trasunto visual de este principal empeño de la obra, resulta idónea la elección de la ilustración de cubierta, que reproduce El socorro de Brisach, de Jusepe Leonardo, acción militar fundamental de la guerra de los Treinta Años en la que, en 1633, don Gómez Suárez de Figueroa, duque de Feria, consiguió la liberación de la ciudad sitiada por el príncipe protestante Otto Luis, con lo que, aunque de forma temporal, pues la ciudad acabó siendo tomada por Bernardo de Sajonia-Weimar en 1638, se logró preservar durante algún tiempo más la defensa de los corredores militares entre el Milanesado, los Países Bajos y el Sacro Imperio, fundamentales para la pervivencia militar de la monarquía y del conjunto de los intereses territoriales de la dinastía Habsburgo.

Beatriz Alonso Acero

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