CEHISMI. Tierra arrasada: Un viaje por la violencia del Paleolítico al siglo XXI

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05 mar 2025

CEHISMI. Tierra arrasada: Un viaje por la violencia del Paleolítico al siglo XXI

José Romero Serrano. Coronel (Ret.) del Ejército de Tierra, Infantería

Alfredo González Ruibal, Tierra arrasada: Un viaje por la violencia del Paleolítico al siglo XXI, Ed. Crítica, Barcelona, 2023; 507 pp, ISBN: 978 - 8491995258

Tierra Arrasada ha sido galardonada como Premio Nacional de ensayo 2024, por la originalidad y el rigor de las investigaciones del arqueólogo González Ruibal. El subtítulo nos da idea de la trama de este estudio, que es la historia de la violencia, no solo de la guerra, a través del tiempo, en las diferentes culturas y continentes, incluso emergiendo en el espacio exterior en lo que recoge como «hiperobjetos» (T. Morton), satélites o los silos nucleares, objetos que trascienden de un ente concreto y limitado. La guerra, sin duda, ocupa gran parte de esta investigación, pero el estudio recoge el uso de la violencia para otras cuestiones políticas, de prestigio social, de poder interno, o para garantizar el equilibrio en el universo (los mexicas) recurriendo, incluso, al sacrificio ritual de seres humanos.

La guerra la sitúa el autor en el orden social, bien conocida como una actividad que pone en contacto, aunque sea de manera violenta, a dos sociedades en litigio. La guerra «es una forma de sublimación de la violencia: se ordena, se adivina, se ritualiza y se vuelve mística» (p.55), incluso, «se vuelve bella», pues crea un entorno estético, artístico, cultural, genuino. La guerra, en ocasiones, se asocia al valor, a lo que se denomina sociedades heroicas, en las cuales «el liderazgo y el prestigio se alcanzan a través del combate y la captura del botín (la Germanía)» (p.160). Sin embargo, la guerra no es una actividad que se ciñe a batallas campales, raids y asedios, sino que muchas veces llega a las inmediaciones del hogar, la casa-guerra, el hogar-fortín (Beirut, 1990), y se hace íntima (p.389).

La guerra, que «es un invento típico de la civilización» (p.129), que necesita cierto desarrollo, puede alcanzar extremos impensables y llegar a la altura de la guerra-mundo, global, total o absoluta, pero no por largos periodos. La atención del autor hacia fenómenos de violencia extrema y su duración es singular.

La guerra, por otro lado, se asocia al guerrero, al soldado, al mercenario. La identidad del guerrero la define como «personajes que se entrenan para el combate, dedican parte de su tiempo a luchar y desarrollar prácticas sociales y ritos relacionados exclusivamente con el ejercicio de la violencia colectiva» (p.51).

Su método de trabajo es el propio de su oficio como arqueólogo y tiene que ver con enterramientos, fortificaciones, armas depositadas, esqueletos, restos humanos, objetos funerarios, amuletos, rituales. Dentro de los rituales describe algunos que son comunes a varias civilizaciones y continentes: decapitaciones, para destruir la identidad social de los enemigos; manos cortadas como trofeos; asesinatos con ensañamiento; muertes rituales horribles para crear memoria; corazones extraídos para ofrendar al orden cósmico; canibalismo para alimentar a los vencedores. Rituales que oscurecen cualquier atisbo de romanticismo que la guerra pueda generar; violencia, guerra, guerreros, víctimas, rituales, tecnología, y las interpretaciones que proporcionan.

Ruibal es admirable en sus conclusiones, metódico y certero. Cita que la violencia extrema «existe en los grupos humanos independientemente de su forma de organización social […] y aunque la brutalidad extrema es común, también es excepcional» (p.399), e incluso culturas que las practicaron han acabado por erradicarlas o condenarlas de su memoria como en Egipto o en China. La violencia extrema acompaña con frecuencia el colapso de un sistema político que también trata de «deshumanizar» al otro, al contrario, en particular si es muy diferente. En ocasiones, el exceso de violencia busca «construir una memoria: una pedagogía del terror» (p.402) que hemos visto desde el Calcolítico hasta el siglo XX. Sin embargo, sociedades ilustradas, Europa en el siglo XVIII o el Japón Tokugawa, buscaron limitar la violencia excesiva con «ceremoniales bélicos elaborados y una cultura material refinada de carácter militar» (p.402).

Otros elementos finales tienen que ver con la guerra y el orden social, el papel de las elites, su rol militar, el género, el ensañamiento, los espacios androcéntricos (menciona el autor los cuarteles, fuertes, campamentos, trincheras); «el ejercicio de la guerra es universalmente masculino desde que hace su aparición» (p.403).

Sobre la tecnología y la modificación del paisaje debido a la guerra, el autor reclama que la arqueología nos ofrece «una visión íntima y cotidiana de la violencia» (p.406). Su canto final recoge el exceso que el libro rebosa: «la guerra es, ante todo, despilfarro de vida y de materia, y por eso su huella arqueológica es siempre la desmesura» (p.405) y esta «guerra a la muerte» es lo que pretende el autor con este libro, una reconsideración de la violencia en las sociedades «para que los muertos sigan vivos en nuestra memoria».

José Romero Serrano Coronel (Ret.) del Ejército de Tierra, Infantería

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