IEEE. ¿La historia se repetirá? La India hoy, como China ayer, el riesgo de una nueva trampa de Tucídides

11 jun 2025
IEEE. ¿La historia se repetirá? La India hoy, como China ayer, el riesgo de una nueva trampa de Tucídides
Javier Fernández Aparicio. Analista principal del IEEE (CESEDEN)
Introducción: el eco de Kissinger
Empecemos por recordar que la trampa de Tucídides es un concepto formulado y popularizado por el politólogo estadounidense Graham Allison para describir el riesgo de conflicto que surge cuando una potencia en ascenso amenaza con reemplazar a una potencia dominante. Esta dinámica se basa en el miedo del poder establecido a perder su posición hegemónica, tal como ocurrió cuando Atenas desafió a Esparta en la antigua Grecia, o más recientemente, cuando Alemania rivalizó con el Imperio británico a comienzos del siglo XX1.
El concepto fue originalmente concebido para analizar el creciente antagonismo entre Estados Unidos y China en el siglo XXI, sin embargo, en el actual panorama geopolítico, la India está emergiendo como una tercera gran potencia con ambiciones globales y capacidades crecientes, lo que plantearía una nueva posibilidad dentro del marco de la trampa de Tucídides. Si bien la atención internacional se ha centrado principalmente en la competencia entre Estados Unidos y China, el ascenso sostenido de la India en términos económicos, tecnológicos y militares podría, a mediano o largo plazo, situarla como un retador sistémico de la hegemonía estadounidense. En este contexto, cabe preguntarse si la relación entre Estados Unidos y la India podría evolucionar hacia una dinámica de desconfianza y competencia estratégica similar a la descrita por Allison para China, reactivando así los mecanismos históricos que conducen a la confrontación entre potencias.
La estrategia actual de contención de China por parte de Estados Unidos y la imbricación de la India en la misma reproduce, salvando las distancias geopolíticas y temporales, el enfoque de Henry Kissinger hacia la entonces Unión Soviética mediante la alianza con China. Se refleja una política de diplomacia triangular diseñada por Henry Kissinger durante la Guerra Fría, mientras hoy se habla de que, desde hace más de un lustro, estamos ante otra guerra fría2. En los años setenta, Estados Unidos se alió con China tratando de aislar a la Unión Soviética; hoy se busca aislar a China mediante alianzas con actores regionales en el Indopacífico, muy en especial con la India.
La actual administración Trump parece tratar de aplicar un «Kissinger inverso», es decir, un acercamiento a Rusia, por ejemplo, cerrando la guerra en Ucrania, como herramienta para contrarrestar a China. Hasta el momento, esto parece más una simple ilusión estratégica. Si en la década de 1970 la administración Nixon se aprovechó de las conflictivas relaciones sino-soviéticas, las relaciones sino-rusas contemporáneas se caracterizan por una alineación estratégica y mutuos intereses, por no hablar de una visión compartida de rechazo al dominio occidental. Además, tal y como aparece en documentos transcendentales como la Estrategia de Seguridad Nacional de 2021, pronta a renovarse tras la llegada de la segunda administración Trump, o el Concepto Estratégico de la OTAN 2022, para Estados Unidos, Rusia no es una amenaza existencial, mientras China sí representa una sistémica a su dominio.
Recordemos que, durante la presidencia de Richard Nixon, de 1969 a 1974, Kissinger dirigió la política exterior de los Estados Unidos. La disputa fronteriza entre la Unión Soviética y la República Popular China, en torno a la isla de Zhenbao, fue hábilmente percibida como la imposibilidad de que los dos grandes países euroasiáticos construyeran una unión integral que, para el propio Kissinger hubiese socavado los cimientos del poder occidental en el mundo. Fue por esa razón que Kissinger inició conversaciones secretas a través de Pakistán con el Gobierno chino en 1970, realizó un viaje secreto a Pekín en 1971 y abrió la puerta para que Nixon visitara China al año siguiente. Estados Unidos debía hacerse amigo de China y aislar a la Unión Soviética.
Cincuenta años después, China es una potencia que disputa la hegemonía mundial a Estados Unidos, apareciendo otros factores en el campo de batalla, aún sin traspasar al ámbito bélico: la globalización, la interdependencia económica y la competencia tecnológica. Como entonces, en un mundo bipolar, este otro mundo bipolar hace que Estados Unidos precise de aliados fuertes y comprometidos en su estrategia de contención a la proyección china. En ocasiones desandando un camino de cierta indiferencia hacia determinadas regiones y países. Hoy todos son importantes en esta confrontación, hasta el momento económica, contra China. En Latinoamérica, África o el Indopacífico, con socios como Japón, Corea del Sur, Australia, Nueva Zelanda o ASEAN, aunque por encima de todos ellos se consolida la India, percibida como una potencia que en el medio plazo proporcione el equilibrio respecto a China.
A finales del siglo pasado, Estados Unidos respaldó el ascenso de China como actor regional relevante. De manera análoga, en la actualidad ha reafirmado su apoyo al papel de la India como potencia regional asiática. Este respaldo responde, sin duda, al interés estratégico de Washington por contrarrestar la creciente influencia china en la región, así como al fortalecimiento de la alianza entre China y Rusia. No obstante, es importante señalar que la India también mantiene relaciones estrechas con Rusia, de las cuales obtiene beneficios significativos.
Un hito reciente en esta alianza estratégica fue la visita del primer ministro indio, Narendra Modi, a Estados Unidos en febrero de 2025. Fue uno de los primeros líderes internacionales en visitar Washington en el inicio del segundo mandato del presidente Trump. En el marco de esta visita, se iniciaron negociaciones para un ambicioso acuerdo bilateral denominado «Uniendo oportunidades para la asociación militar, comercio y tecnología para el siglo XXI», este tiene como objetivos clave suavizar las tensiones comerciales, ofrecer concesiones mutuas en cuanto a los aranceles recíprocos, reducir el déficit comercial estadounidense con la India y fomentar la compra de productos energéticos y militares por parte del país asiático, incluidos petróleo, gas y aviones de combate. Durante su visita, Modi hizo referencia al eslogan de Trump, Make America Great Again, adaptándolo con su propio giro: Make India Great Again3.
Posteriormente, en abril de 2025, el vicepresidente estadounidense J.D. Vance realizó una visita oficial a Nueva Delhi, coincidiendo con el atentado en Pahalgam, en Cachemira, del día 22. En su encuentro con Modi, se lograron avances significativos en las negociaciones comerciales, con la esperanza india de evitar la imposición de los aranceles estadounidenses en el marco de una moratoria de 90 días. Además, tras el inicio de la Operación Sindoor por parte de la la India el 7 de mayo, la respuesta militar al atentado, fuentes estadounidenses señalaron que la desescalada del conflicto con Pakistán fue fruto de las promesas de las reducciones de los aranceles para ambos países. El gobierno paquistaní reconoció públicamente esta mediación de Estados Unidos, pero las autoridades indias evitaron confirmarla oficialmente4.
La diplomacia triangular de una nueva guerra fría
En el contexto geopolítico de la ruptura sino-soviética y la apertura estadounidense a China de los años 70, tras dos pilares en su política exterior que consistieron en fortalecer también las relaciones entre Estados Unidos y las principales potencias europeas, más buscar oportunidades de cooperación y entendimiento con la misma Unión Soviética, un tercer pilar se centró en incentivar las relaciones con la República Popular China, percibida como un tercer actor crucial que podía desempeñar un papel relevante en una armonía de poder mundial. Este reequilibrio global y nueva alianza ayudó también a China a ser una potencia en ascenso y hoy rival sistémico para Estados Unidos.
Para entonces, la India no era contemplada ni siquiera como una posibilidad de aliado fiable e incluso se la denigraba con comentarios muy despectivos del propio Kissinger. Un día después de conocer a Indira Gandhi en noviembre de 1971, cuando la India estaba al borde de la guerra con Pakistán, Kissinger llamó a los indios «bastardos», aunque muy posteriormente pidió perdón por sus palabras, siendo recibido con frialdad cuando visitó la India en 1974, aunque Estados Unidos había aprobado una ayuda de 10.000 millones de dólares al país, algo que Nueva Delhi vio como una humillación, mientras se empezaba a alinear con Pakistán, el enemigo irreconciliable, y con la misma China, también hostil a la India en el conflicto abierto en el Himalaya5.
En la actualidad, la nueva administración Trump, continuando los postulados de su primer mandato, es contraria a una política de distensión respecto a China, parecida a la que en los años 70 se hizo respecto a la Unión Soviética. El reconocimiento de que estamos ante una nueva guerra fría —así definió la actual situación geopolítica global el mismo Kissinger en 2019 en Beijing6— implica la asunción de la necesidad estadounidense de encontrar un aliado de peso que decante a su favor una confrontación con China. No obstante tímidos intentos de acercamiento, Rusia queda descartada, pues de hecho es hoy un sólido aliado chino, mientras se buscan a otros actores que pudieran ejercer ese papel, como las potencias europeas o Japón, si nos referimos al área del Indopacífico.
El caso japonés presenta cierto resquemor en Estados Unidos, en primer lugar desde el punto de vista económico, pues ya en los años 80 afloró un sentimiento contrario a Japón debido a su crecimiento, que parecía situarle en el camino de superar a los propios Estados Unidos, algo parecido a la percepción que se tiene ahora respecto a China y de nuevo un sentimiento que se repite en la actualidad con los aranceles o en casos como la negativa a que corporaciones japonesas puedan hacerse con estadounidenses, tal es el caso de la US Steel7, por no hablar de las reticencias a que Japón desarrolle un ejército pujante y fuera de la supervisión estadounidense mediante los tratados de defensa mutua, la disminución de la actual presencia militar norteamericana y la dependencia de su industria de defensa, aunque ahora la administración Trump insinúe a Japón que debe aumentar su contribución a los costos derivados de todo ello.
Por esto, ningún país con el potencial de la India para jugar el mismo papel favorable a Estados Unidos, salvando las distancias de épocas, que China respecto a la Unión Soviética. Existe una corriente de opinión favorable al respecto fruto de la influencia de la diáspora india en Estados Unidos. Compuesta por casi cinco millones de personas, desempeña un papel fundamental en el fortalecimiento de las relaciones entre ambos países. La diáspora india está cada vez más presente en la vida pública estadounidense, con cinco congresistas de origen indio y un historial de apoyo al Partido Demócrata, especialmente visible con el respaldo a Kamala Harris, de ascendencia india, pero también figuras influyentes entre los republicanos como el empresario y político Vivek Ramaswamy, cercano a Donald Trump, o Kash Patel, actual director del FBI.
Para el ciudadano medio estadounidense, la imagen de la India es una de las más positivas respecto a otros países, según la encuesta anual de Asuntos Mundiales de Gallup, que evidencia que para 2025 un 70% de estadounidenses tenían una opinión favorable o muy favorable, aunque hay una ligera bajada desde un 77% de 20228.
Tras una presidencia de Bill Clinton (1993-2001), donde Estados Unidos criticaba a la India en materia de derechos humanos y política nuclear, además de alinearse con Pakistán, las relaciones florecieron con la de George W. Bush (2001-2009) y sobre todo con la de Barack Obama (2009-2017), que durante su visita a la India en 2010 la calificó de «socio indispensable». Fue sin embargo la llegada de Narendra Modi al poder en la India, en 2014, cuando una alianza indoestadounidense despegó frente al auge de China.
Tres años después, en 2017, la llegada de Trump a la Casa Blanca, que estuvo marcada por la simpatía personal y la convergencia ideológica entre Modi y aquel, consolidó una relación bilateral tachada de estratégica. Incluso se superaron momentos de tensión, como la compra de la India de sistemas S-400 rusos, desafiando la Countering America’s Adversaries Through Sanctions Act (CAATSA, en sus siglas en inglés) y de petróleo iraní, algo también parecido a la actualidad respecto a Rusia. Igualmente, Trump se mostró de acuerdo con el gobierno de Modi en temas sensibles como la situación de Cachemira o la controvertida ley de ciudadanía india de 20199.
Con la presidencia de Joe Biden (2021-2024), la relación entre ambos países siguió afianzándose, superando las tensiones cuando la India se abstuvo en las votaciones en Naciones Unidas contra Rusia, tras la invasión de Ucrania. Tal y como se cita en la estrategia estadounidense para el Indopacífico de 2022, la India ya es un país clave y un socio preferente en este marco:
La India es un socio con ideas afines y un líder en el sur de Asia y el océano Índico, activo y conectado con el sudeste asiático, una fuerza impulsora del QUAD y otros foros regionales, y un motor para el crecimiento y el desarrollo regional10.
La asociación estratégica entre Estados Unidos y la India se fundamenta en valores compartidos como la democracia y el respeto al orden internacional basado en reglas. Ambos países cooperan activamente en foros multilaterales como el Diálogo de Seguridad Cuadrilateral (QUAD en sus siglas en inglés), el Diálogo Ministerial 2+2 y diversas plataformas bilaterales que abarcan áreas como defensa, comercio, tecnología, salud, energía y cooperación espacial. Desde 2010, la India también busca respaldo de Estados Unidos para lograr un puesto permanente en el Consejo de Seguridad de la ONU y hay que recordar que en 1971 China obtuvo el puesto en el mismo sustituyendo a Taiwán, en una maniobra apoyada por Estados Unidos, que ha prometido ahora a la India una plaza como miembro.
En el plano económico, ambos países mantienen una cooperación creciente a través de mecanismos como el India-US Trade Policy Forum, el CEO Forum y el Economic and Financial Partnership. Grandes empresas indias como Infosys, Wipro y Dr. Reddy’s operan en Estados Unidos, mientras que compañías estadounidenses como Google, Microsoft y Coca-Cola están profundamente establecidas en la India. Además, colaboran en iniciativas regionales como el Indo-Pacific Economic Framework (IPEF en sus siglas en inglés), que busca fortalecer cadenas de suministro y fomentar el comercio sostenible en la región indopacífica.
En lo concerniente a defensa, se han intensificado los acuerdos bilaterales, especialmente tras el Marco de Cooperación en Defensa renovado en 2015. Las adquisiciones indias de equipamiento militar estadounidense superaron los 20.000 millones de dólares en 2024. La cooperación en ciberseguridad también ha crecido, destacando iniciativas como el Marco de Ciberseguridad y la participación india en la Blue Dot Network. Por último, en el ámbito nuclear, la India y Estados Unidos comparten estrategias sobre seguridad y tecnología. Además, Estados Unidos respalda la aspiración india de unirse al Grupo de Suministradores Nucleares, aunque China lo bloquea por no ser signataria del Tratado de No Proliferación Nuclear. En enero de 2025, Estados Unidos levantó las restricciones a más de 200 entidades nucleares indias, ampliando así la colaboración en este sector11.
Así, parece que la India ha abandonado en parte su tradicional no alineamiento para decantarse por un multilateralismo y asociarse estratégicamente a Estados Unidos. Este nuevo triángulo diplomático (Estados Unidos-India-China) redefine las lógicas de poder, al menos en Asia, como en época pretérita lo hizo otro triángulo equilátero (Estados Unidos-China-Unión Soviética). Sus tres lados son iguales pero cambiados en cuanto al nombre de los aliados frente a un enemigo considerado sistémico. Además, se pone de relieve la necesidad norteamericana de cortejar a una nueva potencia, la India, en su objetivo de contención de otra, tal es China.
¿Por qué la India?: Estados Unidos necesita ayuda
En 2023, Kissinger viajó a China invitado por Xi Jinping, con el que se entrevistó casi cincuenta años después de sus históricos viajes en 1971-1972. A esta visita siguió la del secretario de Estado, Antony Blinken y otros altos funcionarios estadounidenses con el fin de llegar a acuerdos mínimos en materia comercial. Entre la larga lista de los puntos de discordia más explosivos, encabezan la nómina las sanciones impuestas al sector de los microprocesadores y el aumento de la injerencia estadounidense en Taiwán.
A diferencia de Trump, en su primer mandato, que «solo» perseguía a empresas como Huawei, Biden apuntó a todo el ecosistema de modernización industrial de China, tratando de cerrar su acceso a la tecnología de fabricación de microchips de última generación y obstaculizando sus avances en el campo de la inteligencia artificial u otros ámbitos en los que China ha logrado ya importantes éxitos. Por ello, la irrupción de DeepSeek en el mercado supuso un shock para la industria y la percepción estadounidense de una falsa primacía en el campo de la IA12.
Otro tema explosivo sobre el que Pekín exige a Washington que libere su presión para instar a una mínima normalización, que Kissinger pareció apadrinar en su visita de 2023, es el de Taiwán. Elevado por Xi Jinping a la altura de un objetivo nacional irrenunciable y cuyo valor simbólico no es negociable, el objetivo de la reunificación prima en la agenda china, cuya dirigencia se ha conjurado ante la tarea histórica de impedir el alejamiento de la isla del continente.
Para Beijing, la actitud de Washington es una confirmación de que ya no respeta los términos de los «tres comunicados» emitidos conjuntamente en 1972 (Nixon y Zhou Enlai), 1979 (Carter y Deng Xiaoping) y 1982 (Reagan y Deng Xiaoping) que estipulaban el fin de las relaciones oficiales con Taipéi y el cese gradual de la ayuda militar estadounidense a la isla. Hoy día, los estrategas chinos interpretan la oposición al principio de una sola China como la antesala de un conflicto al que Estados Unidos quisiera abocarle para reafirmar, con su victoria, la hegemonía en la región y en el mundo.
Además, desde la década de 1990, China ha emergido como una superpotencia económica y tecnológica, teniendo que ver en ello el apoyo estadounidense con la deslocalización de la producción e industrialización del país, sin revisar el objetivo de tener un contrapeso potente frente a la Unión Soviética, una política de amistad que no se frenó ni siquiera tras la caída del muro de Berlín. Tres décadas de creciente influencia global, espectacular crecimiento interno, desarrollo de capacidades militares, ambiciones en el Indopacífico —con la cuestión de Taiwán como la principal— y una potente proyección exterior, como la Iniciativa de la Franja y la Ruta, hicieron evidente para Estados Unidos que el ascenso de China hacia la hegemonía mundial estaba cerca. En consecuencia, Washington pasó de una estrategia de compromiso a otra de contención activa, la llamada decoupling, basada en alianzas con países socios y en la aplicación de sanciones contra China13.
En años recientes, diversas voces dentro del aparato estratégico estadounidense —entre ellas la de Ely Ratner, subsecretario de Defensa para Asuntos de Seguridad del Indopacífico (2021-2025)— sostienen que es imperativo para Estados Unidos establecer esa alianza de defensa colectiva en Asia, contrarrestando la influencia china en la región que podría desembocar en un nuevo orden internacional liderado por Beijing14. En este contexto, se plantea la formación de una asociación que agruparía a países afines como Australia, Japón, Filipinas y la India, quizás imitando el acuerdo AUKUS, que desde septiembre 2021 une a Australia, el Reino Unido y Estados Unidos, compartiendo proyectos como el desarrollo de submarinos de propulsión nuclear, o el QUAD, compuesto desde 2017 por Australia, la India, Japón y Estados Unidos, que ha intensificado últimamente la cooperación para mejorar la vigilancia marítima regional15.
La India ha asumido un papel cada vez más relevante dentro de esta estrategia estadounidense, al menos en la región del Indopacífico, ayudado por su propia necesidad estratégica frente a la amenaza que también le supone China. También garantiza el acceso a un enorme y creciente mercado, con múltiples posibilidades de inversión, en especial en la industria tecnológica con la llegada de empresas estadounidenses deslocalizadas precisamente desde China, aunque manteniendo su autonomía estratégica y sin ver alterada significativamente su red de asociaciones, en especial con Rusia, con reservas frente a una excesiva ideologización del conflicto estratégico global16. Por ello, ¿quiere la India jugar el mismo papel que jugó China en la década de los 70 del siglo pasado como aliado estadounidense frente a la Unión Soviética?
La posición de la India en la estrategia de contención a China
Aunque la India pudiera jugar el mismo papel que hizo China desde los años 70 respecto a la Unión Soviética, cuenta con elementos diferenciales, estructurales y propios de épocas diferentes. Respecto al rol jugado por la propia China, hay características en la India actual que la recuerdan, sobre todo el fuerte crecimiento económico año tras año. Al respecto, la India presenta mejores cifras no solo que Estados Unidos, sino que la propia China, contando además con el empuje de una masa demográfica, la mayor a nivel global y donde el 40% de sus aproximadamente 1.430 millones de habitantes son menores de 35 años.
De igual forma, la narrativa gubernamental promueve el orgullo nacional y el resurgimiento como potencia histórica, el liderazgo en lo que hoy es llamado el sur global y su participación en foros internacionales diversos. Por su parte, la principal diferencia entre la India de hoy y la China del ayer es el camino interno por recorrer para reducir la desigualdad social, la pobreza y las tensiones étnicas en la India17.
Si nos referimos a la consideración de la India para Estados Unidos, aprovechar su influencia en el océano Índico constituye un objetivo estratégico, tal como lo anticipó Robert Kaplan en 2010 en su obra Monsoon: The Indian Ocean and The Future of American Power18. Esta prioridad se refleja hoy en la visión geopolítica para la región del Indopacífico, hasta llegar a considerarse la citada asociación estratégica durante el primer mandato de Trump. El vínculo entre ambos países se apoya, principalmente, en compartir la rivalidad con China y, de manera teórica, la defensa de valores democráticos comunes. Sin embargo, esta narrativa tiene un alcance limitado en Nueva Delhi, cuya política exterior se guía por el pragmatismo estratégico y no por una adhesión ideológica a los principios de democracia liberal occidental.
Existe otro factor como es la percepción india de un liderazgo estadounidense en declive, lo que genera incertidumbre sobre su capacidad para ofrecer un respaldo real en situaciones de crisis máxima, como otro posible enfrentamiento fronterizo con China o un conflicto con Pakistán, como se ha constatado en la escalada bélica tras la Operación Sindoor del 7 al 9 de mayo pasados, la respuesta india al atentado de Pahalgam del 22 de abril. Si en el conato de conflicto en el Himalaya con China en 2022, las fuerzas indias contaron con la inestimable ayuda de la inteligencia y el apoyo diplomático estadounidense19, parece que no ha ocurrido lo mismo durante las acciones tras Sindoor, incluso aunque la India defendiese que se estaba ante una operación antiterrorista contra organizaciones islamistas en Cachemira apoyadas por Pakistán, una narrativa que atrae sin duda el interés estadounidense.
Todo ello puede evidenciar para Nueva Delhi que la implicación estadounidense en asuntos de exclusivo interés estratégico indio no es segura, si no se alinea con el contrapeso a China en Asia. Para el gobierno indio aparecen así las dudas sobre el alcance de esta asociación estratégica común, no obstante existe una buena sintonía entre ambos países, por lo que se sigue poniendo el acento en el multilateralismo de la India para así evitar, precisamente, una posible dependencia económica, política y en seguridad con una sola potencia, navegando de paso hacia la autonomía estratégica y un mayor peso global específico indio20.
Por último, cabía preguntarse si China constituye para la India un verdadero «enemigo estructural» como lo fue la Unión Soviética para Estados Unidos durante la Guerra Fría y la propia China en tiempos actuales. Tras Rusia, China es el segundo socio comercial de la India, cuyas economías no tienen fácil desacoplamiento, además la histórica rivalidad en el Himalaya viene marcada por recientes señales que indican una posible moderación de la amenaza de un conflicto mayor. En octubre de 2024, en el marco de la cumbre de los BRICS se resolvió la creación de comités técnicos bilaterales y el establecimiento de mecanismos de supervisión, como patrullajes comunes, para aminorar la tensión en esta vasta frontera de 3.500 kilómetros. Por otro lado, el hecho de que China no se haya alineado con los paquistaníes durante el reciente enfrentamiento indo-pakistaní de mayo —limitándose en cambio a pedir contención a ambas partes— y aunque Pakistán utilizó equipamiento y armamento de origen chino, sugiere un cálculo estratégico por parte de Beijing buscando evitar la confrontación directa con Nueva Delhi21.
Si observamos la historia, la India es el único país asiático que ha desafiado a China en el pasado, incluso en el plano militar y sin el respaldo directo de una tercera potencia. Hasta ahora, ni Estados Unidos, ni Rusia, ni otros actores del Indopacífico han mostrado su disposición a enfrentarse con China de manera directa en la medida en que lo ha hecho la India, que además tiene la capacidad de ejercer una presión disuasiva real. Sobre todo porque ambas potencias cuentan con armamento nuclear, lo que contribuye a que la percepción estratégica china evite considerar a la India como un enemigo permanente, minimizando así el riesgo de un frente simultáneo que cuente con Estados Unidos en el Pacífico y la propia India en el sur de Asia.
Conclusiones: escenarios futuros
La buena sintonía de la nueva administración Trump con el gobierno de Modi en la India hace que parezca improbable un cambio sustancial en la relación indoestadounidense. Sin embargo, existen algunas incógnitas que se irán desvelando. La primera es si la India se verá afectada finalmente por la imposición de aranceles o por la firma de un acuerdo comercial favorable a los intereses estadounidenses; después, si transigirá en su relación con Rusia y, sobre todo, con la propia China, ya que desde el entorno de Trump se ha sugerido un posible cambio de percepción respecto a la India por este motivo22.
Otros posibles roces pueden ser la cooperación energética, donde la India se podría ver beneficiada o, por el contrario, perjudicada, si Estados Unidos se acaba imponiendo como sustituto de Rusia en la provisión de crudo y gas, o la cooperación en defensa, pues Trump podría ayudar a la India a la modernización y aumento de sus capacidades bélicas, pero también a presionar para que asuma una mayor carga en temas de seguridad en el Indopacífico, lo que podría llevar a una mayor confrontación hacia China23.
Desde Washington se es pragmático y no se quiere caer en una posible segunda trampa de Tucídides respecto a la India, pues apostar a fomentar su ascenso hoy, puede ser ir perfilando a otro rival sistémico del mañana. Se espera que la India pueda rebasar a Japón como cuarta potencia económica del mundo en este 2025 y que aceche a Alemania en los próximos años como la tercera. La India, con su gran potencial demográfico, apuesta por una expansión estructural centrada en la industrialización, el desarrollo de infraestructura y la consolidación de su pujante sector de servicios, pero a diferencia de Estados Unidos representa una economía emergente con mayor recorrido de desarrollo, absorbiendo inversión extranjera y desplegando un multialineamiento que la posicionan como una de las economías con mayor capacidad de crecimiento sostenido a largo plazo24. No es solo Estados Unidos, en lo que respecta a China, la India ofrece mejores datos en su evolución económica; se esfuerza por implementar sus propios proyectos de conectividad, sobre todo en el sur de Asia, y por competir con la proyección china en el tablero geopolítico, aunque hoy en día China le saca una gran ventaja25.
Este aspecto temporal podría jugar en contra del ascenso de la India como potencia global. Desde la década de los 90, China tuvo la suficiente tranquilidad para desarrollarse internamente y proyectarse al exterior. Sin embargo, la geopolítica actual está polarizada por líneas ideológicas e intereses estratégicos, y la presión por alinearse con uno u otro bloque también alcanza a la India. Es difícil, en este desorden mundial, mantenerse al margen o actuar en solitario. Ante las crecientes tensiones, puede que a la India no le quede más opción que buscar seguridad a través de la militarización y las alianzas con socios que le sean fiables a sus propios intereses.
Hasta ahora, la mayor parte de estos aliados son democracias liberales como Estados Unidos, países de la Unión Europea, Japón o Australia. La India se jacta de ser la mayor democracia en el mundo, pero el asunto de los valores y derechos reales puede ser motivo de fricción en algún momento. Impacientes por el lento o nulo alineamiento de la política exterior india con Estados Unidos y sus aliados, el actual primer ministro Modi puede ser cuestionado por la regresión de los índices democráticos del país, aunque la actualidad, marcada por el realismo hace esto poco probable a medio plazo, teniendo en cuenta que también podría suponer una mayor asociación india con Rusia y China. Hoy, el multialineamiento no es una opción para la India, más bien es un imperativo.
Volviendo de nuevo a Kissinger, algunos registros desclasificados revelan que ya en 1972 había abogado por que la India se convirtiera en miembro permanente del Consejo de Seguridad de la ONU. A partir de su cita «Nadie en D.C. se despierta con respecto a Nueva Delhi», el gran estratega de la política exterior estadounidense desde el último tercio del siglo XX se convirtió en un importante defensor del compromiso bilateral indo-estadounidense26. Durante la visita oficial de Estado del primer ministro Modi a Estados Unidos en junio de 2023, Henry Kissinger, a pesar del deterioro de su salud, viajó para asistir al discurso del primer ministro indio en el Departamento de Estado. En su libro Orden mundial, retrató a la India como «un pivote del orden del siglo XXI: un elemento indispensable debido a su ubicación geográfica, sus recursos y un legado de liderazgo sofisticado»27.
Javier Fernández Aparicio
Analista principal del IEEE
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