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CEHISMI - Comisión española de historia militar

El Ejército del Rey. Los soldados de la Ilustración.

Enrique Martínez Ruiz

Cuando el 1 de noviembre de 1700 fallece Carlos II en el alcázar madrileño, el cambio dinástico empieza a tomar forma ante la disposición testamentaria que, debido a la inexistencia de descendientes directos por parte del monarca, situaba la herencia del trono en Felipe de Anjou, segundo de los hijos del delfín de Francia. Sin embargo, la que se había dispuesto como firme transición hacia una nueva monarquía, imbuida de las formas y caracteres propios de la Francia barroca, acabaría por convertirse en el germen de un prolongado conflicto bélico cuando Luis XIV reconoció los derechos al trono galo de su nieto, hecho que convergió en la firma del Tratado de La Haya en 1701 por parte de Austria, Inglaterra y las Provincias Unidas, y su posterior declaración de guerra a Francia y España en mayo de 1702. Los acontecimientos que se desencadenan desde ese momento están en la base de la gran reforma y renovación experimentada por el ejército español a lo largo del siglo XVIII, cuyo estudio es el objetivo primordial de este nuevo libro de Enrique Martínez Ruiz, catedrático emérito de Historia Moderna de la Universidad Complutense de Madrid, y uno de los principales exponentes desde hace varias décadas de la investigación e innovación metodológica en la disciplina de la Historia Militar. Como él mismo afirma en el Prólogo, es necesario partir de la idea de cómo, al menos en las dos últimas décadas, se ha producido una importante ampliación de los conocimientos en torno a la historia de nuestro ejército durante el siglo ilustrado. Este desarrollo abarca tanto la profundización en los temas ya conocidos –pero ahora al hilo de las nuevas fuentes y renovadas metodologías–, como lo relativo a la investigación de cuestiones hasta ahora marginales o al menos secundarias, que cobran nuevas expectativas a la luz de las actuales fórmulas de acercamiento y análisis de los temas castrenses, según ya anunciaba la obra que editaba hace unos años el profesor Manuel-Reyes García Hurtado con un título bastante próximo al volumen que ahora reseñamos: Soldados de la Ilustración. El Ejército español en el siglo XVIII (A Coruña, Universidade da Coruña, 2012).

El profesor Martínez Ruiz ha centrado buena parte de su prolífica y enjundiosa producción bibliográfica en esta misma línea de investigación, de cuyos resultados anteriores se nutre la presente obra, la cual se anticipa en cierta medida en algunos de sus estudios previos, como, entre otros, “El ejército español de la Ilustración: caracteres y pervivencia de un modelo militar” (en A. Guimerá Ravina y V. Peralta Ruiz [coords.], El equilibrio de los Imperios: de Utrecht a Gibraltar, Fundación Española de Historia Moderna, Madrid, 2005, pp. 419-445), o “El Ejército de la Ilustración: precisiones y matices desde una nueva perspectiva” (en R. Porres e I. Reguera [eds.], La proyección de la Monarquía Hispánica en Europa. Política, guerra y diplomacia entre los siglos XVI y XVIII, Álava, 2009), en los que aparecen muchas de las claves ahora desarrolladas. De igual forma, este nuevo libro se perfila como segunda parte absolutamente necesaria de un estudio global e integrador relativo a ese vasto período de la historia en el que los ejércitos aún lo eran del rey, de manera que Los soldados de la Ilustración son, en alguna medida, continuación y complemento de Los ejércitos de la Monarquía Hispánica (1480-1700), publicada también en la editorial Actas en 2008, obra que sería posteriormente galardonada con el Premio Villa de Madrid de Ensayo y Humanidades José Ortega y Gasset en 2010.

El propósito fundamental de esta nueva entrega relativa al ejército español de la Edad Moderna, enfatizado por el propio autor en sus primeras páginas, es ante todo el de sintetizar las aportaciones realizadas en este campo durante los últimos lustros a la luz de los nuevos enfoques y metodologías históricas, de manera que esta renovación pueda extenderse a otros aspectos de la historia española del siglo XVIII. Centrado, en consecuencia, en el área del compendio histórico, dentro del cual también ha publicado recientemente algunos títulos en la editorial Síntesis (Historia Militar de la Europa Moderna, 2016; Historia moderna: El apogeo de Europa, 2018), Martínez Ruiz recopila a lo largo de más de seiscientas páginas tanto los estudios alumbrados en los tiempos más recientes en relación con el tema que le ocupa como las investigaciones que se están llevando a cabo en la actualidad, sin dejar a un lado las fuentes tradicionales de conocimiento sobre estas cuestiones, en un valioso esfuerzo por presentar al público interesado un panorama completo sobre el ejército español de la Ilustración. Consciente de las carencias que pueda tener un estudio tan ambicioso, por fuerza incapaz de abarcar todas y cada una de las múltiples facetas y aristas que se desprenden de un tema tan extenso y complejo, tiene el acierto de ofrecer de entrada al lector la pista de algunas publicaciones esenciales que puedan ayudar a rellenar los huecos insalvables de un estudio que no se constriñe de forma exclusiva al Setecientos, periodo histórico que se inicia y se finaliza con una guerra peninsular, sino que necesariamente arranca de las últimas décadas del siglo XVII y se prolonga hasta más allá del primer tercio del siglo XIX, período sobre el que el autor también ha dejado constancia manifiesta de su vasto conocimiento en estudios como “El largo ocaso del Ejército español de la Ilustración: Reflexiones en torno a una secuencia temporal”, Revista de Historia Moderna. Anales de la Universidad de Alicante, 22, 2004, pp. 431-452, y que nos sitúa en los albores de un nuevo ejército que pasa de real a nacional.

Una obra de compendio, que sintetiza tantos estudios y conocimientos sobre un tema a lo largo de un periodo de tiempo tan dilatado, ha de partir de una estructura lo suficientemente ordenada y sistematizada como para dar cabida a todos los aspectos que pretende abarcar, lo que, a tenor de los resultados obtenidos, bien parece alcanzarse en el presente libro. Este se articula en tres grandes apartados, precedidos de un Prólogo o Consideraciones previas, Introducción y un primer capítulo, a modo de preliminar, en el que se recoge una perspectiva histórica del siglo en cuestión partiendo de la guerra de Sucesión, que obliga a Felipe V a acometer una inmediata renovación y mejora de los recursos militares disponibles a su llegada a España. Para ello, el monarca opta por seguir el modelo del Ejército francés, que acababa de ser reorganizado por Louvois, y se atiende a todas las potencias europeas siguiendo un marcado orden cronológico hasta llegar al periodo napoleónico y con él al estallido de la guerra de la Independencia en 1808, “verdadera piedra de toque para el Ejército español de la Ilustración” (p. 49). La primera parte, “El nuevo ejército”, de corte más genérico, se divide en tres capítulos en los que se comienza con la presentación de los “Cambios y novedades para el nuevo Ejército” (cap. 2), con inclusión tanto de las variaciones estratégicas que se producen tras la firma de las paces de Utrecht, como las modificaciones logísticas que surgen al carecer la Monarquía de las tradicionales bases del ejército en Italia, lo que introduce el análisis de los cambios orgánicos y tácticos que confluyen en la aparición del nuevo modelo militar, que empieza a dibujarse ya en el transcurso de la propia guerra de Sucesión, auténtico “laboratorio de reformismo militar” (p. 65), como consecuencia de los problemas y carencias que se detectan en el ejército desde sus mismos inicios. Esto supone la aparición de una nueva estructura orgánica y territorial que se va perfilando a lo largo de la centuria, consecuencia de la cual es el renovado patrón castrense, epicentro del capítulo 3, en el que se recopilan muchas de sus múltiples facetas y caracteres, como el debate entre el protagonismo del Estado y el papel de los asentistas, la doble estructura sobre la que se asienta la reforma (territorial, con la presencia de Milicias Provinciales; orgánica, centrada en el Ejército propiamente dicho), el problema del número de efectivos, la venalidad o la normativa a la que se acogen los procesos reformistas. Dentro de este último aspecto, el autor atiende a todas las reales ordenanzas, tanto del Ejército como de las Milicias Provinciales, aportando interesantes datos y valoraciones sobre cada una de ellas, de especial interés en lo relativo a las redactadas en 1768, durante el reinado de Carlos III, y sobre las que Martínez Ruiz concluye la necesidad de ajustar sus sobrevaloradas virtudes a los efectos reales de este texto normativo en la práctica castrense a lo largo de las décadas siguientes. Más breve pero igualmente fundamental en una síntesis de este tenor, el capítulo 4 aborda lo relativo al Fuero militar, con un importante apoyo documental de numerosas citas de ordenanzas y fueros. Su ampliación en 1734, y posteriormente en la segunda mitad de la centuria, aumenta el número de militares acogidos al mismo, de forma que el siglo de la Ilustración es calificado como época de afirmación del Fuero militar, afirmación que puede sorprender si se tiene en cuenta que en otros sectores los Borbones tendieron a limitar las jurisdicciones especiales. Este refuerzo del Fuero militar redundará en un evidente incremento del papel sociopolítico que los militares adquirieron a lo largo del Setecientos y que, de acuerdo con el autor, estuvo en la base del militarismo decimonónico (p. 146).

La segunda parte, “Perfiles y características internas”, dividida a su vez en cuatro capítulos, abunda en los protagonistas de ese ejército real en tiempos ilustrados. Se analiza, en primer lugar, el relevante papel de la nobleza (cap. 5, “Nobleza y jerarquía”), estableciendo el especial interés de la Corona por atraerse a esta clase social para que recuperase su tradicional relevancia militar, y se dibuja su proceso de inserción en el nuevo modelo castrense: su ingreso en el ejército y la escala jerárquica predominante, el cursus honorum establecido, el desempeño de la oficialidad, ascensos y sueldos, además del proceso por el cual, desde este punto de partida de la nobleza como base del ejército de la Ilustración, se pasa, en las últimas décadas del siglo, a un intento de reformar la milicia para hacerla más atractiva a las clases medias, al tiempo que se va aristocratizando a los nuevos oficiales. El reclutamiento se estudia en el capítulo 6, donde se recogen, de forma sucinta pero eficaz, los métodos de acceso al ejército por parte del grueso de la población entre 17 y 36 años (quintas, cupos por municipio y levas) ante la escasez de soldados voluntarios y el fracaso en los sistemas de reclutamiento imperantes en el siglo XVII, análisis que se hace más profundo y sistemático en lo relativo a la segunda mitad del Setecientos y se prolonga hasta el cambio de siglo y los inicios de la España liberal, cuando se van articulando medidas para repartir el reclutamiento de forma más equitativa, con un evidente deseo de igualar a todos ante el sorteo, pero donde aún se establecen exclusiones y exenciones. Como contrapartida, la oposición a las quintas se recoge en el capítulo 7, resistencia cifrada en el rechazo a los alojamientos por parte de la población civil y los frecuentes motines entre los militares. Tiene también aquí cabida el papel de prófugos y desertores, tan frecuentes en el ejército de la Ilustración que sus efectos se calculaban de antemano y se consideraban inevitables ante la falta de un organismo que centralizara el reclutamiento; en relación con ambos colectivos se analiza con bastante detalle la Ordenanza de 1754, texto clave para intentar enmendar los efectos de la deserción. El soldado es el eje de estudio del capítulo 8, quizás algo breve en relación con su relevancia como base del ejército, en el que se recoge de nuevo, pero desde otra perspectiva, el problema de su escasez y rechazo a las diferentes formas de reclutamiento, y se presentan de forma resumida aspectos relativos a su modelo de vida, con salarios tan escasos como retrasados, su aprendizaje y formación, tiempo libre, alojamientos, uniforme, armamento y equipo.

Más larga y elaborada resulta la tercera de las partes en las que se divide el libro, que se centra en las “Dimensiones orgánicas” de este ejército de la Ilustración, abarcando otros cuatro capítulos en los que se analiza el conjunto de cuerpos que lo componen. Comienza el autor por atender a “Las Guardias Reales”, uno de los capítulos más notables y señalados del conjunto de la obra. Martínez Ruiz recoge el excelente análisis que realizó hace pocos años en el correspondiente volumen de la Historia Militar de España (“La Guardia Real. Antecedentes y desarrollo”, en C. Iglesias (coord.), Edad Moderna. III, Los Borbones, de la Historia Militar de España, dir. por H. O’Donnell, Madrid, 2014, pp. 253-276) y, como el gran especialista en la materia que es, ofrece un estudio completo y pormenorizado de esta tropa de elite. Para ello, parte de sus orígenes y posterior evolución en los siglos XVI y XVII, para después centrarse en las novedades inherentes al periodo ilustrado, que quedan definidas en sus líneas maestras desde 1707, y en las características de esta tropa escogida y modélica, cifradas en su ingreso en el cuerpo, ascenso por antigüedad, superioridad social, fuero especial, recompensas, premios y acceso a multitud de empleos políticos y militares. Especialmente relevante por los contenidos que abarca es el capítulo 10, centrado en las “Armas, cuerpos, centros y servicios”, muy extenso (casi cien páginas) pero con una estructura perfectamente accesible para el lector interesado en las cuestiones relacionadas con la organización interior de un ejército que ha de reformarse de inmediato tras la llegada de Felipe V debido a las numerosas deficiencias que presenta, poniéndose en marcha un tenaz intento de racionalización para adaptar la existencia de las diferentes unidades a la capacidad para mantenerlas. En primer lugar, se presta atención al tema de la presencia de “naciones” extranjeras entre las filas de los ejércitos hispanos, cuestión que ha suscitado en las últimas décadas el interés de un importante sector de los investigadores nacionales y extranjeros centrados en el campo de la Historia Militar (Glesener, Andújar, Maffi, García Hernán, Recio Morales, entre otros varios) y que se hace especialmente patente entre las tropas borbónicas, que hacia 1740 tenían la nada desdeñable proporción de hasta 13 regimientos extranjeros de un total de 41 existentes, con especial significación en lo referente a valones, suizos, irlandeses, borgoñones, flamencos e italianos. Pero donde más se detiene es en el análisis de las reformas que se realizan en los cuerpos de Infantería, Caballería y Artillería, cuestiones que, de acuerdo con un marcado desarrollo cronológico, se recopilan de forma clara y eficaz, con la inserción de numerosos cuadros o tablas que, aunque también aparecen diseminados por otros capítulos a lo largo de todo el libro, encuentran en esta parte una especial consideración y relevancia, por cuanto recogen y sistematizan un gran acopio de información y datos relativos a nombres de regimientos, procedencias, fechas de aparición, etc., recurso brillante y de gran utilidad para el investigador. De forma más breve se recoge el análisis del Cuerpo de Ingenieros, reorganizados al estilo francés por Jorge Próspero Verboom; de las Academias militares, que proliferan en el siglo XVIII ante el deseo de mejorar el nivel profesional de la oficialidad, y de los Estados Mayores de Plazas y Estado Mayor de Campaña, que tienen su origen en el reinado de Felipe V, quien inicia las disposiciones reguladoras de las funciones desempeñadas por los gobernadores de plazas, castillos y ciudadelas. Conciso y genérico resulta el estudio de los aspectos relativos a inválidos, Sanidad Militar, Monte Pío Militar y Vicariato Castrense.

Frente a este capítulo tan largo y exhaustivo, algo desiguales resultan las breves páginas dedicadas a las Milicias (cap. 11), centradas, en primer lugar, en lo relativo a las Milicias Provinciales, fuerzas pagadas por las ciudades y reclutadas por las autoridades locales que completan y complementan la presencia del Ejército propiamente dicho. Con la abundante inserción de nuevos cuadros, su análisis se efectúa desde una perspectiva cronológica, a partir de su puesta en marcha con el Reglamento de 8 de febrero de 1704, y la Ordenanza de 1734 como inicio de un periodo de esplendor que se prolonga durante el reinado de Carlos III por su relevante papel en América, contrapunto de su difuso protagonismo en la guerra de la Independencia, cuando adquieren una posición más afín con lo que sería un gran regimiento de línea. También se dedican algunas páginas a las Milicias Urbanas, recurso fundamental para la Corona en tiempos de guerra. Como complemento a estas cuestiones más propiamente orgánicas, la obra se centra en el último de sus capítulos en la Administración Militar, dando cabida al estudio de los diferentes textos que desde principios de siglo van reformando la Hacienda Militar y situándola bajo los parámetros organizativos franceses; se dedican interesantes reflexiones a la Ordenanza de 4 de julio de 1718, que supone la creación de la Real Hacienda Militar, cuerpo compuesto por intendentes, contadores y pagadores, la conversión de la Tesorería Mayor de Guerra en Tesorería General, y el Cuerpo Político de la Real Hacienda Militar, centrado en la administración económica y fiscalización del ejército.

A modo de colofón, epílogo o recapitulación, el libro prolonga su estudio a las primeras décadas del siglo XIX, tras constatar el autor que las abundantes y continuadas reformas llevadas a cabo durante el periodo ilustrado habían, sin embargo, concluido en la derrota de los ejércitos españoles en la guerra de la Convención (1793-1795). Las características del Ejército borbónico se mantuvieron durante las primeras décadas de la nueva centuria, una estructura propia del Antiguo Régimen que se pierde de forma paulatina hasta dar lugar a un nuevo ejército, el Ejército del liberalismo, configurado en especial en la Ordenanza de 1837, que adapta el reclutamiento a los principios liberales, en los que los procedimientos de la sustitución, redención en metálico y fianzas alumbrarán nuevos problemas y rechazos entre la población más humilde de cara a su participación en la guerra. Esta síntesis exhaustiva y bien sistematizada de la historia del Ejército español en el siglo ilustrado, con aportaciones de numerosas citas bibliográficas en el cuerpo de texto que agilizan el contenido y sirven de piedra de toque de las opiniones expuestas por el autor, se cierra con la constatación más evidente del gran esfuerzo realizado en su elaboración: casi ciento cincuenta páginas de aparato crítico (entre notas y bibliografía citada), en las que el profesor Martínez Ruiz pone a disposición del lector una ingente y generosa tarea de recopilación, sistematización y actualización de las diferentes corrientes historiográficas, obras publicadas tanto clásicas como recientes, e investigaciones en curso relativas a los ejércitos españoles del siglo XVIII. A pesar de carecer este libro de un índice analítico que hubiera sido interesante para la más fácil localización de temas y personajes analizados, este amplio apéndice de notas y bibliografía, unido a los completos contenidos de cada capítulo y a los numerosos y clarificadores cuadros aportados, configuran esta obra como texto de referencia en su materia, un volumen de consulta esencial y de gran utilidad tanto para el especialista en los modos y formas de la milicia española en el XVIII como para un público más amplio atraído por estas cuestiones.

Beatriz Alonso Acero

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